Paul Walder
El presidente chileno Sebastián Piñera, tras haberse ausentado en los
medios durante los días más calientes de la crisis regresó a las
pantallas al inicio de esta semana a través de una entrevista a la BBC.
Un mensaje a la comunidad internacional, con énfasis en los
inversionistas, para decir que en Chile todo estaba bajo control y él no
tenía pensado renunciar.
El mensaje al mundo tuvo su contraste en Chile mediante puntos de
prensa desde La Moneda para anunciar su agenda social, o una serie de
pequeños subsidios a sectores medios y pequeñas empresas que son un
detalle inocuo ante la magnitud de las demandas sociales. Del mismo modo
que Piñera no ha querido atender a los crecientes reclamos de la
población, la ciudadanía tampoco se interesa en escuchar las débiles
propuestas del presidente.
Las medidas anunciadas por Piñera tienen otro destinatario. Es la
oposición política, tan deslegitimada ante la población como la
coalición de gobierno, pero salvavidas de último momento para enfrentar
la crisis social que escala un poco más cada día en un proceso inverso a
la degradación del Ejecutivo.
Esta semana Cadem, la encuesta semanal más divulgada y bastante
cercana a Piñera, anunció que el presidente había roto todas las marcas
históricas de repudio ciudadano. Sólo un trece por ciento de los
encuestados le expresan aún su respaldo, guarismo que en los hechos ha
de ser incluso menor.
Las medidas sociales que repite Piñera cada mañana han ido
acompañadas de una creciente represión para controlar el descontento en
las calles. A las veinte personas asesinadas se han sumado,hasta este
miércoles según cifras del Instituto Nacional de Derechos Humanos, 1.778
personas heridas en hospitales, de las que 177 corresponden a lesiones
oculares, cifra inédita en situaciones similares en otras naciones, más
de cinco mil detenidas y 219 acciones judiciales presentadas por
organizaciones contra la policía.
Los carabineros han actuado con una creciente violencia, episodios
registrados por centenares de cámaras de teléfonos móviles que circulan
por las redes sociales. Acciones aparentemente innecesarias, como una
violencia que impresiona e indigna al país, se presume que responden a
una estrategia de amedrentamiento previamente planificada. Han aparecido
vehículos particulares secuestrando a manifestantes y operaciones de
carabineros vestidos de civil.
Una manera de operar que a no pocos les recuerda la dictadura. Ello,
en especial cuando hace una semana Anonymous filtró información de las
páginas oficiales de Carabineros con datos de seguimiento de
organizaciones y líderes sociales. La policía chilena ha vuelto a ser
también una policía política.
Las
movilizaciones y protestas han seguido en esta tercera semana tanto en
intensidad como en masividad. En Santiago también han tenido un matiz:
se han extendido a otros barrios. Este miércoles las barricadas se
corrieron desde la Plaza Italia, el centro de todas las luchas, a
Providencia y Las Condes, sectores de la burguesía tradicional, con
torres de cristal y oficinas de las grandes corporaciones.
Es el barrio en el que Piñera tiene su consorcio financiero y desde
el que se eleva el Costanera Center, la torre más alta de sudamérica y
símbolo, para los chilenos, del consumismo, los créditos usureros y el
neoliberalismo. Este miércoles los jóvenes manifestantes se enfrentaron a
un cerco policial tan denso como el de La Moneda en una batalla que se
extendió, con gases, balas de goma y agua, durante largas horas.
Extensión de las barricadas
La lucha en las calles crece con fuerza entre los jóvenes. Este lunes
los colegios y universidades intentaron reanudar las clases, con un
efecto contrario. Los establecimientos están ahora en toma y hay más y
más estudiantes en las calles. Pero no solo los jóvenes. las
movilizaciones se expanden y buscan diversas formas de expresión.
Este jueves el Consejo de Rectores de las principales universidades
chilenas llamó al presidente Piñera a escuchar al pueblo y buscar una
salida a la crisis con un cambio constitucional, en tanto en otro lugar
de Santiago y a otra hora el ministro de Salud, Jaime Mañalich, un
médico ex socio de Piñera en una inversión en el sector de la salud, fue
objeto de una funa (escrache) durante una visita a un hospital público
por parte de los médicos, paramédicos y hasta los mismos pacientes.
Cada día los hechos parecen precipitarse. Tras un miércoles intenso
en movilizaciones, con largas batallas callejeras, Piñera reaccionó el
día siguiente con un paquete de medidas que aumentan los castigos por
saqueos, barricadas y hasta por el uso de capuchas junto a una batería
de nuevas atribuciones a los organismos de inteligencia.
Estos anuncios, que la oposición y las organizaciones sociales han
calificados de incendiarios y aterradores, solo aumentarán su
aislamiento y la indignación entre la población. Con un trece por ciento
de apoyo, cabe preguntarse si estas decisiones son personales o son el
resultado de presiones en este momento difíciles de definir. Lo que sí
está claro es que más allá de la crisis está la catástrofe.
En esta escena, Piñera pierde puntos cada día. Cada hora que pasa
suma nuevos adversarios por la represión desatada, por el aumento de
jóvenes heridos y chicas humilladas y violadas en los cuarteles, por la
prepotencia de una policía que parece haberse saltado todos los
protocolos y cortado todos los límites. Ya no se sabe si son órdenes del
gobierno aquellos abusos, que han sido denunciados como evidentes
violaciones a los derechos humanos, o es una policía que ya no responde a
una autoridad política.
Hay analistas que se han preguntado sobre los poderes que están hoy
en juego y cuál es el poder que le queda a Piñera. Pero aquello tiene,
por el momento, un no menor rango de especulación. Nadie sabe bien
todavía qué alcances tendrá el movimiento, en qué medida logrará
conquistar sus demandas y qué fuerzas, además del gobierno y su
coalición política, están en conflicto. Con la excepción de una caída
de once puntos de la bolsa chilena desde que estalló la crisis y de un
no despreciable deterioro del peso frente al dólar, las cúpulas
empresariales y las grandes corporaciones se han mantenido en silencio.
El bloque sindical en escena
Lo único claro es que este trance sigue en alza. Cada día tiene
nuevas actividades convocadas por las redes sociales y este viernes se
prevé otra gran concentración en la Plaza Italia. Para la semana
entrante, habrá una nueva prueba de fuerzas con una huelga nacional que
intentará afectar la producción, los servicios y el consumo.
Un
desafío de los trabajadores que deberá estar a la altura de las
movilizaciones de la población y que debiera torcer una abulia sindical
de varias décadas. Desde hace más de 40 años que no ha habido un paro
general en Chile.
La crisis actual podría cambiar la historia sindical reciente. La
plataforma Unidad Social, que integra a centrales, federaciones,
sindicatos, al movimiento estudiantil y numerosas organizaciones, ha
convocado para el martes 12 al paro, que en esta oportunidad contaría
con la participación de la Unión Portuaria de Chile, los poderosos
sindicatos de la gran minería, la Confederación de la Construcción y los
trabajadores de la Empresa Nacional de Petróleos.
De resultar el paro, sería una demostración de unidad y marcaría un
fortalecimiento del bloque sindical en un movimiento que hasta hoy no
pierde sus rasgos juveniles.
La estrategia de Unidad Social, que tiene como objetivo final iniciar
un proceso constituyente, pasa también por fortalecer la movilización y
participación ciudadana mediante los más de 15 mil cabildos y asambleas
territoriales, que se arman periódicamente en plazas e incluso en
esquinas de barrios.
Desde aquí debe surgir el poder constituyente en un país cuyas
constituciones siempre han sido impuestas desde las elites. La actual,
la espuria y que está hecha a la medida de las oligarquías y tiene como
eje fundamental la propiedad privada por sobre derechos fundamentales,
fue redactada e impuesta por la dictadura.
En estos días se vive en Chile un proceso destituyente. Del gobierno,
del mismo presidente, de la constitución de Pinochet y del régimen
neoliberal, observado desde diversos ángulos como una amenaza. Estos son
los avances que se persiguen con la aceleración de las movilizaciones.
¿Contra qué lucha el movimiento y Unidad Sindical? Contra una
paradoja. Contra un gobierno y un presidente con apenas un trece por
ciento de respaldo ciudadano que pide salvavidas a sus tradicionales
opositores políticos, aquellos que conformaron los gobiernos de la
Concertación y Nueva Mayoría.
Un presidente que busca el amparo del régimen político y económico,
representado desde los otros poderes del Estado, las Fuerzas Armadas y
del Orden, las iglesias y, por cierto y en primer lugar, el poder
económico. Un acercamiento que busca aliados para reforzar el orden
neoliberal, alargar las negociaciones en espera del desgaste del
movimiento social.
*Escritor y periodista chileno, director del portal politika.cl,
analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
(CLAE, estrategia.la)
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