En marcha el proceso para su extradición
Fuentes: Counterpunch
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
John Pilger ha
informado durante años del largo y épico calvario de Julian Assange. El 7 de
septiembre dirigió estas palabras a las personas reunidas en el exterior del Juzgado
Central Penal de Londres al comienzo de la última fase del las audiencias que
dictaminarán la extradición del editor de Wikileaks.
La primera vez que me reuní con Julian Assange, hace más de
diez años, le pregunté por qué había puesto en marcha Wikileaks. Él me
contesto: “Porque la transparencia y la rendición de cuentas [de gobiernos e
instituciones] son cuestiones morales esenciales de la vida pública y del
periodismo”.
Nunca había oído a un editor invocar a la moralidad de esta
manera. Assange cree que los periodistas son agentes del pueblo, no del poder.
Cree que nosotros, la gente, tenemos el derecho a conocer los secretos más
oscuros de quienes afirman actuar en nuestro nombre.
Si los poderosos nos mienten, tenemos el derecho a saberlo.
Si dicen una cosa en privado y otra en público, tenemos el derecho a saberlo.
Si conspiran contra nosotros, como hicieron Bush, [Tony] Blair [y Aznar] sobre
Irak, y luego pretenden ser demócratas, tenemos el derecho a saberlo.
Este propósito moral es una amenaza para la conspiración de
los poderes que pretenden sumir en guerras a buena parte del mundo y desean
enterrar vivo a Julian en los Estados Unidos fascistas de Trump.
Un informe de alto secreto del Departamento de Estado de
2008 describía al detalle cómo Estados Unidos debería combatir esta nueva
amenaza moral. Una campaña de
desprestigio personal (dirigida en secreto) contra Julian Assange conseguiría
“publicidad negativa y llevarle a un enjuiciamiento criminal”.
El objetivo era silenciar y criminalizar a Wikileaks y a su
fundador. Página tras página, el informe mostraba la guerra que se preparaba
contra un solo ser humano, y contra los mismos principios de libertad de
expresión, libertad de pensamiento y democracia.
La fuerza de combate imperial serían aquellos que se dicen
periodistas: las grandes figuras de los llamados grandes medios, especialmente
los “liberales” que marcan y patrullan los perímetros de la disidencia.
Y eso es lo que pasó. He sido periodista más de 50 años y
nunca he visto una campaña de desprestigio de tal calado: el asesinato de la
personalidad de un hombre que no quiso unirse al club, que creía que el
periodismo está al servicio del público, nunca al servicio de los de arriba.
Assange avergonzó a sus perseguidores. Publicó una exclusiva
tras otra. Sacó a la luz la fraudulencia de las guerras promovidas por los
medios de comunicación y la naturaleza homicida de las guerras de EE.UU., la
corrupción de los dictadores, la vileza de Guantánamo.
Nos obligó a los occidentales a mirar al espejo. Mostró que
quienes pontifican la verdad oficial en los medios de comunicación son
colaboracionistas; yo los llamaría periodistas de Vichy. Ninguno de esos
impostores creyó a Assange cuando este avisó de que su vida estaba en peligro,
que el escándalo sexual de Suecia era un montaje y que su destino final era el
infierno de Estados Unidos. Y tenía razón, tenía razón una y otra vez.
El juicio de extradición que se celebra en Londres esta
semana es el acto final de una campaña angloamericana para enterrar a Julian
Assange. No es un proceso reglamentario, es una venganza programada. La
acusación de EE.UU. está claramente amañada, es una farsa demostrable. Hasta
ahora, las vistas han sido reminiscentes de sus equivalentes estalinistas en la
Guerra Fría*.
En la actualidad, el país que nos dio la Carta Magna, Gran
Bretaña, se distingue por haber abandonado su propia soberanía al permitir que
una potencia extranjera maligna manipule la justicia y por la tortura
psicológica despiadada a Julian –una forma de tortura que, según ha señalado el
experto de Naciones Unidas Nils Melzer, fue perfeccionada por los nazis porque
era más efectiva para derrumbar a sus víctimas.
Cada vez que he visitado a Assange en la prisión de Belmarsh
he comprobado los efectos de dicha tortura. La última vez que le vi había
perdido más de diez kilos de peso; sus brazos carecían de músculo. Era
increíble que no hubiera perdido su excelente sentido del humor.
En cuanto a su país de origen, Australia, ha demostrado una
vergonzosa cobardía. Su gobierno ha conspirado en secreto contra uno de sus propios
ciudadanos que debería ser considerado héroe nacional. No por nada el
presidente George Bush hijo nombró al primer ministro australiano su “ayudante
de sheriff”.
Se dice que lo que pase con Julian Assange las próximas tres
semanas, debilitará o destruirá la libertad de prensa en Occidente.¿Pero de qué
prensa hablamos? ¿Del Guardian? ¿De
la BBC? ¿Del New York Times? ¿Del Washington Post de Jeff Bezos? [¿De
El País?; añadido del traductor].
No, claro que no. Los periodistas de estos medios pueden
respirar tranquilos. Los Judas del Guardian
que coquetearon con Julian**, explotaron su valioso trabajo, hicieron su agosto
y luego le traicionaron no tienen nada que temer. Están a salvo porque les
necesitan.
La libertad de prensa ahora está en manos de unas pocas
personas honestas: las excepciones, los disidentes de internet que no
pertenecen a ningún club, que ni son ricos ni están cargados de premios
Pulitzer, pero hacen buen periodismo, desobediente, ético; personas como Julian
Assange.
Ahora, nuestra responsabilidad es apoyar a un verdadero
periodista cuyo auténtico coraje debería servirnos de inspiración a todos los
que seguimos creyendo que la libertad de prensa es posible. Yo le aplaudo.
N.deT.:
* Se ha negado a Amnistía Internacional el derecho a asistir
por videollamada como observadora.
**El Guardian fue
uno de los diarios elegidos por Wikileaks para publicar sus documentos
filtrados.
John Pilger es un
periodista, escritor y documentalista antiimperialista australiano. Merecedor
de múltiples premios y muy crítico con los grandes medios. Ha apoyado a Assange
a lo largo de su reclusión. Se le puede seguir en su web www.johnpilger.com
La presente
traducción puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y
su nombre a su autor, a su editor y a Rebelión como fuente de la misma
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