La Jornada
la migra, aplicaban la política del buen vecino. Llegaban a la zona del Cañón Zapata, en territorio de Estados Unidos, con una camioneta cargada de golosinas para repartir entre las decenas de migrantes que esperaban que oscureciera para llegar a San Ysidro.
La escena fue inmortalizada por un fotógrafo de El Colegio de la Frontera Norte y se ve a un migra, disfrazado de Santa Claus, repartiendo golosinas a los niños y migrantes. Obviamente, a un lado estaban las cámaras de televisión y la prensa para dar cuenta de la generosidad y buena onda de los agentes y de una política tolerante. Una vez llegada la noche cambiaban los papeles, unos salían corriendo y otros corrían detrás.
Pero la buena imagen de la migra era compartida por muchos migrantes que consideraban a las policías mexicanas mucho más abusivas e injustas que las del país vecino. También existía la presunción de que los agentes gringos eran ingenuos y que fácilmente los podían engañar. En esos tiempos los migrantes tomaban el tren de San Diego a Los Ángeles justo a medio día, la hora del lunch, cuando la vigilancia era mucho más laxa. Y así por el estilo.
Hoy en día las cosas son diferentes, estas anécdotas son del siglo pasado. Pero llama la atención que entre los centroamericanos que llegaron en las caravanas de los años pasados, varios esperaban y solicitaban la magnanimidad del presidente Trump para que los dejaran pasar. Había cierta idea de que los gringos eran buenos y que sólo querían tener la oportunidad de contar su historia de penurias y carencias ante un juez para que los dejara quedarse.
Pedir clemencia al gobernante más represivo y antiinmigrante de la historia raya en el absurdo, pero todavía hay migrantes que suplican piedad y consideración a los agentes encargados de capturarlos y procesarlos. En algunos pocos casos funciona, en la mayoría no. Hay una conciencia clara entre los migrantes irregulares de que viven en un clima de persecución y que deben quedarse en su casa encerrados el mayor tiempo posible y sólo salir a trabajar y hacer lo indispensable. Por su parte, los agentes del ICE se escudan en la ley que hay que cumplir y finalmente descargan su responsabilidad en el juez que tiene la última palabra.
Toda esta maquinaria de deportación ha sido puesta en eviden-cia en la magnífica serie documental de Nexflix titulada Nación de inmigración, a la par que se muestra todo el drama de las familias separadas en Abrazos, no muros.
En Nación de inmigración la advertencia de los productores y directores Christina Clusiau y Shaul Schwarz viene desde el título, que revela la hipocresía de ese discurso de país de acogida. Se trata de una crítica despiadada al sistema persecutorio del ICE y al sistema carcelario privado de castigo y control de inmigrantes. No hay ni una opinión en contra o una crítica explícita, simplemente se oye y ve actuar a los propios agentes mientras dicen lo que piensan y hacen lo que consideran su obligación.
Son tan ingenuos y seguros de sí mismos los funcionarios del ICE que dieron permiso para filmar absolutamente todo y luego se arrepintieron y quisieron censurar el documental. Las locaciones en Nueva York, Carolina del Norte, Texas y Florida dan cuenta de un mismo sistema opresor y persecutorio que se salta las reglas y evade protocolos con tal de cubrir con la cuota asignada para ese día, no importa que sean padres o madres de familia que quedan desgarradas.
De lo que se trata es de cubrir lacuota de camas
en las instalaciones carcelarias, cerca de 50 mil en decenas de centros de detención repartidos por todo el país. El negocio consiste en tener ocupación plena, ya que se le cobra al gobierno por cama y no por persona custodiada. Con Trump las acciones de estas empresas se fueron por los cielos.
Por otra parte, se documenta la lucha de distintas organizaciones de activistas que defienden a los migrantes y los organizan. En Charlotte, Carolina del Norte, lograron el nombramiento de un sheriff que se comprometió a vetar la disposición 287g, llamada de comunidades seguras, que establece una alianza entre la policía y el ICE, lo que ha llevado a múltiples deportaciones. El primer paso para establecer una ciudad o condado santuario es vetarla.
En el otro documental se da cuenta de la iniciativa de Border Network, que organiza rencuentros de familias separadas, cuyos integranties tienen tres minutos para darse un abrazo. El programa Abrazos, no muros permite unos instantes de calidez humana y pone al descubierto el drama terrible de la separación. Con horas de anticipación esperan el momento contenido para de manera ordenada abrazarse, besarse, acariciarse.
En el siglo XXI la experiencia migrante se ha convertido en pesadilla permanente: los riesgos del viaje y el cruce, el trabajo de cada día para luego recluirse en casas o departamentos hacinados, el sobresalto cuando tocan la puerta o te preguntan en la calle y, el cuadro final, la deportación, con el drama de la separación de familias.
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