Nunca el reloj del día del juicio había marcado tal nivel de peligro global
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En nuestro siglo la
humanidad se enfrenta a tres grandes cuestiones existenciales: atajar el
calentamiento global, iniciar la marcha atrás en la proliferación de la
capacidad de destrucción masiva, y reducir la desigualdad social y
regional, es decir entre sectores sociales y partes del mundo. Por
primera vez en la historia humana, el futuro de la especie depende de la
capacidad de responder a esos tres retos de siglo. Es chocante que esta
simple realidad suene a alarmismo grandilocuente.
En el año 2019 el avance hacia ese hundimiento general ha progresado como tendencia. Así lo indica el simbólico reloj del día del juicio (Doomsday Clock) que un grupo de científicos y físicos que habían trabajado en el desarrollo de la primera bomba atómica, el Proyecto Manhattan, instituyeron en 1947. Conscientes de la máxima de uno de ellos, Albert Einstein, de que la bomba lo ha cambiado todo menos la mentalidad del hombre
y de que una eventual guerra nuclear sería la última, o que la
siguiente sería a pedradas, establecieron la media noche como el momento
final. Desde 1947, el tiempo que queda hasta la catástrofe de esa
medianoche nuclear es valorado cada año por este grupo. No son
“radicales de izquierda”. Entre ellos se encuentran no pocas
personalidades académicas liberales de Estados Unidos, algunas de ellas
ex miembros de la administración presidencial. En su junta de
patrocinadores hay trece premios Nóbel. Tras valorar los resultados del
año, el grupo decide si avanza la aguja minutero hacia el desastre, si
la mantiene en la misma posición que el año anterior o si la retrasan.
Así, desde un propósito de alerta, cada año marcan la tendencia.
En
1990, por ejemplo, después de que los líderes de la Unión Soviética y
Estados Unidos firmaran importantes acuerdos de desarme, el grupo de
científicos retrasó la cuenta lo más lejos de la fatídica medianoche
desde que comenzó este ejercicio. Este año han decidido poner la cuenta
del año 2019 a 100 segundos de las doce, menos de dos minutos. Nunca
este reloj del día del juicio había marcado una hora tan cercana al Apocalipsis.
En
su decisión, explicada en una conferencia de prensa celebrada en
Washington el 23 de enero, los científicos dijeron que “la situación de
la seguridad internacional es ahora más peligrosa que nunca, incluso más
peligrosa que en el apogeo de la guerra fría”. Olímpicamente ignorado
por los grandes medios de comunicación españoles, el acto contó con la
presencia del ex secretario general de la ONU Ban Ki-moon.
Una
guerra nuclear que termine con la civilización, ya sea desencadenada
intencionadamente o iniciada por error o simple ausencia de
comunicación, es una “posibilidad genuina”. No es alarmismo. El cambio
climático que podría devastar el planeta ya está teniendo lugar ante
nuestros ojos. No es una discusión, sino un hecho. Pero por toda una
serie de razones que incluyen un ambiente de medios de comunicación
corruptos y manipulados, y unos gobiernos e instituciones incapaces de
afrontar estos asuntos, la situación no es atajada.
Los
científicos constatan algo fundamental a la hora de justificar su
decisión de haber avanzado en veinte segundos la cuenta atrás anual
hacia el desastre. El problema, dicen, no es solo que esas tendencias
amenazantes sigan progresando, el problema del desastroso estado de la
seguridad internacional es también que los dirigentes mundiales
han permitido degradar toda la infraestructura política internacional
que se construyó para afrontarlas. La combinación entre el claro
progreso de las tendencias suicidas y esas actitudes de quienes toman
las decisiones al frente de las grandes potencias e instituciones
globales, constituye un cóctel aterrador que se está haciendo obvio
hasta para los adolescentes.
En el año 19 se han agravado las
consecuencias de la retirada unilateral de Estados Unidos del acuerdo
nuclear alcanzado con Irán por las grandes potencias. Estados Unidos se
ha retirado también del acuerdo de fuerzas nucleares intermedias en Europa
(INF, misiles “tácticos”, de menos de 5.000 km. de alcance) y ha
anunciado que no prolongará el acuerdo START sobre misiles
“estratégicos” (de largo alcance). También se retirará del acuerdo que
contempla la posibilidad de sobrevolar el territorio del competidor para
confirmar la observancia de lo pactado (el, Open Skies Treaty).
En la negociación con Corea del Norte, “el Presidente Kim parece haber
perdido la fe en la voluntad del Presidente Trump por llegar a un
acuerdo”, señala el comunicado del grupo, que también menciona que en
sus relaciones “Estados Unidos ha adoptado un tono de intimidación y
burla hacia sus competidores chinos y rusos”.
Para un grupo tan
institucional y tan centrado en Estados Unidos como el de estos
científicos, ha debido ser complicado no resumir esta enumeración de
retrocesos con una mera diatriba contra la irresponsable acción
internacional de Washington. Porque, “la corrupta y violenta oligarquía
que gobierna Estados Unidos” (son palabras del ex presidente Jimmy
Carter), y con ello gran parte de las decisiones del mundo, no es la
única oligarquía corrupta del mundo. Hay muchas más, pero ninguna tiene
tanta responsabilidad en el estado de cosas al que hemos llegado. Y la
cosa no mejora en los otros ámbitos:
Hace 28 años que hay cumbres
del clima. Desde entonces (1992) las emisiones no han disminuido sino
aumentado, en más de un 50%. En materia de calentamiento global la
acción gubernamental también ha sido decepcionante en el año 19.
“Estados Unidos” -de nuevo- “se retiró del acuerdo de París el año
pasado, Brasil ha dado marcha atrás en la protección de Amazonia y la
cumbre del clima de septiembre se quedó muy corta”, señala el comunicado
de los científicos. Mientras tanto, el 2019 ha sido uno de los más
calientes desde que hay registro de temperaturas. La extracción y
búsqueda de combustibles fósiles continuó aumentando junto con las
emisiones. India registró olas de calor y de inundaciones sin
precedentes. Australia ha vivido los peores incendios de su historia.
Los casquetes polares han experimentado deshielos superiores a lo
previsto…
La diferencia entre la capacidad de destrucción masiva y
el calentamiento global es el factor tiempo. Lo primero puede
congelarse, mantenerse como amenaza potencial, tal como ocurrió a lo
largo de la guerra fría. Lo segundo es una amenaza que si no haces nada,
o haces poco, progresa con el tiempo. Y ambos problemas están
relacionados.
El cambio climático promete ingentes conflictos de
recursos, tensiones y problemas internacionales. En el escenario
histórico clásico, la guerra solucionaba las diferencias entre
potencias, pero estamos en un mundo nuevo en la que ese tipo de
soluciones no solo no funcionan sino que equivalen a suicidio. “War” y
“Warming”, guerra y calentamiento, no solo tienen la misma raíz en
inglés, sino que precisan del mismo cambio de mentalidad para ser
combatidos.
Los científicos del reloj no lo dicen pero es obvio
que no hemos llegado a esta enormidad suicida por alguna misteriosa
fatalidad, ni por algunas características intrínsecas de los humanos:
hemos llegado hasta aquí de la mano de un sistema socio-económico
concreto. Ese sistema pone lo económico y el lucro privado en el centro,
y por delante, de la humanidad. Ese sistema convierte la producción en
crematística. Ese sistema ha elevado la lucha de todos contra todos a
categoría de religión y destruye a marchas forzadas los rudimentos de
derecho internacional que se levantaron tras la Segunda Guerra Mundial.
Su última tendencia histórica es un claro incremento de las
desigualdades y una burbuja especulativa cuyo centro y modelo son, una
vez más, los Estados Unidos un país que vive a crédito generando deuda
que el resto del mundo financia gracias a que la moneda norteamericana
sigue siendo la divisa del comercio global y a inversiones de todo el
mundo, incluidos sus principales competidores chinos.
Está claro
que en nuestro siglo no se debería poder ser representante popular
electo sin ser anticapitalista, ecologista y antiimperialista. Ese
debería ser el sentido común, pero, ¿Cuántos hay de esos en las
instituciones representativas? ¿Es posible cambiar esas instituciones
para que trabajen en dirección a ese sentido común? La pregunta que
subyace a estas dudas es sobre el desfase entre todo lo que el reloj del día del juicio advierte y la mentalidad y el nivel de los políticos y los ciudadanos en el sistema socio-económico en el que están insertos.
(Publicado en Ctxt)
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