Arturo Balderas Rodríguez
La Jornada
El martes pasado se celebraron
elecciones en varios estados de Estados Unidos para elegir
gobernadores, legislaturas estatales y locales, además de para aprobar
varias propuestas de leyes y reglamentos en ciudades, municipios y
estados. Si los resultados de algunas de esas votaciones son síntoma de
lo que puede suceder en noviembre de 2020, cuando se celebren comicios
para elegir presidente y renovar el Congreso, se pudiera decir que
Estados Unidos está en el camino de un viraje significativo en su
política. Particularmente graves para los republicanos fueron los
resultados en los estados de Kentucky y Virginia, donde las elecciones
arrojaron una inesperada derrota para ellos.
En Kentucky, el candidato demócrata a la gubernatura derrotó al
republicano a pesar de que el día previo a la elección había recibido la
visita del presidente para evidenciar su apoyo en un multitudinario
mitin. Donald Trump aseguró al actual gobernador que ganaría su
relección por un amplio margen. Fue más allá cuando le dijo con tono
amenazante que de ninguna manera podría perder la elección, ya que eso
significaría una derrota para el propio presidente. A pesar de ello, o
tal vez producto del abierto apoyo del mandatario, el republicano sufrió
una derrota inesperada.
Lo sucedido tiene además otro mensaje implícito no menos preocupante
para el Partido Republicano. El senador Mitch McConnell, uno de los dos
que representa ese estado, es el líder de la mayoría republicana en el
Senado. En su calidad de líder ha sido el garante para que algunas de
las más controvertidas propuestas de Trump hayan sido aprobadas en ese
recinto, al igual que las nominaciones del presidente a la Suprema
Corte, a pesar de la dudosa calidad y honestidad de los candidatos. Con
el resultado de la elección, es de esperarse que su liderazgo en el
Senado y la opinión que de él tiene el electorado de su estado haya
quedado maltrecha y en entredicho.
En Virginia, los demócratas arrebataron la Asamblea y el Senado a los
republicanos que desde hace varias décadas los habían controlado en ese
estado. Una de las consecuencias inmediatas es que los legisladores
demócratas estarán en posibilidades de aprobar la expansión de los
fondos para afianzar la reforma de salud conocida como Obamacare, que
los republicanos, hasta ahora, se han negado a avalar. Otra consecuencia
no menos importante es que la mayoría demócrata podrá realinear los
distritos de votación en una forma menos arbitraria y dolosa como los
republicanos lo han hecho durante años. La forma arbitraria en que han
dividido los distritos donde hay mayoría de votantes demócratas les ha
garantizado una ventaja artificial durante años. El impacto de la
redistribución de los distritos electorales que la entrante legislatura
en Virginia ha prometido pudiera tener un efecto similar en otros
estados en los que el Partido Republicano ha actuado de igual manera,
abusando de su mayoría en los congresos estatales.
Si a este escenario se suman los juicios que en contra del presidente
se efectúan en el Congreso y en varios juzgados federales, las
posibilidades de que lo sucedido en Kentucky y Virginia abra la ruta
para su derrota y la de varios legisladores que han apoyado sus
iniquidades son considerables.
En este contexto es necesario destacar que el cambio paulatino que se
efectúa en el ánimo de los electores es resultado del cansancio de
buena parte de los estadunidenses con la errática forma en que el
huésped de la Casa Blanca ha gobernado, pero también producto del
sistemático trabajo que realizan decenas de organizaciones progresistas
en torno a la urgente necesidad de coartar la posibilidad de que Trump
se relija. La necesidad de poner fin a esa pesadilla parece empezar a
rendir frutos. Es de esperarse que los demócratas no se tropiecen esta
vez.
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