El
capitalismo, como sistema socio-económico y político, se basa en la
explotación del trabajo de las grandes mayorías. Nació con las manos
manchadas de sangre (la única manera de generar riqueza es con el
trabajo… de los otros), y sigue ese mismo camino. En realidad, no puede
seguir otro derrotero: no hay capitalismo “bueno”. El Estado benefactor,
los planteos socialdemócratas, son posibles solo en algunos escasos
lugares (Europa Occidental, por ejemplo, y en particular los países
nórdicos); pero ellos presuponen una gran acumulación de riqueza posible
de “chorrearse” hacia abajo, la cual se consigue solo con la super
explotación de alguien (para el caso, el Tercer Mundo, África,
Latinoamérica, zonas de Asia). El capitalismo lleva en sus entrañas la
explotación del trabajador; esa es su esencia.
Durante
años, sin embargo, se entronizó el “trabajo duro” como vía para la
generación de riqueza, como el símbolo por antonomasia del capitalismo.
Los primeros cuáqueros que, procedentes de Gran Bretaña, desembarcaron
en las colonias norteamericanas, con su esfuerzo (y matando indígenas)
construyeron la principal potencia capitalista. En tal sentido, el
trabajo fecundo y el ahorro fueron los baluartes del orden capitalista.
Pero actualmente eso cambió. Hoy día los “negocios sucios” pasaron a ser
la fuerza principal que dinamiza al sistema en su conjunto.
La
especulación financiera, el negocio de las armas (principal industria a
nivel global), el tráfico de drogas ilícitas, el lavado de capitales
“negros”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son una
nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital,
su núcleo fundamental! El capitalismo ha pasado a ser, lisa y
llanamente, una mafia, un orden delincuencial debidamente legalizado. La
corrupción sistemática ya no es una enfermedad del sistema, un cuerpo
extraño que lo ataca: es su dinámica cotidiana, lo que constituye y
define su forma actual.
El capitalismo contemporáneo,
manejado por megacapitales de alcance planetario, se asemeja más a una
estructura mafiosa, corrupta y delincuencial que al espíritu empresarial
que lo puso en marcha hace ya algunos siglos. La “aventura” de invertir
y buscar hacer prosperar el negocio, sabiendo que ello puede suceder
pero que no está asegurado de antemano –el riesgo ocupaba un lugar– se
cambió hoy día por un esquema donde la ganancia fácil es la norma. Para
ello, este nuevo diseño corrupto se asegura su “éxito” con prácticas más
de orden criminal que empresarial. La ganancia se garantiza al precio
que sea, y si es por medio de la fuerza bruta, no importa: el fin
justifica los medios. La proclamada “libre competencia” (la “mano
invisible” del mercado) quedó en la historia. El mundo pasó a ser el
campo de acción de bandas delincuenciales… ¡legales!, con poderes
omnímodos que se dan el lujo de hablar de democracia y libertad.
Como
ejemplo: en los últimos 35 años el negocio de las drogas ilícitas
dentro del territorio estadounidense creció de un promedio de 17 a 400
toneladas anuales: 2.353%. Junto a ello, el negocio de las armas,
fabricadas por las principales potencias mundiales encabezadas por
Estados Unidos, produce igualmente ganancias fabulosas, siempre
manejadas con criterios criminales, mafiosos. Por lo pronto, el negocio
militar (que ocasiona dos muertes por minuto a escala planetaria) no se
parece a ningún otro. Por su relación con la seguridad nacional de cada
país, funciona en un ambiente de alto secretismo nadie ejerce control
sobre él. Y en general los gobiernos no siempre están dispuestos o son
capaces de controlar las ventas de armas de forma responsable. Es decir:
el negocio de las armas no es transparente, se maneja como asunto
mafioso. Por no ser de conocimiento público, no está sujeto a ninguna
fiscalización, vendiéndose tanto en el mercado legal como en el negro.
El
capitalismo actual se basa fundamentalmente en el sistema financiero
internacional. Esos mega-capitales, que no tienen patria, que responden
sólo a la lógica del dinero fácil y rápido, se mueven en un espacio de
extraterritorialidad ajeno a leyes nacionales, a superintendencias
bancarias, a convenios internacionales. Ese espacio no controlado (igual
que el del negocio de las armas o de las drogas ilegales) –y que impone
en muy buena medida la marcha del mundo– es el de los llamados paraísos
fiscales y la banca offshore.
Ahora
ya no se trata de competir, de seguir respetuosamente las leyes de
mercado. Ahora la avidez por la ganancia inmediata es el nuevo norte.
Todo se vale. Igual que un criminal, el dinero fácil es el único
objetivo: la guerra, el crimen, la droga, la especulación financiera, el
robo descarado…, todo eso reemplazó al espíritu emprendedor y laborioso
de algunos siglos atrás.
Hoy como ayer, estamos ante los
mismos problemas: el sistema beneficia a muy pocos a costa de las
mayorías. La diferencia es que en la actualidad toda esta delincuencial
corrupción se ha disfrazado de legal. En otros términos: estamos en las
manos de unos cuantos delincuentes peligrosos, llenos de poder y
dispuestos a cualquier cosa para seguir manteniendo sus privilegios. Y
cuando decimos “cualquier cosa”, queremos decir exactamente eso:
cualquier proceder criminal, transgresor, enfermizamente psicópata, se
vale para mantener los privilegios.
En esa lógica pueden
apuntarse las más increíbles y monstruosas acciones: inventar guerras,
atacar población civil, trucar atentados terroristas, generar y usar
armas bacteriológicas, endeudar artificialmente en forma inmisericorde a
países para luego cobrarse las deudas, desarrollar armas secretas que
ni la más espeluznante película de terror puede concebir… Todo ello
empalidece totalmente el proceder de las bandas delincuenciales de la
mafia, quienes quedan como tiernos niños de pecho ante tanta malicia.
El
capitalismo, cada vez más, es esa serpiente viperina que expolia a la
gente y a la naturaleza, sin poder ofrecer salidas reales a los grandes
problemas globales. Pero nos alienta saber que la historia no ha
terminado, y tal como dijo el español Xabier Gorostiaga “los que seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”.
https://www.alainet.org/es/articulo/204737
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