Dos editorialistas de The New York Times,
Ross Douthat y David Leonhart, comentaron recientemente la pertinencia
de que los demócratas hubieran iniciado un juicio para retirar al
presidente Donald Trump de su cargo. A juicio del primero, los
demócratas cometieron una grave equivocación al juzgarlo por un error
que no era mayor ni menor que los cometidos por otros mandatarios.
Leonhart le recordó que cuando los republicanos juzgaron a Bill Clinton,
también con el cometido de retirarlo de su cargo, Douthat justificó tal
decisión.
Ese es precisamente el problema: un juicio que tiene el mismo
propósito se efectúa con diferentes criterios y reglas. Tal vez la única
y gran diferencia es que el delito cometido por el que se juzgó a
Clinton no fue, ni con mucho, de la gravedad ni consecuencias inmediatas
y futuras por el que ahora se juzga a Trump.
Alan Dershowitz y Kenneth Starr fueron contratados para defender al
presidente. El primero, en un acto de malabarismo jurídico, admitió que
el jefe de la Casa Blanca puede hacer lo que le parezca con la finalidad
de relegirse y, por esa razón, no se le puede juzgar para retirarlo del
cargo. El segundo, en 1999, fue el encargado de acusar a Clinton por su
affaire con Monica Lewinsky, pero los mismos argumentos que
en aquella ocasión empleó en contra de Clinton, esta vez los emplea para
exonerar al presidente.
Esa
bipolaridades la que en el fondo ha sido la gran paradoja a lo largo de todo el juicio en contra de Trump, primero durante las audiencias en la Cámara de Representantes y ahora en el Senado. Buena parte de los mismos actores que en el juicio contra Clinton echaron mano de una serie de principios legales y normativos, ahora niegan esos mismos principios o los tergiversan en el juicio contra su líder de facto: Donald Trump. ¿Estratagema política o cinismo? Es la pregunta que no pocos se hacen.
Uno de los principales asuntos en el litigio fue la pertinencia de
llamar a testigos y presentar documentos que pudiesen avalar la validez
del juicio, como se haría en cualquier otro. El viernes pasado esa
posibilidad se desechó en una votación en la que 51 senadores
republicanos votaron en contra y 47 demócratas, acompañados
inesperadamente por dos republicanos, a favor.
El líder del Senado, Mitch McConnell, aseguró que había los elementos
suficientes para que el miércoles el pleno del Senado decida si el
presidente es o no culpable. Sabe perfectamente que tiene los votos
necesarios para exonerarlo, respaldado por su zorruna manera de
hacer política, en ocasiones cargada de dudosa ética, y las malas artes
del presidente, entre ellas la amenaza de retirar el apoyo a los
senadores republicanos que se nieguen a exculparlo.
Con claridad meridiana, Nancy Pelosi, líder demócrata en la Cámara de
Representantes, refutó a McConnell, advirtiéndole que esa forma de
proceder no era posible que se caracterizara como un juicio, no sólo en
Estados Unidos, sino en cualquier parte del mundo que se precie de tener
un sistema democrático.
Lo sucedido deja un profundo cuestionamiento a la forma y el rumbo
que ha tomado la política estadunidense. ¿Cinismo o estratagema
política, o ambos? En el fondo es el sabor que deja la conversación
entre Douthat y Leonhart en el contexto de esta inédita coyuntura
política. Además, fue la oportunidad para introducir a Ezra Klein, otro
agudo observador político, quien en el mismo programa conversó sobre lo
que ha venido sucediendo en la política estadunidense desde hace un buen
tiempo: una profunda polarización en la sociedad de ese país, producto
de coyunturas como la de ahora, en la que impera el pragmatismo y el
cinismo. Vale comentar en una próxima entrega su participación y el
libro que al respecto escribió recientemente.
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