Arturo Balderas Rodríguez
Después de una prudente
espera, Nancy Pelosi, lideresa de la Cámara de Representantes de
Estados Unidos, abrió el proceso formal que pudiera concluir en la
defenestración ( impeachment) del presidente. En más de una
ocasión, una docena de colaboradores del presidente informaron a un
funcionario de la Agencia Nacional de Inteligencia ( whistleblower), sobre lo que consideraron una conducta cada vez más errática y peligrosa del presidente.
La gota que derramó el vaso de agua fue cuando el presidente Donald
Trump detuvo la ayuda militar, autorizada por el Congreso, para que
Ucranía se defendiera de las agresiones rusas. En una conversación
telefónica con el presidente ucranio, Trump condicionó la entrega de la
ayuda a cambio de que cooperara en socavar la credibilidad de uno de sus
rivales políticos.
Sin eufemismos, la coerción se ha entendido como un chantaje. Trump
declaró que estaba en su derecho en proceder de esa manera, y agregó que
durante la conversación telefónica, en la que trató el asunto con su
homólogo de Ucrania, jamás expresó en forma explícita alguna condición
para la entrega de la ayuda.
En un editorial, el Washington Post señaló:
No es necesario que el presidente haya condicionado explícitamente la ayuda, en una conversación de tal naturaleza no tiene que ser explícito el motivo del condicionamiento para que se entienda la sustancia que subyace en esa conversación.
Los detalles, anécdotas, contradicciones y rumores en torno del hecho
son ya incontables, y no muy diferentes a los que han caracterizado la
vida de Trump antes y después de llegar a la Casa Blanca.
Ya no es ninguna novedad la consistencia y el aplomo con los que el
mandatario miente y crea conjuras, a lo que se añade su compulsión para
divulgarlas en edictos de 280 caracteres (Twitter). Es claro que más del
80 por ciento de los legisladores republicanos lo apoya y piensa igual
que él.
Pero, ¿qué pasa con quienes muestran un poco de cordura y rubor
derivado de la errática y frecuentemente ilegal conducta de su líder
virtual? Hay quienes intuyen que por ahí pudiera empezar una desbandada
que inflija un grave daño al presidente.
Contrario a ello, hay quienes aseguran que el proceso iniciado por
los demócratas para defenestrar al presidente se revertirá en contra de
ellos, porque un numeroso grupo de posibles electores se oponen a dicho
proceso.
La conclusión sobre las investigaciones que integrarán el expediente del impeachment
se formalizará en una serie de artículos que serán enviados al Senado,
donde se analizarán para determinar la culpabilidad o la exoneración del
presidente. Tomando en consideración que la mayoría en el Senado está
integrada por miembros del partido Republicano, es fácil pronosticar que
el presidente será absuelto. Por ello se considera que el juicio es
político, no jurídico.
Al margen de las consecuencias, es evidente que los demócratas están
cumpliendo con una obligación que no pueden evadir porque lo establece
la Constitución.
De no hacerlo estarían violando una norma que juraron respetar, y las
consecuencias muy probablemente las pagarían en las urnas. No parece
haber otra salida, y por lo que se advierte el desenlace se resolverá
hasta la elección en noviembre 2020.
Lo que marca un hito en toda esta escabrosa novela de intriga
política es que, sin rubor alguno, el presidente asegura que actuó
correctamente cuando mencionó a su par ucranio la necesidad de cooperar
en la investigación sobre su rival político.
Trump cree que está en su derecho de hacer lo que le plazca al margen
de las normas que rigen a la sociedad, la principal de ellas, la
Constitución.
No parece entender la diferencia entre lo que está bien y lo que está
equivocado; el único y último juicio lo tiene él y sólo él.
Si la mayoría de los republicanos y un sector de la sociedad avala
esa conducta, las implicaciones para la salud democrática del país serán
profundas.
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