Robert Fisk
La Jornada
Beirut
Existe una extraordinaria ironía en el destino de Netanyahu y el de Irán. El primero ha sido el capitán del Titanic,
como lo llamó hace un par de días un académico israelí. El segundo –que
se puede decir es mejor capitán– encabeza un par de buques tanque que
salen y entran al Mediterráneo y al Golfo.
Irán también es el objetivo de la retórica del premier y su partido,
Likud, ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU). ¿Recuerdan
esas pruebas de caricatura que Netanyahu mostró ante la ONU, que
supuestamente demostraba el tiempo que le llevaría a la república
islámica fabricar un arma nuclear? Afirmó que a Irán
debían arrancársele los colmillos, con lo que quiso decir que el tirano nuclear islamita debía ser desarmado.
Y aquí estuvimos esta semana, con la bestia iraní, en efecto,
disparándole a las plantas petroleras de Arabia Saudita, si bien recalco
que los sauditas afirmaron que el ataque fue
incuestionablemente patrocinado(aquí va un sic muy grande) por Irán. En otras palabras: fueron los hutíes quienes lo hicieron, pero los iraníes quienes están detrás del hecho.
Sin embargo, el hombre que encabezó el gran ataque antiraní en la ONU
parece haber hundido su barco, y el hombre que una vez nos dijo en la
conferencia de Herzeliya, hace muchos años, que Beirut era
el centro del terror, el entonces jefe del Estado Mayor, Benny Gantz, podría ser ahora quien dirija al Estado de Israel hacia el futuro.
¿Y el ganador? Irán, por supuesto.
Es extraña la frecuencia con que esto sucede. Los británicos pierden
un buque petrolero al tiempo que un navío iraní aparece en el puerto
sirio de Banias. ¿Y qué dijo Trump? Ni siquiera hizo su habitual
alharaca para informar que más sanciones contra Irán serían reveladas
dentro de las próximas 48 horas–tiempo suficiente para que a sus colaboradores se les ocurriera algo– y añadió que
hay muchas opciones.
Una opción para Trump, ahora que sabe el destino de Netanyahu, sería
volverse en contra de los sauditas, cuyos hombres de inteligencia
decapitaron al pobre Jamal Khashoggi hace un año. Le hicieron cosas
inauditas antes de, seamos francos, tirarlo por un desagüe, a una fuente
o a un lavabo del consulado. ¿Qué sabía el príncipe heredero saudita de
este abismal y vergonzoso asunto?
Permítanme agregar otra otra pregunta: ¿habrán colocado el rostro de
Khashoggi hacia la Meca, si es que lo sepultaron? Quizá Mike Pompeo pudo
preguntar a Mohamed bin Salmán, con una amplia sonrisa, cuando se
reunió con él miércoles pasado, qué es lo que sabe del espantoso
asesinato de un viejo amigo mío.
Eso no fue amable. Los sauditas son nuestros aliados –recordemos que
los británicos seguimos patrocinándolos– y ellos nos dicen que los
ataques con drones de los hutíes/iraníes fue
poner a prueba la voluntad global. ¿Nuestra respuesta al asesinato de Khashoggi también fue una prueba para la voluntad global?
No que yo quiera apaciguar a Irán con sus ahorcamientos, torturas e
injusticias, pero me sorprendió que en estos acalorados días en Medio
Oriente nadie –ni Irán, ni Estados Unidos, ni los israelíes– recordaran
que esta semana marcó el 37 aniversario de la matanza de Sabra y
Chatila: una atrocidad creada por las milicias cristianas israelíes que
Tel Aviv tenía en Líbano, y que asesinaron a mil 700 personas, en su
mayoría palestinos en campos de refugiados a los que fueron enviados por
un ministro derechista de Likud en 1982. Sí, el mismo partido Likud
para el cual Netanyahu probablemente ya perdió la elección israelí.
Siempre me sorprenden estos aniversarios y cómo los olvidamos. Cómo
ni un solo presidente o primer ministro o rey llegó al desolado
cementerio lleno de maleza enredada donde yacen esos hombres, mujeres y
niños muertos en el oeste de Beirut. Aún recuerdo sus semblantes, el
olor, la vileza de las fosas comunes entre las que caminé.
Hace unos días pasé por ahí en taxi y me sorprendí al darme cuenta de que yo mismo ya los había olvidado.
En 1982 Beirut era conocida como
la capital del terror. En 1983 un pequeño ejército de atacantes suicidas se lanzó contra la embajada estadunidense, los marines y paracaidistas franceses.
¿El ataque contra Arabia Saudita fue ordenado por Irán? ¿Inspirado
por Irán? ¿Ese país con el que estadunidenses, europeos y rusos, en su
momento, lograron un acuerdo nuclear? El cielo nos guarde de los
enemigos que se convierten en nuestros amigos, para luego volverse
enemigos de nuevo, y del aliado que decapita a uno de mis colegas.
Hay muchas opciones, nos dice ahora el presidente estadunidense.
En efecto, las hay.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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