La sucesión acelerada y vertiginosa de acontecimientos a raíz de la pandemia obliga a pensar en tiempo real
los alcances y las contradicciones de un fenómeno multidimensional y
que hunde sus raíces en el proceso civilizatorio de los últimos dos
siglos. Aún sin la maduración y consumación de los procesos y sin el
reposo suficiente de las ideas, la humanidad se enfrenta al desafío de
plantear cuestionamientos y de esbozar posibles respuestas de cara a la
vorágine que desnuda la vulnerabilidad y fragilidad de las poblaciones.
Súbitamente, todo fue
eclipsado y petrificado, y no precisamente por la presencia intempestiva de un
agente patógeno. El coronavirus SARS-CoV-2 y el confinamiento global es la condensación de una crisis sistémica ecosocietal de larga duración entreverada con
múltiples crisis precipitadas mediante las decisiones políticas y corporativas
que aceleran la inviabilidad social del capitalismo en su faceta rentista,
extractivista y regida por el fundamentalismo
de mercado.
En esta crisis sistémica ecosocietal se entrecruzan o amalgaman el colapso
climático con la acumulación por despojo y el extractivismo; la extrema riqueza
con la extrema pobreza, la desigualdad, la marginación y la indigencia; la
escasez inducida de alimentos y las posibilidades de hambruna; la vorágine de
la alta tecnología con la exclusión y retención de los frutos del progreso
técnico; y el declive de las hegemonías con la emergencia de renovados
liderazgos en el sistema mundial.
Aunque reflexionar en torno a
fenómenos emergentes supone desafíos relacionados con la sorpresa, el azoro y
el desconcierto que éstos concitan entre los observadores y analistas; o bien,
empañar la mirada con la tendenciosidad ideológica y las posturas
ético/normativas, que anteponen preferencias, buenos deseos y hasta principios
políticos absolutos e irrealizables. Se impone la confusión epocal y la incapacidad para fraguar nuevas
significaciones en torno a la cambiante y vertiginosa realidad social y para
imaginar escenarios alternativos de sociedad. Ello no es asunto menor porque,
en última instancia, incide –para bien o para mal– en el proceso de toma de
decisiones y en el diseño y ejercicio de las políticas públicas.
Pese al advenimiento e
instauración de la era post-factual,
con su consustancial pulsión del botón de las emociones y la visceralidad,
tiende a trivializarse el ejercicio del razonamiento en la vida pública. La
reflexión fundamentada y sistemática se torna fútil y se subordina a las
pasiones exaltadas, al prejuicio y al negacionismo de los hechos. Con la crisis epidemiológica global, la primera
víctima es la verdad. Lapidada por el miedo, el pánico, la discriminación y el fin de las certidumbres, la verdad en
tiempos de pandemia es sustraída de los discursos; al tiempo que la reflexión
–hecha desde el pensamiento crítico– es diezmada y hasta desterrada.
Con la post-verdad se pretende
modelar la opinión pública; así como banalizar la importancia de los datos y
los hechos en aras de convertir a las audiencias en seguidores de una causa
ideológica. Es la exacerbación de los sentimientos y la supremacía de las emociones para subordinarlas al individualismo hedonista propio del fundamentalismo de mercado y del
social-conformismo.
Entonces, reflexionar –desde
el pensamiento crítico– en torno a la pandemia no solo es un imperativo
intelectual; un mero ornato para cultivar la vanidad del postureo academicista en medio del desamparo y la incertidumbre. El
ejercicio de la reflexión razonada, sistemática y accesible para amplias
audiencias y lectores es parte del uso
público de la razón, que tiene como finalidad el crear posicionamientos que
iluminen el comportamiento de la convulsa realidad social; al tiempo que ofrece
referentes para incidir en las decisiones públicas, en los cursos de acción y
en la posible solución de los problemas públicos.
Desatado el vendaval del
riesgo y la incertidumbre; asediada la humanidad por la vulnerabilidad y el
miedo; exacerbada la desigualdad social y la pauperización; asaltada la razón
desde las entrañas y la emoción pulsiva; vilipendiada la verdad y entronizada
la industria mediática de la mentira,
no es una labor fácil detenerse en el camino, mantener la ecuanimidad y
allegarse del lenguaje necesario, de los conceptos y de las categorías mínimas
para comprender e interpretar fenómenos emergentes y que cimbran las
estructuras mentales. Que en ese contexto la razón y el oficio de la reflexión
salgan avantes, no es tarea sencilla; más porque como individuos somos parte de
esos fenómenos estudiados y no estamos exentos de la ansiedad, la incertidumbre
y la exposición al pánico de cara a eventuales riesgos a que se expone la salud
física y mental.
En el ámbito del pensamiento y
la reflexión, no solo incide el virus que origina la epidemia, sino también el
virus ideológico que gesta la desinfodemia
(https://bit.ly/31emwwl) que encubre o
silencia las causas últimas de la crisis
epidemiológica global, así como los flagelos sociales (https://bit.ly/39U4CkG) y
los náufragos o víctimas de la pandemia (https://bit.ly/3h34gv7).
Subyace en todo ello una construcción mediática
del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu)
que entraña múltiples intereses creados detrás de la gran reclusión. De cara a ello, la palabra corre el riesgo de
perder valor y de trivializarse en el proceso de construcción de
significaciones y referentes conceptuales.
El tratamiento mediático de la
pandemia contribuye a la perpetuación –y a la reconfiguración funcional– de las
estructuras de poder, riqueza y dominación a partir de la instauración del
virus del miedo. La “verdad” la construyen quienes controlan la comprensión de
los fenómenos y quienes imponen ciertos puntos de vista –la mayoría de las
veces sin argumentos fundamentados– entre las audiencias y lectores. De ahí la
urgencia de anteponer la reflexión meditada, aunque persistan riesgos e
insuficiencias al pensar en tiempo real
de cara a un fenómeno escurridizo y multidimensional que posa ante nuestros
ojos de manera desestructurada e inacabada. Se trata de procesos y fenómenos
macroliminales que desbordan la mirada del observador y que –a su vez– marcan
la pauta de una ruptura histórica que redunda en una crisis en las formas de
pensar, concebir, representar, sentir e imaginar la realidad social.
Este carácter multidimensional
de las manifestaciones e impactos de la pandemia se suscita en el conjunto de
las sociedades e incide en sus estructuras, instituciones y estilos de vida. De
ahí que sea posible concebir a la pandemia como un hecho social total (noción introducida desde la sociología y la
antropología), que lo mismo tiene implicaciones sanitario/epidemiológicas, que
políticas, institucionales, económicas, psicológicas, ecológicas, geopolíticas,
mediáticas y semánticas. La misma intensificación de los procesos de
globalización amplifica e irradia a escala planetaria, de manera sincronizada y
en tiempo real los impactos de la pandemia. El carácter infeccioso del
coronavirus SARS-CoV-2 no se comprende sin la transcontinentalización de las
relaciones sociales y sin la irradiación de flujos globales de personas,
mercancías, capitales, simbolismos, información, conocimientos, bienes
ilícitos, y hasta riesgos de distinto tipo. Los viajes aéreos
transcontinentales y la misma industria turística acelera esta irrestricta
movilidad de individuos, y ello conlleva múltiples riesgos en las sociedades
receptoras.
En lo político/institucional,
con la pandemia las relaciones de poder y dominación se afianzan, continúan
nutriéndose de la desigualdad, y construyen la forma de resarcir la legitimidad
y el consentimiento entre los ciudadanos. Sembrado el miedo e incentivado el
pánico entre la población, las tentaciones autoritarias y totalitarias afloran
y se fundamentan en la mentira y en la necesidad de los ciudadanos de sentirse
protegidos. El sector público, por su parte, no solo se muestra inoperante y
postrado ante la pandemia (https://bit.ly/2BZBegv),
sino que muestra las falencias de la retracción de sus funciones en materia de
bienestar social –especialmente en el rubro de los servicios sanitarios y de
los cuidados. Súbitamente y recurriendo al instinto de la reacción, del “Estado
mínimo” se transitó al Estado sanitizante
o higienista en aras de anteponer la protección de la integridad física
respecto a las libertades fundamentales. La lapidación que sobre el Estado se
cierne es la del hiper-endeudamiento y la de la transferencia de riquezas
públicas a manos privadas de una clase empresarial y rentista. Serán motivo de
reflexión minuciosa las nuevas funciones que desplieguen los Estados en el
mundo de la post-pandemia.
En cuanto al proceso
económico, la urgencia de ejercer la reflexión razonada y sistemática tiene que
enfatizar en los orígenes y causalidades del vendaval que desató o está por
desatar la crisis económica. Si esta reflexión no hunde su mirada en la crisis
estructural y sistémica del capitalismo, será difícil comprender la génesis,
alcances e impactos de la pandemia. La crisis
epidemiológica global se incubó en la crisis
ecosocietal del capitalismo y en la implantación y profundización del fundamentalismo de mercado como mantra
incuestionable de las políticas públicas. La pandemia y su magnificación
mediática funcionan como una excusa o una coartada que justifica la inducción
de una crisis –y de una posible depresión– económica de gran alcance donde los
principales náufragos serán los miembros de la clase trabajadora, que
experimentarán un avasallamiento con el desempleo masivo, el colapso de sus
salarios y la pauperización de los pobres y de las clases medias que laboran en
el sector servicios. Esta macro crisis económica redundará en una
re-concentración y re-centralización de la riqueza y los capitales, así como en
una mayor polarización y asimetrías en las estructuras de poder y acumulación
de capital.
Lo que exacerba la crisis
económica de larga duración no es, en sí, la epidemia y un agente patógeno
microscópico que invade –como muchos otros virus y bacterias lo hacen– a los
organismos humanos, sino que es el confinamiento
global lo que contrae la demanda agregada y rompe las cadenas de
producción. Esto es, con la incertidumbre y el pánico sembrados, la praxis
económica sale de su cauce hasta alcanzar niveles de colapso. Si los sistemas
internacionales de producción integrada y sus cadenas globales de producción y
suministros son frenados de golpe, la creación de valor se expone a mermas. Lo
que ocurre en la economía mundial desde los meses de febrero/marzo del presente
año es una suspensión de las actividades comerciales que reduce la demanda
masiva de bienes y servicios. Si ello ocurre, entonces la producción se detiene
y aumentan los niveles de desempleo; y con la clase trabajadora despojada de
sus puestos de trabajo, el círculo vicioso se amplifica con la caída del
consumo. De ahí el argumento nuestro respecto al carácter inducido –fruto de
decisiones concretas, sean gubernamentales y/o corporativas– de esta nueva fase
de la crisis económico/financiera mundial.
Los ajustes sociales se
radicalizarán en este contexto de colapso económico, y el campo laboral será
inundado por las aguas nocivas del hiper-desempleo, la mayor flexibilización y
la precarización de las condiciones de trabajo. La robotización y la
inteligencia artificial –con su consustancial trampa de la sobreproducción y la
sobreacumulación– afianzará la noción de una sociedad de los prescindibles donde la clase trabajadora será –lo
es ya– el principal náufrago.
Tener un panorama completo
sobre la esfera del proceso económico y las contradicciones radicalizadas en
tiempos de pandemia, sería una labor de reflexión incompleta si no se toman en
cuenta la cotidianidad de los ciudadanos y, particularmente, sus ansiedades,
angustias, temores y demás trastornos mentales y emocionales. La fragilidad, la
vulnerabilidad y el miedo, afloran como vendaval no solo por la presencia de un
virus infeccioso, sino por la incertidumbre ante un panorama económico y
laboral adverso que se dirige al precipicio del desempleo masivo y la
suplantación de la fuerza de trabajo a través de una mayor tecnologización del
proceso de producción. La sutileza de la reflexión precisa de una amplia
valoración y estudio respecto a los impactos emocionales o psicológicos
derivados de la pandemia.
A su vez, la pandemia hace
evidente la exacerbación del colapso climático y las contradicciones de la
relación sociedad/naturaleza (https://bit.ly/3fCNJfz).
El predominio de un patrón de producción y consumo extractivista y basado en la
agricultura y ganadería extensivas, no solo devasta la naturaleza y los hábitats
originarios de los animales, sino que borra las fronteras entre éstos y el ser
humano. Rotas esas fronteras y alterados los hábitats, la migración de agentes
patógenos es una constante, y la exposición de organismos humanos dotados de
sistemas inmunitarios debilitados hace el resto. Solo un ejercicio de reflexión
y estudio sistemático desde la ecología política y los saberes ambientales
alternativos nos ayudarían a comprender estas complejas e intrincadas
relaciones contradictorias.
También es necesario no perder
de vista la dimensión geopolítica (https://bit.ly/2Nqyc6X)
en la reflexión sistemática relativa a la pandemia. Las relaciones económicas y
políticas internacionales experimentan una aceleración con la crisis epidemiológica global. Tomar el
pulso a esos acontecimientos es fundamental para comprender la correlación de
fuerzas y las transformaciones del mundo contemporáneo. Entonces, se presenta
la urgencia analítica de ir más allá de las posiciones maniqueistas que –a raíz
de la diseminación global del virus– enuncian “Estados Unidos versus China”, o
“China versus Estados Unidos”, según quien lo profiera. No existe tal lucha
hegemónica frontal entre esas dos naciones –al menos mientras el señor Donald
Trump ostente el cargo de Presidente y persistan sus posturas antibelicistas–;
lo que se perfila es la creación de un abigarrado dispositivo de control
geopolítico y geoeconómico regido por un triunvirato o una hegemonía tripolar compartida protagonizada por China, Estados
Unidos y Rusia, con amplias alianzas estratégicas entre ellos y con naciones
como la India, Israel, el Reino Unido, entre otras. En este escenario, las
élites plutocráticas globales experimentaran reconfiguraciones y reacomodos
profundos, a partir de la reestructuración del mercado mundial tras la
consolidación de un nuevo patrón tecnológico basado en las llamadas “energías
limpias” y en un Green New Deal, así como en la robotización, la inteligencia
artificial, y en el Internet de las cosas movido por la llamada 5G.
Como ya se introdujo en
párrafos anteriores, la industria
mediática de la mentira –fundada
en las pulsiones emocionales, el pánico y el negacionismo de las causas
profundas de los fenómenos– conduce a
una tergiversación semántica que
desdibuja la representación de la realidad y la gestación de significaciones
apropiadas para la comprensión e interpretación de los problemas públicos. La construcción mediática del coronavirus
está en función de las relaciones de poder y del patrón de acumulación que se
perfila, pero –a su vez– es un dispositivo de control y disciplinamiento que
pende sobre la mente, las conciencias, la intimidad y los cuerpos. Es, también,
un mecanismo de simulación, encubrimiento, invisibilización y silenciamiento de
los flagelos sociales que corren a la par de la pandemia, así como de sus
potenciales víctimas y náufragos. Con la tergiversación
semántica se perfila un destierro de
los ciudadanos respecto al espacio público a medida que el confinamiento global recluyó a amplios
segmentos de la población mundial y los inmovilizó respecto a su participación
en las decisiones públicas.
Un tema delicado que no es
viable desdeñar en la reflexión sobre el manejo de la pandemia se relaciona con
la entronización de la comentocracia en
los mass media como falsos especialistas sanitarios. Supuestos periodistas y
analistas camuflados, suplantan y usurpan el ejercicio profesional de
inmunólogos, virólogos, epidemiólogos, infectólogos, alergólogos y neumólogos;
y hasta se atreven a realizar diagnósticos, prescripciones y recomendaciones
médicas, en lo que sería una artera negligencia
masiva de facto y una dictadura
mediática de la simulación sanitaria.
Algunos especialistas en
inmunología como Beda M. Stadler (https://bit.ly/2WqSUc7),
en el contexto del consenso pandémico
y refiriéndose a la lógica que sigue el Covid-19 exclusivamente en Suiza,
señala que no se trata de un virus nuevo, pues guarda relación con el SARS-CoV-1
identificado en China en el 2002; que es infundado asegurar que las poblaciones
humanas no cuentan con alguna inmunidad ante el coronavirus SARS-CoV-2; y que
es desmesurado asegurar que las personas que adquiriesen el Covid-19 o que,
incluso, infectasen a otros organismos, sean asintomáticos.
Aunado a lo anterior, la conspiranoía, que se hace pasar por
supuestas teorías de la conspiración –pero que no son más que enunciados
sobreideologizados–, genera –desde gobiernos, mass media y demás ideólogos y
charlatanes que se asumen representantes de perspectivas progresistas– una epidemia desinformativa y tergiversadora
sobre los fenómenos. “El virus chino”; “el coronavirus SARS-CoV-2 fue inventado
–y escapó– en un laboratorio de Wuhan”; “el virus fue inoculado en China por
militares estadounidenses que acudieron a un torneo deportivo en Wuhan”; “la
red inalámbrica 5G se usa para propagar el virus”; “las campañas de vacunación
son parte de una conspiración oculta para implantar microchips entre la
población” y que “Bill Gates tiene intereses espurios en ello”, son solo
algunos de esos enunciados falsos y sin sustento que circulan por la plaza pública digital y el ciberleviatán. Ignorancia, virus
ideológicos, desinformación, desconfianza y negacionismo, se amalgaman para
intentar explicar –con base en el prejuicio– problemas públicos que tienen
causalidades profundas. Se remite con estos discursos ideológicos de la
conspiración a fuerzas oscuras, ocultas y profundas que mueven los hilos del
mundo. A partir de allí, se instalan actitudes de suspicacia y recelo respecto
a las instituciones estatales, que tienen sus raíces en la era del desencanto y la desilusión (https://bit.ly/2ZKkZgg)
que caracteriza a la crisis de la
política (https://bit.ly/2OdSmBL) como
praxis para la construcción de soluciones en torno a los problemas públicos.
Esta conspiranoía se funda en narrativas simples, digeribles y
maniqueistas, que pretenden construir un sentido sobre los acontecimientos y
encontrar responsables directos de sus efectos negativos (generalmente “seres
tenebrosos y malvados” que “actúan en secreto” y tras el trono). Se asume, sin
acierto, que las élites políticas y corporativas están dotadas de ultra poderes
que no es posible cambiar porque debajo de ellos existen masas amorfas
manipuladas, sin criterio y sin posibilidad de crítica. Estas ideologías de la
conspiración contribuyen, en parte, a la autocomplacencia y al
social-conformismo, tan arraigados en las sociedades contemporáneas. De ahí la
urgencia de anteponer el pensamiento crítico ante un virus semántico e
ideológico como éste.
En suma, apelar a la reflexión
razonada y sistemática no es un ejercicio baladí, ni carente de sentido. Es una
praxis que nos posiciona en el terreno respecto a la disputa por la palabra y
la construcción de significaciones con miras a representar la realidad y sus
problemáticas. Es una praxis que contribuye –directa o indirectamente– a la
(de)construcción del poder y a erosionar las estructuras de dominación que, hay
que decirlo, comienzan en el plano semántico y se extienden a las decisiones
públicas, la modelación del comportamiento y a la apertura de cursos de acción.
Desdeñar este potencial creador de la reflexión no solo pronuncia y perpetúa
las cegueras, los prejuicios, el negacionismo y la instauración de una era post-factual, sino que también
descarrila toda posibilidad de formación de una cultura ciudadana sustentada en
información válida y fiable que contribuya a nuevas formas de organización de
la sociedad.
Isaac Enríquez Pérez, Investigador, escritor y autor del libro La
gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo,
dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios
prospectivos (de próxima aparición).
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