Más allá del pavimento, lejos de las luces y los grandes edificios, también existe nación
La imagen muestra una
escuelita rural perdida entre aldeas y caseríos, plantíos de maíz y
laderas deforestadas, en donde la niñez recibe clases en medio del lodo
(cuando llueve) o del intenso calor irradiado por la lámina que medio
los cubre (cuando hay sol). Los materiales escolares disponibles para
sus alumnos se reducen a lo mínimo, porque la pobreza no ofrece mucho
más que un remedo de establecimiento educativo con tablas y bloques de
cemento para apoyar los cuadernos, en donde a pesar de las carencias los
niños se esfuerzan heroicamente por aprender los rudimentos de una
enseñanza insuficiente.
La experiencia de millones de nuevos
habitantes de nuestro continente suele estar marcada por el hambre y la
indiferencia endémica de sus gobernantes, cuyo desempeño está
condicionado por los grandes capitales. El marco de referencia para
estos mandatarios encumbrados gracias a sistemas clientelares y
corruptos se encuentra definido por los intereses de una clase
empresarial inclemente y voraz, cuya visión de la infancia es la de un
contingente de futuros nuevos trabajadores sometidos a explotación y sin
recursos para tener acceso a una vida digna. Los pobres son pobres
porque así les tocó, dicen algunos. Es la voluntad de Dios, dicen otros.
Y lo predican en los templos para acallar pensamientos rebeldes,
potencialmente peligrosos.
Las condiciones de vulnerabilidad de
la niñez son, entonces, algunas de las tácticas más productivas para
blindar el sistema neoliberal diseñado ad hoc para los países
subdesarrollados y proteger así la continuidad de los círculos de poder
económico y político. Privar a las nuevas generaciones de acceso a la
salud, a la alimentación y a la educación responde a planes bien
estructurados de control social, tal como sucede con la invasión de
doctrinas supuestamente religiosas cuyo papel fue cuidadosamente
diseñado por la CIA en los albores de la Guerra Fría para aplastar,
biblia en mano, toda amenaza de subversión.
Sin embargo, así
como resulta conveniente abortar en su germen toda posibilidad de
desarrollo intelectual y social de este enorme segmento poblacional
conformado por niñas, niños y jóvenes, también es un arma de doble filo
en países cuyos sistemas productivos jamás podrán trascender el marco
agroexportador por falta de un recurso humano tecnológico, creativo,
emprendedor y capaz de hacer ese salto indispensable hacia una economía
del tamaño del siglo actual. El desafío planteado, entonces, es
transformar el modelo desde sus raíces y rescatar las riquezas
naturales, pero también el timón del desarrollo; y desempolvar los
conceptos arcaicos coloniales para convertir a estos países-finca en
auténticas naciones.
Uno de los motores esenciales para generar
estabilidad social y construir nación es la distribución equitativa de
la riqueza. Pero no solo hacia los centros urbanos –como suele
plantearse desde los centros políticos- sino poner atención de manera
muy puntual en aquellas áreas en donde nunca alumbra el sol del
presupuesto de inversión pública. El potencial humano ignorado existente
en áreas rurales marginales, en donde ni siquiera hay presencia de
Estado –mucho menos de justicia- guarda en su interior un gran
reservorio de talentos cuya participación activa podría transformar la
realidad actual. Abrir caminos de progreso para la niñez y la juventud
de esas regiones no es, por lo tanto, un acto de caridad, sino uno de la
más elemental justicia.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com
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