Juan Pablo Duch
El presidente de Bielorrusia,
Aleksandr Lukashenko, repudiado desde el 9 de agosto por cientos de
miles de compatriotas que exigen su dimisión y la convocatoria de nuevas
elecciones, ha perdido todo contacto con la realidad y parece dispuesto
a hacer importantes concesiones a Rusia con tal de mantenerse en el
poder.
Emulando al inolvidable Tin Tan en la película ¡No me defiendas, compadre!,
Lukashenko llegó a decir que el espionaje militar bielorruso interceptó
una llamada entre Varsovia y Berlín donde queda claro que no hubo
ningún envenenamiento del líder opositor Aleksei Navalny, según él lo
inventaron todo.
Tendría gracia el galimatías si no fuera porque Navalny sigue en coma
desde el 20 de agosto y destacadas figuras del oficialismo ruso no
descartan lo que llaman
probable conspiración occidentalpara dañar la imagen del Kremlin, mientras Moscú dice haber creído la versión de Minsk de que en su territorio
están listos para entrar en acción no menos de 200 extremistas de Ucrania.
Acorralado Lukashenko, antes reacio a aceptar un papel secundario en
una eventual confederación con Rusia, la coyuntura es favorable para que
el Kremlin intente avanzar en la articulación de un proyecto de
integración que prime sus intereses geopolíticos, más allá de evitar que
Bielorrusia le dé la espalda, busque alinearse con la Unión Europea y,
después, abra la puerta a la OTAN.
Esta semana ambos países intercambiaron visitas de alto nivel –el
canciller bielorruso vino a Moscú y el primer ministro ruso estuvo en
Minsk–, que mostraron el respaldo del Kremlin al gobierno de Lukashenko,
previo a la anunciada reunión de éste con el presidente ruso Vladimir
Putin en Moscú, en la cual se podrá ver hasta qué punto el huésped
acepta las exigencias del anfitrión.
En paralelo, y pese a la represión, los adversarios de Lukashenko no
cejan en sus demandas con multitudinarias manifestaciones y el sector
más prorruso, el del banquero Viktor Barbariko, ahora en la cárcel,
fundó Juntos, partido político que pretende agrupar a todos los
inconformes.
Para el Kremlin, Lukashenko se presenta como mejor opción hasta que
se defina la actual crisis en Bielorrusia, pero se convirtió en una
suerte de activo tóxico y a la primera intentará deshacerse de él y
promover a un político de su total confianza.
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