Tatiana Golikova, viceprimera ministra encargada de Salud de Rusia, anunció que a partir de mañana los ciudadanos chinos tendrán prohibido ingresar a Rusia, sin importar que viajen por motivos de negocios, privados, de estudios o turísticos. La drástica medida se suma al cierre de la frontera sino-rusa de más de 4 mil kilómetros, la suspensión de los enlaces ferroviarios y las restricciones de vuelos con que Moscú intenta contener la propagación del Covid-19, patógeno que ha causado alrededor de mil 900 muertes desde su aparición en la ciudad china de Wuhan a finales de diciembre pasado.
Como ya se ha indicado en este espacio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desaconseja este tipo de restricciones, pues no sólo tienen un impacto limitado en la contención efectiva de la epidemia, sino que dejan graves secuelas sociales y económicas. En este sentido, ayer mismo la instancia de las Naciones Unidas hizo un llamado a la calma y recordó que la letalidad del Covid-19 se ubica en 2.3 por ciento de las personas infectadas, muy por debajo de otras enfermedades respiratorias de origen viral. Asimismo, la OMS señaló que 81 por ciento de los 73 mil pacientes presentan infecciones leves, mientras la Comisión Nacional de Salud de China informó que 85 por ciento de las personas pueden superar la enfermedad si reciben los cuidados adecuados.
Tal como se presenta, la medida anunciada por Moscú carece de sentido en términos del control epidemiológico, pero además constituye un acto de racismo institucionalizado: al prohibir la entrada no a personas procedentes de China con independencia de su nacionalidad, sino a ciudadanos chinos vengan de donde vengan, se insinúa el absurdo de que éstos son genética o nacionalmente portadores del virus.
Lo anterior resulta preocupante por una serie de razones. En primer lugar, porque es una política en todo punto contraria a consideraciones básicas de derechos humanos; en segundo, porque contribuye a reforzar la tendencia global a la xenofobia y el cierre compulsivo de fronteras, cuyo máximo representante es el mandatario estadunidense, Donald Trump; por último, porque el territorio ruso es un importante lugar de tránsito para las comunicaciones entre China y Europa, además de residencia para gran cantidad de ciudadanos chinos que sufrirán un “ apartheid epidemiológico” y se verán en riesgo de padecer ataques por parte de sectores de la población rusa susceptibles a la desinformación y el pánico.
Además de preocupante, el anuncio de las autoridades rusas tiene un aspecto sorpresivo, pues durante los años recientes Moscú y Pekín han estrechado sus relaciones hasta conformar una robusta asociación estratégica en los ámbitos económico, geopolítico y militar, y cabría pensar que dichos lazos disuadirían al Kremlin de adoptar medidas tan nocivas como la que se comenta.
En suma, la epidemia exige que todos los estados adopten medidas de prevención y control, tales como la revisión e interrogatorio a los pasajeros procedentes de zonas de contagio, las cuarentenas a embarcaciones donde se detecten brotes de la enfermedad o la sugerencia de no viajar a menos que resulte indispensable, entre otras. Pero dichas medidas no deben incluir la prohibición de tránsito a toda una ciudadanía, la cual resulta tanto irracional como inhumana.
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