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miércoles, 19 de febrero de 2020

De los trolls



El gran matemático y filósofo Alan Turing (1912-54), pionero de la informática, vivió persuadido de que las computadoras podían llegar a comunicarse de forma que se confundiera a un ser humano. Una intuición que empezó a confirmarse en Internet, con la aparición de los trolls (virtuales o humanos).
En inglés, el vocablo trol remite a una técnica de pesca, y en informática se lo usa con doble ele para señalar a los que se empeñan en que los usuarios y lectores de Internet muerdan el anzuelo. El troll define, entonces, a una persona con identidad desconocida, que publica mensajes provocadores, con la intención de fastidiar, confundir, acosar, causar daño y sentimientos encontrados en usuarios y lectores.
Mauro Greco, sicoanalista argentino, sostiene que el troll (individual) no tiene ideología: “Lo que defiende es su propia pulsión de odio, hostigamiento, denigración… el troll es sobre todo simplificador, y tiene un público fiel que lo festeja… Sabe que lo fundamental es alterar el estado de ánimo, generando enojo y enfrentamiento” ( Página 12, 3/12/19).
En cambio, el troll contratado responde a estrategias más racionales. Por ejemplo, “…no hubo maquinaria más grande de troll que en las elecciones de México en 2012, y nosotros armamos esa maquinaria”, reconoció el argentino Gastón Doucek (entrevista con La Nación, Buenos Aires, 10/9/19). Dueño de la firma Prosumia, Doucek trabajó en más de 20 campañas electorales.
Conocido como el “señor de los trolls”, agrega: “[… en México] llegamos a tener 150 mil cuentas, y en un solo día Twitter nos bajó 48 mil…”. Asimismo, el consultor admite haber cobrado dinero de los servicios de inteligencia de Ecuador, y flirteado con la firma Cambridge Analytica (CA), que en 2015 y 2016 trabajó para las campañas de Mauricio Macri, Donald Trump y la retirada de Reino Unido de la Unión Europea.
¿Cómo trabajan los trolls, de los que también se hacen eco los desacreditados medios hegemónicos? Doucek explica: “Si pongo a 200 personas a tuitear sobre algo, coordinadas entre sí, consigo un trending topic. Pero deben ser personas con direcciones distintas (IP, ‘Internet protocol’), y un comportamiento ‘humano’, no algo automatizado… Y si quiero ensuciar a alguien, armo una granja de bots [aféresis de robot] para textos radiados o repetitivos (RT), los hago tuitear contra esa persona y la denuncio después”.
El informe Ciber tropas, trolls y provocadores (Universidad de Oxford, septiembre 2017) señala que al menos 28 países tienen grupos gubernamentales, militares o políticos comprometidos con la manipulación de la opinión pública en las redes sociales (Javier Borelli, Tiempo Argentino, 21/10/17).
Uno de esos países fue (sigue siendo) la Argentina de Macri. En octubre de 2018, el jefe de gabinete Marco Peña fue interpelado en el Congreso sobre el financiamiento público de los trolls, dedicados a atacar posiciones divergentes, silenciando tópicos, críticas y atacando con insultos, burlas o amenazas desde el anonimato de una cuenta de Twitter, o usuarios falsos de Facebook. Técnicas que para los expertos Cecilia B. Díaz y Cristian Secul Giusti, de la Universidad de La Plata, estructuran los microfascismos que conforman el modo de ser, pensar y sentir de una porción importante del electorado (“Más que trolls”, Página 12, 31/10/18).
Díaz y Secul Giusti apuntan que los trolls, a más de no ser solamente máquinas o personas que enfatizan en la condición del anonimato, empiezan a identificarse en personalidades públicas dispuestas a ejercer una comunicación troll. Es decir, la exposición pública del desprecio al otro, a partir de un desarrollo de razones basadas en el sentido común, que reprime y castiga la disidencia, y se escuda tras el derecho a pensar distinto, la libertad de expresión, la libertad, la democracia...
Sería el caso de la administradora de un gimnasio de Buenos Aires, que en un tuit escribió: Murió Chicha Mariani, una de las fundadores de Abuelas de Plaza de Mayo. Una menos. O el de periodistas tóxicos, como el argentino Jorge Lanata, y el showman peruano Jaime Bayly. Desde su programa de televisión en Miami, Bayly destila odio gratuito contra los gobiernos populares de América Latina, habiéndose jactado de su participación en el fallido magnicidio con drones contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
El experto Doucek asegura que el apogeo de los trolls quedó atrás. “Con las precauciones que tomó Twitter –dice– ya no es efectivo armar redes de cuentas para diseminar noticias falsas, ya que son detectadas por las plataformas y eliminadas. Hoy, los intentos pasan por las fake news…Felipe Pimentel (responsable de la campaña por WhatsApp de Jair Bolsonaro), me pidió 10 mil dólares a cambio de hacer una prueba. Lo contraté y no funcionó. WhatsApp sirve para la difusión de fake news, pero es muy difícil de viralizar”.

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