Claudio Lomnitz
La epidemia de
coronavirus (Covid-19)
abre una rendija que deja entrever el grado de integración de la economía política mundial, y exhibe las pequeñas maniobras políticas de los estados nacionales, que insisten en pensarse a sí mismos como si fueran
abre una rendija que deja entrever el grado de integración de la economía política mundial, y exhibe las pequeñas maniobras políticas de los estados nacionales, que insisten en pensarse a sí mismos como si fueran
soberanos.
Aunque la proporción de fatalidades entre las personas infectadas por
el Covid-19 es baja (menos de 2 por ciento de los casi 74 mil casos
confirmados hasta ayer), el ritmo de contagio es muy acelerado, mucho
más que el de la epidemia viral del SARS, en 2003. Por otra parte, en
esa época la economía china llegaba apenas a 4 por ciento del PIB
mundial, mientras hoy representa 16 por ciento. Por eso, entre la
importancia económica mundial que tiene hoy China y la velocidad de
transmisión del nuevo virus los efectos de la epidemia se resienten en
una geografía económica sorprendentemente diversa.
Lo primero que afectan las cuarentenas es el transporte; el tráfico
aéreo del territorio chino se ha reducido a tal grado, que su volumen es
hoy equiparable al de Portugal. Los chinos se están quedando en casa y
los efectos de esto se resienten por todas partes. En 2019, los chinos
hicieron 150 millones de viajes aéreos internacionales y se gastaron
casi 130 mil millones de dólares haciendo turismo. Pero desde que empezó
lo del virus, el volumen de sus turistas internacionales se contrajo
más de 70 por ciento y, por tanto, los negocios turísticos en Europa
occidental, Rusia y el sureste asiático sufren bastante. Macao decidió
cerrar sus casinos durante 15 días, que es más o menos como decir que
Las Vegas los hubiera cerrado. Por otra parte, hay 14 países que han
cancelado todos sus vuelos a China, lo que afecta duramente al turismo
en ese país.
Ayer, Rusia anunció que cierra su frontera con China–que mide más que
la frontera entre México y Estados Unidos– y suspende los permisos de
entrada a los ciudadanos chinos. Así nomás. Por su parte, Corea del Sur
suena la alerta de que su economía podrá transitar pronto a un estado de
emergencia; Singapur, por su lado, inyectó 4.6 mil millones de dólares
a su economía para defenderse de la reducción de comercio con China,
pues el tráfico marítimo chino también se ha reducido entre 20 y 50 por
ciento.
Muchas fábricas están paradas, sobre todo en la provincia de Hubai,
que es una región manufacturera muy potente, pero no sólo, y hay
bastantes empresas trasnacionales que sufren porque no les llegan
componentes desde China. La fábrica principal de iPhones lleva cerrada
algunas semanas, y la Apple anunció ayer que la empresa sufrirá pérdidas
este trimestre. En un caso con tintes épicos, el Financial Times
cuenta que algunos empleados de la firma inglesa Jaguar Land Rover
transportaron en maletas 38 componentes indispensables, usando vuelos
comerciales, para con ellos aguantar la producción de coches en Gran
Bretaña, aunque fuera durante una semana.
La semana pasada se devaluaron las monedas de países que están
prácticamente integrados a la economía China, como Tailandia, Sudcorea,
Singapur y Australia. Ayer se anunció que Alemania entra en una
desaceleración económica, así como Japón. A diferencia de 2003 con la
epidemia del SARS, el Covid-19 sí tendrá un impacto medible en todo el
mundo. Así, la banca francesa Société Générale estima que los mercados
bursátiles del mundo podrían perder hasta 10 por ciento de su valor.
En China, los efectos de la epidemia, aunque en gran parte
desconocidos, son impresionantes. Muchas cadenas trasnacionales, tipo
McDonald’s, están cerradas, cosa quizá previsible, pero hay muchos
detalles que sugieren que la prevención –en algunos casos, pánico–
afecta la cotidianidad de mucha gente. Así, en Hong Kong hay ya un
mercado negro de papel de baño, porque la gente está haciendo compras de
pánico.
Los precios del petróleo han caído –eso lo sentimos desde México–
como han bajado también los precios del hierro y del acero, todo eso era
quizá previsible, pero en muchas zonas rurales de China, aún en
provincias bien distantes de Hubei, muchos pueblos están cerrando
carreteras para impedir que entren y salgan personas que puedan
infectarlos. Da la sensación de que pedazos importantes de China se
cierran sobre sí mismos.
Obviamente esta situación no puede extenderse demasiado tiempo. La
gente tiene que salir de sus casas, de sus barrios y sus pueblos.
Además, hasta ahora sólo hay unos 70 mil casos confirmados de pacientes
con Covid-19, mientras tan sólo en Estados Unidos mueren más de 60 mil
personas de influenza cada año. Pero, aun así, los costos sociales,
económicos y políticos del virus son incalculables.
Así, el doctor Li Wenliang, que sonó la alarma del coronavirus en
contra de un gobierno que prefería acallar la enfermedad, se convirtió
en héroe nacional antisistema, después de que la enfermedad le cobró la
vida. El virus ha exhibido la falta de transparencia en China. Hace unos
días irrumpió otro escándalo, cuando se supo que el Primer Ministro Xi
Jinping supo de la enfermedad dos semanas antes de que sonara la alarma;
de esto se inculpó a algunos líderes locales, pero el escándalo en
realidad toca la legitimidad del sistema entero.
En resumen, el coronavirus deja entrever que nuestro mundo está
sorprendentemente interconectado, pero que está también tozudamente
dividido en el plano político y ante una amenaza que es, en su esencia,
mundial, las barreras políticas se intensifican.
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