Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 543: Tecnologías: manipulando la vida, el clima y el planeta 06/09/2019
1. En las condiciones históricas actuales, el dominio capitalista de las ciencias y las técnicas es un problema nodal que atraviesa múltiples condicionamientos.
La necesidad del capitalismo por dominar materialmente los procesos de producción, detonó la sujeción capitalista de la ciencia y la técnica. Al capital le era necesario dominar a productores y medios de producción en cuanto al contenido material de las herramientas y en la investigación científica, que ya desde la revolución industrial apuntalaban los procesos de acumulación. A lo largo del siglo XX, el capital también descubre la extraordinaria ventaja de dominar con la técnica y la ciencia el contenido material de los productos del trabajo, que a su vez regresan al ciclo como medios de subsistencia o de producción.
El capital perfecciona así su dominio de las relaciones sociales en el proceso inmediato de producción. Pero adicionalmente domina las relaciones del capital productivo, mercantil y dinerario durante la rotación del capital o entre el capital industrial, comercial y financiero durante la distribución de las ganancias, la articulación de los servicios y los procesos de consumo y reproducción de la población. Por ello el capital debe extender su dominio hacia todas las relaciones de clase, todas las relaciones sociales políticas, familiares, comunitarias que forman parte de las relaciones reproductivas (desde la población en su conjunto, hasta las educativas, de salud, sexuales, afectivas, psicológicas, y otras) y de las relaciones sociales que configuran el espacio urbano o rural, regional, nacional, internacional, etcétera.
La ampliación creciente de los objetos y sujetos dominables, así como de los sujetos dominantes se corresponde con la sofisticación de las instituciones encargadas de la dominación. No basta por ello el comando del capital industrial en el piso de fábrica, pues su desbordamiento por las ciudades y territorios nacionales o internacionales expande de entrada su automatización de los procesos de producción técnica y de la reproducción social. Al crecer en medida, campo y órbita de acción, los capitales complican sus imperativos y mediaciones, la división de tareas entre los capitales y las diversas clases y estratos dominantes (burócratas, maestros, sacerdotes, y otros). El Estado capitalista coordina los intereses de todos los grupos dominantes con la necesidad central de extraer perpetuamente plusvalor, en territorios y medidas cada vez más amplios; neutraliza territorialmente las contradicciones entre los dominadores, con la sociedad y con otros Estados.
Por ello, no basta con el control de las técnicas y ciencias que participan en procesos de producción, circulación de mercancías o reproducción técnica del capital. Se requiere adicionalmente de ciencia y técnica que ayude a someter la reproducción social del mundo en procesos de consumo fisiológicos, psíquicos, ambientales, culturales.
Ello coloca al dominio capitalista frente a su propia raíz histórica. El dominio de la producción técnica sobre la procreativa comienza diez mil años antes del capitalismo, durante la revolución neolítica. Tal proceso detona la aparición inicial de las mercancías, el dinero, las relaciones de clase y el Estado. Y es desde estas premisas que se fija la primacía del productivismo técnico frente a todo: se subordina la producción de población a la producción agropecuaria y a la propiedad privada de la tierra, lo que inaugura la posesividad patriarcal sobre mujeres y niños, pero también converge con el control de los amos sobre sus esclavos y el control del Estado sobre los territorios.
Siguiendo esta nueva arquitectura de la dominación, cuando el moderno despotismo técnico del capital subsume la reproducción doméstica, toca esta raíz ancestral de su propia dominación. Esto exacerba que se controle a la naturaleza y a lo femenino, exacerba el individualismo atomizado y posesivo y la cosificación de las relaciones sociales, pero también polariza como nunca las relaciones de clase y el autoritarismo estatal. La imparable maduración de la racionalidad científica y técnica moderna obliga al capital a caminar sobre las más viejas mediaciones de la dominación neolítica, si bien el control moderno de estas instancias expresa la fuerza y profundidad de la nueva dominación.
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2. Desde la segunda mitad del siglo XIX madura una crítica de la dominación general de la ciencia y la tecnología bajo el capital, formulada por Marx en su Crítica de la economía política, donde explica este proceso de dominación, sus mediaciones y funciones esenciales. Por qué, para qué y cómo ocurre esta dominación sobre y desde lo técnico. Qué desenlace tiene la original dominación neolítica en el capitalismo actual. Qué límites históricos tiene el nuevo proceso de dominación abierto hace 300 años. La crítica de la economía política explica cómo surge y se desarrolla la automatización del proceso productivo. Son límites históricos manifiestos en cómo choca la automatización con el crecimiento de una población sometida ávida de empleo, con la producción del plusvalor (como caída tendencial de la tasa de ganancia) y con la necesidad de medir el valor. Pero también en el choque técnico del capital con la tierra y la naturaleza en su conjunto.
La crítica de la economía política desglosa cómo el capital desarrolla su dominación tecnologicista, sin asumirla ingenuamente como algo natural, pues ocurre con contradicciones crecientes en el mismo proceso de la dominación. Contradicciones que procura neutralizar. Ello da lugar a la teoría de las crisis económicas cíclicas que explican cómo, en el curso del desarrollo capitalista, se compensan estas contradicciones del progreso científico-técnico de una forma cada vez más catastrófica.
Aunque el desarrollo de la automatización le otorga liderazgo y consolida económica, política y culturalmente la dominación capitalista, la mete en problemas ineludibles. Los autómatas disminuyen el tiempo de trabajo contenido en cada mercancía y vuelven tendencialmente innecesaria la medición del trabajo, sea para el intercambio de bienes equivalentes o para medir la explotación del trabajo ajeno destinado a acumularse privadamente como riqueza enajenada.[1]
Si la automatización corriera dulce y suavemente, disolvería esta base civilizatoria mercantil de las relaciones de explotación, pues anularía la escasez que le da sentido. La dominación capitalista asume que es inadmisible aceptar pacíficamente una automatización técnica y científica que coadyuve en la generación racional de una riqueza abundante y sustentable, mediante un ahorro creciente del trabajo. Por el contrario, la dominación capitalista requiere del desvío de esta potencial abundancia, volviéndola nociva y/o destructiva, hasta desvirtuar tales procesos de automatización.
A diferencia del siglo XIX, los autómatas del siglo XX ya no producen cándidos ahorros de trabajo, sino más bien interminables riquezas nocivas y/o destructivas. La Primera y Segunda Guerra Mundiales o las guerras que siguieron han sido una feria comercial continua de autómatas destructivos. Gracias a esto, tecnologías cada vez más perniciosas y articuladas responden al diseño deliberado de crear productos cada vez más contraproducentes, por invasivos, adictivos, iatrogénicos, efímeros u obsolescentes, antiambientales, antidemocráticos y autoritarios.
Así controlada la ciencia y técnica, el ahorro de trabajo y la abundancia nunca terminan de llegar, pues conforme ocurre el progreso científico-técnico, se escala artificialmente una escasez que continuamente aleja a la sociedad de la posibilidad de su liberación, del fin de la explotación y de las relaciones de clase o de las injusticias sociales complementarias. Más bien, la automatización aumenta la cantidad y los tipos de desempleo, así como las formas de sobrexplotación más atroz.
Con tales pautas llegan los sucesivos tsunamis tecnológicos que invaden nuestras vidas, exacerban las crisis económicas y las convierten en crisis ambientales y de salud sin precedentes. Esto obliga a reorganizar perversamente las ciencias y las técnicas para neutralizar y seguir escalando estas crisis.
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3. El capital no somete solamente política y moralmente el para qué de los conocimientos científicos, sino también sus contenidos epistemológicos. El cómo se hace ciencia queda subordinado.
Se ha documentado ampliamente que el capital invierte cada vez más dinero en ciencia e innovación tecnológica, lo que allana el dominio de sus fines: las políticas institucionales de investigación, la capacitación educativa, la contratación de los científicos, su promoción, la difusión de sus resultados, el reconocimiento y premiación de los mismos. Pero esta dominación sólo explica la sujeción formal de la ciencia y la técnica. Existe otro proceso de control donde se determina cómo se escogen epistemológicamente los modos del quehacer científico o sus protocolos metodológicos, más allá de las políticas de investigación. ¿Cómo se jerarquizan y exacerban los conocimientos matemáticos, físicos, químicos, biológicos? ¿Cómo se asocian las ideas, se escogen las palabras o las metáforas que caracterizan a estos conocimientos?
Es un lugar común admitir que el pensamiento científico comienza a madurar durante el siglo XVI al cuestionar el dominio religioso y permitir que las nuevas racionalidades abran una nueva relación entre la sociedad y la naturaleza. Pero tal narrativa, parcialmente cierta, deja en la penumbra el modo en que la modernidad al mismo tiempo va destruyendo los lazos comunitarios y la relación orgánica con la naturaleza. Esto inaugura una nueva subordinación de la ciencia ya no religiosa ni política, sino económica.
Las nuevas formas científicas, lejos de ser formas puras, neutras y desinteresadas, serán formas históricas contradictorias del conocer. Las ciencias nacientes en el siglo XVI destruyen ejemplarmente el supuesto o real oscurantismo y los autoritarismos como formas equívocas de explicar el mundo. Pero las formas científicas del conocer también asumen desde su fundación premisas epistemológicas afines a las relaciones de dominación de la propiedad privada y las relaciones de explotación. Formas de sujeción que se evidencian conforme el capital agota su papel revolucionario y asume su papel como mero dominador. Sin una fecha simple que pueda datar este giro histórico, tenemos un paulatino y contradictorio proceso secular que, después de múltiples recorridos, comienza a evidenciar abrumadoramente a fines del siglo XX la falaz neutralidad de las ciencias.
Las modernas ciencias naturales y sociales definen protocolos racionales lógicos, coherentes y revolucionarios que las obligan a observar y recopilar evidencias empíricas, establecer diversos tipos de inferencias y deducciones generales que deben revisarse y corroborarse continuamente, y someter a continua reformulación sus leyes esenciales. Sin embargo, dentro de estas formas lógicas irrenunciables también prevalece de forma unilateral e inexplicada una razón analítica que excluye a la sintética; el fetichismo de los datos y explicaciones cuantitativas se ensalza como la comprensión más profunda que se puede alcanzar de los fenómenos; la sacralización de los hechos objetivos por encima de la comprensión de las relaciones y los procesos; o la inclinación automática por lo antinómico cuando se dirimen dilemas cognitivos. Ello entroniza al reduccionismo y los conocimientos especializados y fomenta el escarnio contra cualquier pensamiento integrador y multidisciplinario.
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4. Con la erosión histórica que padecen las ciencias capitalistas, los protocolos lógicos que los científicos empleados del capital se obligan a adoptar, son marcos epistemológicos cada vez más estrechos que requieren legitimarse mediante una petición de principio: sólo se valida pragmáticamente quien tenga operatividad eficiente en el mundo cósico industrial y comercial.
Tal tipo de conocimiento científico nunca pone a prueba la veracidad de sus enunciados refiriéndolos a la totalidad de su mundo histórico-natural y menos aún a la coherencia procesual de dicho mundo, en curso abierto de devenir. La subordinación más crucial de estas ciencias se muestra en el hecho contrastante de que al mundo capitalista sólo le acomoda la epistemología de los hechos cósicos en fragmentación, mientras que a las ciencias del porvenir sólo les sirve el punto de vista de la totalidad existente en curso de totalización. No es casual que las ciencias naturales subsumidas al capital siempre se resistan a ser evaluadas desde la comprensión histórica de los procesos que organizan la totalidad sociocultural y la totalidad de los procesos científico-cognitivos que los generan. Subsumidas al capital, las ciencias se consideran a sí mismas entes metafísicos, independientes de la historia, fuera de toda praxis social.
Andrés Barreda es doctor en estudios latinoamericanos, sociólogo y profesor de Crítica de la Economía Política, en la Facultad de Economía de la UNAM. Miembro de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, así como de la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales.
[1] Medir el desgaste fisiológico que sufren los productores cuando crean riqueza (o se ganan el pan “con el sudor de la frente”) manifiesta cómo nuestras culturas miden el valor de sus mercancías subordinando todas sus axiologías en torno al desgaste corporal y al miedo que los productores privados tenemos de morir antes de tiempo si perdemos cuantums de nuestra energía laboral en cada transacción mercantil.
https://www.alainet.org/es/articulo/202313
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