La Jornada
En junio de 1972 tuvo
lugar en Estocolmo la primera cumbre mundial sobre el medio ambiente.
Convocada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fue un
parteaguas en el desarrollo de la política internacional sobre el tema.
Asistieron representantes de 113 países, organizaciones no
gubernamentales y calificados científicos. El canadiense Maurice Strong
condujo las discusiones con gran tino. La cumbre sirvió para que todos
los países vieran la necesidad de tomar medidas urgentes a fin de evitar
la destrucción de los recursos naturales en aras de obtener el
crecimiento económico.
En 1992 se celebró otra, la de la tierra, en Río de Janeiro.
Patrocinada por la ONU, asistieron 108 jefes de Estado y de gobierno, 30
mil activistas locales y extranjeros y numerosos representantes de
organizaciones de la sociedad. En Río se aprobó el Programa 21, el cual
contempla metas ambientales y de desarrollo a cumplirse este siglo; una
declaración que define los derechos y deberes de los estados sobre el
medio ambiente y el desarrollo; otra de principios sobre los bosques y,
finalmente, convenciones sobre el cambio climático, la diversidad
biológica y la desertificación. También se reafirmó la meta de la ONU de
que las naciones ricas dediquen 0.7 por ciento de su producto interno
bruto a la cooperación internacional para el desarrollo.
A la aprobación de esos programas se opuso Estados Unidos, único país
que no firmó el tratado sobre la protección de la fauna y la flora.
Durante la reunión, el presidente George Bush desconoció la
responsabilidad de las naciones ricas en la búsqueda de un desarrollo
sostenible, el derecho de las poblaciones dueñas de los territorios
donde viven a exigir la conservación de sus recursos naturales y tomar
parte decisiva en su utilización.
Luego vendría otro encuentro clave en 1997, en Tokio, para abordar
los problemas que ocasiona la generación de gases de efecto invernadero,
causantes del calentamiento global. Allí se acordó un protocolo que
incluye medidas para evitar que la temperatura en el planeta aumente dos
grados este siglo. Era urgente que las tomaran los gobiernos, la
industria y la agricultura a fin de disminuir la generación de dichos
gases. Los que más contaminan son Estados Unidos, China, India, los
países europeos, Japón y Canadá.
Los objetivos trazados en esas tres grandes reuniones no se han
cumplido a cabalidad y el planeta sigue calentándose. No cesa la
destrucción y mal uso de los recursos naturales. Los efectos se dejan
sentir por doquier, como se documenta periódicamente en las reuniones
sobre el clima y el medio ambiente. La más notable desde Kyoto fue hace
cuatro años en París, con nuevos diagnósticos, nada alentadores, y más
promesas para evitar lo peor en el futuro próximo.
Este mes será recordado por la irrupción masiva de los niños y los
jóvenes de casi todos los países del mundo en la lucha por hacer cumplir
los acuerdos sobre el cambio climático y el uso racional de los
recursos naturales. Cuestionan a los políticos y funcionarios
gubernamentales y a las grandes corporaciones industriales por su
desidia en torno a esos temas. Siempre los líderes hablan de que hay que
conservar el planeta para las generaciones futuras. Hoy los jóvenes
dicen que hacen lo contrario.
Y prueba de ello la tienen en lo que dijeron la semana pasada los
presidentes de Brasil y Estados Unidos en la sede de las Naciones
Unidas. El señor Jair Bolsonaro, negando que la Amazonia sea el pulmón
verde del planeta; y que los ataques que sufre su gobierno por los
incendios registrados en esa inmensa selva provienen de países
colonialistas.
El señor Donald Trump, defendiendo un aislacionismo y un patriotismo
que ya no tienen cabida en el mundo global que hoy vivimos, alardea que
su país es la potencia más poderosa del mundo, pero oculta que su
administración destruyó toda la política ambiental de su predecesor,
Barack Obama. Y recalcó que hizo bien en retirarse del Acuerdo de París.
México ha firmado todos los compromisos sobre el clima y la
conservación de los recursos naturales; se comprometió a disminuir para
2030 en 22 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero. Bien
haría el gobierno en decirnos si esas promesas se están cumpliendo.
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