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lunes, 3 de febrero de 2020

El futuro con Donald Trump



Como es bien sabido, el proceso de destitución de Donald Trump comenzó ya en el mes de enero en el Senado de Estados Unidos. Entre tanto deben iniciarse las primarias que elegirán a su adversario, el candidato del Partido Demócrata. Sin embargo, debe reconocerse que la personalidad del actual presidente, por más inconsistente y ambigua que pueda parecer a muchos, sigue ocupando ampliamente los principales espacios de la política en su país, lo mismo en el plano interno que en el internacional.
Serge Halimi, el reconocido periodista francés, nos habla de la preocupación mundial que se ha expresado en muchas capitales del mundo, no tanto por el hecho de que Trump sea el probable vencedor en las próximas elecciones de Estados Unidos, sino por el hecho de su fuerte personalidad, también en el exterior, ya que pudiera ser un factor casi decisivo en las corrientes políticas que se implantarán en partes importantes del mundo en los próximos años.
El sistema económico y político dominante en el mundo, bajo Donald Trump, será el neoliberalismo, en su forma más radical. No porque el personaje sea capaz de suscribir puntualmente todos los aspectos de esa tendencia económica, sino porque sus arranques y enfoques son y serán a la postre coincidentes con tal corriente económica y política, que es la raíz común de las crisis actuales. Entre otras afirmaciones, al respecto, sostuvo recientemente Noam Chomsky: Las crisis de hoy están entretejidas de varias maneras, y algunas son de mayor prioridad que otras, por la simple razón expresada por Adam Smith de que los principales arquitectos de las políticas aseguran que sus propios intereses sean los que imperan, sin importar los costos. Dijo además: Pero siempre impera, desde los inicios de esta república, la noción de proteger los intereses de la minoría opulenta contra todos los demás, bajo el concepto de que una minoría inteligente tiene que gobernar a una mayoría ignorante y metiche. Ahora esto es manejado por una élite tecnocrática, pero con la misma doctrina.
Chomsky subraya la resistencia popular para enfrentar el proyecto de la élite, y sotiene que las rebeliones de los años sesenta tuvieron un efecto civilizador. Y agrega que siempre se han lanzado ataques de la élite contra la democracia y que el modelo de libre mercado corporativo permanece como el obstáculo principal a la eficiencia y la toma racional de decisiones.
Después de estas definiciones del neoliberalismo –el genuino enemigo de la democracia y el real destructor de las civilizaciones y de la cultura en nuestro tiempo–, Chomsky resalta el ánimo de las clases populares para resistir y encontrar alternativas. Bajo Trump esto será extraordinariamente difícil; sin embargo, la lucha y las contradicciones están presentes y debemos impulsarlas.
Chomsky recuerda de qué manera las decisiones del Estado pasaron de la política, donde los ciudadanos ejercen su influencia, al sector corporativo donde “son los monopolios y los oligopolios o las ‘tiranías privadas’ las que empezaron a desempeñar el papel principal”. En su ensayo, recuerda cómo la vida de los trabajadores se deterioró de forma significativa como consecuencia de esta explotación concertada. “Por ejemplo –añade–, en Europa y EU los trabajadores están perdiendo la batalla ante los chinos que están dispuestos a trabajar en duras condiciones por míseros salarios.”
Todo indica, en efecto, que para Trump está fuera de su plan gobernar en un segundo mandato poniendo la mínima atención a las clases desposeídas y claramente su vocación está dirigida a ayudar a acumular más oro en manos de los que ya lo tienen. En el plano mundial, por más ocioso que parezca, en un personaje de la inestabilidad moral e intelectual de Trump vuelve a actualizarse el peligro siempre presente de la guerra nuclear, disparada en este caso por las reacciones frecuentemente agresivas y descontroladas del magnate, quien muy probablemente ocupará el mismo sitial en la próxima administración, porque su juicio político no parece tener futuro ni consistencia suficiente.
Como es claro, EU funda su poder imperial en la fuerza bélica y económica que ha construido sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, lo que le otorga un poder avasallador en prácticamente todos los continentes, desde luego también América Latina, de manera contundente, lo cual resulta siniestramente desfavorable para el conjunto continental, que con ese poder hegemónico por arriba difícilmente, para decir lo menos, puede aspirar a construir una democracia y una cierta autonomía política y económica, ahora ciertamente bajo supervisión continua del poder imperial.
Claro que en los últimos tiempos ha despertado otro gigante que en ocasiones parecería competir con el poderío estadunidense, pero aparte del carácter relativo de las palabras en términos específicos parecería aún muy distante el peso real de ambas potencias, siguiendo por mucho a la cabeza EU. Aun cuando para América Latina parecería haber aquí la posibilidad de cierto equilibrio, ya que el país asiático ha expresado con claridad su interés especial en ampliar sus relaciones comerciales y financieras con los países de América.
El futuro del mundo no parece entonces muy prometedor, sino apenas una réplica, tal vez multiplicada, de los dos últimos siglos.

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