Nicaragua
La recuperación del
gobierno con su enorme poder político por parte de Daniel Ortega en 2007
para el FSLN, y luego su reelección en 2011 y 2016 llevando al máximo
la acumulación de ese poder político, independiente de si es o no una
continuación de la revolución del ‘79, inclusive independiente de la
indefinición ideológica y la incertidumbre que plantea el aparente
experimento social que parece dibujarse y aun de su posible temporalidad
y a pesar del desdén de sus adversarios políticos, es una hazaña
política sin precedentes históricos en el accionar de la izquierda
revolucionaria continental.
Ese período histórico, que se podría
llamar Gobierno Revolucionario entre 1979 y 1989, fue indiscutiblemente
extraordinario. Solo el hecho que se haya dado y permanecido por diez
años y haya logrado lo que logró, en una época de la máxima agresividad
imperial de los Estados Unidos en el siglo XX, lo hace único en nuestra
historia. Y, ¿qué fue lo que logró? Entre otras cosas, avivó la llama
revolucionaria en América, encendida por Fidel Castro en Cuba en 1959,
trajo el verdadero espíritu de independencia a Nicaragua y amplió
enormemente la conciencia del pueblo nicaragüense y la de los pueblos de
América y del mundo, fue un período admirado universalmente afianzando a
Nicaragua precisamente en la universalidad, a la que la habían
introducido Rubén Dario y Augusto C. Sandino; trajo grandes
oportunidades a los más desposeídos y a la misma clase trabajadora, que
ésta no supo aprovechar; introdujo el concepto de la democracia
participativa, prácticamente inexistente en nuestra historia previa; le
dio al pueblo nicaragüense una nueva perspectiva política y lo sacudió y
destrabó de la garra imperial-yankee, de la que todavía no logramos
desprendernos totalmente; implementó una Reforma Agraria profunda e
inauguró el traspaso de gobierno pacífico nunca visto antes en
Nicaragua. Lo que no trajo entonces ni ha conseguido en su segunda etapa
ha sido el avance material para el pueblo, ni siquiera un asomo de
equidad que no sea un mejoramiento en la tenencia de la tierra sin que
esto hasta ahora haya traído un aumento en el nivel de vida o
significativo mejoramiento real del ingreso per cápita. Los que hicieron
la Revolución y los que participamos en ella fracasamos en eso. Esto no
disminuye en nada el acontecimiento histórico de la Revolución misma.
Nicaragua es hoy todavía el país más pobre de nuestro continente, aun
con grandes recursos naturales, y permanecemos inmersos y desconcertados
en las corrientes de pensamiento aun confusas e indefinidas sobre los
grandes temas ecológicos y de cambio climático, y las diferentes
versiones, que estos generan sobre la conveniencia o no del desarrollo
material, mientras el resto de nuestro entorno, los países
centroamericanos, nos superan en todo y nos hacen ver como un país
pobre, atrasado, ignorante, pendenciero y estancado. Pudiendo ser todo
lo contrario. Hicimos una revolución para sacarlo de eso y según parece,
mas bien lo hemos hecho permanecer así. Esto se puede decir al menos ya
casi hasta el final de la segunda década del siglo XXI.
Tratando
muy someramente de examinar los diez años del gobierno revolucionario
(1979-1989), en el cual fui un sujeto menor, desde una perspectiva
imposiblemente objetiva me esforzaré en buscar algunos de los rasgos más
relevantes desde los que se ayude a calificar un periodo histórico tan
interesante como complejo. Durante los primeros días y años de ese
gobierno, sino todo el periodo, las acciones y decisiones tomadas
estuvieron inevitablemente contaminadas por una especie de fervor y celo
revolucionario que todos los que participamos, tanto antes como
inmediatamente después del triunfo, experimentábamos. Se puede decir que
todos los que participamos entramos en una especie de cápsula del
tiempo, en un trance, lo llama mi hermano Manuel, como transportados a
otra época o a otra era. ¿No era acaso un idealismo post adolecente o un
romanticismo revolucionario lo que todos experimentábamos o no es que
el celo revolucionario y la ortodoxia ideológica se evaporan con el
tiempo? No, no creo eso. Yo de alguna manera vaga me daba cuenta de ese
trance, tal vez porque era de los mayores en edad del grupo de cien o
doscientos de los principales individuos que conformó el primer intento
de ordenamiento del casi caos que siguió a la entrada a Managua el 19 de
julio de 1979. Esa condición sólo la experimentan aquellos pocos que
tienen la oportunidad en la historia de formar parte de un grupo de
personas que acceden al poder político a través de un triunfo militar,
entrando armados en la capital del país para asumir el gobierno desde la
nada frente a una sociedad atrasada, parte de ella desconcertada,
temerosa, y expectante y la otra ilusionada, llena de expectativas
imposibles de llenar y también llena de percepciones confusas de lo que
podría ser su futuro en aquel caos inicial. Sin embargo, el prestigio y
autoridad moral y real que acarreaba un pequeño grupo de los
guerrilleros más connotados del FSLN, hizo posible que rápidamente se
conformara una sólida estructura de autoridad no militar, teóricamente
partidaria que en la práctica era estatal. Esa autoridad se concentró en
nueve individuos. De esos nueve que conformaban la autoridad nacional,
poco tiempo después emergieron tres centros de poder, más o menos
equilibrados que se personalizaron en Daniel Ortega, Tomás Borge y Jaime
Wheelock. Este esquema de poder no emergía de algún diseño previo sino,
y desde entonces así lo percibía yo, de la propia realidad, y es por
eso que siempre acepté y he aceptado ese esquema, por muy criticado que
haya sido desde el inicio y durante todos estos años. Era la expresión
más auténtica del quehacer y del poder revolucionario, y la realidad y
autenticidad de ese poder, son las que han logrado que hoy a más de
cuarenta años del hecho, aun permanezca sólido. Mi hermano Carlos,
importante participante en el diseño final que condujo al triunfo, no
aceptó desde el inicio ese esquema de poder y lo llevó con otro grupo de
compañeros un poco más tarde, a desligarse del FSLN y antagonizarlo,
dentro de una facción radicada en Costa Rica, no ligada y con
independencia de la CIA. Retornando posteriormente Carlos y muchos de
sus compañeros al paraguas del FSLN, sin que necesariamente hayan
abandonado sus diferencias de entonces, y sin dejar de señalarlas al
mismo tiempo comprendiendo que la realidad se ha impuesto y estamos en
la conclusión de la segunda década del siglo XXI con nuevos retos.
La conducción política del nuevo estado lo ejercía la Dirección
Nacional del FSLN, y poco a poco fue copando todas las instituciones del
gobierno para ejercer su administración. El FSLN, él mismo tratando de
convertirse en un partido político, intentaba convertirse también en un
gobierno paralelo para ejercer esa administración. Nadie sabía gobernar,
ni los simpatizantes del FSLN ni mucho menos los militantes de éste,
que no sólo eran muy jóvenes e inexpertos sino su gran mayoría sin
ninguna preparación académica sólida en los diferentes campos
administrativos y técnicos que exige la estructura de un gobierno. El
partido como tal nunca llegó a ser el conductor del gobierno, lo que no
quiere decir que no lo intentó. Fue así que se conformaron los tres
grandes bloques de poder que permanecieron casi intactos hasta muy poco
antes de la pérdida del gobierno en el año 1989. Uno era el gobierno
mismo, que una vez consolidado, personalmente creo ha sido el mejor
equipo de gobierno que ha tenido el país en su Historia, dirigido por
Daniel Ortega, con Sergio Ramírez como su ejecutivo, tratando de
coordinar los otros dos centros y siendo tal vez, por una veta de
soberbia y humor negro que acarrea Sergio, quizá a pesar de él y de sus
otras grandes cualidades, uno de los mayores responsables de las fallas
administrativas que se pudieron haber cometido. El otro era Tomás Borge,
ya muerto, como ministro del Interior quien lo dirigía casi como un
presidente autónomo y aparentemente de forma autoritaria, pero al mismo
tiempo benévolo, expresando lo que algunos atribuían a Tomás, una
contradicción, no antagónica, de su doble personalidad. Tomas dejó una
huella de ética y moral incuestionable en todo el ámbito de su accionar.
El tercero fue el Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDINRA),
dirigido por Jaime Wheelock, Wheelock fue y es un excelente líder, le
correspondió ejecutar una reforma agraria profunda y en ese momento
necesaria, que ha sido un ejemplo de Reforma Agraria en América Latina;
ésta fue una confrontación seria con la concepción histórica, en extremo
arraigada en la sociedad nicaragüense y latinoamericana, sobre la
inviolable propiedad privada. Obviamente también trajo una reacción del
sector oligárquico burgués terrateniente, incapaz de asimilar la
permanencia de un partido con esas características, e inclusive del
campesinado dueño precario de sus tierras el cual indiscutiblemente fue
un factor clave en la aparición de la contrarrevolución armada y apoyada
por el imperio. Como ministro dio gran apoyo e impulso verdadero a los
esfuerzos de implementar la ciencia y la tecnología en el desarrollo del
sector agropecuario. Y aunque en esto no tuvimos mucho éxito, sí se
tuvo con la Reforma Agraria que ha sido un factor permanente de
estabilización en el país. Jaime Wheelock es el individuo más complejo,
junto con Daniel Ortega de todos los miembros de la Dirección Nacional
de entonces. Ha sido a Daniel y Jaime a quienes he conocido mejor y con
quien más me tocó trabajar de cerca durante los años del gobierno
revolucionario, habiendo desarrollado un gran respeto y admiración por
ambos, no obstante que ninguno es amistoso, son mas bien reservados y
huraños, no hacen concesiones o reconocimientos, son en cierto sentido
impenetrables y distanciados aunque ambos son tolerantes y pacientes.
Daniel es astuto, no confrontativo, hábil componedor, es popular y tiene
carisma, Wheelock no. Ambos han sido muy moderados y respetuosos en su
trato con otros, nunca los vi ofender o tratar con grosería o desdén a
nadie. A Daniel sólo lo he visto una que otra o vez después de iniciado
su segundo gobierno en 2007, lo que no es extraño porque como Presidente
es poderoso y los poderosos, hablando en forma figurada, son ciegos,
sordos e invisibles, es decir no ven a nadie, ni nadie logra verlos a
ellos y a Wheelock lo veo en muy raras ocasiones. Siempre civilizado,
cauteloso, tentativo, reservado, acertado, invariablemente inteligente.
El otro centro de poder real y decisivo era el Ejército Popular
Sandinista, estructurado, organizado y dirigido por Humberto Ortega, su
papel fue fundamental en el equilibrio de los otros centros, en muchos
momentos tensos que hubo, especialmente en las etapas de la máxima
agresión integral imperialista, él habiendo logrado una armonía decisiva
hasta lograr un acuerdo final histórico que no todos los nicaragüenses
entendieron. Humberto, también, es huraño y reservado como su hermano
Daniel, se ha mantenido genialmente al margen durante estos años de
máximo poder de Daniel, y aun yo amistosamente lo he criticado por sus
apariciones ocasionales y largas desapariciones de la escena nacional,
acepto su ausencia y entiendo bien su actuación determinante dentro del
increíblemente complejo momento que atraviesa el FSLN en su devenir
histórico.
Estos últimos años de la segunda década del siglo
XXI, la aparición dominante de Rosario Murillo en 2012 y especialmente
la sacudida político-social de abril 2018, han sido y serán
determinantes en la fundamental participación del Partido, ya
inextricable, en el futuro de su quehacer político en la Historia de
Nicaragua.
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