Fuentes: Rebelión
No es casual que el informe de este año 2020 de Naciones
Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no haya
contado, siquiera, con una nota de prensa mundial, algo insólito. Los
ODS iban mal y la pandemia del covid-19 ha subrayado, con meridiana
claridad, las enormes deficiencias y limitaciones de esta Agenda 2030.
Hasta el punto que ya se está hablando en centros de investigación
internacionales de otra nueva “Agenda 2050” o incluso de “ODS plus” para
ampliar su contenido.
Y
es que hablar de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS) a la vista de la catástrofe ocasionada por el
coronavirus resulta ilusorio, ante una situación que ha demostrado,
de un plumazo, que eran una mera declaración de principios sin
anclaje con la realidad.
¿Qué
validez tiene una Agenda que se presenta como fundamental,
transformadora y universal, que es incapaz, ya no de anticipar, sino
siquiera de mencionar la posibilidad de una pandemia producida por un
virus, cuando en los últimos años se han vivido otras graves
emergencias sanitarias globales que no han sido mencionadas en los
ODS? Claro que no es sorprendente cuando la meta 3.8, referida a la
cobertura sanitaria universal incluye “la protección contra los
riesgos financieros”, en
el mismo objetivo 3 que se propone alcanzar una vida sana para todos.
Desde
la epidemia de ébola de 1994 en África Occidental, la humanidad ha
vivido otras cinco graves pandemias que, si bien, pudieron ser
controladas, plantearon serios problemas globales de salud a la
humanidad, sin mencionar otras muchas enfermedades víricas
extraordinariamente graves surgidas en animales que también han sido
una peligrosa amenaza para las personas: enfermedad de las vacas
locas, gripe aviar, peste porcina, VIH/SIDA de los monos y el ébola
del murciélago, entre otras. Sin embargo, unos ODS que se presentan
como infalibles y globales hasta el año 2030 ni siquiera tenían en
cuenta estas evidencias, planteando un mundo irreal de salud
universal gratuita, medicinas fácilmente accesibles, junto a
coberturas sanitarias y profesionales en todos los rincones del mundo
y para todos.
Pocas
cosas hacen más daño a la lucha contra la pobreza y la satisfacción
de necesidades básicas que proyectar mundos inexistentes a base de
escenarios que nada tienen que ver con la realidad que viven cientos
de millones de desheredados en todo el mundo. A lo largo de estos
meses hemos visto fosas comunes abiertas con rapidez en diferentes
lugares, cadáveres abandonados en las calles de ciudades
latinoamericanas, personas muriendo a las puertas de hospitales
porque no tenían dinero para pagar el oxígeno que necesitaban en
países africanos, profesionales sanitarios contagiados por la falta
de equipos de protección y mascarillas, asilos de ancianos donde los
abuelos han fallecidos por miles en diferentes países europeos o en
Estados Unidos, incluso, camiones con cadáveres en descomposición
en las calles de Nueva York. Frente a este panorama tan trágico,
recordar algunos de los objetivos en salud recogidos en la Agenda
2030 parece, sencillamente, un insulto.
Todo
ello deberían haberlo comprendido esos sacerdotes que, con altas
dosis de oportunismo, se han lanzado en los últimos años a anunciar
un nuevo paraíso en el año 2030, una tierra prometida contenida en
los textos sagrados de los ODS, que, como los diez mandamientos, se
reflejan en sus 17 objetivos, 169 metas y 230 indicadores, muchos de
los cuales ni siquiera han leído y mucho menos comprenden. De hecho,
si algunos de los que predican la felicidad contenida en los ODS
hubieran dedicado antes un poco de tiempo a leer, estudiar y
comprender su verdadero significado, no habrían publicitado tantos
dogmas vacíos que ahora se derrumban, como un castillo de naipes. Y
también, hubieran visto algo tan elemental como que, en el punto 55
de la resolución aprobada por la Asamblea General de Naciones
Unidas, el 25 de septiembre de 2015, “Transformar nuestro mundo. La
Agenda 2030 para el desarrollo sostenible” (A/Res/70/1), se señala
con claridad que los objetivos y metas contenidos en esta declaración
son simples “aspiraciones”, es decir, meros deseos.
Me
temo que la resurrección no llegará en el año 2030, como anuncia
en sus textos y ceremonias la curia de los ODS. El desarrollo tiene
mucho de religión moderna repleta de arrogancia occidental, con sus
rituales, creencias, sacerdotes y liturgias, anunciando un paraíso
inalcanzable en el futuro hacia al que llegaremos algún día si
aceptamos los dogmas incuestionables que se predican. Esa voluntad de
esperanza colectiva para mejorar las condiciones de vida de la
humanidad, que llamamos desarrollo, ha acabado por ser un lema,
pervertido hasta extremos insospechados. Por ello, tenemos la
obligación de repensar la teoría, la práctica y la propia
narrativa del desarrollo que se basa en un crecimiento infinito en un
planeta que tiene recursos limitados, sobre la base de muy pocos
ganadores y muchos perdedores.
Unos
pomposos Objetivos de Desarrollo Sostenible universales para el año
2030 que no han sido capaces de considerar el daño que estamos
haciendo a la biosfera y al delicado equilibrio ecológico, que
ignoran cómo estamos alterando profundamente nuestra relación con
la naturaleza para mantener un sistema económico y productivo
insostenible, llamado capitalismo, cuyo mantenimiento expansivo forma
parte de los cimientos de los ODS, están abocados al fracaso y ponen
en grave riesgo la humanidad misma, como estamos viendo. Además,
diseñar una agenda global hasta el año 2030 que no tiene en cuenta
las causas de la gigantesca crisis ecosocial causada por un sistema
económico destructor que ha puesto a la sociedad, a las personas y
al planeta a su servicio, está de espaldas a la realidad. Y ese
sistema económico destructor, patriarcal y neofascista se llama
capitalismo, con todos los adjetivos que queramos, necesitado de
mantener un crecimiento económico que alimenta la crisis ecosocial
que atravesamos. El mismo crecimiento económico por el que apuestan
los ODS y la Agenda 2030.
La
actual pandemia del coronavirus, en su origen, expansión y
respuestas, se alimenta también de muchos de los elementos de este
capitalismo crepuscular y ahí es donde tenemos que impulsar la
verdadera transformación.
Carlos Gómez Gil es profesor titular en la Universidad de Alicante, donde imparte cooperación al desarrollo.
Blog del autor: www.carlosgomezgil.com
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