El comentarista
empieza a manifestar síntomas de cierta fragilidad existencial. Se
pregunta, por ejemplo, si el amor es inculcado y el odio inducido… o
viceversa. ¿Se trata de sentimientos
naturaleso hay que verlos desde el
punto de vistade clase? Y si el orden de los factores no altera el producto… ¿da igual que ambos verbos precedan a la acción?
Hablar del amor siempre ha sido más fácil (y saludable), que pensar en el odio. Como si ambas cosas fueran propias de la
condición humana, antes que producto de una
educación. Una educación dirigida que, emulando a las tecnologías
de punta, parece inclinarse peligrosamente en favor del odio y la crueldad
5G(odio y crueldad exponencial).
Donald Trump, Jair Bolsonaro y Benjamin Netanyahu deben estar
convencidos de que “…el odio nunca es vencido por el odio, sino por el
amor…”. ¿Qué los llevó, entonces, a convertirse en el polo opuesto de
una enseñanza que algunos atribuyen a Buda y otros a Gandhi? ¿La
crisis terminal del capitalismo, la
pertenencia de clase, la
violencia síquica, como dirían los expertos en
sicología profunda?
Frente a la mirada impasible de las
naciones civilizadas(¡ejém!), el devoto Netanyahu se apresta a rematar la
solución finalpara el pueblo de Palestina. Al
mesíasBolsonaro le restan tres años más de gobierno en Brasil (con posibilidad de relección) y, tras el fallido impeachment, nueve a uno que el impío Trump se quedará cuatro años más en la Casa Negra del terrorismo mundial.
Hasta ahí, la reflexión del café matutino. Porque, ajustado a derecho, el lector reclama
nombres,
ejemplos. Pues bien. Destapemos una botella con alcohol de 90 grados y para lo que viene tomarla enterita.
En Colombia, en nombre de la institución que encabeza bajo las
órdenes del presidente Iván Duque, el general Eduardo Enrique Zapateiro,
comandante en jefe del Ejército, acaba de manifestar su
congoja(sic) por el fallecimiento de John Jairo Velásquez, alias Popeye. Seguramente que usted se acuerda de Popeye, a quien la enroscadora de ofidios Adela Micha, entrevistó para Televisa en 2015.
Un
gran colombiano(sic), dijo Zapateiro de Popeye, lugarteniente favorito de Pablo Escobar Gaviria, cerebro del atentado a un avión de Avianca (1989, 107 muertos), coordinador de al menos 200 coches bombas en toda Colombia y autor confeso de 3 mil asesinatos (300 de propia mano). Entre otros, el de Wendy Chavarriaga Gil,
gran amor de su vidaquien había sido amante de Escobar. Pero sospechada de
informante, la infeliz cayó en desgracia.
Tú o ella, ordenó el jefe. Ah… ¡qué Popeye!
Demasiado para
analizarcon frialdad. Nuestro futuro mediato depende de los líderes del mundo referidos, y el pescado
civilizatoriocontinúa pudriéndose por la cabeza. Junto con la menguante capacidad y tiempo disponible para procesar, día tras día, lo que consumimos en lo personal, laboral, mediático y social.
El odio de clase y crueldad
5Gtuvo su climáx
legalcon el juez Sergio Moro, gran ejecutor del lawfare (persecución judicial y mediática contra opositores
populistas), y cuando los fiscales del caso Lavajato que encarcelaron a Lula da Silva se mofaron del fallecimiento de Marísa Leticia, su esposa.
La fiscal Laura Tessler bromeó entonces:
Quien vaya a asistir a la próxima audiencia de Lula es bueno que vaya con una dosis extra de paciencia para la sesión de victimización. Y ya con Lula en prisión, los fiscales no le concedieron permiso para ir al funeral de su hermano Genival Inacio. Sin embargo, el permiso le fue concedido cuando el cuerpo de su hermano había sido sepultado.
El descarado sólo quería pasear, dijeron. los fiscales. Y de la muerte de su nieto Arthur Araujo, de siete años, también se burlaron.
El odio de clase y la crueldad
5Gcarecen de límites y horizontes. A mediados de enero pasado, en Villa Gesell (balneario de la costa atlántica de Buenos Aires), un equipo de 10 jugadores de rugby (18-20 años) concurrió a una discoteca. Allí, el joven Fernando Báez Sosa (19), entre apretujones, tuvo la mala suerte de volcar su vaso en la camisa de uno de los rugbistas.
Se armó la típica bronca de machos y todos fueron expulsados de la
disco. Minutos después, en la calle, los rugbistas atacaron a Fernando
en manada. Lo arrojaron al suelo, con dos o tres pegándole patadas en la
cabeza. Pero los otros filmaban la escena:
¡Matalo, matalo!,
¡Negro de mierda!Uno de los rugbistas alzó la cabeza exangüe de Fernando, diciendo:
me lo llevo de trofeo. Y le dio la patada final.
Fernando era hijo único de paraguayos inmigrantes, estudiante,
deportista, conocido de sus atacantes. Y los rugbistas, de familias
pudientes de la misma ciudad. De esas familias que ahora, en las afueras
del penal al que los jóvenes fueron a parar, se preguntan entre ellas:
“no entiendo… Mi hijo era un chico normal”.
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