En 1619 se definieron unos límites a los derechos de ciudadanía, la libertad y la democracia que todavía siguen vigentes
En 2019 se cumplen 400 años desde que los africanos esclavizados de Angola fueron trasladados a la fuerza a Jamestown,
Virginia. Esta migración forzada de personas negras hacia lo que más
tarde sería Estados Unidos es el inicio de la historia entrelazada de la
esclavitud y la democracia.
Este año también se celebra el 90 aniversario del nacimiento de Martin Luther King, el líder más conocido del heroico periodo del movimiento de derechos civiles entre 1954 y 1965.
Aunque los estadounidenses no dudan en considerar [el
asentamiento de] Jamestown, en el estado de Virginia, como el primer
episodio de un experimento democrático en curso, son más reticentes a
analizar de qué forma la esclavitud ha desempeñado un papel crucial en
la consolidación del capitalismo estadounidense, las libertades
democráticas y la identidad racial. En el año 1619 se establecieron unos
límites a los derechos de ciudadanía, la libertad y la democracia que
todavía perduran.
Aunque prácticamente no lo
recordemos, King habló en numerosas ocasiones sobre el impacto de la
imponente sombra de la esclavitud sobre la lucha por los derechos
civiles. Tal vez su reflexión más conocida es la que compartió durante
la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad celebrada el 28 de
agosto de 1963. King se dirigió a un cuarto de millón de personas que se
habían dado cita frente al monumento de Lincoln.
[En
el famoso discurso 'I have a dream'] King quiso dejar constancia de cómo
la esclavitud racial había arraigado con fuerza en el imaginario
estadounidense. Un siglo antes, Abraham Lincoln, a quien King llamó "un
gran estadounidense", firmó la Proclamación de la Emancipación. Sin
embargo, 100 años después, los negros quedaron marginados del sueño
americano. "En lugar de honrar esta obligación sagrada", dijo King, los
afroamericanos habían recibido un "cheque sin fondos" que el país
tendría que pagar en su totalidad si quería superar las trágicas
consecuencias de un pasado racista que seguían limitando su futuro.
King
anhelaba reconciliar la principal contradicción de las tradiciones
democráticas estadounidenses: la coexistencia de la esclavitud con la
libertad individual y la libertad. Lo que King interpretó como una
contradicción, Malcolm X lo reconoció como una simetría irónica. Según
Malcolm, la esclavitud en Estados Unidos ayudó a sostener un sistema de
democracia racial que en la práctica se convirtió en un privilegio de
los blancos.
En sus duras denuncias de la supremacía
blanca y su decidido apoyo a una revolución violenta para acabar con el
racismo contra los negros, Malcolm invocó la experiencia de 400 años de
opresión racial de los afroamericanos. El año 2019 marca la fecha que
Malcolm a menudo ensalzaba en sus apasionados discursos, debates
televisados y entrevistas.
Tanto Malcolm como Martin
entendieron la íntima conexión entre la lucha por la dignidad y lo
derechos de ciudadanía de los negros durante la era de los derechos
civiles y el Poder Negro, y el movimiento para acabar con la esclavitud
racial en el siglo XIX.
Quizá ninguna figura
representa con mayor elegancia el debate en torno a la esclavitud, la
libertad y los derechos de ciudadanía que [la del orador abolicionista]
Frederick Douglass, que ha ganado notoriedad tras la reciente biografía del historiador David Blight, ganador del Premio Pulitzer.
Douglass,
un antiguo esclavo afroamericano de la Bahía de Chesapeake, en
Maryland, relató cómo consiguió escapar y convertirse en un hombre
libre, en un viaje emblemático para el experimento democrático de
Estados Unidos. Douglas, que era un brillante escritor y orador público,
se convirtió en el estadounidense más fotografiado del siglo XIX, el
principal abolicionista del país y un defensor de la teoría de que para
terminar con la esclavitud debían utilizarse todas las vías necesarias,
incluso la violenta.
Douglass, al igual que Abraham
Lincoln, llegó a representar los sueños de libertad que animaban no sólo
la lucha por la ciudadanía negra, sino el destino de la democracia.
La
esclavitud racial, una forma despiadada de esclavitud estrechamente
ligada al ascenso del capitalismo mundial, se derrumbó en 1865, después
de que 700.000 estadounidenses perdieran la vida en la guerra civil. Los
políticos del norte no reconocieron –o lo hicieron a regañadientes–, el
patriotismo de los soldados negros que lucharon contra el supremacismo
blanco.
Se redactaron nuevas enmiendas
constitucionales para abordar el debate sobre la libertad de los negros,
se abolió la esclavitud y se reconoció el derecho a la ciudadanía por
nacimiento y el derecho al voto. Sin embargo, estos derechos se vieron
obligados a coexistir con el terror político, económico y racial contra
los estadounidenses negros.
El periodo de la
reconstrucción entre 1865 y 1896 situó a las mujeres y a los hombres
negros en la vanguardia de nuevos experimentos democráticos
interraciales que fomentaron una educación pública, universidades
negras, iglesias, empresas, grupos cívicos y sociedades de ayuda mutua y
también contribuyeron a la contratación de afroamericanos en las
administraciones.
Sin embargo, estos avances quedaron
empañados por la violencia, la traición política y las agresiones
legales y legislativas contra la ciudadanía negra. En 1896, la decisión
del Tribunal Supremo de Estados Unidos en el caso Plessy contra Ferguson
[que optó por mantener la constitucionalidad de la segregación racial
incluso en lugares públicos] marcó el comienzo de un oscuro período de
la historia del país.
Los movimientos sociales
contemporáneos liderados por negros, como Black Lives Matter, no sólo se
enfrentan a los fantasmas raciales, como los estados sureños de las
leyes de Jim Crow [que propugnaban la segregación racial en todas las
instalaciones públicas], arraigadas en el imaginario popular. Se
enfrentan al espectro más amplio de la esclavitud racial que nuestra
sociedad a menudo se niega a reconocer. Lo que amablemente llamamos el
"legado" de la esclavitud representa la evolución de un sistema político
y económico basado en la explotación racial, la apropiación de la
fuerza de trabajo negra y la demonización y deshumanización de los
afroamericanos.
Lo que es aún más significativo es la
forma en que los negros han adoptado una visión expansiva de la
democracia, incluso cuando el país se negó a reconocerla como legítima.
Ida B. Wells, [una sufragista negra que lideró la cruzada contra los
linchamientos racistas del siglo XIX], fue una activista pionera de la
justicia social cuyo trabajo ya previó el aumento del encarcelamiento
masivo en Estados Unidos.
La activista Ella Jo Baker,
fundadora del Student Non-Violent Coordinating Committee (SNCC),
entendió que el objetivo último del movimiento de sentada [organizaban
sentadas para protestar contra la segregación racial] no era tanto
obtener acceso al mismo almuerzo que los blancos, sino más bien
erradicar los sistemas opresivos y antidemocráticos que habían emergido
con los látigos de la esclavitud.
De manera similar, la Carta [de Martin Luther King] desde la Cárcel de Birmingham
ensalzó el heroísmo de los escolares negros encarcelados por violar las
leyes de Jim Crow en Alabama. Esos jóvenes, argumentaba King, serían
algún día reconocidos como héroes por haber sabido transportar al país
de vuelta a esos "grandes pozos de democracia" que fueron excavados
profundamente por los padres fundadores.
La relación
entre la esclavitud y la libertad y nuestra comprensión de esta historia
sigue siendo el núcleo del experimento democrático estadounidense, que
tiene repercusiones mundiales para las comunidades en expansión de
pueblos indígenas e inmigrantes de todo el mundo que, en el mejor de los
casos, han visto Estados Unidos como un faro de libertad. El extraordinario ascenso de Barack Obama a la presidencia en 2009
hizo brillar a Estados Unidos como símbolo de libertad racial. Sin
embargo, Trump ha demostrado que todavía es pronto para celebrar [la
igualdad racial].
Quizá la lección más importante que
por el momento podemos extraer del asentamiento británico de Jamestown
es la naturaleza incansable de la lucha por la libertad de los negros.
Los valientes actos individuales de resistencia durante la esclavitud
inspiraron rebeliones colectivas que transformaron la democracia
estadounidense. Sin embargo, este cambio, como es dolorosamente notorio
en la actualidad, sigue cargando el peso de una historia arraigada en la
esclavitud racial. Los debates contemporáneos sobre el privilegio
racial, la supremacía blanca y la política de identidad fluyen de las
relaciones políticas, económicas y sociales que se han normalizado en
nuestra historia, pero que están lejos de ser normales.
El
hecho de reflexionar sobre el impacto indeleble de la esclavitud en las
concepciones de libertad, ciudadanía y democracia nos proporciona las
herramientas necesarias para abordar la situación en el momento actual,
lo que podría considerarse una Tercera Reconstrucción, donde los
esfuerzos por defender la justicia racial y una visión expansiva de la
democracia coexisten con movimientos de intolerancia racial arraigados
en antiguos odios vestidos con ropa nueva.
Peniel
E. Joseph es el fundador y director del Center for the Study of Race
and Democracy en la Escuela de Asuntos Públicos de la Universidad LBJ y
profesor de historia en la Universidad de Texas en Austin.
Traducido por Emma Reverter
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