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sábado, 12 de septiembre de 2020

Fiskiadas



“Los periodistas tenemos que ser parciales del lado de la justicia” suele subrayar Robert Fisk, el viejo corresponsal de guerra en Medio Oriente y columnista de The Independent (y colaborador de La Jornada). “¡La idea de darle ‘el espacio igual’ a los dos antagonistas es ridícula! Si estuvieras escribiendo sobre la trata de esclavos en el siglo XVIII –decía en una entrevista− no les estarías dando el mismo espacio al capitán del barco esclavista y a los esclavos. Si estuvieras presente en la liberación de un campo de exterminio nazi, no le darías el tiempo igual al vocero de la SS; irías a hablar con los sobrevivientes y escribirías sobre las víctimas” (bit.ly/3h8OOwC). Siguiendo a Amira Haas, la decana del periodismo israelí (bit.ly/32b9DDx), que igualmente pone en cuestión la noción de la objetividad, también para él el periodismo ha de servir ante todo para monitorear y desafiar al poder (bit.ly/35kfFDM). Así que cuando Adam Shatz en un viejo, encontrado por azar y por otro lado apasionante ensayo sobre trampas y desafíos de reportear desde el Medio Oriente (bit.ly/3jQdcok) remarcó que el cri de coeur fiskiano suele dificultar esta tarea –aparentemente su parcialidad del lado de la justicia entra en la categoría de llamados partidistas y falta de objetividadsustituyendo la rabia por el entendimiento y la denuncia por el análisis (sic) y que sus libros –particularmente Pity the nation (1990) sobre la guerra civil en Líbano− carecen de otras voces más allá de la suya, algo sonó un poco fuera de tono.
El problema no sólo que los, al final, legítimos (cada uno escoge estilo de reportear que le agrada) sentimientos de Shatz, un lúcido editor del London Review of Books, parecen hacer un simple eco a las rutinarias críticas a Fisk, uno de los periodistas más atacados mundialmente, entre otros, por su estilo personal y/o bombástico –en la blogosfera el término fiskear ( fisking), derivado de los habituales modos de cuestionar su credibilidad, fue acuñado para denominar un tipo poco honesto de crítica interlinear y punto por punto calculada para ridiculizar a toda costa al atacado−, sino que al insistir en la omnipresencia de la voz de Fisk (que, bueno sí, suele hablar mucho...), ignoran precisamente −y/o no aguantan la prueba del tiempo: han sido expresadas al final ya hace tiempo− la heterogeneidad de voces que Fisk incluye en sus crónicas, como las recientes p.ej. sobre:
• Siria y su guerra civil, un conflicto tan lleno de torceduras (bit.ly/2GCkA8y9), dónde aquel corresponsal habló con todos, menos con al-Assad bit.ly/3iczmkq), incluyendo los simples militares sirios (bit.ly/2R3jQeO), las voces ausentes en los medios dominantes que preferían hablar con los radicales militantes islamistas (ISIS et al.) que curiosamente en todo el mundo eran malos y sólo en Siria eran buenos.
• Líbano, su país de adopción desde 1976, atrapado y convulsionado por una crisis sin fin (bit.ly/2ZDhJDh) y protestas (bit.ly/3k05FDv) que nunca curiosamente ganaron tanta simpatía o legitimidad, como p.ej. las de Hong Kong, y que recientemente ha sido golpeado por la tremenda explosión en Beirut (bit.ly/2FaBzym).
• Israel y Palestina dónde Fisk no sólo habla con los críticos de la ocupación como la mencionada Amira Haas o Gideon Levy (bit.ly/2FllohH), los simples refugiados palestinos y víctimas de Nakba (bit.ly/3k6hrfT), sino también con los colonos israelíes (bit.ly/3lZYAoA) que, dicho sea de paso, con sus propias palabras desnudan la perversidad y falsos alegatos del proyecto colonial sionista mejor que cualquier crítico.
Es más, yo digo que sólo un periodista con un buen oído y sensible a las voces de otros –y encima uno comprometido con desmantelar las narrativas oficialistas ( vide: “ desafiar al poder”) respecto p.ej. a la olvidada guerra en Yemen que combina tragedia, hipocresía y farsa (bit.ly/2ZcMM8n), al Medio Oriente en general junto con interminables afanes del Occidente de liberarlo y los clichés y las banalidades con las que se acostumbra hablar de él (bit.ly/3heJmbJ) o los acontecimientos en torno al 11/S estadunidense (bit.ly/334buJv) del cual hoy es el aniversario− era capaz de captar y censurar puntualmente p.ej. el modo de cómo con la pandemia del Covid-19 llegó también la infección del lenguaje (toda una avalancha de analogías y comparaciones históricas sin ningún rigor usadas para describirla) que ocasionó una verdadera infestación, contaminación y destrucción de la semántica y que más que esclarecer ayudaba sólo a aislar el significado y trivializar la crisis (bit.ly/335AVu6). Al criticar la verdadera pandemia de obsesión periodística con el Covid-19, Fisk apuntaba con ironía: “Que Dios nos libere tanto de los clichés como del virus. Puede ser que creo en el peligro de la ‘segunda ola’ –hoy ya un cliché en sí mismo– pero la segunda ola de clichés seguramente disminuirá nuestro lenguaje, nuestra semántica, nuestras meras maneras de comunicarnos” (bit.ly/3m3xVas). Yo digo que esto se llama ser parcial del lado de la justicia del lenguaje.
En fin. También a Kapuściński, otro gigante del periodismo e igual un antiguo corresponsal de guerra, que solía decir que “no existe tal cosa como ‘la objetividad’”, también le llovieron las críticas.

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