Rosa Miriam Elizalde
La Jornada
La noticia: el antiviral
cubano Interferón alfa 2B recombinante (IFNrec) está entre los
medicamentos escogidos por China para tratar el coronavirus, la
enfermedad que ya ha provocado al menos mil 800 muertos en ese país y
para la que todavía no existe una vacuna específica.
El hecho: el interferón lleva en Cuba 39 años y el país comenzó el
desarrollo de esa proteína con propiedades antivirales en el mismo
momento en que se inventaba la industria biotecnológica, en 1981.
En ese año, sobraban los dedos de una mano para contar los países del
llamado primer mundo que apostaban a ese conjunto de técnicas que
utiliza organismos vivos –o parte de ellos– con el objetivo de obtener
productos o modificarlos, mejorar plantas o animales, o desarrollar
sistemas biológicos con fines determinados, en particular para el
mejoramiento de la salud humana.
Esta definición de la biotecnología descansa en un amplio abanico de
conocimientos que se auxilian de disciplinas de élite como la
microbiología, la biología celular, la bioquímica, la genética, la
bioingeniería y la ingeniería química, la biología molecular y la
inmunología. La combinación de estas nuevas técnicas ha dado origen al
llamado
portaaviones de la ciencia, la ingeniería genética, que en Cuba inauguró su primer centro en 1986.
¿Qué puede explicar el fenómeno de la biotecnología cubana, surgida
en un país sin desarrollo industrial previo y bajo el bloqueo obsesivo
de Estados Unidos? ¿Cómo logró convertirse en unos pocos años en un
renglón económico, a la par que mejoraba la salud de la población,
generaba productos y la base de miles de patentes? ¿Por qué fue esta una
obsesión de Fidel Castro?
El científico Agustín Lage, quien fuera director del Centro de
Inmunoensayo de La Habana –uno de los muchos surgidos tras la producción
del interferón alfa y beta en Cuba– ha explicado el milagro: una fuerte
inversión en educación y salud, con la garantía de acceso universal y
gratuito. La apuesta por la biotecnología, incluso durante la peor
crisis que ha vivido Cuba en la década del 90 del siglo pasado. La
propiedad social de las instituciones que garantiza la integración
librándolas de la trampa de competir unas contra otras. El diseño de las
instituciones como
centros de investigación-producción-comercializaciónque abordan, por tanto, el ciclo completo de la investigación científica. El hecho de que en la biotecnología, como en otras industrias de la llamada
economía del conocimiento, la productividad depende directamente de la creatividad de los trabajadores, y ésta, a su vez, de la motivación. La comprensión de que se hace ciencia real, competitiva, con resultados de primer orden.
Todo eso explica por qué Cuba cuenta con el programa de vacunación
más amplio del mundo (reconocido por la Organización Panamericana de la
Salud y otros organismos internacionales), que incluye cobertura
universal para recién nacidos con vacunas contra 13 enfermedades;
vigilancia epidemiológica con el empleo de inmunoensayos para más de 20
enfermedades; los hospitales utilizan regularmente medicamentos como el
interferón, los anticuerpos monoclonales, las citoquinas y otros
biofármacos. El Heberprot-P, una cura prodigiosa para la úlcera del pie
diabético que es de uso terapéutico común en la red sanitaria nacional,
podría salvar a buena parte de los 83 mil pacientes que cada año
requieren de amputación en Estados Unidos, cuyo gobierno se niega a
permitir la comercialización del medicamento porque viene de la islita
rebelde.
En los altos indicadores de salud pública intervienen otros factores,
pero es indudable que la investigación en inmunología y el uso de la
biotecnología industrial han contribuido a la reducción de la mortalidad
infantil hasta llegar a 5 por cada mil nacimientos y la esperanza de
vida es ahora de 79 años. La combinación de estos factores ha permitido
que varias enfermedades infecciosas hayan desaparecido (poliomielitis,
difteria, tétano, tos ferina, sarampión) y otras controladas o reducidas
en su aparición (hepatitis B; meningoencefalitis).
Por cierto, el hombre que puso a Fidel Castro en el camino de la
biotecnología a inicios de la década del 80 del siglo pasado era negro,
demócrata y congresista por Texas, Mickey Leland. Él llevó a La Habana a
un eminente oncólogo de Houston que utilizaba el interferón en el
tratamiento contra el cáncer. Leland estaba profundamente dolido por la
hostilidad del gobierno de su país contra Cuba y consideraba el bloqueo
no sólo contraproducente, sino inconsistente con los valores
estadunidenses. “Estados Unidos –dijo– no debería negarse a vender
medicamentos; las únicas víctimas son los enfermos y los desvalidos.”
Leland, un luchador contra la pobreza en África, murió en un
accidente en Etiopía poco después de proferir estas palabras. Otro hecho
que esconden las noticias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario