Editorial La Jornada
Por medio del representante
Adam Schiff, la bancada demócrata en la cámara baja del Congreso
estadunidense presentó ayer su alegato final en contra del presidente
Donald Trump, ante el Senado estadunidense, en el proceso de destitución
( impeachment) al que ha sido sometido el jefe de Estado por
haber presionado ilegalmente al gobierno de Ucrania para que investigara
a su rival político, el demócrata Joe Biden, y al hijo de éste, Hunter,
por las actividades empresariales del segundo.
Termina así la primera fase del camino emprendido por la oposición
política estadunidense en su intento por sacar de la Casa Blanca a un
hombre acusado de infinidad de faltas éticas, políticas y legales –desde
agresiones sexuales hasta evasión de impuestos, pasando por
conspiración con agentes y gobiernos extranjeros para adulterar el
escenario electoral interno en 2016–, pero ante el cual han fallado
todos los recursos legislativos y judiciales.
Según puede verse, el impeachment iniciado por los
representantes demócratas no será la excepción y todo indica que el
magnate neoyorquino se encamina a una absolución en el Senado, donde su
partido, el Republicano, cuenta con la mayoría de votos.
De manera paradójica, el intento de destitución, un recurso legal al
que sólo han sido sometidos tres mandatarios estadunidenses –Andrew
Johnson, en 1868, Bill Clinton, en 1998, y el propio Trump, en 2019–, no
ha hecho más que fortalecer las perspectivas del actual, con miras a
las elecciones que habrán de realizarse en noviembre de este año y en la
que aspira a relegirse en el cargo para un segundo periodo de cuatro
años. Lejos de acelerar las pugnas en el Partido Republicano, el proceso
de impeachment lo ha llevado a cerrar filas en torno de su
presidente y se da por descontado que los senadores de esa filiación
votarán en bloque para exculparlo.
Cierto es: lo que está en juego en el Capitolio no es la restauración
de la legalidad, sobradamente vulnerada por Trump; se trata, en cambio,
de una pugna política en la quelos demócratas buscan arrebatar la Casa
Blanca a sus rivales y éstos procuran mantenerse en ella.
Ese trasfondo resulta tristemente ilustrativo de la degradación
institucional a la que ha llegado la superpotencia y de la pérdida de
referentes éticos en los asuntos públicos estadunidenses. Peor aún,
aunque el grueso de la opinión pública es consciente de las
transgresiones legales cometidas por el mandatario, éste parece mantener
una base electoral suficiente para ir con buenas probabilidades de
éxito por una renovación de la investidura.
En tales circunstancias, la única perspectiva de saneamiento de la
vida política estadunidense sería el fortalecimiento del aspirante
demócrata progresista Bernie Sanders.
Pero, aunque el senador por Vermont arrancó en las primarias de su
partido con una buena posición en las preferencias, parece sumamente
improbable que el establishment político-empresarial que impera
en Washington –y extiende su red de intereses en ambos partidos, el
Demócrata y el Republicano– se resignara a allanarle el paso a la Casa
Blanca.
En suma, el previsible fracaso del impeach-ment en contra de Trump parece ser un capítulo más en la espiral descendente que recorre la esfera política de Estados Unidos.
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