La realidad del siglo XXI
Sputnik
En América Latina y
el Caribe, más de 600.000 personas mueren cada año por enfermedades como
las cardiovasculares, la obesidad y diabetes. En lo que va del año, hay
más de 125.000 casos de dengue en las Américas. Pero ahora solo se
habla del coronavirus.
Lo cierto es que el COVID-19
ha expuesto una cruda realidad: no estamos preparados para enfrentar
pandemias, epidemias ni nuevas enfermedades. El mundo cruza los dedos
para que China logre frenar su expansión. Pues en la mayoría de los
países, los sistemas de salud están obsoletos y no son de acceso
universal.
El mundo ha cambiado radicalmente en las últimas cuatro
décadas. La globalización impulsada por el modelo neoliberal ha
provocado un mayor consumismo, una creciente urbanización, un mayor
hacinamiento, predominio de alimentos ultraprocesados, el sedentarismo
va en ascenso, nuestra vida diaria no se concibe sin el uso de químicos y
el aire que respiramos está contaminado.
Esta situación ha generado nuevas vulnerabilidades. Todo esto lleva a que los sistemas sanitarios actuales estén ingresando a una peligrosa zona de obsolescencia. Peor aún, estos sistemas (pobres) no son de acceso universal.
A
pesar de ello, el mundo no toma conciencia de que ha ocurrido una
especie de metamorfosis epidemiológica, y cada vez tienen más peso las
enfermedades no transmisibles, crónicas, como las cardiovasculares y
respiratorias crónicas, el cáncer y la diabetes. Han surgido nuevos
males, contagiosos, a los cuales los humanos somos altamente
vulnerables.
Si bien aún no se reportan casos de COVID-19 en Latinoamérica, el Caribe ni en África, no se debe relajar la vigilancia por el peligro de una expansión global.
Lo cierto es que el coronavirus ya es una especie de pandemia mediática que además está afectando a múltiples sectores como al turismo y el comercio. El FMI ha dicho que habrá una afectación económica.
¿Quién paga los gastos?
Pero mientras los medios y las redes sociales se enfocan primordialmente en el coronavirus, en lo que va del año 2020, se han reportado más de 125.000 casos de dengue en las Américas. En Bolivia, Honduras, México y Paraguay hay más casos de dengue en las primeras cuatro semanas de 2020 que en el mismo periodo de 2019.
El pasado año, más de tres millones de casos de dengue fueron reportados en la región de las Américas, según informó
la Organización Panamericana de la Salud (OPS). A Brasil le corresponde
el 70% de afectados, con más de dos millones y más del 50% de las
muertes. México reportó más de 268.000, seguido por Nicaragua, Colombia y
Honduras con más de 100.000 afectados cada uno.
¿Pero quién asume los costos de los tratamientos? ¿Quién debería garantizar la salubridad del entorno? ¿Quién pierde cuando miles de ciudadanos no pueden ir a trabajar o tienen la salud deteriorada?
No, no es un virus el que mató a 41 millones de personas en 2019 en el mundo: según la OMS, las enfermedades no transmisibles, como las enfermedades cardíacas, la diabetes y el cáncer, son responsables de más del 70% de todas las muertes anuales en el planeta.
La OMS advierte que, de
continuar las tendencias actuales, habrá un aumento del 60% de los
casos de cáncer en el mundo en el transcurso de los próximos dos
decenios. El aumento mayor (81%) en el número de casos nuevos tendrá
lugar en los países de ingresos bajos y medianos, donde las tasas de
supervivencia actualmente son las más bajas.
En los países de América Latina, el cáncer es la segunda causa de muerte. En 2018, se diagnosticaron 3,8 millones de casos y 1,4 millones de personas murieron por esta enfermedad. La OMS dijo
que "si las personas tienen acceso a la atención primaria y luego a los
sistemas de derivación, es posible detectar temprano el cáncer,
tratarlo eficazmente y curarlo".
Los pronósticos no son alentadores: se prevé que para el 2030, en esta región, el número de personas diagnosticadas con cáncer aumentará un 32% y ascenderá a más de cinco millones de personas por año, debido a que la población está envejeciendo y a la exposición a factores de riesgo, entre otras razones.
A este lóbrego panorama se suma el VIH/SIDA, que mata
a casi un millón de personas por año en el mundo. Desde el comienzo de
la epidemia, 70 millones de personas contrajeron la infección y
alrededor de 35 millones murieron. En la actualidad, 37 millones viven
con VIH en el mundo.
No nos alimentamos, solo 'ingerimos'
Cada año, 600.000 personas mueren
en América Latina y el Caribe debido a enfermedades relacionadas con la
obesidad, diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares.
La prevalencia de la obesidad en adultos en América Latina y el Caribe se ha triplicado desde los niveles que había en 1975
y afecta a casi un cuarto de la población. El aumento más considerable
en adultos se observó en el Caribe, donde creció de 6% en 1975 a 25%, un
incremento de 760.000 a 6,6 millones de personas.
El ritmo de la
vida y los problemas hacen que las personas coman cualquier cosa. Comer
no significa necesariamente nutrirse o alimentarse, tiene que ver más
bien con el verbo ingerir, y a menudo consumimos productos muy procesados, que conducen al deterior de la salud, como la obesidad.
La población mundial envejece a mayor ritmo
Otro aspecto muy actual en la discusión de nuestros sistemas de salud es el referido a la atención de los adultos mayores.
Según la ONU, el envejecimiento
de la población está a punto de convertirse en una de las
transformaciones sociales más significativas del siglo XXI, con
consecuencias para el mercado laboral y financiero y la demanda de
bienes y servicios así como para la estructura familiar y los lazos
intergeneracionales.
Los países deben tomar previsiones. Para 2050, una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años y solo el 5,6% de la población mundial vive
en países que, conforme a la legislación nacional, ofrecen una
cobertura de los cuidados de larga duración a toda persona que los
necesite.
Nuestros países son parte del 94% que no cuenta con esas atenciones y cuidados adecuados.
Enfermedades de carácter social En un informe
de un relator especial de la ONU sobre el derecho de toda persona al
disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental, indicó que
los estereotipos y la estigmatización en el marco de la comunidad, la
familia, la escuela y en el trabajo socavan las relaciones saludables y
desmantelan los entornos de apoyo e inclusión que se requieren para la
buena salud mental y el bienestar de todos.
"La xenofobia y la
intolerancia generan entornos emocionales y psicosociales hostiles y
erosionan la calidad de las relaciones humanas, lo que genera
desconfianza y desprecio en el seno de la vida social" y recomienda a
los Estados formular políticas encaminadas a reducir o eliminar la
toxicidad del entorno físico y psicosocial.
La reducción de las desigualdades es una condición indispensable para promover la salud mental y atenuar los principales factores de riesgo, como la violencia y la exclusión social.
Son
tantos los millones de personas que sufren de depresión, ansiedad y
otros trastornos que esta área de la salud es una de las mayores fuentes
de ingreso de las empresas transnacionales farmacéuticas por ventas de
ansiolíticos. Por ejemplo, en España son los medicamentos más vendidos.
Y es que hay un problema serio, de fondo: las políticas actuales de salud mental se han visto afectadas en gran medida por el predominio del modelo biomédico y las intervenciones biomédicas.
Dicho modelo, que rige desde el siglo XVIII, no corresponde a la realidad social, económica y ambiental del mundo actual.
El
enfoque biomédico estima que cualquier patología tiene una única causa,
de naturaleza estrictamente física, lo que conlleva a que se busca
curar la dolencia mediante una manipulación quirúrgica o farmacológica.
Según
el relator de la ONU, "ese modelo ha dado lugar no solo al abuso de la
coacción en el caso de discapacidades psicosociales, intelectuales y
cognitivas, sino también a la medicalización de las reacciones normales a
las múltiples presiones de la vida, incluidas las formas moderadas de
ansiedad social, tristeza, timidez, absentismo escolar y comportamiento
antisocial".
Este es un desafío importante para un modelo de
salud pública que aborde nuevos problemas sociales, más allá del modelo
biomédico reduccionista.
El relator concluye que "las tendencias
mundiales apuntan a una proliferación de políticas y prácticas que
socavan activamente los principios universales de derechos humanos o que
aplican esos derechos de manera selectiva. (…) La falta de voluntad
política para invertir de manera integral en salud mental y bienestar
exacerba ese ciclo de discriminación, desigualdad, exclusión social y
violencia".
Enfermedades que empobrecen
El siglo pasado,
la humanidad logró avances importantes en el combate de enfermedades
como la tuberculosis, el sarampión, la difteria, tos ferina, fiebre
amarilla, polio, hepatitis, entre otras, mediante el uso de vacunas.
Pero
la pobreza persiste y la insalubridad mata a millones con enfermedades
que se pueden prevenir, si los Estados tomaran medidas adecuadas. Pese a
los progresos históricos que se han hecho para reducir su carga mundial, las enfermedades transmisibles siguen siendo un importante problema.
La mitad de la población mundial, al menos, está privada de servicios de salud esenciales, según se desprende de un informe del Banco Mundial y la OMS.
Las
prioridades han cambiado, hay enfermedades que se atienden como
emergencia cuando en realidad se pueden prevenir si se promueve un
sistema sanitario vigilado y fuerte.
En el informe quinquenal 2013-2017,
la OMS dijo que "resulta totalmente inaceptable que la mitad del mundo
aún carezca de cobertura para servicios de salud que son absolutamente
esenciales" y propone que para 2017-2021 se priorice una cobertura
sanitaria universal.
Asimismo, cada año hay un gran número de familias que se ven sumidas en la pobreza porque no pueden pagar de su propio bolsillo la atención sanitaria. La falta de acceso a los medicamentos es uno de los obstáculos más complejos para mejorar la salud.
Los desafíos
Este comprimido panorama muestra lo lejos que estamos de los principios
establecidos en la Constitución de la OMS referido a que "la salud es
un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente
la ausencia de afecciones o enfermedades".
Al ser las actuales enfermedades predominantes producto del mundo globalizado, de un sistema económico altamente consumista y por ende contaminador, los Estados deberían responder a sus ciudadanos con enfoques holísticos, adecuados a esta realidad.
Por
esta misma razón, es clave que instituciones internacionales como la
OMS y la OPS lideren los nuevos desafíos, desburocratizadas, guardando
distancias con las transnacionales que lucran con la salud y defendiendo
el bienestar de los más necesitados.
Es imperativo regular el
monopolio que poseen las trasnacionales farmacéuticas con patentes sobre
medicamentos, a favor de la población.
Hace falta superar no solo la visión reduccionista biomédica, pero también asumir el principio de precaución ante nuevas tecnologías, como la transgénica, que pueden exacerbar más la deteriorada salud de millones.
El
involucramiento de las universidades públicas y centros de
investigación es clave, pues quienes lideran hoy las investigaciones, el
desarrollo de nuevas medicinas y enfermedades son las transnacionales
farmacéuticas, en los sectores más lucrativos, buscando solo incrementar
sus ganancias.
En algunos países, las movilizaciones sociales
piden un incremento en el presupuesto que se destina a la salud, lo cual
es justo, pero habría que ir más allá que eso, pues se trata de buscar
un enfoque que no solo cure las enfermedades, pero también las prevenga.
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