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martes, 24 de septiembre de 2019

Somero fragmento sobre parte de la historia del FSLN

Nicaragua


La recuperación del gobierno con su enorme poder político por parte de Daniel Ortega en 2007 para el FSLN, y luego su reelección en 2011 y 2016 llevando al máximo la acumulación de ese poder político, independiente de si es o no una continuación de la revolución del ‘79, inclusive independiente de la indefinición ideológica y la incertidumbre que plantea el aparente experimento social que parece dibujarse y aun de su posible temporalidad y a pesar del desdén de sus adversarios políticos, es una hazaña política sin precedentes históricos en el accionar de la izquierda revolucionaria continental.
Ese período histórico, que se podría llamar Gobierno Revolucionario entre 1979 y 1989, fue indiscutiblemente extraordinario. Solo el hecho que se haya dado y permanecido por diez años y haya logrado lo que logró, en una época de la máxima agresividad imperial de los Estados Unidos en el siglo XX, lo hace único en nuestra historia. Y, ¿qué fue lo que logró? Entre otras cosas, avivó la llama revolucionaria en América, encendida por Fidel Castro en Cuba en 1959, trajo el verdadero espíritu de independencia a Nicaragua y amplió enormemente la conciencia del pueblo nicaragüense y la de los pueblos de América y del mundo, fue un período admirado universalmente afianzando a Nicaragua precisamente en la universalidad, a la que la habían introducido Rubén Dario y Augusto C. Sandino; trajo grandes oportunidades a los más desposeídos y a la misma clase trabajadora, que ésta no supo aprovechar; introdujo el concepto de la democracia participativa, prácticamente inexistente en nuestra historia previa; le dio al pueblo nicaragüense una nueva perspectiva política y lo sacudió y destrabó de la garra imperial-yankee, de la que todavía no logramos desprendernos totalmente; implementó una Reforma Agraria profunda e inauguró el traspaso de gobierno pacífico nunca visto antes en Nicaragua. Lo que no trajo entonces ni ha conseguido en su segunda etapa ha sido el avance material para el pueblo, ni siquiera un asomo de equidad que no sea un mejoramiento en la tenencia de la tierra sin que esto hasta ahora haya traído un aumento en el nivel de vida o significativo mejoramiento real del ingreso per cápita. Los que hicieron la Revolución y los que participamos en ella fracasamos en eso. Esto no disminuye en nada el acontecimiento histórico de la Revolución misma.
Nicaragua es hoy todavía el país más pobre de nuestro continente, aun con grandes recursos naturales, y permanecemos inmersos y desconcertados en las corrientes de pensamiento aun confusas e indefinidas sobre los grandes temas ecológicos y de cambio climático, y las diferentes versiones, que estos generan sobre la conveniencia o no del desarrollo material, mientras el resto de nuestro entorno, los países centroamericanos, nos superan en todo y nos hacen ver como un país pobre, atrasado, ignorante, pendenciero y estancado. Pudiendo ser todo lo contrario. Hicimos una revolución para sacarlo de eso y según parece, mas bien lo hemos hecho permanecer así. Esto se puede decir al menos ya casi hasta el final de la segunda década del siglo XXI.
Tratando muy someramente de examinar los diez años del gobierno revolucionario (1979-1989), en el cual fui un sujeto menor, desde una perspectiva imposiblemente objetiva me esforzaré en buscar algunos de los rasgos más relevantes desde los que se ayude a calificar un periodo histórico tan interesante como complejo. Durante los primeros días y años de ese gobierno, sino todo el periodo, las acciones y decisiones tomadas estuvieron inevitablemente contaminadas por una especie de fervor y celo revolucionario que todos los que participamos, tanto antes como inmediatamente después del triunfo, experimentábamos. Se puede decir que todos los que participamos entramos en una especie de cápsula del tiempo, en un trance, lo llama mi hermano Manuel, como transportados a otra época o a otra era. ¿No era acaso un idealismo post adolecente o un romanticismo revolucionario lo que todos experimentábamos o no es que el celo revolucionario y la ortodoxia ideológica se evaporan con el tiempo? No, no creo eso. Yo de alguna manera vaga me daba cuenta de ese trance, tal vez porque era de los mayores en edad del grupo de cien o doscientos de los principales individuos que conformó el primer intento de ordenamiento del casi caos que siguió a la entrada a Managua el 19 de julio de 1979. Esa condición sólo la experimentan aquellos pocos que tienen la oportunidad en la historia de formar parte de un grupo de personas que acceden al poder político a través de un triunfo militar, entrando armados en la capital del país para asumir el gobierno desde la nada frente a una sociedad atrasada, parte de ella desconcertada, temerosa, y expectante y la otra ilusionada, llena de expectativas imposibles de llenar y también llena de percepciones confusas de lo que podría ser su futuro en aquel caos inicial. Sin embargo, el prestigio y autoridad moral y real que acarreaba un pequeño grupo de los guerrilleros más connotados del FSLN, hizo posible que rápidamente se conformara una sólida estructura de autoridad no militar, teóricamente partidaria que en la práctica era estatal. Esa autoridad se concentró en nueve individuos. De esos nueve que conformaban la autoridad nacional, poco tiempo después emergieron tres centros de poder, más o menos equilibrados que se personalizaron en Daniel Ortega, Tomás Borge y Jaime Wheelock. Este esquema de poder no emergía de algún diseño previo sino, y desde entonces así lo percibía yo, de la propia realidad, y es por eso que siempre acepté y he aceptado ese esquema, por muy criticado que haya sido desde el inicio y durante todos estos años. Era la expresión más auténtica del quehacer y del poder revolucionario, y la realidad y autenticidad de ese poder, son las que han logrado que hoy a más de cuarenta años del hecho, aun permanezca sólido. Mi hermano Carlos, importante participante en el diseño final que condujo al triunfo, no aceptó desde el inicio ese esquema de poder y lo llevó con otro grupo de compañeros un poco más tarde, a desligarse del FSLN y antagonizarlo, dentro de una facción radicada en Costa Rica, no ligada y con independencia de la CIA. Retornando posteriormente Carlos y muchos de sus compañeros al paraguas del FSLN, sin que necesariamente hayan abandonado sus diferencias de entonces, y sin dejar de señalarlas al mismo tiempo comprendiendo que la realidad se ha impuesto y estamos en la conclusión de la segunda década del siglo XXI con nuevos retos.
La conducción política del nuevo estado lo ejercía la Dirección Nacional del FSLN, y poco a poco fue copando todas las instituciones del gobierno para ejercer su administración. El FSLN, él mismo tratando de convertirse en un partido político, intentaba convertirse también en un gobierno paralelo para ejercer esa administración. Nadie sabía gobernar, ni los simpatizantes del FSLN ni mucho menos los militantes de éste, que no sólo eran muy jóvenes e inexpertos sino su gran mayoría sin ninguna preparación académica sólida en los diferentes campos administrativos y técnicos que exige la estructura de un gobierno. El partido como tal nunca llegó a ser el conductor del gobierno, lo que no quiere decir que no lo intentó. Fue así que se conformaron los tres grandes bloques de poder que permanecieron casi intactos hasta muy poco antes de la pérdida del gobierno en el año 1989. Uno era el gobierno mismo, que una vez consolidado, personalmente creo ha sido el mejor equipo de gobierno que ha tenido el país en su Historia, dirigido por Daniel Ortega, con Sergio Ramírez como su ejecutivo, tratando de coordinar los otros dos centros y siendo tal vez, por una veta de soberbia y humor negro que acarrea Sergio, quizá a pesar de él y de sus otras grandes cualidades, uno de los mayores responsables de las fallas administrativas que se pudieron haber cometido. El otro era Tomás Borge, ya muerto, como ministro del Interior quien lo dirigía casi como un presidente autónomo y aparentemente de forma autoritaria, pero al mismo tiempo benévolo, expresando lo que algunos atribuían a Tomás, una contradicción, no antagónica, de su doble personalidad. Tomas dejó una huella de ética y moral incuestionable en todo el ámbito de su accionar. El tercero fue el Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDINRA), dirigido por Jaime Wheelock, Wheelock fue y es un excelente líder, le correspondió ejecutar una reforma agraria profunda y en ese momento necesaria, que ha sido un ejemplo de Reforma Agraria en América Latina; ésta fue una confrontación seria con la concepción histórica, en extremo arraigada en la sociedad nicaragüense y latinoamericana, sobre la inviolable propiedad privada. Obviamente también trajo una reacción del sector oligárquico burgués terrateniente, incapaz de asimilar la permanencia de un partido con esas características, e inclusive del campesinado dueño precario de sus tierras el cual indiscutiblemente fue un factor clave en la aparición de la contrarrevolución armada y apoyada por el imperio. Como ministro dio gran apoyo e impulso verdadero a los esfuerzos de implementar la ciencia y la tecnología en el desarrollo del sector agropecuario. Y aunque en esto no tuvimos mucho éxito, sí se tuvo con la Reforma Agraria que ha sido un factor permanente de estabilización en el país. Jaime Wheelock es el individuo más complejo, junto con Daniel Ortega de todos los miembros de la Dirección Nacional de entonces. Ha sido a Daniel y Jaime a quienes he conocido mejor y con quien más me tocó trabajar de cerca durante los años del gobierno revolucionario, habiendo desarrollado un gran respeto y admiración por ambos, no obstante que ninguno es amistoso, son mas bien reservados y huraños, no hacen concesiones o reconocimientos, son en cierto sentido impenetrables y distanciados aunque ambos son tolerantes y pacientes. Daniel es astuto, no confrontativo, hábil componedor, es popular y tiene carisma, Wheelock no. Ambos han sido muy moderados y respetuosos en su trato con otros, nunca los vi ofender o tratar con grosería o desdén a nadie. A Daniel sólo lo he visto una que otra o vez después de iniciado su segundo gobierno en 2007, lo que no es extraño porque como Presidente es poderoso y los poderosos, hablando en forma figurada, son ciegos, sordos e invisibles, es decir no ven a nadie, ni nadie logra verlos a ellos y a Wheelock lo veo en muy raras ocasiones. Siempre civilizado, cauteloso, tentativo, reservado, acertado, invariablemente inteligente.
El otro centro de poder real y decisivo era el Ejército Popular Sandinista, estructurado, organizado y dirigido por Humberto Ortega, su papel fue fundamental en el equilibrio de los otros centros, en muchos momentos tensos que hubo, especialmente en las etapas de la máxima agresión integral imperialista, él habiendo logrado una armonía decisiva hasta lograr un acuerdo final histórico que no todos los nicaragüenses entendieron. Humberto, también, es huraño y reservado como su hermano Daniel, se ha mantenido genialmente al margen durante estos años de máximo poder de Daniel, y aun yo amistosamente lo he criticado por sus apariciones ocasionales y largas desapariciones de la escena nacional, acepto su ausencia y entiendo bien su actuación determinante dentro del increíblemente complejo momento que atraviesa el FSLN en su devenir histórico.
Estos últimos años de la segunda década del siglo XXI, la aparición dominante de Rosario Murillo en 2012 y especialmente la sacudida político-social de abril 2018, han sido y serán determinantes en la fundamental participación del Partido, ya inextricable, en el futuro de su quehacer político en la Historia de Nicaragua. 

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