Una proletarización del mundo que desenmascara el “pseudomodernismo”
Bouamamas (Blog)
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos |
La regresión social que constituye la globalización es de una magnitud sin parangón desde el nazismo. Marca un cambio de las relaciones de fuerza heredadas, precisamente, de la victoria contra él. Va
pareja de la desaparición de los equilibrios surgidos de la Segunda
Guerra Mundial con su eje bipolar “este/oeste”, pero también sus
dinámicas de luchas de liberación nacional y por un “nuevo orden
internacional”, es decir, contra el neocolonialismo, de oposición a las
guerras imperialistas, de exigencia de un trato igualitario para los
componentes sobreexplotados de las clases populares (mujeres, personas jóvenes, inmigradas y herederas de la inmigración, etc.). Esta regresión solo ha sido posible gracias a una preparación y un acompañamiento ideológico de larga duración cuyo objetivo es trastocar las referencias teóricas e ideológicas de las personas dominadas del planeta. En nuestra opinión, la galaxia
de las llamadas teorías “postmodernas” fue el vehículo principal de
este combate para volver a imponer la hegemonía cultural de las clases
dominantes.
El Eurocentrismo
La
ofensiva ideológica que acompaña a la contrarrevolución que constituye
la llamada “globalización” sólo podía ser eficaz apoyándose en unos
elementos de verdad, es decir, en unas cegueras y ocultaciones previas
en el propio seno de los movimientos que luchan contra el orden
dominante a escala mundial. Era necesario denunciar estas ocultaciones.
Sin embargo, esta denuncia fue el pretexto para fragmentar el análisis y
las luchas. La denuncia no se hizo para apelar a un análisis más amplio
que tuviera en cuenta la dinámica mundial del capitalismo, sino para
presentar cada lucha como separada de las demás. Se ocultaba la relación
sistémica entre ellas. Así, la fragmentación del análisis y de las
luchas es el tronco común y el punto de llegada que comparte toda la
galaxia postmoderna. Entre las cegueras y ocultaciones que han servido
de base de ofensiva a esta lucha ideológica se encuentra el
eurocentrismo, es decir, una lectura de la historia que confunde el
universalismo mutilado del capitalismo nacido en Europa y el
universalismo real. En el pasado todo esto llevó a la idea de una
colonización humanitaria que se podía oponer a la colonización bárbara
del capitalismo, a la tesis de la misión civilizadora de “izquierda”(que
todavía perdura en muchas ONG “de ayuda al desarrollo”), a la de la
“integración” de las personas inmigradas (es decir, a una lectura de sus
condiciones de existencia que se refiere a sus características
culturales y no a sus condiciones materiales de existencia y a las
desigualdades que les caracterizan), a la justificación contemporánea o a
la inacción frente a las guerras imperialistas (con el pretexto de la
lucha contra la barbarie o contra un “tirano” de un país del Sur del
planeta), etc.
En nuestra opinión, la clave del error
eurocéntrico es no tener en cuenta o subestimar el carácter mundial del
capitalismo y ello desde sus primeros pasos. Aimé Césaire nos recuerda
que la característica de este modo de producción nacido en Europa es ser
“una forma de civilización que […] se ve obligada, de forma interna, a
extender a escala mundial la competencia de sus economías antagonistas”
(1). Immanuel Wallerstein, por su parte, utiliza la metáfora del cáncer
que pone de relieve el desarrollo exponencial por metástasis, sin más
límites que la muerte, específico del capitalismo (2). La globalización
capitalista es una tendencia que existe desde el inicio del capitalismo
debido a la competencia entre capitales con el fin de maximizar el
beneficio. La destrucción de las civilizaciones amerindias, la
esclavitud, la colonización, el neocolonialismo y la globalización
actual no son sino formas sucesivas de esta lógica de expansión
impuestas por los cambios de la relación de fuerzas. Desde sus inicios
el capitalismo polariza el mundo en un centro dominante y unas
periferias dominadas, y hace de la pobreza en un polo la condición de la
mejora de las condiciones de existencia en otro, del subdesarrollo o,
más exactamente, del mal desarrollo de las periferias la condición del
“desarrollo” del centro, de la guerra en los países del Sur la condición
de la paz en los países del Norte, etc. “La polarización es una
constante desde el origen del capitalismo. Pero decir que es una
constante no quiere decir que haya adoptado una forma inmutable. Ha
pasado por etapas con unas formas adaptadas al desarrollo del
capitalismo y a las resistencias de los pueblos a sus efectos”, resume
Samir Amin (3). La polarización en clases dentro de cada país y la
polarización a escala mundial refleja así una misma constante y una
misma lógica del sistema capitalista.
La subestimación
eurocéntrica de esta polarización mundial ha llevado a la “izquierda” en
los países del Norte a subestimar el imperialismo (y, por
consiguiente, el internacionalismo como necesidad imprescindible)
surgido del comportamiento canceroso del capitalismo. Así, ha sido
preciso esperar a que un país europeo (Grecia) se vea afectado por
los mecanismos de la deuda imperialista para que este tema y esta
lucha se difundan, a pesar de que hace varias décadas que la deuda y
los planes de ajuste estructural que la acompaña devastan casi la
totalidad de los países de la periferia dominada. También ha sido
preciso que esperar a que el capitalismo adopte la forma contemporánea
de la “deslocalización” de empresas a la periferia para oír hablar de
“globalización”, a un que hace décadas que sum e a las periferias
en la miseria.
La misma subestimación lleva actualmente a las
tesis postmodernas de sustituir el imperialismo por “el imperio”. Este
“imperio” que sustituye al imperialismo se caracterizaría por el
predominio del “trabajo inmaterial” sobre el “trabajo industrial”,
predominio que sería él mismo signo del paso de la sociedad industrial a
la sociedad postindustrial: “En la última década del siglo XX el
trabajo industrial perdió su hegemonía y lo que emergió en su lugar fue
el «trabajo inmaterial », es decir, un trabajo que crea productos
inmateriales: el saber, la información, la comunicación, las relaciones
lingüísticas o emotivas” (4), escribe Antonio Negri. Este enfoque
limita su mirada a los países dominantes del centro y oculta la
existencia de una división internacional del trabajo que concentra la
producción industrial en los países de la periferia. Si ampliamos la
mirada a escala planetaria, el cuadro de conjunto se transforma para
hacer aparecer una proletarización del mundo y un trabajo industrial muy
dominante. La tesis postmoderna del Imperio implica la negación de las
relaciones no igualitarias entre el centro dominante y las periferias
dominadas, a las que sustituye una realidad mundial única:
“En la actual fase imperial ya no hay imperialismo -o, cuando subsiste, es un fenómeno de transición hacia una circulación de valores y poderes, a escala del Imperio. Lo mismo que ya no hay Estado-nación: se le escapan las tres características sustanciales de la soberanía -militar, política, cultural-, absorbidas o reemplazadas por los poderes centrales del Imperio. Desaparece o se extingue así la subordinación de los antiguos países coloniales a los Estados-nación imperialistas, al igual que la jerarquía imperialista de los continentes y de las naciones: todo se reorganiza en función del nuevo horizonte unitario del Imperio” (5).
Este análisis hace desaparecer las
nociones de “clases” y de “naciones”, las cuales dan paso a un nuevo
“sujeto histórico” llamado “multitud” que se convierte en la “clase
global” que sustituye a la “clase obrera”, la cual sería lo propio de la
fase anterior del capitalismo, la sociedad industrial. Esta “multitud”
definida como “la totalidad de los individuos que trabajan y producen
bajo la ley del capital” (6) se caracteriza para estos dos autores por
la diversidad extrema en oposición a los conceptos de “clase” y/o de
“pueblo” que aspiran a cierta homogeneidad. Como señala Samir Amin, esta
lectura no es sino una vuelta al individuo de la ideología liberal: “Su
fundamento es que las naciones están en vías de desaparición y en su
lugar el individuo se ha convertido en el agente activo en la historia.
Es una visión idealista que no corresponde a nada. Es, simplemente, la
ideología liberal vigente hoy en día” (7). En efecto, lo que de paso
desaparece es nada menos que la idea de clase social por un lado y la
idea de “nación dominada” por otro. Lógicamente, esta “desaparición”
arrastra consigo la lucha de clases y, por otra parte, la lucha
antiimperialista. En su lugar solo queda la lucha de múltiples grupos
sociales yuxtapuestos sin articulación alguna con un mismo sistema de
dominación, el del capitalismo globalizado.
La segmentación generalizada del proletariado globalizado
La
galaxia de las teorías postmodernas ha logrado imponerse basándose en
cegueras y ocultaciones previas de las fuerzas de “izquierda”. Destaca
así la diversidad y la jerarquización de las situaciones de explotación
y/o dominación, y su ocultación por parte de un amplio sector de las
fuerzas de “izquierda”. La crítica es pertinente pero la conclusión que
saca es errónea. La competencia entre las fuerzas de trabajo siempre ha
sido una constante del capitalismo desde su nacimiento y para ello
utiliza todos los factores posibles e imaginables: el sexo, el origen,
la edad, etc. Debido a ello el racismo, el sexismo y la discriminación
por razones de edad no son taras morales, sino modos de gestión de la
fuerza de trabajo, de donde se desprende una segmentación del trabajo y
de los estatus, y una estratificación de las personas explotadas. El
enfoque esencialista de la clase social o del capitalismo ha frenado en
gran medida la consideración de las personas dominadas entre las
dominadas. Nunca ha habido una clase obrera o un capitalismo homogéneo.
La primera siempre ha estado constituida por diferentes niveles de
explotación (discriminaciones sexistas, racistas o por la edad) y el
segundo siempre ha yuxtapuesto ciertas formas de explotación en el
centro dominante y otras en las periferias dominadas (esclavitud,
“engagisme”*, derecho laboral y condiciones de vida diferentes entre el
centro y la periferia).
La nueva fase de la actual globalización
capitalista no aporta nada nuevo en el fondo. Se limita a llevar al
extremo la lógica de la competencia de las fuerzas de trabajo y con ella
la segmentación de las personas trabajadoras (entre los países del
centro y los países de la periferia, entre los países de la periferia,
dentro de los países del centro, etc.). La globalización capitalista es
una secuencia histórica de generalización de la segmentación.
Lógicamente suscita una serie de consecuencias que pueden ofrecer la
apariencia de una yuxtaposición de situaciones de exploración sin
relación sistémica. Por tomar solo el ejemplo de la situación francesa,
la misma lógica de segmentación generalizada de las personas
trabajadoras lleva al grupo permanente de personas trabajadoras sin
derechos que constituyen los “sin papeles”, a la exacerbación de las
discriminaciones racistas que asignan a las personas inmigrantes y a sus
descendientes franceses a determinados segmentos del mercado laboral, a
una multiplicación de los estatutos para el conjunto de las personas
trabajadoras, etc. Lejos de constituir una “multitud”, estas diferentes
categorías son todas ellas el resultado de la competencia exacerbada
entre personas trabajadoras que caracteriza nuestra secuencia histórica.
La
consecuencia de los enfoques postmodernos es el abandono de la lucha
por la unificación de las personas dominadas, es decir, de la toma de
conciencia de estar en oposición a un mismo sistema de explotación que
estratifica para explotar mejor, que jerarquiza para reproducirse y
extenderse mejor. La unidad de explotación nunca ha significado su
unicidad. Si en el pasado y todavía hoy el aspecto unitario se ha
utilizado falazmente para ocultar y/o subestimar y/o eufemizar la
sobreexplotación específica de ciertos segmentos, la galaxia postmoderna
simplemente invierte la lógica (que por ello sigue siendo igual de
falaz) afirmando la ausencia de aspecto unitario con el pretexto de la
diversidad de las situaciones de explotación. En vez de la lucha para
hacer retroceder el chovinismo, el racismo, el sexismo, etc., se propone
que cada uno de los grupos sociales concernidos se perciba a sí mismo
(y perciba su opresión específica) como específicos por esencia y ya no
por construcción histórica y política. Lo que desaparece de paso es la
dimensión sistémica del capitalismo que es común a todos los segmentos
del proletariado globalizado. Lo que desaparece al mismo tiempo es la
dimensión sistemática del capitalismo que es la dimensión común a todos
los segmentos del proletariado globalizado. Al hacerlo se elimina una de
las tareas esenciales que se le plantean a nuestras luchas, la que
Samir Amin resume de la siguiente manera: “¿Cómo articular las luchas
segmentadas en una estrategia de combate amplia y generalizada?” (8).
La
respuesta a esta pregunta no puede ser la negación de las luchas
segmentadas, de su importancia y su legitimidad. Del mismo modo que era
completamente absurdo llamar a los esclavos a sublevarse contra el
capitalismo sin abordar concretamente la lucha por la abolición, es
completamente alucinante exigir a las víctimas de la discriminación
racista o sexista ocultar sus opresiones específicas con el pretexto de
la lucha contra el capitalismo. La unificación de las víctimas de un
mismo sistema de explotación pasa inevitablemente no por la ocultación
de las opresiones específicas sino, por el contrario, por la lucha
contra ellas. No se trata aquí de apelar a una “solidaridad” externa
sino a la conciencia de la existencia de un mismo sistema de exploración
y de dominación. Marx lo planteaba de la siguiente manera: “En los
Estados Unidos de Norteamérica todo movimiento obrero independiente
estuvo sumido en la parálisis mientras la esclavitud desfiguró una parte
de la República. El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse
ahí donde se estigmatiza el trabajo de la piel negra” (9). En otro texto
Marx destaca los efectos concretos de la negación de las opresiones
específicas o de otorgarles un estatuto secundario o desdeñable:
“Todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra poseen ahora una clase obrera dividida en dos campos enemigos, proletarios ingleses y proletarios irlandeses. El trabajador inglés común odia al trabajador irlandés como competidor que reduce el nivel de vida. Se siente hacia él como un miembro de la nación dominante y, por lo tanto, se convierte a sí mismo en la herramienta de sus aristócratas y capitalistas contra Irlanda, y fortalece así el dominio de aquellos sobre él. Tiene prejuicios religiosos, sociales y nacionales contra él [trabajador irlandés]. Se comporta con él como el blanco pobre con los negros de las antiguas haciendas de esclavos de la Unión Americana. El irlandés le paga con la misma moneda. Ve en el trabajador inglés tanto un cómplice como al estúpido instrumento del dominio inglés en Irlanda” (10).
En el plano internacional ocurre lo mismo.
La carencia de internacionalismo no favorece la lucha de las clases
nacionales sino que la debilita. La opresión y explotación imperialista
de las periferias dominadas refuerza al capitalismo y hace más difícil
derrocarlo. También en este caso no se trata de una solidaridad moral
externa sino de una toma de conciencia sistémica. Marx plantea así la
cuestión del interés que tiene para la clase obrera inglesa la
independencia de Irlanda, al tiempo que reconoce sus errores de análisis
anteriores: “Durante mucho tiempo creí que era posible derrocar el
régimen irlandés mediante el ascenso de la clase obrera inglesa. Siempre
defendí ese punto de vista en el New York Tribune. Un
estudio más profundo me ha convencido ahora de lo contrario. La clase
obrera inglesa nunca conseguirá nada mientras no se libre de
Irlanda. La palanca se debe aplicar en Irlanda. Esa es la razón por
la que la cuestión irlandesa es tan importante para el movimiento social
en general” (11). Lo mismo ocurre actualmente con la cuestión de la
independencia de los llamados “DOM” [siglas en francés de “Departamentos
de Ultramar”], el franco CFA o la presencia militar francesa en África.
Por consiguiente, a la proletarización del mundo corresponde
la necesidad de romper con el fárrago de las teorizaciones postmodernas
que impiden entender los retos de nuestra secuencia histórica y de las
luchas que exige.
Notas:
(1) Aimé Césaire, Discours sur le colonialisme, Présence Africaine, París, 2004, p. 9. [En castellano, Discurso sobre el colonialismo, Tres Cantos, Akal, 2006.]
(2) Immanuel Wallerstein, L’occident, le capitalisme et le système-monde moderne, Sociologie et sociétés, volume 22, n° 1, primavera de 1990, pp. 15-52.
(3) Demba Moussa Dembelé, Samir Amin, Intellectuel organique au service de l’émancipation du Sud (entretien avec Samir Amin), CODESRIA, Dakar, 2011, p. 39.
(4) Toni Negri, Traversées de l’Empire, L’Herne, París, 2011, p. 53. [En castellano Movimientos en el Imperio, Barcelona, Paidós Ibérica, 2006; traducción de Carmen Revilla].
(5) Toni Negri, “L’Empire stade suprême de l’impérialisme”, Le Monde Diplomatique, enero de 2001, p. 3. [En castellano,: https://webs.ucm.es/info/uepei/debate00007.html, de donde hemos tomado la cita, N. de la t.],
(6) Michael Hardt y Toni Negri, Multitude. Guerre et Démocratie à l’âge de l’Empire, La Découverte, París, 2004, p. 133. [En castellano Multitud, Barcelona, Debolsillo, 2006; traducción de Juan Antonio Bravo].
(7) Demba Moussa Dembelé, Samir Amin, Intellectuel organique au service de l’émancipation du Sud (entretien avec Samir Amin), op. cit., p. 36.
*
“Engagisme” es un concepto jurídico que se remota el Antiguo Régimen y
que tras ser abolido por la Revolución francesa se convirtió en una
forma de trabajo asalariado de los trabajadores nativos de las colonias
(antiguos esclavos) o inmigrantes provenientes sobre todo de África y
Asia, y destinados a las grandes plantaciones de las colonias faltas de
mano de obra tras la abolición de la esclavitud en Francia en 1848. A
cambio de la promesa de una vida mejor firmaban un contrato [contrat
d’engagement] cuya duración variaba según el origen y la colonia a la
que está destinado. La palabra está formada sobre el verbo “engager”,
que significa “contratar” (N. de la t.)
(8) Samir Amin, “Au sujet des thèses de Michael Hardt et d’Antonio Negri. Multitude ou prolétarisation?”, http://www.medelu.org/Au-sujet-des-theses-de-Michael , consultado el 23 de enero de 2020 a las 11:30 h.
(9) Karl Marx, Le Capital, livre 1, éditions du Progrès/éditions sociale, Paris, 1976, p. 292. [En castellano, http://www.enxarxa.com/biblioteca/MARX%20El%20Capital%20-%20Tomo%20I.pdf, de donde tomamos la cita, N. de la t.].
(10)
Karl Marx, lettre à Siegfried Mayer et August Vogt du 9 avril 1870, in
Marx-Engels, Correspondance, tome X, éditions sociales, París, 1984, p.
345. [En castellano https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870/abril/09.htm, de donde tomamos la cita, N. de la t.].
(11)
Karl Marx, lettre à Friedrich Engels du 10 décembre 1869,
Correspondance, tome X, éditions sociales, París, 1984, pp. 232-233.
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