El gobierno guatemalteco ha instaurado el Estado de Sitio en 22
municipios de seis departamentos. Ciertamente es un área llena de pistas
clandestinas y trasiego de droga. Pero también un territorio
ambicionado por los grandes capitales para proyectos mineros y de
cultivo de palma africana. Nuevamente la cultura del terror al servicio
de aviesos intereses.
Hace unos años publique un libro (El recurso del miedo. Estado y
terror en Guatemala) que pretendía explicar la gran matanza ocurrida en
Guatemala durante los años del conflicto interno. Concluí que la causa
del genocidio más grande en la América contemporánea, era la
cristalización en Guatemala de una cultura política anidada en la clase
dominante e irradiada por toda la sociedad a través de la hegemonía
oligárquica.
Esa cultura política está sustentada en el oscurantismo reaccionario y
la recurrencia del asesinato selectivo y masivo. La denominé “cultura
del terror” nutrida por el racismo, el clasismo, el fundamentalismo
religioso, el apetito dictatorial y el anticomunismo.
No he podido sino recordar todo lo anterior después del desgraciado y
confuso incidente en la aldea Chajmayik llamada también Semuy II. Como
es sabido hubo un enfrentamiento entre los pobladores de dicha aldea y
una patrulla del ejército que culminó con tres soldados muertos y varios
pobladores heridos.
Las versiones oficiales no resultan convincentes (una patrulla fue
enviada a interceptar a una avioneta del narcotráfico) o resultaron
falsas (los soldados fueron asesinados por armas de grueso calibre). La
versión de los pobladores de la referida aldea sostiene que fueron los
soldados los que iniciaron la agresión y luego se vieron superados en
número por los pobladores algunos de los cuales hicieron uso de
escopetas para atacarlos.
Independientemente de lo que haya sucedido, lo que me resulta
sorprendente es la ferocidad con que en las redes sociales se ha
estigmatizado a los pobladores. Han circulado videos falsamente
atribuidos a los sucesos de Semuy II con imágenes de soldados
monstruosamente mutilados, un perro pitbull que aparece devorando los
genitales de un soldado que se retuerce de dolor en el suelo, una turba
se le deja ir encima a elementos del ejército.
En las redes sociales de la derecha aparecen llamamientos a asesinar a
los culpables, a masacrarlos y descuartizarlos. He recordado mi propia
interpretación sobre la cultura del terror y he recordado la de Hanah
Arendt sobre la “banalidad del mal” en la que a propósito del genocida
Adolf Eichman, sostiene que hasta la gente común y corriente (no
necesariamente psicópatas) pueden ser capaces de cometer los crímenes
más infames.
Con perplejidad he advertido que hasta amistades y conocidos claman
lavar con sangre lo sucedido a los soldados. Un linchamiento mediático
que busca legitimar su eventual asesinato, se ha ejercido contra el
antiguo comandante guerrillero César Montes. Y el diputado ex kaibil
Estuardo Galdámez declara que todo esto sucede porque en los acuerdos de
paz de 1996 se convino en desmilitarizar a Guatemala cuando lo que debe
suceder es una nueva guerra para que haya paz.
El gobierno ha instaurado el Estado de Sitio en 22 municipios de seis
departamentos. Ciertamente es un área llena de pistas clandestinas y
trasiego de droga. Pero también un territorio ambicionado por los
grandes capitales para proyectos mineros y de cultivo de palma africana.
Nuevamente la cultura del terror al servicio de aviesos intereses.
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