Las disyuntivas políticas de la izquierda en 1970-73
1.
Este 4 de septiembre se cumplen 50 años desde aquél día en que las
principales fuerzas de la izquierda chilena, agrupadas en la Unidad
Popular (UP), lograron imponerse por una mayoría relativa en las
elecciones presidenciales de 1970, con Salvador Allende como su
abanderado. Culminaba así un largo proceso de acumulación de fuerzas de
las principales expresiones políticas de los trabajadores chilenos, el
Partido Comunista y el Partido Socialista, que se había extendido ya por
espacio de más de cuatro décadas. Ambos partidos se definían a sí
mismos como marxistas y, habiendo logrado unir primero al movimiento
obrero en el plano sindical con la fundación de la Central Única de
Trabajadores (CUT) en 1953, habían actuado persistentemente unidos en el
plano político desde 1956 cuando acordaron constituir el Frente de
Acción Popular (FRAP). Ello les permitió ir acrecentando
significativamente la gravitación política de la clase trabajadora en
base a un proyecto definidamente antiimperialista, antioligárquico y
antimonopólico, dirigido a abrir camino a una transformación
revolucionaria de la sociedad chilena en un sentido socialista. Sin
embargo, no sería sino hasta la elección presidencial de 1970 que esta
alianza de izquierda, reconstituida esta vez con la participación del
Partido Radical, el MAPU y otros dos grupos políticos menores y actuando
bajo la denominación de Unidad Popular, lograría alcanzar un resonante
triunfo electoral que le brindaba la posibilidad de llevar a la práctica
su programa.
2. En el Programa Básico de Gobierno (PBG)
de la UP se afirmaba de manera explícita que los problemas fundamentales
del país derivaban de unos privilegios de clase a los que quienes los
detentaban "jamás renunciarán voluntariamente". Y dando por fracasadas
las recetas reformistas y desarrollistas que había hecho suyas el
gobierno de Frei, señalaba, como su objetivo fundamental, "terminar con
el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía
terrateniente e iniciar la construcción del socialismo en Chile".[1]
Es del todo evidente que un propósito político tan claro como ese
bastaba para que la eventual llegada a La Moneda de la UP acentuara no
solo los anhelos y expectativas emancipatorias largamente atesoradas por
el pueblo trabajador, sino también el profundo y lacerante recelo del
gran capital y su representación política partidista ante el temido
espectro de la "dictadura del proletariado" que parecía estar tocando
ahora a su puerta. A pesar de las insistentes declaraciones de Allende
de que se respetarían escrupulosamente los derechos y libertades
existentes como rasgo definitorio de su "vía chilena al socialismo",[2]
la sola perspectiva de verse expropiadas era más que suficiente para
que las clases dominantes considerasen ese propósito como una verdadera
declaración de guerra. Se abría paso inevitablemente así a un periodo de
aguda confrontación social y política que, como se sabe, concluyó tres
años después con el cruento derrocamiento del gobierno de la UP y la
implantación de un régimen brutalmente represivo.
3. Es
por eso que, junto con conmemorar esta fecha y valorar el gran
significado que para el movimiento obrero y popular tuvo el triunfo de
Allende en las elecciones presidenciales de 1970, resulta imprescindible
tener presente también las grandes disyuntivas estratégicas que se
plantearon entonces, de manera candente, ante las fuerzas de la
izquierda chilena. El problema central para un proyecto de
transformación social que aspire a superar los marcos del capitalismo
es, indudablemente, el de la conquista del poder por los trabajadores y
el modo en que en definitiva éste puede ser resuelto para abrir efectivo
paso al socialismo como proyecto histórico emancipador. Es evidente
que, por la forma en que concluyó, la experiencia de gobierno de la UP
no logró validar en tal sentido la estrategia de la vía pacífica al
socialismo en que basó su accionar y que tantas expectativas generó en
un amplio sector de la izquierda. El fracaso de este proyecto replanteó
el ya largo debate sobre las concepciones programáticas y estratégicas
que han sido levantadas por las corrientes que se reclaman del marxismo,
lo que hace pertinente interrogarse por las enseñanzas y principales
problemas que esa experiencia dejó planteados. Además se trata de
cuestiones que, iluminadas por la experiencia chilena de 1970-73, la
trascienden ampliamente y continúan siendo de decisiva importancia para
orientar e impulsar en el presente, con reales posibilidades de éxito,
la lucha por la emancipación de los trabajadores, tanto a escala
nacional como regional y mundial.
Condicionamientos estructurales y disyuntivas políticas
4.
Ciertamente, este tipo de interrogantes carece de todo de interés, y
por lo tanto no constituye un problema que se encuentre efectivamente
planteado, para aquellos que, aun presumiendo ubicarse a la izquierda
del espectro político, consideran que una revolución anticapitalista, o
bien ya no es necesaria, y por lo tanto tampoco deseable, o bien, aunque
necesaria y deseable, no parece posible, al menos en un horizonte de
tiempo cercano. En consecuencia, habría que limitarse a luchar por un
programa de reformas. La primera posición es la del reformismo en su
expresión más clásica, bajo el supuesto de que el capitalismo se habría
evidenciado capaz de atenuar hasta tal punto sus principales
contradicciones que ya no se vería expuesto a sufrir grandes crisis. Por
otra parte, al haber logrado elevar de manera sostenida las condiciones
de vida de las masas trabajadoras habría desalentado también el interés
de éstas en luchar contra el sistema.[3]
La segunda variante del reformismo, si bien no desconoce las grandes
contradicciones, los graves males y las amenazantes perspectivas que
conlleva el desarrollo del capitalismo a escala mundial, excluye de su
campo visual toda posibilidad de desafiar con alguna posibilidad real de
éxito la actual hegemonía que, con los formidables recursos que tiene a
su disposición, detenta hoy el gran capital sobre la vida social en
todos los planos. De allí que ambas variantes circunscriban su accionar a
demandar el reconocimiento y ampliación de algunos derechos
democráticos al pueblo trabajador y un cierto grado de control social
sobre el accionar del gran capital y sus ganancias.
5. En
consecuencia, es comprensible que un debate serio sobre las reales
posibilidades que hubo en el Chile de 1970-73 de haber logrado hacer
prosperar el proyecto revolucionario contemplado en el PBG de la UP no
resulte mayormente factible con quienes se empeñan en negar por
anticipado esa posibilidad. Lo usual ha sido que éstos, en vez de
allanarse a confrontar argumentos, se limiten a descalificar a quienes
sostienen que ese objetivo era posible, viendo en sus posiciones una
mera y fantasiosa expresión de deseo, carente de todo realismo.[4]
Más aun, en esa línea de razonamiento, al momento de explicar lo
sucedido, lo más común ha sido que asignen a los objetivos centrales del
PBG un significado y alcance claramente distinto al que se encuentra
explícitamente presente en su texto, como ya comenzaron a hacerlo
durante su gobierno tanto el propio Allende como la mayor parte de la
cúpula dirigente de la UP. Así, en lugar de dirigir sus esfuerzos a
lograr que el pueblo tomase efectivamente el poder en sus manos y lo
ejerciera para "iniciar la construcción del socialismo", asignaron a la
acción gubernativa el carácter de una etapa histórica previa, de
"democracia avanzada", que a través de un largo y gradual proceso de
cambios económicos y político-institucionales, se limitaría a crear
condiciones favorables para abrir, en una fase ulterior, el camino al
socialismo. Desde esta perspectiva, negando de hecho el carácter de
clase del Estado y anteponiendo los cambios susceptibles de ser
alcanzados en la estructura de propiedad a los de carácter
político-institucional, se veía posible avanzar sin mayores rupturas
hacia la realización de "una revolución sin costo social".
6.
En esta misma línea de razonamiento, se ha visto en las discrepancias
surgidas en el seno de la UP una de las principales causas de su
derrota. No obstante, si bien es efectivo que uno de los factores que
debilitó el proceso de cambios impulsado por el gobierno de la UP fue la
imposibilidad de lograr un acuerdo consistente sobre la línea de acción
a seguir para hacer frente y superar los obstáculos cada vez mayores
que iban apareciendo en el camino, ello se debió a que la orientación
que se fue imponiendo en la política gubernativa se hallaba en
contradicción tanto con los objetivos centrales contemplados en el
propio PBG como con la propia naturaleza de la situación creada a partir
del triunfo de Allende por la creciente agudización de la lucha de
clases en el país. Aunque las viejas prácticas políticas de las que era
fuertemente tributaria la acción de los grandes partidos de izquierda
tendían a disociar con frecuencia los discursos de los hechos, adornando
con una retórica revolucionaria una política reformista, la creciente
intensificación de la lucha de clases que se experimentaba en Chile
desde antes del triunfo de Allende iba reduciendo los márgenes de acción
de esas prácticas tradicionales e imponiendo de un modo cada vez más
más claro sus propias exigencias. Por tanto, resultaba políticamente
miope, y en definitiva suicida, no percibirlo y tenerlo presente con la
debida presteza, ilusionándose en cambio con la quimérica posibilidad de
hacer realidad los objetivos centrales del PBG a partir de un
entendimiento político con la Democracia Cristiana.
7. Es
importante, por tanto, partir precisando como cuestión previa si el
diagnóstico de la situación existente y los objetivos planteados sobre
esa base por el PBG estaban justificados. De lo contrario, resulta fácil
escamotear este debate, descalificando el intento de alcanzar esos
objetivos como una mera expresión de "voluntarismo", desprovisto de toda
conexión con la realidad. La naturaleza de la crisis estructural que
afectaba al país, generando una profunda desigualdad social y
obstaculizando su desarrollo económico, así como del carácter
revolucionario de los cambios necesarios para superarla, se hallaban
clara y sintéticamente señalados en los nueve primeros puntos del PBG,
agregándose más adelante que tales transformaciones "sólo podrán
realizarse si el pueblo chileno toma en sus manos el poder y lo ejerce
real y efectivamente". Cabe recordar que el examen de la realidad
chilena que sirve de fundamento a estos propósitos correspondía a una
visión que era ampliamente compartida en el seno de la izquierda chilena
y latinoamericana de entonces, siendo la cuestión clave que ella dejaba
planteada la de la conquista del poder por los trabajadores y las
amplias masas populares. Las recurrentes dudas del pasado sobre la
posibilidad misma de llevar a cabo una lucha de ese alcance en el "patio
trasero" del imperialismo norteamericano habían sido ya suficientemente
despejadas por el formidable triunfo de la revolución cubana. La
disyuntiva no era entonces otra que la planteada en términos de
"revolución socialista o caricatura de revolución".[5]
8.
La década del 60 había estado, en efecto, marcada por los vientos de la
revolución que soplaban con fuerza en todo el mundo. Ellos cobraban
expresión en los movimientos de la juventud estudiantil y trabajadora en
Europa occidental y oriental y también en las últimas luchas contra la
dominación colonial. Por su parte, el imperialismo yanqui, cada vez más
empantanado militarmente en Vietnam y debiendo hacer frente en su propio
territorio a un creciente movimiento de repudio a esa guerra
imperialista y a la discriminación racial, se vio desafiado directamente
también por el resonante triunfo de la revolución cubana, que ganó
rápidamente el apoyo de amplios sectores de la juventud y el pueblo
trabajador latinoamericano. Los vientos de cambio ganaban fuerza también
en Chile, donde ante la inminente posibilidad de un triunfo de la
izquierda en la elección presidencial de 1964, los partidos de la
burguesía se unieron en torno a la candidatura reformista de Eduardo
Frei, que buscó captar y canalizar las grandes aspiraciones de la
mayoría con la promesa de realizar una "revolución en libertad". Pero su
gobierno terminó frustrando esas expectativas y haciendo frente a una
creciente oleada de movilización popular entre los trabajadores,
pobladores, campesinos y estudiantes. Fue en medio de ese contexto de
grandes luchas populares que nutría un mayoritario anhelo nacional de
cambios que se llevó a cabo la elección presidencial de 1970.
9.
Tanto el fracaso del gobierno de Frei como la creciente polarización
social y política resultante derivaban en realidad del agotamiento del
patrón de acumulación capitalista que había orientado las políticas
económicas en el país por espacio de cuatro décadas. Este correspondía a
lo que se ha dado en llamar Industrialización por Sustitución de
Importaciones (ISI) que, luego de conocer un importante impulso inicial y
haber dado sustento a la configuración de un “Estado de compromiso” que
brindaba un alto grado de estabilidad al sistema político-institucional
vigente, en el curso de la década de los años sesenta había ido
perdiendo dinamismo. El proyecto reformista de Frei, que para
contrarrestar el impacto de la revolución cubana en la región fue
presentado por la Casa Blanca como una alternativa al comunismo en
América latina, intentó dar nuevo impulso al desfalleciente modelo ISI
mediante una mayor captación de las divisas generadas por las
exportaciones de cobre, una ampliación del mercado a disposición del
desarrollo industrial a través de la creación del mercado subregional
andino y, sobre todo, de la reforma agraria.[6]
Por último, pretendió también capitalizar una parte de los salarios
mediante un plan de ahorro forzoso. Los trabajadores bautizaron los
instrumentos financieros que el gobierno se proponía crear para este fin
con el sugestivo apelativo de "chiribonos" y con el fin de impedir que
esa iniciativa de despojo salarial prosperara, realizaron un combativo y
exitoso paro nacional que determinó finalmente el fracaso del proyecto
reformista.[7]
10.
Fue en ese cuadro, de agonía del modelo ISI y descrédito del gobierno
de Frei, que el gran capital nacional e imperialista optó por enfrentar
la coyuntura electoral de 1970 en base a un programa, bautizado con el
nombre de "Nueva República", que anticipaba en buena medida las
transformaciones estructurales que pondría en marcha tres años después
la dictadura militar. En las filas de la DC primaba un enorme desencanto
con lo realizado y con el rumbo seguido bajo su gobierno, ganando
fuerza entre sus bases populares la idea de profundizar el proceso de
reformas que orientó, en torno al lema ¡Ni un paso atrás! la candidatura
de Tomic. Hay quienes se explican el triunfo de Allende en 1970 por un
"error táctico" de la burguesía al presentarse dividida a la elección.
Pero lo cierto es que el cuadro que exhibe entonces la situación
política del país no sintoniza con esa explicación. Dado el clima de
polarización social y política ya prevaleciente en 1970 y el fuerte
desgaste que afectaba a la DC en el gobierno, lo más probable es que en
una elección a dos bandas, con una candidatura democratacristiana que
hubiese sido aceptable para la derecha -algunos sugirieron para tal
efecto el nombre de Edmundo Pérez Zujovic-, esta vez ganara la
izquierda. En ese contexto, la opción que tomó el PDC de acentuar la
retórica revolucionaria con un candidato como Tomic solo podía tener el
efecto de restarle votos a la izquierda, lo que a su vez abría mayores
posibilidades de triunfo para la candidatura de la derecha.[8]
11.
Por lo tanto, la revolución social que el Programa de la UP planteó
como necesaria y se comprometió a llevar a cabo, respondía bien a la
naturaleza estructural de la crisis en que se debatía el país y el
problema clave que había que resolver para hacerla posible era, como lo
señalaba el PBG, el del traspaso del poder de las clases explotadoras a
las clases explotadas[9].
¿Qué es lo que esto significa? Que en toda sociedad de clases el poder
es, en definitiva, la capacidad de alguna de ellas para organizarla de
acuerdo al proyecto histórico que corresponde a sus propios intereses,
proveyendo las normas jurídicas, instituciones políticas, criterios de
racionalidad económica y justificaciones ideológicas pertinentes. En
este caso, el proyecto de la UP buscaba expresar y hacer prevalecer los
intereses de la inmensa mayoría de la población que forma parte del
pueblo trabajador, privando de ese poder al minoritario pero influyente
grupo social que lo detentaba. Sin embargo, resultaba evidente que el
solo acceso al gobierno de las fuerzas políticas que actuaban como
representantes de los trabajadores estaba aún lejos de ser suficiente
para lograrlo. Es decir, que aún después de haber perdido el control del
gobierno, la burguesía y el imperialismo no habían sido privados de su
efectivo poder social y contaban todavía con variados y muy importantes
medios para preservar "aquellos privilegios de clase a los que jamás
renunciarán voluntariamente". Dando por sentada la complejidad del
problema, la pregunta clave entonces es ¿cómo en el marco de la
estrategia que orientaba el accionar de la UP éste podía ser
efectivamente resuelto? ¿Cuáles podían y debían ser los pasos e
iniciativas para lograrlo?
12. La necesidad de doblegar la
irreductible resistencia que opondrían la burguesía y el imperialismo,
con la activa ayuda de quienes en el plano político actúan como sus
representantes, amparados por el sistema legal y judicial vigente,
además de sus influyentes aparatos ideológicos y sus poderosos cuerpos
represivos, se alzaba así entonces, desde la partida, como su mayor
desafío, tornando completamente ilusoria la posibilidad de que ellos se
allanasen a aceptar verse desplazados pacíficamente del poder por un
simple veredicto democrático de la ciudadanía, aun en el evento de que
éste llegase a ser aplastantemente mayoritario.[10]
Para las clases dominantes se trataba de acabar lo antes posible con la
amenaza que para ella significó el triunfo de la UP en las elecciones
de 1970, como lo atestiguan ya las maniobras y acciones sediciosas
dirigidas a impedir que éste fuese ratificado por el Congreso Nacional.
Fracasados esos intentos, el empeño antidemocrático de las clases
dominantes se orientó entonces a reordenar sus fuerzas y a elaborar una
estrategia de más largo aliento para librar una lucha de hostigamiento y
desgaste que les permitiese contener y derrotar el proceso de cambios
que pretendía impulsar el nuevo gobierno. Todas las corrientes y grupos
políticos de la burguesía, desde la extrema derecha hasta los que
inicialmente formaban parte de la propia UP[11],
compartían ese objetivo y solo diferían en el modo de lograrlo.
Mientras el despliegue de una política de atrincheramiento y desgaste
centrada en el plano legal e institucional quedaba en manos de la DC[12]
y otros grupos menores, la derecha tradicional y los grupos fascistas
impulsaban frente al gobierno una línea de acción más clara y
directamente confrontacional, tendiente a desbordar ese escenario.
13.
En consecuencia, ya aun antes de ponerse en práctica, la estrategia de
la "vía pacífica al socialismo" -no la hipotética posibilidad de un
tránsito pacífico bajo condiciones históricas diferentes a las que
conocemos hoy, que es algo distinto-, parecía no descansar sobre una
base histórica y social realista. Representaba más bien un problema
parecido al de la cuadratura del círculo.[13]
Ello porque si bien las posibilidades de avance de las fuerzas
políticas que expresan los intereses del movimiento obrero y popular en
el seno de las instituciones electivas del Estado burgués eran
incuestionablemente reales, resultaban ser también limitadas y, por sí
mismas, insuficientes para superar su carácter de clase y establecer en
su reemplazo un Estado de los trabajadores, efectivamente democrático.
Incluso en el mejor de los casos, en el evento de que se hubiese logrado
por la vía de las urnas despejar el camino en las instituciones
representativas del Estado burgués, resultaría necesario doblegar aun la
resistencia que de todas maneras opondría la burguesía sobre el terreno
de las armas. Como lo atestigua toda la experiencia histórica, la
inevitabilidad de un enfrentamiento armado entre las clases por la
disputa del poder no es algo que dependa de los revolucionarios sino una
realidad que siempre ha sido impuesta, y de la manera más cruenta y
despiadada que sea dable imaginar, por las clases dominantes que se
aferran, con todos los inmensos medios de que disponen, a la defensa de
sus privilegios. No haber tenido esto debidamente en cuenta llevaría a
que la oferta de "una revolución sin costo social" se tradujese
finalmente en un enorme costo social sin revolución.
14.
¿Quiere todo esto decir que la experiencia que se iniciaba con el
triunfo electoral del 4 de septiembre de 1970 estaba inevitablemente
condenada al fracaso? Evidentemente que no. El desenlace de una
coyuntura histórica crítica como la que se produjo en Chile entre 1970 y
1973 no está en modo alguno predeterminado, sino que es algo que se va
definiendo de manera dinámica, a partir de los múltiples factores que
concurren a su formación, en el curso mismo de la lucha. Los escenarios
que se abren siempre ofrecen posibilidades y cursos alternativos de
acción a sus protagonistas y el resultado final dependerá ante todo de
la pertinencia de las decisiones que éstos tomen, de la firmeza con que
las lleven a la práctica y de la habilidad con que luego sepan
aprovechar las posibilidades asociadas a ellas. En toda coyuntura
crítica de esta naturaleza, el rol del liderazgo está llamado, por
tanto, a ser fundamental. De su clarividencia y decisión política, tanto
en el plano estratégico como táctico, dependerá en gran medida el
resultado de la lucha. En el caso de la experiencia de la UP lo que cabe
constatar es que ese liderazgo no logró anticipar con claridad el curso
que seguirían los acontecimientos y, ante las crecientes dificultades
que encaraba, optó por aferrarse a un diseño estratégico cuyas
posibilidades se encontraban ya agotadas, aun cuando con ello el
desarrollo de la lucha de clases lo conducía inexorablemente a una
situación de derrota, sin más salidas que la de resignarse a renunciar
clara y abiertamente al alcance revolucionario de sus objetivos
iniciales o verse violentamente desalojado del gobierno.
15.
Por cierto, esta no es una cuestión que pueda ser asumida como una
simple disquisición escolástica en torno a las virtudes y pertinencia
mayor o menor de tal o cual esquema, abstractamente concebido, sobre las
vías de acceso al poder (insurreccional, guerra prolongada, lucha
electoral). En tales términos se trataría, evidentemente, de un debate
mal planteado y por lo mismo completamente estéril, como también lo es
cuando se lo pretende circunscribir rígidamente a las posibilidades del
escenario y los procedimientos por los cuales había discurrido hasta
entonces la lucha política. Desde la perspectiva de los explotados, este
debate sobre las vías de acceso al poder no puede dejar de estar
situado sobre aquella tensión que se opera entre, por una parte, los
condicionamientos estructurales (económicos, sociales,
político-institucionales y aun culturales) a que se halla sometido de
hecho su accionar político contingente y, por otra, la imperativa
necesidad de superarlos a fin de poder realizar los ansiados objetivos
históricos emancipatorios que lo orientan. Se trata de identificar los
obstáculos que de momento lo impiden y los posibles cursos de acción que
permitirían removerlos a fin de avanzar hacia la realización práctica
de esa aspiración. No se trata, por tanto, de una elucubración puramente
general y abstracta sino de la necesidad de realizar un "análisis
concreto de la situación concreta", pero claramente intencionado, a la
vez, por la necesidad de abrir curso a la efectiva superación del estado
de cosas existente.[14]
Inconsistencia entre el programa y el curso estratégico asumido
16.
Examinemos algunos aspectos claves de lo acontecido. En 1970 la gran
mayoría del país se pronunciaba a favor de impulsar un proceso de
cambios dirigido a superar las seculares injusticias y desigualdades
existentes. Como dijimos, la campaña electoral se dio en un clima de
gran movilización social y la opción por los cambios cobró una expresión
electoral tanto en la candidatura de Allende como en la de Tomic[15].
En ese cuadro el gobierno de Allende, aprovechando las grandes
facultades que le otorgaba el sistema político presidencialista vigente,
comenzó a aplicar su programa económico con gran dinamismo, logrando
ampliar rápida y significativamente con ello su base social de apoyo.
Así lo evidencia el triunfo alcanzado por la UP en las elecciones
municipales del 4 de abril de 1971, con un poco más del 50% de los
votos. Y al cabo de su primer año y medio en La Moneda, ese empuje
inicial podía exhibir ya como grandes logros la nacionalización del
cobre, del hierro y del acero, del salitre y el yodo, la nacionalización
de la banca y de algunas importantes empresas de la industria
manufacturera, la distribución, los teléfonos, etc., todo lo cual
permitía avanzar en la configuración del Área de Propiedad Social (APS)
como eje central de la economía, al tiempo que el impulso dado a la
reforma agraria lograba acabar prácticamente con el latifundio. Junto a
tales reformas estructurales, la política económica de corto plazo,
especialmente a través de la política salarial y de precios, promovía
una significativa redistribución del ingreso a favor de los sectores
populares, incrementando fuertemente con ello la demanda de bienes
básicos.
17. Cabe señalar, sin embargo, que en la
conducción de su política económica, el gobierno de la UP tampoco
evidenció una suficiente claridad estratégica y unidad de propósitos.
Una muestra de ello es que, proponiéndose hacer realidad una apreciable
redistribución del ingreso, se apoyó para ello en una gran expansión del
gasto público, pero sin impulsar al mismo tiempo, desde su inicio, una
fuerte y progresiva reforma tributaria que, poniendo en el centro del
debate político el tema de la desigualdad social y la necesidad de
corregir esta situación mediante una efectiva transferencia de recursos
desde los sectores de altos ingresos, contribuyese a financiar ese mayor
gasto fiscal. Ello provocaría a poco andar un incremento mayor de la
demanda que de la oferta junto a un exceso de liquidez, generando
inevitablemente así desequilibrios que se tornarían cada vez más
difíciles de controlar y que serían hábilmente aprovechados por la
oposición al proceso de cambios al incentivar en una medida cada vez
mayor la práctica del acaparamiento y el mercado negro. Tampoco la
delimitación de las áreas de la economía contempladas en el programa fue
clara desde un principio, abriendo un nuevo campo de controversias al
interior del propio gobierno. Presionado por la pugna política desatada
en el parlamento en torno al tema, recién en noviembre de 1971 el
gobierno dio a conocer una lista de 91 empresas de las que se
contemplaba que 52 pasarían a formar parte del área de propiedad social y
las otras 39 al área de propiedad mixta.
18. En todo
caso, el ímpetu inicial de su política económica le permitió al gobierno
acumular fuerzas a su favor y ampliar las posibilidades de continuar
avanzando. Es claro, sin embargo, que esta propicia situación inicial no
fue aprovechada por el liderazgo de la UP para impulsar, conjuntamente
con la transformación de la estructura económica, una democratización
equivalente de la superestructura jurídico-política del Estado. Ello
habría permitido restringir de manera sustancial los márgenes de acción
de los partidos burgueses que, escudándose en las retrógradas normas e
instituciones vigentes, se empeñaban en frenar, dificultar y hacer
fracasar el proceso de cambios[16].
¿A qué obedeció esta decisión o, más bien, falta de decisión del
gobierno que, en definitiva, solo facilitó la cada vez más agresiva
labor obstruccionista desplegada por las instituciones y partidos
políticos de la burguesía? ¿Se trató sólo de un error de apreciación
circunstancial o de una opción acorde con una concepción
estratégicamente errónea? Planteado el problema en términos más
generales, ¿cómo preveía la dirección de la UP superar los obstáculos
políticos que se cruzaban en su camino a fin de llevar adelante la
transformación revolucionaria de la sociedad comprometida en su PBG?
¿Cómo se articulaban en su concepción estratégica de la "vía chilena"
los objetivos de corto plazo y las transformaciones estructurales
impulsadas por la política económica con el esfuerzo político orientado a
lograr la transformación del Estado y el traspaso del poder político a
manos de los trabajadores? ¿Qué relación cabía establecer entre ambos
planos?
19. Todo indica que en el seno de la UP no hubo,
más allá del marco de definiciones provisto por el PBG, una visión
consensuada en torno a estas cuestiones claves. Tanto al interior de la
UP como del conjunto de la izquierda se desarrollaron a lo menos dos
visiones distintas y contradictorias sobre el modo de encarar los
desafíos planteados en esa coyuntura crítica, a fin de lograr una
acumulación de fuerzas políticas que permitiera enfrentar con mayores
posibilidades de éxito la creciente ofensiva de la burguesía: una que
enfatizaba la profundización continua del proceso de cambios y que,
apelando claramente a los intereses del pueblo trabajador, buscase
apoyarse en una activa movilización popular; y otra que planteaba la
necesidad de morigerar el ritmo de los cambios a fin de abrir espacio a
un escenario de negociación y entendimiento con la Democracia Cristiana.
En otros términos, a lo largo de todo este proceso, coexistieron en el
seno de la izquierda, en una relación conflictiva aunque no siempre
claramente explicitada, una concepción de la acción política centrada en
potenciar la movilización directa de las masas, y otra que priorizaba
la búsqueda de acuerdos cupulares con un sector político burgués. Una
expresión clara de ello es la ya referida disociación que se constata
inicialmente entre el dinamismo y empuje de la conducción económica y la
parsimonia de la conducción política, cuya moderación le impide
aprovechar a fondo las posibilidades abiertas por el accionar de
aquella, y sin que alcance a percatarse tampoco de las funestas
consecuencias que finalmente esto tendría.[17]
20.
A partir del llamado “Cónclave de Lo Curro”, realizado a inicios de
junio de 1972, la acción del gobierno se va a encauzar más clara y
persistentemente hacia una búsqueda de un acuerdo con la DC con el
propósito de afianzar la gobernabilidad del país en el marco del sistema
jurídico-político vigente, algo a lo que dicho partido parecía
dispuesto a cambio de que se le asignase al quehacer gubernativo un
alcance mucho más limitado que el señalado en su Programa. El PC,
principal impulsor de esta orientación, la va a justificar en términos
tanto tácticos como estratégicos: en lo táctico, señalando que la
posición de la UP se estaba debilitando y que, en consecuencia, había
que centrar todos los esfuerzos en asegurar la estabilidad del gobierno
frente a la creciente amenaza de la contrarrevolución[18];
en lo estratégico, invocando la necesidad de anteponer al intento de
"iniciar la construcción del socialismo" una etapa histórica previa de
"democracia avanzada" como la que supondría la propia constitución del
gobierno de la UP[19].
En ese contexto, el interés en lograr un entendimiento con la DC -a
pesar del sello claramente proimperialista que había evidenciado en su
actuación política y su acción de gobierno y del cuadro de aguda
polarización política que ya se había configurado en el país[20]- se justificaba invocando el presunto carácter "pluriclasista" de dicho partido[21],
dado el significativo arraigo que éste había logrado alcanzar y que aún
conservaba en algunos sectores populares, y la existencia en su seno de
un ala "progresista".
21. En realidad, aunque aun cifraba
ciertas expectativas en su sector "progresista", el PC no ignoraba el
carácter burgués y proimperialista de la acción política impulsada por
la DC, ni el alcance estratégicamente limitado, puramente reformista, de
un posible marco de acuerdo con ella, a pesar de la retórica
revolucionaria que utilizaba para disimularlo. Pero estaba consciente de
la fragilidad de un proyecto de transformación social que carecía de
una capacidad de defensa propia, desconfiando además de la posibilidad
de crearla mediante un esfuerzo orientado en esa dirección. De allí que
su búsqueda de un entendimiento con la DC solo aspiraba a "consolidar lo
alcanzado", postergando para el futuro la posibilidad de seguir
avanzando. Por su parte, lo que guiaba a la DC en su conjunto era el
propósito de evitar a toda costa que en Chile pudiese prosperar un
proyecto dirigido a terminar con el capitalismo y el aparataje
institucional que lo sostenía. Es ese objetivo el que da coherencia a
todo su accionar, desde su inicial demanda del "pacto de garantías
constitucionales" como condición para ratificar la elección de Allende
en el Parlamento hasta el Acuerdo de la Cámara de Diputados del 22 de
agosto de 1973,[22] pasando por la formulación de su "estrategia de los mariscales rusos", su propuesta de "empresas de los trabajadores",[23]
su respaldo a los paros patronales de octubre de 1972 y julio de 1973,
su impulso a la ley de control de armas, etc. Por ello la DC no tenía
mayor interés en ayudar a la UP a salir del atolladero en que se
hallaba, a menos que estuviese dispuesta a capitular en toda la línea.
22.
En rigor, a la clase dominante le bastaba con aferrarse a la vigencia
de su Estado de derecho para impedir que el proceso de transformación
social contemplado en el PBG de la UP pudiese llevarse a cabo hasta el
final. Es por eso que la DC exige a Allende primero la firma del pacto
de garantías constitucionales y luego propone y hace aprobar la ley de
control de armas, cuya aplicación los mandos militares dirigen
directamente contra los trabajadores que se habían organizado para
defenderse de las bandas fascistas y no contra los grupos de
ultraderecha que a esas alturas realizaban atentados terroristas en
forma cotidiana. Y es eso también lo que explica que un sector de la DC
se opusiera al golpe del Estado, al estimar que esa salida era, además
de políticamente inconveniente, completamente innecesaria. Aludiendo a
los proyectos claves de la UP que aun esperaban ser tramitados por el
Parlamento, es eso justamente lo que le enrostra Leighton a Frei después
del golpe: "como teníamos mayoría suficiente para rechazarlos en la
votación general … quedaba en nuestras manos la salida democrática del
problema, descartando desde un comienzo la inevitabilidad de una
solución de fuerza"[24].
Sin embargo, la burguesía y el imperialismo no deseaban correr mayores
riesgos y presionaban por desembarazarse cuanto antes de un gobierno que
ya había afectado seriamente sus intereses y que, aun cuando no
incentivase directamente las acciones de masas que tendían a sobrepasar
los límites de la legalidad, las toleraba sin reaccionar.
23.
Por lo demás, la burguesía como clase se había autonomizado ya
ampliamente de la conducción de sus partidos y, por el contrario, le
imponía a éstos su propia agenda. Y una de las principales armas que
utilizó para hacer fracasar el proyecto de la UP fue el gran poder
financiero de que disponía para cercar al gobierno y "hacer crujir la
economía" con variados expedientes: fuga de capitales, paralización de
las inversiones y, sobre todo, elusión de los controles de precios
vigentes sobre los bienes de consumo básico incentivando el
acaparamiento y la creación del mercado negro. Estas actividades
ilícitas, junto con beneficiar directamente a quienes se involucraban en
ellas, anulaban las mejoras en la capacidad de compra alcanzadas
mediante los reajustes salariales al tiempo que dificultaban enormemente
la vida cotidiana de amplios sectores de la población, los que de
manera creciente terminaban responsabilizando al gobierno por esta
situación y dirigían contra él todo su enojo. Por su parte, los partidos
de la burguesía, desde las posiciones que ocupaban en el parlamento, y
con el cinismo que les caracteriza, cierran este círculo vicioso que
comienza a aprisionar cada vez con más fuerza a la economía al aprobar
los proyectos de presupuesto del gobierno sin el financiamiento
necesario, obligándolo a recurrir entonces a una emisión monetaria que
inevitablemente dispararía la inflación. Es en ese contexto de
crecientes dificultades para la propia población trabajadora que la
"estrategia de los mariscales rusos" comenzaba a cosechar sus frutos y
llevaba, evidentemente, todas las de ganar.
24. La
"insurrección de la burguesía" que se desarrolla entonces a lo largo de
este periodo crítico es fuertemente potenciada también por la acción
subrepticia desplegada contra las fuerzas de izquierda, aun desde antes
de su acceso a La Moneda, por las diversas agencias secretas del
gobierno norteamericano[25].
Si bien Washington tenía suficientes motivos económicos para
intervenir, relacionados con los intereses de las compañías de su país
afectadas por las nacionalizaciones, la razón principal de su activo
involucramiento en lo que sucedía en Chile era evidentemente político.
En primer término se trataba de impedir el surgimiento en la región de
una "segunda Cuba" que pudiese generar en ella una situación de gran
inestabilidad política. Pero, dado el carácter institucional del proceso
chileno y de las fuerzas políticas que concurrían a su gestación, la
Casa Blanca temía también que su ejemplo pudiese alentar experiencias
similares en países que son aliados estratégicos claves de EEUU en
Europa occidental, como Francia e Italia, en los que la existencia de
influyentes PC efectivamente abría esa posibilidad. Por lo tanto el
gobierno de EEUU se jugará a fondo, primero por impedir el acceso de
Allende a La Moneda y luego, al ver frustrado ese intento, por hacer
fracasar por todos los medios y acabar cuanto antes con el experimento
chileno de una "vía pacífica" al socialismo. Un accionar del
imperialismo que por lo demás no era algo novedoso para la izquierda
sino algo con lo que había que contar de antemano.
25. La
"vía chilena" se encontró así cada vez más entrampada por el cerco que
tendía a su alrededor la clase dominante, planteando ante el conjunto de
la izquierda la necesidad de definir el modo más apropiado para hacerle
frente y superarlo. Se abría ante ella la disyuntiva de ceder ante las
exigencias cada vez mayores de la ofensiva burguesa y abandonar en lo
inmediato el objetivo de desplazarla del poder o convocar al movimiento
obrero y popular a movilizarse para defender y profundizar el proceso de
cambios con una clara disposición a enfrentar y derrotar esa ofensiva
en todos los terrenos. Es precisamente esa disyuntiva, de alcance
estratégico, la que estuvo presente tanto en los debates del llamado
Conclave de Lo Curro como de toda la izquierda chilena en el ulterior
desarrollo de esa coyuntura crítica. Como ya vimos, la decisión que se
adoptó entonces fue la de echar pie atrás y poner límites a la
movilización social a fin de facilitar una negociación con la DC,
buscando impedir con ello que la confrontación social y política
continuase escalando. Se dijo que se había ido demasiado lejos,
sobrepasando incluso el propio programa de la UP, y se habló entonces de
la necesidad de "poner orden" en la economía. Pero ¿era posible hacerlo
desde la perspectiva de los intereses populares, sin haber logrado
alterar las relaciones de poder que hacen realmente gobernable un país?
En realidad, plantearse ese objetivo en el marco de una economía aun
regida por las leyes del mercado y con el propósito de consolidar el
sistema jurídico-político existente no significaba otra cosa que bajar
la guardia y dar por cancelado el proyecto de transformación social
definido por el PBG.
Lo inconducente de pretender nadar entre dos aguas
26.
A ojos vista, el talón de Aquiles de ese proyecto estaba en la ilusoria
pretensión de llevar a cabo una revolución pero sin que se
desencadenasen las turbulencias que son inherentes a toda revolución. Es
decir, en la suposición de que sería posible hacerlo solo amparados en
el veredicto de las urnas, es decir, en la legitimidad de las
autoridades legalmente constituidas como expresión de la voluntad
soberana del pueblo, real fundamento de todo orden democrático. Y de que
ello, junto con el estricto respeto a la legalidad, bastaría para "atar
de manos" a la burguesía y al imperialismo para así poder desplazarlos
del poder sin que éstos pudiesen reaccionar con verdaderas posibilidades
de éxito. Pero ¿era esto algo realista? Porque, como dijimos, lo que
dicha pretensión pone inevitablemente en el centro de la lucha política
es la cuestión del poder político, es decir, de la capacidad de coerción
ejercida desde el Estado para imponer las normas y decisiones que hacen
gobernable el conjunto de la vida social. Sin embargo, la "política
militar de la vía chilena" consistía solo en confiar en que los mandos
militares, al menos en su gran mayoría, se mantendrían apegados a la
Constitución, con pleno respeto a las facultades que ésta otorga a las
autoridades electas por el pueblo. Ello a su vez exigía que el propio
accionar del gobierno se mantuviese encuadrado en ese marco, sin
intentar erosionar en lo más mínimo la aparente prescindencia política y
cohesión de las instituciones armadas. Se confiaba, en suma, en
continuar avanzando hasta lograr una efectiva transformación del
carácter de clase del Estado por un camino que se evidenció, finalmente,
carente de realismo.
27. En consecuencia, esta
inconsistencia básica entre el programa comprometido y el camino elegido
para concretarlo colocó a la UP y a su gobierno en un impasse que solo
abría una perspectiva de derrota. De allí surgían las tensiones que se
vivieron entonces al interior de la izquierda y que continúan dando
lugar, hasta el día de hoy, a dos lecturas frontalmente contrapuestas
sobre lo que había que hacer y no se hizo y, en consecuencia, sobre las
causas de la derrota. En dichas miradas, que aunque encontradas
coinciden en señalar la radical inconsistencia que caracterizó a la
política de la UP en su conexión con la realidad, se resume la antigua
controversia, que recorre prácticamente toda la historia del movimiento
obrero y popular, entre reforma y revolución. En efecto, para unos el
error estuvo en la ilusoria pretensión de ir más allá de lo que la
correlación de fuerzas políticas permitía, planteándose metas que no
eran alcanzables y que solo respondían a un cierto fundamentalismo
ideológico, en lugar de haberse limitado a generar un gran acuerdo con
"el centro" para avanzar hacia una mayor democratización del país. Para
otros, el gran error de la UP consistió en tratar de poner freno a la
movilización social, pese a ser ésta su principal punto de apoyo y el
terreno clave para alterar a su favor la correlación de fuerzas, a fin
de persistir en el vano intento por alcanzar un entendimiento con
cúpulas políticas refractarias a que el proceso de cambios pudiese
avanzar a una efectiva y profunda democratización del país como la
contemplada en el programa.
28. La característica
distintiva de una política que corresponda a los intereses no solo
inmediatos sino también históricos de los explotados, es la de
orientarse a hacer de éstos su sujeto protagónico. Es así, por
definición, una política esencialmente plebeya, claramente centrada en
el objetivo de desarrollar y fortalecer la conciencia, la organización y
la lucha de la clase trabajadora. En términos estratégicos, ella se
desarrolla como una interacción dialéctica entre lo históricamente
necesario -y por lo tanto potencialmente posible- y aquello que en lo
inmediato parece constituir el límite de lo efectivamente posible. En
consecuencia, ella vehiculiza una tensión permanente, en que las tareas
del momento presente cobran su real significación por la conexión que
guardan con los objetivos de la revolución que definen su perspectiva
estratégica, buscando transformar lo que aun solo existe en potencia en
realidad política efectiva. ¿Cuál es el escenario en que se libra esa
lucha? Sin lugar a dudas, la conciencia colectiva de aquellas masas
trabajadoras que constituyen la inmensa mayoría de la población. El
empeño por elevar los niveles de conciencia, organización y movilización
de las masas se evidencia, así, como centro y motor de la lucha
revolucionaria. De una conciencia que se sitúa no tanto en el terreno de
un proyecto político claramente definido y asimilado, que es algo que
por lo general solo logra motivar a sus sectores de vanguardia, sino
simplemente de las percepciones, experiencias, creencias y sentimientos
que le permiten configurar su identidad y reconocer sus intereses de
clase, empujándola a actuar en un sentido definido.
29. En
la lucha entre explotados y explotadores, la correlación de fuerzas se
modifica precisamente en la medida en que lo hace, en un sentido u otro,
la conciencia colectiva de las amplias masas populares con relación a
sus intereses y objetivos de clase, en que se alteran sus niveles de
organización y disposición de lucha, su percepción del carácter de los
diversos liderazgos políticos. En suma, en la medida en que gana terreno
su confianza, optimismo y disposición a extender y profundizar sus
luchas o bien su escepticismo, derrotismo y resignación. Por lo tanto,
un esfuerzo dirigido a modificar la correlación de fuerzas en una
perspectiva revolucionaria supone el despliegue de una persistente labor
dirigida, ante todo, a transformar la energía potencial de la
aplastante mayoría explotada en movilización y lucha real, no solo ni
principalmente en un terreno electoral sino en todas las formas de
acción que resulten efectivamente necesarias. De una labor que logra sus
objetivos cuando los explotados cobran una clara conciencia de sus
intereses inmediatos y de la necesidad de movilizarse unidos en contra
de sus enemigos de clase. Una conciencia de clase que para la mayoría
quizás no se logra plasmar aun en una clara idea del socialismo como
proyecto histórico, pero que se traduce en la creación y fortalecimiento
de organizaciones de lucha de las masas trabajadoras que hacen suyas y
se movilizan por las más sentidas demandas del momento.
30.
El horizonte visual de una política reformista es completamente
distinto, quedando fuera de él la posibilidad misma de una revolución.
En primer término es una política que privilegia las tratativas y los
acuerdos de carácter cupular, y cuyos sujetos protagónicos son, en
consecuencia, los propios aparatos partidarios, cuyos escenarios
naturales de actuación suelen ser los espacios institucionales en que se
halla articulado el sistema político en el Estado burgués. El contenido
de la política se reduce, así, tanto a las disputas y eventuales
acuerdos que se dan en ese marco. La relación de los aparatos con las
masas del pueblo, convertidas en mera fuerza de apoyo y de maniobra,
sobre todo en el terreno electoral, es una relación de sesgo
autoritario, regida por fines de control y encauzamiento. Desde esta
perspectiva, la correlación de fuerzas y el marco de posibilidades que
ella ofrece es la que se opera exclusivamente en el terreno
político-institucional en el que actúan esos aparatos, a partir de los
respaldos electorales con que cada uno de ellos, o coalición de ellos,
pueda contar. Por lo tanto, la tensión entre lo necesario y lo posible
tiende a desaparecer en beneficio de lo que en ese cuadro cupular de
relación de fuerzas se reputa como meramente posible. El reformismo
siempre se viste, entonces, de un presunto "realismo" que dice encarnar
la sensatez política, en contraposición al “voluntarismo”, políticamente
aventurero e intelectualmente inconsistente, del “ultraizquierdismo”,
cuyo accionar solo le haría el juego al enemigo.
31.
Pero lo cierto es que un "realismo" que se ciñe a lo establecido carece
de todo impulso transformador. En efecto, partiendo del supuesto de que
un cambio en la correlación de fuerzas en un sentido revolucionario -es
decir en el terreno de la movilización social y no reductible al
escenario electoral- es algo imposible, solo se tendrá como resultado
una profecía autocumplida, cuyos magros resultados serán luego
justificados como "la medida de lo posible". Porque el logro de los
objetivos que las condiciones históricas señalan como necesarios no es
algo que vaya a ocurrir de manera automática, ni aún en las
circunstancias más favorables, sino que dependerá de que efectivamente
se adopten las iniciativas que se evidencian políticamente necesarias
para alcanzarlos. Desde luego, el marco de posibilidades abiertas no es
algo arbitrario, sino que se halla condicionado por el desarrollo
histórico anterior, el carácter de la época, el peso de las tradiciones y
de las formas de conciencia precedentes, etc. Pero tampoco es algo
rígido e inamovible, sino dinámico y cambiable a través de un accionar
deliberado y consciente con arreglo a fines. No obstante, si en una
situación de profunda crisis social se asume la lucha política
considerando que, aunque un cambio revolucionario sea la manera adecuada
de superarla, es algo imposible de lograr, ni siquiera se intentará
alcanzar ese objetivo. Esa ha sido siempre la actitud característica del
reformismo al sonar la hora de una revolución.[26]
32.
Visto desde una perspectiva revolucionaria, resultaba completamente
ilusorio que un proyecto de profunda transformación social como el
contemplado en el PBG pudiese llevarse a cabo en un clima de relativa
paz social y política, ya que la reacción de las clases dominantes lo
impediría. Esto dejaba planteados desde su inicio a lo menos dos
problemas estratégicos que necesitaban ser adecuadamente abordados y
resueltos. Primero, el del diseño y despliegue de una línea de acción
política consistente con el objetivo propuesto, que en las condiciones
de aguda confrontación de clases que se desencadenaría, hiciera posible
incrementar el respaldo popular al proceso de transformación social en
curso a fin de lograr una correlación de fuerzas claramente favorable
para continuar impulsándolo. ¿Era políticamente razonable suponer que
ello podría lograrse actuando exclusivamente a la defensiva, invocando
la legitimidad del gobierno y el imperio del Estado de derecho, frente a
la creciente insurrección de la burguesía? Segundo, que en la misma
medida en que se lograse contar con la fuerza social y política
necesaria para avanzar se tornaría cada vez más probable, y aun
inevitable, un desplazamiento de la lucha de clases hacia el escenario
de una confrontación armada. En consecuencia, ello planteaba la
apremiante necesidad de asegurar una capacidad de defensa militar de las
posiciones ya conquistadas a fin de asegurar la irreversibilidad del
proceso. ¿Era políticamente razonable presumir que esa capacidad de
defensa militar sería finalmente provista, sin su quebrantamiento, por
los propios aparatos represivos anteriormente constituidos por el Estado
burgués?
33. Con relación al primero de estos problemas,
es muy claro que prevaleció en la UP una concepción cupular de la
política y por lo tanto de los escenarios y medios a través de los
cuales resultaría posible lograr una correlación de fuerzas favorable a
su accionar. Sin embargo, junto con limitar severamente sus objetivos
esto tampoco permitía frenar la ofensiva golpista desencadenada por la
burguesía. ¿Era posible concebir de un modo distinto la lucha por
alterar la correlación de fuerzas? Ya hemos señalado que sí, aunque ello
implicaba reconocer que la lucha de clases había desbordado ya, por
ambos lados y de manera irreversible, el cauce de la "vía chilena",
poniendo en cuestión los encuadres cupulares de la política
institucional. El favorable cambio en la correlación de fuerzas que se
operó entre el 4 de septiembre de 1970 y el 4 de abril de 1971, a solo
siete meses de la elección y cuatro de haber asumido el gobierno, lo
ilustra claramente. Ese cambio se debió a la adhesión que suscitó en una
amplia franja de la población el proyecto y enérgico accionar del
gobierno, desplazando significativamente hacia la izquierda el apoyo del
electorado.[27]
Algo parecido es lo que sucedió en Rusia en 1917 entre febrero y
octubre. La correlación de fuerzas operó allí un rápido vuelco a favor
de la revolución no como producto de acuerdos o componendas cupulares
sino porque las demandas agitadas por los bolcheviques lograron calar
hondo en las amplias masas obreras y populares por sintonizar con sus
más sentidos intereses y aspiraciones: ¡Paz, Pan y Tierra! ¡Todo el
poder a los soviets!
34. Esa apelación directa al accionar
de las masas trabajadoras es, justamente, el sello característico de
una política revolucionaria. Pero, como ya hemos dicho, es eso lo que el
curso acordado en el Conclave de Lo Curro descartó de manera tajante,
buscando desalentar la acción desplegada de manera espontánea por las
masas trabajadoras para hacer frente a la ofensiva reaccionaria. Es por
eso que al momento de surgir los cordones industriales y otros gérmenes
de poder popular suscitaron la inmediata desconfianza de los sectores
dominantes de la UP y del gobierno, quienes solo vieron en ellos un tipo
de iniciativas de carácter "ultra" que escapaban a su control. Sin
embargo, estos organismos no surgieron como una creación artificiosa de
las corrientes revolucionarias de la izquierda, sino como resultado de
una espontánea reacción de autodefensa de los propios trabajadores de
los diversos emplazamientos fabriles ante la desquiciada ofensiva
política desatada por las organizaciones patronales en octubre de 1972.
Si bien la mayor debilidad de estos organismos fue no disponer de una
efectiva capacidad de defensa en el plano militar -como fue por ejemplo
el caso de los comités de soldados surgidos, en otras condiciones, en
1917 en Rusia y en 1919 en Alemania-, lo cierto es que permitieron
potenciar notablemente la movilización de los trabajadores sobre el
terreno político en una situación crisis como la que se vivía entonces
en Chile, hasta el punto frustrar el objetivo de los paros patronales
que buscaban paralizar el país.
35. En efecto, los
cordones industriales lograron organizar y movilizar a un importante
segmento de trabajadores que, por pertenecer a empresas de menor tamaño,
habían dispuesto hasta entonces de una escasa capacidad de negociación,
permaneciendo en muchos casos al margen del movimiento sindical
organizado en torno a la CUT. Además, por esa misma razón, las empresas
en que laboraban no estaban contempladas en los planes de
nacionalización del gobierno ni se contemplaba para ellos una
participación efectiva en la gestión y control de las mismas. Es por
ello que la política reformista predominante en la UP, temiendo que la
acción de los cordones pudiese desbordar los marcos previstos por la
política económica del gobierno, contrapuso inicialmente de manera
artificial el liderazgo de la CUT al surgimiento y desarrollo de estos
organismos de poder autónomo de las masas, llamando a que los
trabajadores se limitasen a reconocer esa conducción y a apoyar, junto a
ésta, la acción e iniciativas del gobierno. Es decir, buscaron promover
un accionar de los trabajadores desprovisto de autonomía e iniciativa
propia. Toda la retórica sobre la movilización de masas con que el
reformismo adornaba su política se reducía en términos prácticos a
aquello. Sin embargo, el propio curso de los acontecimientos obligó al
gobierno a reconocer y valorar la gran contribución prestada por los
cordones industriales a la derrota de los paros patronales, pero sin
allanarse a hacer del desarrollo del poder popular el centro y motor de
su política.
36. El resultado de la elección parlamentaria
del 4 de marzo de 1973, que en medio de la difícil situación que se
vivía entonces le permitió a la izquierda obtener casi un 44% de los
votos e incrementar el número de sus parlamentarios, da clara cuenta del
enorme potencial de lucha radicado en quienes se mostraban dispuestos a
sostener e impulsar el proceso de cambios en curso. Esa votación no
solo desbarató el objetivo que se habían propuesto los partidos de la
burguesía, que buscaban obtener en ambas cámaras los cuórums necesarios
para destituir de su cargo al Presidente de la República, sino que
evidenció una robusta tendencia de la izquierda a incrementar sus
fuerzas. En efecto, en 1970 Allende había obtenido poco más de un millón
de votos, mientras que sumada la votación de Alessandri y Tomic se
llega a una cifra del orden de un millón ochocientos cincuenta mil
votos. En marzo de 1973 la UP alcanzaba una votación del orden de un
millón seiscientos mil votos mientras que los partidos burgueses
agrupados en la CODE obtenían alrededor de dos millones de votos. Si la
comparación se efectúa con la elección municipal de abril de 1971 es
evidente que la oposición había logrado una recuperación importante,
pero muy inferior a sus expectativas, mientras que la UP había logrado
incrementar en alrededor de doscientos mil votos su votación. En gran
medida estos resultados se explican por el enorme incremento de la
franja de votantes por primera vez, al haber entrado en vigor la rebaja
de la edad mínima para tener derecho a sufragio, de 21 a 18 años. La
alta votación obtenida por la izquierda entre los más jóvenes da clara
cuenta de su enorme potencial de lucha.
37. Ante ello la
burguesía redobló su propósito de lograr cuanto antes el derrocamiento
de Allende, pero éste persistió en sus intentos de lograr un acuerdo con
la DC que, a su vez, comenzó a demandarle como condición, de una manera
cada vez más decidida, una capitulación total.[28]
Si bien Allende no estuvo dispuesto a ello, ya que lo habría llevado a
tener que reprimir la movilización popular, al empecinarse en limitar su
accionar a la defensa de la legalidad para intentar contener de ese
modo la ofensiva golpista de la burguesía colocaba a la UP y a su
gobierno en una situación que se tornaba cada vez más insostenible. Era
una orientación que, ni permitía apaciguar el cada vez más desbordado
encono de las clases dominantes, intensamente comprometidas ya en un
accionar subversivo, ni tampoco prepararse para hacerles frente con
razonables posibilidades de éxito. De hecho, ello implicaba aferrarse
una política meramente reformista, abandonando la pretensión de abrir
camino a la transformación revolucionaria de la sociedad chilena
comprometida en el PBG, con la ilusión de poder contener así a la
contrarrevolución en marcha. Pero, a esas alturas, la única salida
posible para encarar la aguda crisis política existente consistía en
decidirse a pasar de la "guerra de posiciones", que como planteo
estratégico ya había dado de sí todo lo que podía dar, a una "guerra de
movimientos",[29]
preparándose para hacer frente con mayores posibilidades de éxito a la
decisiva prueba de fuerza que se veía venir de manera inevitable en un
futuro no demasiado lejano. Una opción que, obviamente, implicaba
allanarse a reconocer el fracaso de la "vía chilena" al socialismo.
38.
¿Qué suponía y qué posibilidades de éxito tenía el decidirse a operar
ese viraje estratégico dictado por las circunstancias? Estando a la
orden del día la cuestión de la toma del poder la resolución del
problema del armamento del proletariado pasa a ser, obviamente, una
cuestión clave. Pero evidentemente no se trata de concebir la inminente
prueba de fuerzas como un enfrentamiento entre un pueblo prácticamente
desarmado contra un ejército bien armado y fuertemente cohesionado. Así
planteado el problema no tendría, por cierto, ninguna posibilidad de ser
resuelto favorablemente y solo cabría reconocer la validez del
reclamado "realismo" del enfoque reformista. Pero se trataría de un
problema mal planteado. En una importante medida la lucha por el poder
es también una lucha por el control de las tropas que en una situación
revolucionaria no pueden dejar de estar también fuertemente
influenciadas por lo que la lucha política ha puesto efectivamente en
juego. Un ejemplo, entre otros, que puede ilustrar lo que en este
terreno es efectivamente posible lo muestra el caso de la revolución
iraní, que en 1979 logró derribar una dictadura fuertemente represiva y
largamente sostenida en un poderío militar aparentemente
incontrarrestable. Allí la firme decisión de lucha del pueblo, guiado
por un liderazgo decidido a no transar con sus enemigos, logró minar la
cohesión de los aparatos represivos, neutralizando a una parte de las
FFAA y arrastrando a otra a su lado, pudiendo emerger así vencedora de
la prueba de fuerzas decisiva.
39. Por otra parte, como
también lo evidencia la experiencia histórica, la correlación de fuerzas
que es dable observar en el escenario electoral no es trasladable a los
demás escenarios de la lucha de clases. Además, mientras la batalla
electoral culmina con la elección misma, por su misma continuidad y
dinamismo la lucha de clases en torno al poder puede llevar a
situaciones muy variadas desde la de un desenlace rápido a una impasse
prolongada. Las fuerzas que se configuran en los diversos escenarios son
también distintas: en una elección solo la franja de ciudadanos
inscritos, con gran peso de las "mayorías silenciosas" de sesgo
conservador, excluyendo a los más jóvenes que por su edad no tienen aun
derecho a voto; en cambio en una lucha directa por el poder las fuerzas
en lucha están constituidas principalmente por las generaciones más
jóvenes, que suelen ser también las menos conservadoras. En todo caso lo
cierto es que en una situación como la que convulsionaba entonces al
país lo que estaba planteado de un modo cada vez más acuciante era
decidirse a desplegar un mayor y más decidido esfuerzo por comprometer a
los miembros de las FFAA y Carabineros en la defensa no solo de la
legalidad, transformada ya en un campo de intensa disputa, sino del
propio proceso de cambios.[30]
Por lo demás, eso era justamente lo que la reacción estaba haciendo a
la vista y paciencia de todos, realizando continuos atentados
terroristas, llevando la deliberación a los cuarteles, organizando entre
los altos mandos una corriente decididamente golpista y escudando su
accionar en la ley de control de armas para empujar a los indecisos y
neutralizar toda posible resistencia. Esto terminaría por inclinar al
grueso de sus efectivos hacia el bando que actuaba con mayor decisión.
40.
Lamentablemente no existió un accionar en modo alguno equivalente por
parte de las fuerzas de la izquierda agrupadas en la UP, aunque las
condiciones prevalecientes lo reclamaban en forma perentoria. En el
plano político solo el MIR y algunos grupos revolucionarios menores
desplegaron una labor de propaganda dirigida a las tropas. Y también
surgieron, de manera espontánea, algunas valiosas pero aisladas
iniciativas de apoyo militar al proceso de cambios en el propio seno de
las FFAA. Pero al no contar con el respaldo del liderazgo principal todo
ello resultaba claramente insuficiente. A pesar de ello, los golpistas
esperaban encontrar una resistencia mucho mayor al golpe. Por algo,
cuando este fue ya un hecho consumado, los soldados y carabineros
comprometidos en él recorrían las calles portando brazaletes o pañoletas
para poder distinguirse de eventuales fuerzas militares adversarias. Y
muchos fueron los soldados que, por la incapacidad de la izquierda, se
vieron forzados a obedecer a los golpistas a pesar de que habrían estado
gustosos de tener una oportunidad real de luchar contra ellos. Los
testimonios aportados por muchos de los marinos antigolpistas muestran
fehacientemente lo mucho que era posible haber hecho para organizar en
el seno de las FFAA la defensa militar del proceso. El día mismo del
golpe, la izquierda ni siquiera logró mantener en el aire una voz capaz
de convocar y organizar algún tipo de resistencia, sellando con ello su
derrota. Lo único que ese día el liderazgo de la UP pudo legar a la
posteridad fue la digna actitud con que Allende decidió encarar a los
golpistas.
4 de septiembre de 2020
Conclusiones
- El que una alianza política que proclamaba abiertamente su voluntad de llevar a cabo una revolución social para terminar con el capitalismo e iniciar la construcción del socialismo ganase una elección presidencial era de por sí más que suficiente para que las clases dominantes se empeñasen en impedir por todos los medios que ella pudiese consumar sus fines. De allí que los intentos de golpe comenzaran aun antes de que esa coalición diera inicio a su gobierno. Todo lo que se diga después para justificar la guerra declarada por el imperialismo y sus aliados internos contra ese proyecto, que culmina con el derrocamiento del gobierno, no son más que intentos de legitimar un accionar político antidemocrático.
- Más allá de cualquier deseo, el triunfo electoral de la UP en 1970 abría inevitablemente una situación de confrontación frontal entre las clases en torno al poder. Carecía de todo realismo suponer que las clases dominantes aceptarían ser desplazadas gradual y pacíficamente del poder. Por ello mismo, las clases subalternas no tendrían más opción que desplegar una acción dirigida a conquistarlo de manera efectiva para poder realizar y consolidar su anhelado proyecto de emancipación y transformación social. La lucha en torno a ese objetivo planteaba, en consecuencia, la necesidad de evidenciarse capaz de diseñar y actuar en conformidad a una línea de acción que fuese efectivamente congruente con él.
- Esto significa que el desenlace de la aguda crisis política así abierta dependía básicamente de la lucidez y la audacia que fuese capaz de exhibir el liderazgo de las fuerzas que aspiraban a alcanzar las posiciones de poder necesarias para consolidar, extender y profundizar sus conquistas, y no de los factores y circunstancias que aleatoriamente pudiesen haber llegado a incidir en el curso de los acontecimientos. Así, por ejemplo, la presencia o ausencia de tal o cual personaje en una posición clave como la Comandancia en Jefe del Ejército, no basta para explicar el comportamiento de quienes formaban parte de esa institución, ni menos para determinar el curso general de los acontecimientos y su desenlace.
- La causa fundamental de la derrota de la UP es que no basó su accionar en una estrategia que fuese efectivamente congruente con los objetivos revolucionarios contemplados en su programa. Por el contrario, tras haber proclamado su voluntad de terminar con el dominio del imperialismo, el gran capital y el latifundio sobre la vida económica del país, permitió que la iniciativa pasara a manos de la reacción y se aferró luego, de manera tozuda, a una línea de acción que no se orientó a intentar su derrota, sino a contener y apaciguar el enfrentamiento de clases a través de un ilusorio acuerdo político con los sectores presuntamente democráticos y progresistas del bloque en el poder.
- Aquella era una orientación completamente falta de realismo. Desde el momento en que se produjo el triunfo electoral de la UP en 1970, la gran burguesía y el imperialismo se decidieron a actuar sin esperar a que fuesen sus representaciones políticas tradicionales las que les dictasen el modo de hacerlo y sin atenerse tampoco a las reglas del juego establecidas por la constitución. Ello acrecentó el protagonismo directo de la clase dominante sobre la arena política, imponiendo en ella un clima cada vez más beligerante que, al desbordar y erosionar su tradicional marco político-institucional, disminuía en esa misma medida también el rol y la eficacia de los procedimientos políticos tradicionales.
- Solo una eventual renuncia a los objetivos centrales del programa abría la posibilidad de tornar factible el camino de reformas graduales a que se aferraron tercamente Allende y la UP. Pero la pretensión de abrir una vía inédita al socialismo, confiando en la solidez, flexibilidad y neutralidad de clase de las instituciones jurídico-políticas existentes, incluida la norma de prescindencia política y obediencia al poder civil de las FFAA, no solo carecía de realismo sino que colocaba a la UP en una situación de inminente derrota. Al no decidirse a pasar a la ofensiva, la izquierda no fue capaz de hacer frente a la violencia reaccionaria, confirmando con ello que quien hace revoluciones a medias no hace más que cavar su propia tumba.
Bibliografía
Altamirano, Carlos (1977) Dialéctica de una derrota, Siglo XXI, México, 300 p.
Bitar, Sergio (1979) Chile 1970-1973, Asumir la historia para construir el futuro, Pehuén, Santiago, 389 pp.
Guevara, Ernesto (1967) "Mensaje a la Tricontinental", en Obra revolucionaria, Era, México, pp. 640-650.
Insunza, Jorge (1971) “Nuevos problemas tácticos”, Principios N°138
Magasich, Jorge (2019) Testimonios de militares antigolpistas, Biblioteca Nacional de Chile, Santiago, 1300 pp. Disponible en
Marini, Ruy M. (1976) El reformismo y la contrarrevolución, Era, México, 250 pp.
Merino, José Toribio (1998) Bitácora de un Almirante, Andrés Bello, Santiago, 537 pp.
Millas, Orlando (1972) "La clase obrera en las condiciones del Gobierno Popular", El Siglo, 5 de junio
Orrego, Claudio (1972) “La elección presidencial de 1970: aclarando responsabilidades y descubriendo estrategias”, Política y Espíritu, N°332, Mayo, Santiago
Poulantzas,
Nicos (1977) "El Estado y la transición al socialismo", Entrevista
realizada a Nicos Poulantzas por Henri Weber, disponible en
Tapia, Jorge (1975) "Sobre la factibilidad y el fracaso de la vía chilena al socialismo”, disponible en
Unidad Popular (1969) Programa Básico de Gobierno, disponible en
Vuskovic, Pedro (1976) “Política económica y poder político”, Obras escogidas sobre Chile (1964-1992), CEPLA, Santiago, 1993, pp. 241-272.
[1] Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular, Introducción, Puntos 1 y 9.
[2]
En rigor, toda experiencia histórica es única e irrepetible por lo que
el debate sobre la estrategia que se puso a prueba en Chile en el
periodo 1970-73 concierne más propiamente a la "vía pacífica al
socialismo" postulada en 1956 en las resoluciones del XX Congreso del PC
de la Unión Soviética y asumida luego por la mayoría de los PC, visión
que era compartida también por Allende y otros sectores de la UP. Una
visión que, como lo enfatizó el propio Allende en su primer mensaje
presidencial, se proponía abrir un camino hasta entonces inédito al
socialismo, cuestionando de hecho aspectos claves de la teoría marxista
del Estado.
[3]
Tal era, básicamente, la posición sostenida por Bernstein a fines del
siglo XIX, la cual fue sometida a una rigurosa crítica por Rosa
Luxemburgo en su trabajo de 1899 titulado Reforma o revolución.
[4]
Sin duda los tonos de tales descalificaciones varían por su mayor o
menor grado de beligerancia, pero en todos los casos impiden una
consideración y debate racional en torno a los grandes problemas que el
análisis de esta experiencia plantea.
[5] Tales fueron los términos en que la dejó planteada en 1967, en su Mensaje a la Tricontinental, el Ché Guevara.
[6]
La reforma agraria era de fundamental importancia para el logro del
objetivo propuesto porque la modificación de la estructura de propiedad
de la tierra hacía posible modernizar su explotación elevando
significativamente la productividad agrícola. Ello permitiría alcanzar
varios objetivos en el plano económico: 1) incrementar la competitividad
de la industria al desplazar parte de la fuerza de trabajo agrícola
hacia las ciudades y reducir el costo de los alimentos (bienes-salario) e
insumos agrícolas, todo lo cual tendría un impacto positivo sobre sus
costos de producción; 2) ampliar la demanda de los productos
industriales en las zonas rurales; 3) reducir la necesidad de importar
alimentos y eventualmente generar también excedentes agrícolas
exportables.
[7]
Ese apelativo aludía al de "chirimoyos", que era la expresión popular
para denominar a los cheques sin fondo. El paro nacional fue convocado
por la CUT para el 23 de noviembre de 1967, dejando un saldo de siete
trabajadores muertos y otras decenas de heridos como resultado de la
represión desencadenada por el gobierno. Esta era la segunda vez que
bajo el mandato de Frei una protesta obrera culminaba de esta manera. El
11 de marzo de 1966 se había producido ya una masacre en el mineral de
El Salvador, con 8 muertos y más de 40 heridos, a consecuencia de un
paro de los trabajadores del cobre. Posteriormente, el 9 de marzo de
1969 ocurriría una nueva masacre durante el periodo de gobierno de la
DC, esta vez de pobladores sin casa en Puerto Montt, con un saldo de 11
muertos y más de 70 heridos.
[8]
Como lo reconoció entonces el líder conservador Francisco Bulnes
Sanfuentes, fue esa situación la que también hizo que, una vez producido
el triunfo de Allende, las fuerzas políticas de la burguesía finalmente
descartaran la opción de forzar una nueva elección para impedir el
acceso de la izquierda a La Moneda.
[9]
"Las fuerzas populares y revolucionarias no se han unido para luchar
por la simple sustitución de un Presidente de la República por otro, ni
para reemplazar a un partido por otros en el Gobierno, sino para llevar a
cabo los cambios de fondo que la situación nacional exige sobre la base
del traspaso del poder, de los antiguos grupos dominantes a los
trabajadores, al campesino y sectores progresistas de las capas medias
de la ciudad y del campo", Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular.
[10]
Para la acostumbrada y prepotente política intervencionista del
imperialismo un veredicto electoral de esa naturaleza solo equivalía a
la "irresponsabilidad de un pueblo", como lo señaló altanera y
desembozadamente entonces el poderoso Secretario de Estado de
Washington, Henry Kissinger. Basta observar a este respecto lo sucedido
en Venezuela después del acceso de Chávez al gobierno. Cuando en abril
de 2002 se produjo el golpe en su contra, Chávez había ganado ya dos
elecciones presidenciales con porcentajes del orden del 56% y 60% de los
votos y dos referéndums con porcentajes del orden del 88% y 72%. Y
luego de frustrada esa intentona, la clase dominante no cejó jamás en su
empeño por terminar a como de lugar con la experiencia chavista.
[11]
Este es al menos el caso del sector del Partido Radical liderado por
personajes como Alberto Baltra, Luis Bossay y Eugenio Velasco que se
escindió de ese partido a mediados de 1971 para fundar el Partido de
Izquierda Radical (PIR), el cual continuó formando parte de la UP hasta
abril de 1972, cuando finalmente la abandona y pasa a formar parte de la
oposición al gobierno.
[12] Respondiendo a las críticas que le formula la derecha, a través de un artículo publicado en la revista Política y Espíritu
Claudio Orrego, uno de los ideólogos de ese partido, explica el
accionar desplegado por la DC desde el triunfo de Allende de acuerdo a
un diseño que él bautiza como la "estrategia de los mariscales rusos".
Esta denominación alude a la manera cómo el ejército ruso hizo frente en
su momento a la invasión de las tropas napoleónicas: no dando de
inmediato una batalla frontal al enemigo, en el momento en que éste es
más fuerte, con sus contingentes cohesionados y animados por una alta
moral de combate. Era preferible dejar entonces que el enemigo avanzara,
limitándose a defender solo lo esencial, que en este caso era el orden
constitucional y legal vigente. "Mientras tanto el enemigo es
hostilizado para desgastarlo, para desorganizarlo, para dificultarle
su avance, para desmoralizarlo; pero sin presentarle nunca la batalla
final … hasta que se acerca el invierno y comienzan a caer las primeras
nieves. Es esa la hora para la primera gran batalla y para la ofensiva
final".
[13]
Es decir, un problema que se muestra insoluble, como lo es el de la
cuadratura del círculo, al menos según las normas y procedimientos de
los antiguos griegos.
[14]
Si sobre la base de ese "análisis concreto de la situación concreta" se
logra definir una estrategia consistente para orientar el accionar
político, los eventuales errores en que se incurra serán de carácter
meramente táctico u operativo. Si en cambio, estando planteada la lucha
por el poder, se asume un curso estratégico equivocado, no cabe derivar
el inevitable fracaso a que ello conducirá de meros “errores” de ese
tipo sino a lo políticamente estéril que ha resultado ser el propio
planteamiento estratégico. Así, por ejemplo, en una estrategia que
prevea como uno de sus elementos centrales la inevitabilidad de una
disputa por el poder político real, como capacidad de imposición
coercitiva en términos de clase, el desafío que esto conlleva para su
política militar difiere sustancialmente del de una estrategia en que la
inevitabilidad de esa disputa no se encuentre presente.
[15] Aun cuando, evidentemente, el contenido de fondo de ambos programas no era equivalente.
[16]
El entonces Secretario General del PS Carlos Altamirano (1977:220) ha
sostenido que tras la elección municipal de abril de 1971 "el Partido
Socialista planteó con insistencia la convocatoria a un plebiscito,
entendiendo claramente que aquella coyuntura colocaba al movimiento
popular ante la situación de conquistar nuevas posiciones
institucionales, en la lucha por el control del aparato estatal. Era la
única posibilidad, desde el interior del aparato estatal, de ganar una
nueva cuota de poder, de diseñar nuevas reglas de juego a tono con la
correlación de fuerzas emergentes". Sin embargo, dicha posibilidad fue
descartada por la UP y su Gobierno.
[17]
El principal conductor inicial del equipo económico del gobierno, Pedro
Vuskovic, ha señalado a este respecto (1976:271) que "una de sus
consecuencias fue que no se advirtiera con la fuerza y la oportunidad
debidas la inevitable transitoriedad de algunos resultados positivos, y
hasta espectaculares, de la política económica en su primera etapa, los
que ofrecían bases objetivas favorables -pero no necesariamente
duraderas- para avances importantes en la consolidación del poder
político".
[18]
En un artículo titulado "La clase obrera en las condiciones del
Gobierno Popular", fechado el 5 de junio de 1972, Orlando Millas explica
así la posición del PC: "Lo característico de la coyuntura de hoy en
nuestra experiencia es que la correlación de fuerzas ha sido afectada,
en contra de la clase obrera y del Gobierno Popular, por errores
políticos y económicos que podemos resumir diciendo que constituyen
trasgresiones al programa de la Unidad Popular. Cabe, entonces, poner el
acento en la defensa del Gobierno Popular, en su mantenimiento y en la
continuidad de su obra. Sería funesto seguir ampliando el número de los
enemigos y, por el contrario, deberán hacerse concesiones y, al menos,
neutralizar a algunas capas y determinados grupos sociales, enmendando
desaciertos tácticos".
[19]
Entre los muchos juicios esgrimidos por los dirigentes del PC para
defender esa perspectiva, destaca por su claridad el siguiente de Jorge
Insunza publicado a principios de 1971: "Hoy en día la legalidad, si
bien tiene doble carácter, juega en Chile principalmente en favor del
movimiento popular, dado que como hemos dicho el sector del poder
estatal que hemos conquistado es el que tiene mayores atribuciones.
Usando bien y audazmente este poder es posible modificar radicalmente la
sociedad chilena, a condición de hacer pesar sobre las estructuras
estatales donde influyen todavía fuerzas reaccionarias y conservadoras,
la fuerza del pueblo movilizado" (“Nuevos problemas tácticos”, Revista
Principios N°138). Pero lo cierto es que, al ignorar el rol de sus
cuerpos armados y la ideología dominante en sus altos mandos, este
planteo sobre el “doble carácter” de la legalidad vigente contradecía
tanto la realidad de los hechos como la teoría marxista del Estado,
presumiendo el carácter neutro de este aparato desde un punto de vista
de clase. En cuanto a la necesidad de “hacer pesar sobre las estructuras
estatales … la fuerza del pueblo movilizado”, el problema es que es
justamente eso lo que el PC, en la ilusoria búsqueda de un entendimiento
con la DC, se resistió a impulsar. De allí su insistencia en acusar a
la "ultraizquierda" de crearle problemas al gobierno al apelar,
precisamente, a "la fuerza del pueblo movilizado".
[20]
Polarización que ya había provocado un realineamiento final de las
fuerzas políticas, impulsando, por una parte, al sector "tercerista" de
la DC a salir de ese partido para constituir la Izquierda Cristiana e
incorporarse a la UP y, por la otra, la salida del PIR de la UP para
sumarse a la oposición frontal al gobierno de Allende.
[21]
Cabe recordar que no es este el modo en que desde el marxismo se ha
acostumbrado a definir el carácter de clase de una corriente política ya
que a partir de la composición social de su militancia prácticamente
todos los partidos resultarían ser, en diversos grados,
"pluriclasistas". Asimismo, y a pesar su rol político efectivo, con ese
criterio habría que considerar como partidos genuinamente "obreros" a
aquellos que, como el laborista británico o la socialdemocracia alemana,
cuentan con una militancia compuesta en su inmensa mayoría por
trabajadores. En rigor, lo que realmente define el carácter de clase de
un partido o corriente política es, como ya lo advertía Lenin, la
correspondencia que guardan su programa y su práctica política con los
intereses históricos de alguna de las clases en conflicto.
[22]
Este acuerdo -un pronunciamiento dirigido al gobierno y a los altos
mandos de las FFAA y Carabineros y que posteriormente fue utilizado para
justificar el golpe- que acusaba al Presidente de la República de haber
incurrido en un "grave quebrantamiento del orden constitucional y legal
de la República", surgió de un entendimiento entre las directivas del
PDC y del PN, siendo votado favorablemente por todos los diputados de la
DC, incluidos aquellos que formaban parte de su sector "progresista".
[23]
Las "empresas de trabajadores" fue la propuesta con que, apelando al
interés individual de éstos, la DC buscó socavar su apoyo a la
socialización de las grandes empresas.
[24] Carta de Bernardo Leighton a Eduardo Frei Montalva de fecha 22 de abril de 1975.
[25]
Como es sabido, este accionar ha sido ampliamente acreditado por las
investigaciones realizadas en los propios EEUU, siendo la más
ampliamente conocida la llevada a cabo por el Comité del Senado de ese
país presidido por el senador Frank Church.
[26]
Basta recordar, como un ejemplo ya clásico de este tipo de
comportamientos, las aprensiones y fuerte oposición que suscitó en
importantes líderes bolcheviques el viraje revolucionario propugnado por
Lenin a su llegada a Rusia en abril de 1917.
[27]
En efecto, la votación de la izquierda en la elección municipal del 4
de abril de 1971 se incrementó en casi un 14% con respecto a la obtenida
siete meses antes por Allende, elevándose a poco más del 50%. La DC en
cambio experimentó una pequeña merma de alrededor de 1,5% de su caudal
electoral mientras que el de la derecha se redujo en 13 puntos en
comparación con la votación lograda por Alessandri. ¿Cómo interpretar lo
sucedido? Todo indica que la votación de la UP creció a expensas de una
franja del electorado que en 1970 votó por Tomic, y que la DC logró
compensar esa pérdida a expensas de la derecha, es decir, gracias a una
derechización de su base electoral.
[28]
La insistencia en lograr un entendimiento con la DC se evidenciaba
carente de todo realismo político toda vez que, cuando éste estuvo más
próximo a concretarse, tras unas trabajosas negociaciones desarrolladas a
mediados de 1972 entre el gobierno y la directiva de ese partido
presidida por Renán Fuentealba, en las que se había llegado a acuerdo
sobre los principales puntos en conflicto, éste finalmente no fue
ratificado por el PDC debido a la oposición que encontró en su seno de
parte del sector freísta.
[29]
Tales fueron los términos utilizados por Gramsci para abordar el debate
sobre los posibles diseños estratégicos alternativos en la lucha por el
socialismo.
[30]
Las variadas iniciativas espontáneas que efectivamente se dieron entre
en el seno de los cuerpos armados, sobre todo en sus rangos inferiores
-la más significativa de las cuales fue la que se produjo entre la
marinería-, indican las posibilidades ciertas de haberlo hecho. En las
entrevistas realizadas por Jorge Magasich (2019) son numerosos los
relatos en tal sentido. Resulta igualmente indicativo a este respecto el
mensaje que, aludiendo en sus memorias a lo ocurrido en la noche de la
elección presidencial, dice haber recibido el Almirante Merino (1998:73)
del Servicio de Inteligencia Naval: "En varios cuarteles del Ejército,
Fach y buques y reparticiones de la Armada se han oído gritos de 'Viva
el compañero Allende', cada vez que se da información de cómputos".
https://www.alainet.org/es/articulo/208805
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