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sábado, 15 de febrero de 2020

Guerra híbrida contra los movimientos sociales



Quienes formularon la tesis de la guerra híbrida, se proponían abordar las nuevas formas de la guerra entre Estados en el siglo XXI. En 2006, el general James Mattis, luego jefe del Pentágono con Trump, publicó el artículo La guerra del futuro: la llegada del conflicto híbrido, concepto que pronto se popularizó.
Se trataba de describir la combinación de la guerra irregular y la asimétrica en el conflicto actual, en el cual los Estados intervienen “de manera directa o delegando su actuación a agentes domésticos o proxies, guerrillas, terroristas, redes criminales o contratistas militares privados”, según el análisis publicado en la revista del ejército español (https://bit.ly/31KGflp).
El concepto se utilizó para explicar el conflicto entre Ucrania y Rusia a comienzos de 2014. Los analistas occidentales acusaron a Moscú de utilizar la guerra híbrida para conseguir las independencias de las fronterizas repúblicas de Donetsk y Lugansk. Ambas provincias se separaron de Ucrania luego que la revuelta Euromaidan, que buscada la integración en la Unión Europea, llevó a la caída del presidente electo y al desacople con Rusia.
Una parte de la población de ambos óblast o provincias, mayoritariamente rusoparlante, se levantó en armas con apoyo de Rusia, formó milicias, tomó edificios gubernamentales, convocó referendos y proclamó la independencia. El concepto de guerra híbrida se enmarcó en un conflicto geopolítico y social, que en lo formal se presentó como la población contra el gobierno, pero en realidad representaba los intereses de Rusia.
En Ucrania se enfrentaron las ambiciones geopolíticas de Washington y de Moscú, en cuya defensa utilizaron no sólo a militares y paramilitares, sino a las poblaciones que quieren formar parte de la Unión Europea y las que desean seguir articuladas con Rusia.
El monárquico y español Instituto Elcano, enfila la guerra híbrida contra los movimientos de protesta organizados por intereses extranjeros, afirmación interesada que deja amplio margen a la manipulación mediática (https://bit.ly/2SvrmPG). Las llamadas amenazas híbridas, pueden ser violentas o no violentas, lo que permite incluir casi cualquier conflicto social como amenaza para el Estado.
De algún modo, se está repitiendo la historia de la guerra fría: cualquier lucha social puede ser acusada de favorecer a cualquier potencia con ambiciones globales o regionales.
En América Latina, este concepto se está enfocando en contra de los movimientos antisistémicos, en particular por parte de los militares brasileños. Los centros de pensamiento militar incluyen las luchas populares en el contexto de una guerra híbrida, como sucede con las acciones del Movimiento Sin Tierra y con las ocupaciones de escuelas secundarias, en particular las sucedidas en 2016.
Un reciente artículo en la página Defesanet del general en la reserva Carlos Alberto Pinto Silva, ex comandante del Comando Militar del Oeste, del Comando Militar del Sur y del Comando de Operaciones Especiales, titulado Insurgencia Moderna, pone en la lupa tanto a la izquierda electoral como a los movimientos juveniles radicales (https://bit.ly/31mv0zC).
El general no oculta su satisfacción por la caída de Dilma Rousseff y el triunfo de Jair Bolsonaro, porque ambos hechos muestran que la vía pacífica para la conquista del poder se desmoronó. Ahora el socialismo marxista se empeñará, señala el general Pinto, en el “modo hard” para la toma del poder medianteprotestas, manifestaciones sindicales y uso de los movimientos sociales.
Los estrategas militares consideran las manifestaciones sindicales y los movimientos sociales como amenazas híbridas, así como las autonomías indígenas porque intentarían desagregar los Estados. Desconsideran las demandas de los movimientos y niegan la existencia de pueblos, porque su objetivo consistiría en desestabilizar a los gobernantes, desacreditar a las autoridades y crear caos en la sociedad, provocando una crisis política (https://bit.ly/31mv0zC).
Aunque el concepto de guerra híbrida parece poco convincente, es funcional a las estrategias del 1 por ciento más rico del mundo, que los militares se empeñan en defender. Por eso consideran que llegó el momento de poner freno al menor desafío a su dominación, sea de carácter electoral, armado o de movimientos.
Las diversas formas de la contrainsurgencia, desde la guerra de baja intensidad hasta la guerra híbrida, pasando por la guerra asimétrica, han conseguido neutralizar desde las guerrillas hasta la opción electoral, mostrando que las leyes y constituciones son apenas hojas de parra para cubrir la dominación sistémica.
Por tanto, nos toca repensar nuestras estrategias, como señalaba Immanuel Wallerstein. Seguir empeñados en ocupar el palacio es tanto como administrar lo que existe: un modelo neoliberal extractivo que bloquea cualquier cambio programado desde arriba. Peor aún: no tenemos una estrategia global lista para ser ensayada.

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