Virginia Bolten
Pasado
un año del ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, el país más
grande de América Latina y cuya biodiversidad es una de las más grandes del
mundo, los hechos de su administración dan cuenta de un duro momento que —más
allá de la polarización política que desata actos de violencia y abusos de todo
tipo— dejará marcas profundas en la sociedad de este país.
(Dibujo: Laerte, créditos: Virginia Bolten)
Tal
vez las próximas generaciones se acordarán con amargura de este momento
histórico en que, movidas por el odio, por el miedo o simplemente
por la ignorancia, personas validaron y reprodujeron ataques a la dignidad
humana: con el afán de tener la razón en su elección política, cerraron los
ojos para la destrucción del planeta. Si restaba dudas de que el mundo pasa por
una crisis civilizatoria, Brasil es un ejemplo gráfico y doloroso de esta
realidad.
Las reacciones y resistencias, sin embargo, no son pocas y son un respiro frente a la asfixiante atmosfera de humo; muchos de ellos salen de los poros amazónicos, que flota sobre el gigante de pies descalzos: un Brasil negro, indígena, poético, diverso. Desde que Bolsonaro empezó su corrida presidencial, grupos de artistas, intelectuales y movimientos sociales de todos colores alertaron lo que significaría para el país tener como jefe de Estado una persona abiertamente contraria a los Derechos Humanos.
Hace casi dos años, Brasil fue el palco del brutal asesinato de una mujer. Negra, favelada, bisexual, consejera de la provincia de Rio de Janeiro que investigaba el poder de los paramilitares de los morros de la ciudad carioca. Las evidencias del proceso de investigación señalan la participación de personas vinculadas al Presidente de la República en el crimen que se llevó la vida de Marielle Franco y su chofer Anderson Gomes.
Hace algunos días, Bolsonaro declaró que “el indio está evolucionando y convirtiéndose en un ser humano”. Brasil abriga más de 300 grupos indígenas, muchos de ellos (por suerte) aislados de la Alegoría Estatal. Hace algunos meses —al hablar de la Amazonia—, el ex-militar dijo que “Brasil era una virgen que a todo gringo le gustaría violar”. El Brasil de hoy registra 180 casos de violación por día, es el mayor número desde hace diez años.
La cascada de noticias falsas que, en gran medida, permitió al actual gobierno navegar por los ríos del poder en aguas, a pesar de sucias, tranquilas no logró permanecer invisible. Periodistas, comunicadoras y comunicadores, movidos por la responsabilidad de hacer su trabajo y cumplir con su función social —teniendo como máxima representación la figura del periodista estadunidense radicado en Brasil y víctima de una severa persecución política, Glenn Greenwald–, no dejaron de denunciar los engaños. No obstante, el viejo monstruo de la censura volvió a tomar la escena política, resurgiendo en las aguas pantanosas del incertidumbre y alzando el cuestionamiento sobre cuáles serían los límites de la democracia.
Asimismo, esta obra absurda, que es la realidad política del país, no dejó de ser mostrada por el mundo en grandes pantallas. El documental de Petra Costa, Democracia en Vértigo, que cuenta la historia de un Brasil poco conocido —incluso entre sus mismos habitantes— y que llegó a ser ternado al Oscar hace pocos días, desnuda los hechos que llevaron a la victoria de Jair Bolsonaro; entre ellos el impeachment de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula da Silva. Al ser preguntado sobre el documental, el mandatario brasilero opinó que el trabajo “era una basura” y que era una “obra de ficción”.
Y si el arte es la imitación de la vida, tal vez el filósofo Vladimir Safatle —quien tan de cerca acompaña y reflexiona sobre los procesos políticos brasileiros— tenga razón en su artículo para el periódico El País donde dice que “no hubo elecciones y que no hay presidente”. Mientras tanto, muchas personas se preguntan si será posible sostener más tres años el gobierno bolsonarista antes que este caiga por su propio peso, y tal vez la gran cuestión sea: ¿cuánto peso la sociedad brasilera está dispuesta a soportar?
Las reacciones y resistencias, sin embargo, no son pocas y son un respiro frente a la asfixiante atmosfera de humo; muchos de ellos salen de los poros amazónicos, que flota sobre el gigante de pies descalzos: un Brasil negro, indígena, poético, diverso. Desde que Bolsonaro empezó su corrida presidencial, grupos de artistas, intelectuales y movimientos sociales de todos colores alertaron lo que significaría para el país tener como jefe de Estado una persona abiertamente contraria a los Derechos Humanos.
Hace casi dos años, Brasil fue el palco del brutal asesinato de una mujer. Negra, favelada, bisexual, consejera de la provincia de Rio de Janeiro que investigaba el poder de los paramilitares de los morros de la ciudad carioca. Las evidencias del proceso de investigación señalan la participación de personas vinculadas al Presidente de la República en el crimen que se llevó la vida de Marielle Franco y su chofer Anderson Gomes.
Hace algunos días, Bolsonaro declaró que “el indio está evolucionando y convirtiéndose en un ser humano”. Brasil abriga más de 300 grupos indígenas, muchos de ellos (por suerte) aislados de la Alegoría Estatal. Hace algunos meses —al hablar de la Amazonia—, el ex-militar dijo que “Brasil era una virgen que a todo gringo le gustaría violar”. El Brasil de hoy registra 180 casos de violación por día, es el mayor número desde hace diez años.
La cascada de noticias falsas que, en gran medida, permitió al actual gobierno navegar por los ríos del poder en aguas, a pesar de sucias, tranquilas no logró permanecer invisible. Periodistas, comunicadoras y comunicadores, movidos por la responsabilidad de hacer su trabajo y cumplir con su función social —teniendo como máxima representación la figura del periodista estadunidense radicado en Brasil y víctima de una severa persecución política, Glenn Greenwald–, no dejaron de denunciar los engaños. No obstante, el viejo monstruo de la censura volvió a tomar la escena política, resurgiendo en las aguas pantanosas del incertidumbre y alzando el cuestionamiento sobre cuáles serían los límites de la democracia.
Asimismo, esta obra absurda, que es la realidad política del país, no dejó de ser mostrada por el mundo en grandes pantallas. El documental de Petra Costa, Democracia en Vértigo, que cuenta la historia de un Brasil poco conocido —incluso entre sus mismos habitantes— y que llegó a ser ternado al Oscar hace pocos días, desnuda los hechos que llevaron a la victoria de Jair Bolsonaro; entre ellos el impeachment de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula da Silva. Al ser preguntado sobre el documental, el mandatario brasilero opinó que el trabajo “era una basura” y que era una “obra de ficción”.
Y si el arte es la imitación de la vida, tal vez el filósofo Vladimir Safatle —quien tan de cerca acompaña y reflexiona sobre los procesos políticos brasileiros— tenga razón en su artículo para el periódico El País donde dice que “no hubo elecciones y que no hay presidente”. Mientras tanto, muchas personas se preguntan si será posible sostener más tres años el gobierno bolsonarista antes que este caiga por su propio peso, y tal vez la gran cuestión sea: ¿cuánto peso la sociedad brasilera está dispuesta a soportar?
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