Con
la finalidad de influir en los contenidos de la Constitución de 1925,
el diario “El Mercurio” (8-6-1925), señalaba que “es inconcebible que
los casi analfabetos, que apenas saben dibujar su firma y leer
malamente, y la gran masa de individuos que venden su voto al mejor
postor, porque carecen de dignidad y de verdadero interés por la causa
pública, tengan los mismos derechos electorales que los ciudadanos
preparados, honestos y llenos de patriótico interés por la buena marcha
del país”. (1). Es ésta una expresión de la naturalización de la
desigualdad en la sociedad chilena y que, de manera velada, perdura en
nuestros días, manifestando la innegable ignorancia y la mentalidad
opresiva de la clase dominante.
Una
Constitución es la base teórica, práctica, intelectual y moral que
persigue la integración de la nación, creando el ambiente espiritual
dominado por valores que deben ser mantenidos como absolutos, como es el
respeto a la dignidad de la vida humana. (2) Esto se alcanza en
democracia.. Y la democracia es “la comunidad de hombres desiguales como
personas que convierten sus desigualdades en fuentes de dinamismo.
Corrigen las desigualdades antinaturales y buscan un mínimo de concordia
para vivir en común”.(3).
Por
tanto, una Constitución democrática significa riesgo, participación
razonable en la conducción de la vida pública, encaminada a la
integración social. Es lo que, al respecto, el Presidente Salvador
Allende planteó al pueblo y a los dirigentes de la Unidad Popular
(5-9-1972): “Tenemos que dictar una Constitución para esta nueva etapa
que estamos viviendo, para este proceso revolucionario (…) que abra el
camino al socialismo, que consagre derechos y que haga que los
trabajadores gobiernen este país. Debemos entregar las ideas
fundamentales para que sean discutidas, analizadas y conversadas en el
sindicato, en las faenas, en las industrias, en las escuelas, en los
hospitales, en el taller y en el hogar”. Agregando “que el pueblo por
primera vez entienda que no es desde arriba, sino que debe nacer de las
raíces mismas de su propia convicción la Carta Fundamental que le dará
su existencia como pueblo digno, independiente y soberano”. (…) “En esta
Carta Fundamental debemos encauzar dos aspectos esenciales de la vida
del pueblo. Dar más libertades. Ampliar las libertades y derechos,
incorporando a la Carta Fundamental la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Garantizar el pluralismo
social, político y cultural. Asegurar a los grupos étnicos, autóctonos,
el derecho a desarrollar su personalidad cultural y el cultivo de su
lengua materna”. (…) “Se dará reconocimiento constitucional a los
sindicatos, como expresión orgánica de los trabajadores”. (…) “Las
prestaciones de seguridad social deben otorgarse en consideración al
estado de necesidad de los beneficiados”. (…) “Hay que asegurar el
derecho a la educación desde la etapa preescolar y su carácter
permanente. Establecer los derechos fundamentales de la familia,
reconocer la igualdad plena del hombre y de la mujer. La protección
especial de la madre soltera, la investigación de la paternidad y la
obligación del Estado de hacer efectivos sus principios y deberes
básicos”. (…) “Hay que establecer el principio de que la economía del
país está al servicio del pueblo”.
La
Constitución proyectada por el Presidente Allende tuvo como núcleo que
“son los trabajadores, la fuerza creadora de la economía, quienes deben
tener el predominio de la economía nacional (como) la cuestión
fundamental”. Esto, porque el proceso revolucionario exigía que “el
poder del Estado responda realmente a la mayoría del país, a las fuerzas
creadoras, en forma democrática y pluralista, posibilitando la
expresión de todas las corrientes de opinión, pero asegurando la
supremacía a la clase trabajadora” (…) de tal manera de que “el pueblo
conozca y discuta. El gobierno quiere promover la discusión clara del
futuro político del país, para resolver lo que los trabajadores
conscientemente decidan”.
Lejos
del discurso de las actuales autoridades, el Presidente Allende
enfatizó que sobre una nueva Constitución “nadie debe restarse a la
tarea de contribuir con iniciativa al documento que consolidará
constitucionalmente lo que hemos venido realizando revolucionariamente”,
porque “jamás Chile habrá conocido un diálogo más democrático para
definir la ordenación jurídico-revolucionaria de su porvenir”.
A
diferencia de la oligarquía de ayer y de hoy, el Presidente Salvador
Allende fue un líder político auténticamente democrático, convencido de
que la democracia consiste en la igualdad y la participación. Su vida y
sus palabras así lo ratifican: “Nuestra vía chilena será también la de
la igualdad. Igualdad para superar progresivamente la división entre
chilenos que explotan y chilenos que son explotados. Igualdad para que
cada uno participe de la riqueza común de acuerdo con su trabajo y de
modo suficiente para sus necesidades. Igualdad para reducir las enormes
diferencias de remuneración por las mismas actividades laborales. La
igualdad es imprescindible para reconocer a todo hombre la dignidad y el
respeto que debe exigir. Dentro de estas directrices, fieles a estos
principios, avanzaremos hacia la construcción de un nuevo sistema”. (4)
Porque
la dignidad es la más profunda referencia a la calidad de ser humano
que tenemos las personas. Puesto que sin educación, salud, sueldos
decentes, empleos, la dignidad es un concepto vacío.(5)
Una
nueva Constitución debe revivir la propuesta constitucional del
Presidente Salvador Allende, que continúa vigente no obstante haber sido
truncada por el atentado a la dignidad de todos los chilenos.
Santiago de Chile, 8 de septiembre de 2020.
En la conmemoración del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
NOTAS:
- Portales, Felipe, “Los mitos de la democracia chilena”. (Vol. II). Ed. Catalonia, Santiago de Chile, 2010, pág. 41.
- Millas, Jorge, entrevista de doarop “Las Ultimas Noticias”. (1-3-81).
- Millas, Jorge, “Con reflexión y sin ira”. (Discurso del Teatro “Caupolicán”, sobre el plebiscito impuesto por la dictadura militar). (Santiago, agosto de 1980).
- Allende, Salvador, Discurso de Estadio Nacional (5-11-1970).
- Cfr: Castells, Manuel, “El Mercurio”, 17-11-2019, D. 10).
https://www.alainet.org/es/articulo/208826
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