Mara Espasande
Demasiado
nacional para los socialistas y demasiado socialista para el ala
conservadora de la política argentina. Una exhumación histórica de
Manuel Ugarte, un pensador maldito de y por la Patria Grande.
Predicador de la unidad latinoamericana, precursor del socialismo nacional, deudo de Jean Jaurès,
antiguo compañero del Partido de Alfredo Palacios y Juan B. Justo;
hombre de la bohemia –aunque al decir de su biógrafo Norberto Galasso
una bohemia particular, sin hambre ni tuberculosis- Manuel Ugarte fue
sin dudas, una de las figuras más destacadas de la llamada Generación del 900.
En
pleno auge del semicolonialismo y la presencia del imperialismo
británico en América del Sur y de Estados Unidos en América Central y el
Caribe, se gestó una generación que reflexionó sobre las raíces de “lo
nacional” en cuanto latinoamericano. Nacidos entre 1874 y 1882
comenzaron a estudiar la historia regional y a rescatar los fundamentos
que permitían ver a América Latina como una unidad: la herencia
hispánica, el idioma en común, la cultura compartida y el sometimiento
semicolonial a la cual había sido sentenciada constituían las bases de
dicha unión.
Manuel Ugarte en la Revolución Mexicana, año 1910
En
1911 Ugarte sostuvo: “Nadie puede poner en duda que la frontera de
México es un límite entre dos civilizaciones. Al Norte resplandece el
espíritu anglosajón, al Sur persiste la concepción latina. (…) El
problema de saber si los anglosajones de América deben reinar sobre el
Continente entero o si los latinos, más mezclados con las razas
aborígenes y más viejos en la ocupación, conseguirán defender de Norte a
Sur su lengua, sus costumbres (…) No somos un pueblo independiente,
porque tenemos aquí y allá una bandera en una asta y una demarcación en
el mapamundi, sino porque dentro de nosotros existe una diferenciación,
un alma fundamentalmente propia, y porque aún bajo el despojo, después
de borrada la entidad nacional, conservaríamos los rasgos inalterables
que nos personalizan”.
Ugarte
fue pionero en sostener la hipótesis de que la fragmentación regional
era clave para comprender la dependencia latinoamericana. Para él, el
desmembramiento estaba estrechamente relacionado con las otras tareas
inconclusas de la etapa de la emancipación pues al crearse veinte países
donde debía fundarse una nación, se habían constituido en semicolonias
subordinadas al imperialismo. “Todo nuestro esfuerzo tiene que tender a
suscitar una nacionalidad completa (...) respetando todas las
autonomías” proponía. La reconstrucción de la Patria Grande –tal como
denominaba a la región- era requisito para el ejercicio de la soberanía.
Pero
esta unidad, para él, debía desarrollarse de la mano del socialismo.
Por ello, desde joven militó en las filas del Partido Socialista en la
Argentina, pero su postura nacional y antiimperialista lo llevó a
enfrentarse –en numerosas oportunidades- con la conducción. ¿Qué le
criticaba a Juan B. Justo y sus seguidores? Advertía que es necesario
“…evitar las absorciones económicas y mentales…”. Desde esta idea
cuestionó la antirreligiosidad, el internacionalismo abstracto y la
defensa del librecambismo realizadas por el Partido.
El
carácter situado y atento a la realidad nacional del pensamiento de
Ugarte –producto de combatir el colonialismo ideológico en el que
reconocía haber sido formado- se contraponía al carácter universalista y
el internacionalismo abstracto del PS. Dicho partido estaba
profundamente compenetrado con la concepción filosófica positivista
(también racista y evolucionista), donde la fórmula civilización o barbarie estructuraba la forma de analizar la realidad latinoamericana en general y la argentina en particular. Afirmó Juan B. Justo en La realización del Socialismo:
“los gauchos constituían una clase bárbara y débil, el paisanaje tenía
que sucumbir”. Las consignas electorales para enfrentar al radicalismo
mostraban también esta concepción: “Si usted es enemigo de la alpargata y
amigo de la civilización, vote por el Partido Socialista”. Cuando, en
1913, en ocasión del regreso de Ugarte a Buenos Aires luego de la
realización de su Campaña Hispanoamericana el periódico La Vanguardia
sostuvo: “…Ugarte viene empapado de barbarie, viene de atravesar zonas
insalubres, regiones miserables, pueblos de escasa cultura, países de
rudimentaria civilización… Y Ugarte no viene a pedirnos que llevemos
nuestra cultura litoral al norte atrasado para extenderla después, si se
quiere, a más (sic) al norte. No. Viene a pedirnos una solidaridad
negativa”.
Desde una
concepción diametralmente opuesta, Ugarte cuestionó esta dicotomía
fundante del pensamiento antinacional y estimó positivamente el carácter
de los pueblos latinoamericanos. Advirtió como el sofismo positivista
de “civilizar a los pueblos atrasados” era una falacia al servicio de
justificar la dominación colonial: “nada sería más funesto que admitir,
aunque sea transitoriamente, la superstición semicientífica de las razas
inferiores”. Por otro lado, identificó que el modelo
agro-minero-exportador era la causa estructural de la dependencia y que
se debía avanzar hacia el proteccionismo económico para obtener el
desarrollo industrial. En este esquema, el libre comercio estaba al
servicio de la dominación colonial.
Frente
a las diferencias insalvables con el Partido al cual supo adherir,
Ugarte sostuvo que era necesaria la conformación de una nueva fuerza
política que llegara al poder y que impulsara el desarrollo de las
fuerzas productivas, en el marco del avance en la resolución de la
cuestión nacional. Propuso entonces un nacionalismo popular
anticapitalista; “porque, así como el nacionalismo, que significa la
preservación de la colectividad, no puede realizarse plenamente sin
aceptar las tendencias populares, el gobierno en su amplio desarrollo,
no logra sostenerse por ahora sin ayuda del nacionalismo”.
Este posicionamiento lo llevó a adherir al peronismo por considerar que constituía un proyecto que defendía el sentir y pensar
en nacional. Con 71 años se encontró por primera vez con Juan Domingo
Perón. Fue Ernesto Palacios quien, el 31 de mayo de aquel año, lo
acompañó a la Casa Rosada. Luego del 17 de octubre de 1945, Ugarte había
expresado en diversos medios periodísticos su entusiasmo por la nueva
fuerza política que emergía en el país semicolonial. En declaraciones al
periódico Democracia afirmó: “…creo que ha empezado para
nuestro país un gran despertar (…) Más democracia que la que ha traído
Perón, nunca vimos en nuestra tierra. Con él estamos los demócratas que
no tenemos tendencia a preservar a los grandes capitalistas y a los
restos de la oligarquía…”.
Luego
de su muerte, en 1951, la vasta obra del adalid de la unidad fue
sumergida en el olvido. Demasiado “nacional” para los socialistas,
demasiado “socialista” para el ala conservadora de la política
argentina. Pero la fuerza y profundidad de su obra -anclada y construida
desde y para la realidad latinoamericana- siguen tendiendo hoy más
vigencia que nunca para aquellos que pensamos que el único camino hacia
el ejercicio pleno de la soberanía sigue siendo la unidad regional.
Mara Espasande
Lic.
en Historia, directora del Centro de Estudios de Integración
Latinoamericana “Manuel Ugarte” de la Universidad Nacional de Lanús,
Buenos Aires, Argentina.
https://www.alainet.org/es/articulo/208910
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