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domingo, 22 de septiembre de 2019

El circo: Hong Kong, mon amour



Tres décadas de reformas estructurales y cambios drásticos como la crisis económica de 2008 –y los barruntos que se preven hacia adelante–, en medio de desequilibrios en la gobernabilidad mundial, mas la ola antidemocrática en varios países.
Esta convergencia explosiva debiera recordarnos que las sociedades son construcciones humanas dinámicas. Los conflictos y las tensiones no son la excepción, sino la regla.
Justo en estas coyunturas es decisivo encontrar un vínculo fuerte entre instituciones, movilizaciones y organizaciones que generen interacciones para la solución de conflictos. Este puente puede garantizar la transformación de las protestas sociales en innovación, experimentos y soluciones institucionales. Denomino este proceso como movilización social medio de producción de instituciones.
No toda movilización social se transforma en innovación institucional; la movilización contiene en sí, casi por definición, un alto riesgo disruptivo. En países como México este riesgo está acicateado por poderosos factores cuya confluencia es peligrosa. La desigualdad social estructural heredada desde lejos. Procesos vertiginosos de cambio que erosionan la cohesión social e impactan las certidumbres culturales. Una situación geopolítica precaria llena de retos.
La alternativa parece descansar en la capacidad de procesar acuerdos básicos e intervenciones directas. Desde luego aquí hay dos factores cruciales: la claridad estratégica de las movilizaciones y la paciencia táctica de los gobernantes.
Criticar los poderes es una tarea ciudadana de primer orden. La actividad política por antonomasia. Aún la crítica despojada de elementos normativos es clave para la construcción democrática. Más aún si está acompañada de movilizaciones y argumentos.
No sólo en los partidos se produce política. El activismo ciudadano en sus diversas facetas es también una actividad política. Aunque los partidos son pieza clave en la democracia, sería un grave error subestimar la acción política generada por el activismo. Lo anterior conlleva menospreciar las aportaciones democráticas, de las asociaciones ciudadanas no partidistas.
Régis Debray caracterizó a los movimientos en los países árabes y luego en Europa en 2011, como una mezcla de fervor poético, intransigencia moral y moderación política. Esta frase responde bien a la pregunta clave del momento entonces y ahora: ¿Cómo convertir movilizaciones en instituciones?
Desde luego que no hay fórmulas mágicas, pero sí algunos principios básicos.
Primero hay que reconocer los límites de las movilizaciones. Aun las meramente clientelares lo tienen cuando conducen a la deslegitimación de sus propósitos.
Segundo, ninguna movilización desemboca en victorias totales. Por ello es conveniente registrar el inventario de triunfos parciales.
Tercero, es indispensable definir en la narrativa de las movilizaciones, el horizonte donde se insertan. Pasar de las movilizaciones a un movimiento orgánico mas estructurado y permanente, requiere de la democracia representativa. Sólo así pueden consolidarse las ganancias obtenidas en movilizaciones.
Teniendo en mente las experiencias pasadas habría que sopesar los avances ejemplares que han tenido los jóvenes en Hong Kong. Ni para activistas ni para gobernantes es inevitable la claudicación o la represión. Pero debe cesar la violencia indiscriminada de la policía, como denuncia Amnistía Internacional.
Alain Resnais filmó en 1959 una película que causó revuelo, Hiroshima mon amour, con un gran guion de Marguerite Duras. Trasmite la idea que puedes rendir homenaje en los momentos mas deleznables de la humanidad con un acto erótico de gran belleza. Las movilizaciones de Hong Kong no son –y hago votos para que no sean– episodios dolorosos, sino un acto colectivo de amor por su ciudad, trasmitido al mundo a través de sus paraguas.
Twitter: gusto47

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