Como es bien sabido, el
proceso de destitución de Donald Trump comenzó ya en el mes de enero en
el Senado de Estados Unidos. Entre tanto deben iniciarse las primarias
que elegirán a su adversario, el candidato del Partido Demócrata. Sin
embargo, debe reconocerse que la personalidad del actual presidente, por
más inconsistente y ambigua que pueda parecer a muchos, sigue ocupando
ampliamente los principales espacios de la política en su país, lo mismo
en el plano interno que en el internacional.
Serge Halimi, el reconocido periodista francés, nos habla de la
preocupación mundial que se ha expresado en muchas capitales del mundo,
no tanto por el hecho de que Trump sea el probable vencedor en las
próximas elecciones de Estados Unidos, sino por el hecho de su fuerte
personalidad, también en el exterior, ya que pudiera ser un factor casi
decisivo en las corrientes políticas que se implantarán en partes
importantes del mundo en los próximos años.
El sistema económico y político dominante en el mundo, bajo Donald
Trump, será el neoliberalismo, en su forma más radical. No porque el
personaje sea capaz de suscribir puntualmente todos los aspectos de esa
tendencia económica, sino porque sus arranques y enfoques son y serán a
la postre coincidentes con tal corriente económica y política, que es la
raíz común de las crisis actuales. Entre otras afirmaciones, al
respecto, sostuvo recientemente Noam Chomsky:
Las crisis de hoy están entretejidas de varias maneras, y algunas son de mayor prioridad que otras, por la simple razón expresada por Adam Smith de que los principales arquitectos de las políticas aseguran que sus propios intereses sean los que imperan, sin importar los costos. Dijo además:
Pero siempre impera, desde los inicios de esta república, la noción de proteger los intereses de la minoría opulenta contra todos los demás, bajo el concepto de que una minoría inteligente tiene que gobernar a una mayoría ignorante y metiche. Ahora esto es manejado por una élite tecnocrática, pero con la misma doctrina.
Chomsky subraya la resistencia popular para enfrentar el proyecto de la élite, y sotiene que
las rebeliones de los años sesenta tuvieron un efecto civilizador. Y agrega que siempre se han lanzado ataques de la élite contra la democracia y que el modelo de libre mercado corporativo permanece como el obstáculo principal a la eficiencia y la toma racional de decisiones.
Después de estas definiciones del neoliberalismo –
el genuino enemigo de la democracia y el real destructor de las civilizaciones y de la cultura en nuestro tiempo–, Chomsky resalta el ánimo de las clases populares para resistir y encontrar alternativas. Bajo Trump esto será extraordinariamente difícil; sin embargo,
la lucha y las contradicciones están presentes y debemos impulsarlas.
Chomsky recuerda de qué manera las decisiones del Estado pasaron de
la política, donde los ciudadanos ejercen su influencia, al sector
corporativo donde “son los monopolios y los oligopolios o las ‘tiranías
privadas’ las que empezaron a desempeñar el papel principal”. En su
ensayo, recuerda cómo la vida de los trabajadores se deterioró de forma
significativacomo consecuencia de esta explotación concertada. “Por ejemplo –añade–, en Europa y EU los trabajadores están perdiendo la batalla ante los chinos que están dispuestos a trabajar en duras condiciones por míseros salarios.”
Todo indica, en efecto, que para Trump está fuera de su plan gobernar
en un segundo mandato poniendo la mínima atención a las clases
desposeídas y claramente su vocación está dirigida a ayudar a acumular
más oro en manos de los que ya lo tienen. En el plano mundial, por más
ocioso que parezca, en un personaje de la inestabilidad moral e
intelectual de Trump vuelve a actualizarse el peligro siempre presente
de la guerra nuclear, disparada en este caso por las reacciones
frecuentemente agresivas y descontroladas del magnate, quien muy
probablemente ocupará el mismo sitial en la próxima administración,
porque su
juicio políticono parece tener futuro ni consistencia suficiente.
Como es claro, EU funda su poder imperial en la fuerza bélica y
económica que ha construido sobre todo después de la Segunda Guerra
Mundial, lo que le otorga un poder avasallador en prácticamente todos
los continentes, desde luego también América Latina, de manera
contundente, lo cual resulta siniestramente desfavorable para el
conjunto continental, que con ese poder hegemónico por arriba
difícilmente, para decir lo menos, puede aspirar a construir una
democracia y una cierta autonomía política y económica, ahora
ciertamente bajo supervisión continua del poder imperial.
Claro que en los últimos tiempos ha despertado otro gigante que en
ocasiones parecería competir con el poderío estadunidense, pero aparte
del carácter relativo de las palabras en términos específicos parecería
aún muy distante el peso real de ambas potencias, siguiendo por mucho a
la cabeza EU. Aun cuando para América Latina parecería haber aquí la
posibilidad de cierto equilibrio, ya que el país asiático ha expresado
con claridad su interés especial en ampliar sus relaciones comerciales y
financieras con los países de América.
El futuro del mundo no parece entonces muy prometedor, sino apenas una réplica, tal vez multiplicada, de los dos últimos siglos.
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