Entrevista a Jeffery R. Webber, profesor titular en Goldsmiths, Universidad de Londres
Verso
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández y Beatriz Morales Bastos |
Una oleada de
revueltas contra la política de austeridad neoliberal barre América
Latina desde Chile a Ecuador. Las elecciones han devuelto a los
peronistas al poder en Argentina y la crisis política ha vuelto a
Bolivia bajo Evo Morales. Brasil continúa a la sombra de Jair Bolsonaro,
pero, ¿hasta qué punto es duradera su política de extrema derecha y qué
nos enseña el auge de la derecha por toda la región? Ashley Smith habló
con Jeffrey R. Webber acerca de los orígenes, la política y las
trayectorias de estas luchas.
Webber es autor de varios libros sobre América Latina, como Red October, From Rebellion to Reform in Bolivia yThe Last Day of Oppression and the First Day of the Same.
Actualmente es profesor titular en Goldsmiths, Universidad de Londres, y
en enero de 2020 empezará a ejercer como profesor asociado en el
Departamento de Política de la Universidad de York, Toronto. Webber
trabaja en estos momentos en su nuevo libro, The Latin American Crucible: Politics and Power in the New Era, que va a publicar Verso.
Una
nueva serie de revueltas de masas ha conmocionado al mundo. En América
Latina y el Caribe han estallado protestas en Haití, Ecuador, Perú,
Argentina y Chile, por nombrar solo unas cuantas. ¿Cuáles son las raíces
económicas y políticas de estos levantamientos?
Cada caso
tiene unas dinámicas políticas particulares que hay que estudiar
detalladamente, pero el origen de todas ellas está en las repercusiones
regionales que ha tenido la crisis global del capitalismo que empezó en
2008. Mientras que la crisis afectó inmediatamente a México, América
Central y el Caribe debido a su profunda integración en el mercado
estadounidense de diferentes maneras, el impacto en América del Sur se
produjo más tarde.
En esta subregión de América Latina el
crecimiento se mantuvo gracias a que tiene unos vínculos más profundos
con el nuevo centro de acumulación global, China, lo que contribuyó a
mantener altos los precios de las materias primas en el caso de
productos de exportación clave de América del Sur (especialmente los
minerales mineros, los productos agroindustriales y el gas natural y el
petróleo), al menos hasta que la economía china también empezó a
tambalearse. Puesto que en aquel momento todavía no se había producido
una verdadera recuperación en Estados Unidos o en la Eurozona, no había
una nueva fuente de dinamismo en el mercado mundial para recuperar la
inactividad provocada por la relativa desaceleración de China.
Así, para 2012 la mayor parte de América Latina estaba profundamente
sumida en la crisis y economías dependientes del petróleo como Venezuela
y Ecuador se vieron entonces duramente afectadas por la caída de los
precios del petróleo a mediados de 2014. Entre 2009 y 2018 la tasa de
crecimiento anual de toda América Latina y el Caribe (que obviamente
oculta importantes desigualdades entre países y subregiones) fue la
siguiente: -1.8 (2009), 6.2 (2010), 4.5 (2011), 2.8 (2012), 2.9 (2013),
1.2 (2014), -0.2 (2015), -1.0 (2016), 1.3 (2017), 0.9 (2018).
Así, desde 2012 ha habido un empeoramiento económico continuo en
diferentes formas, con dos años de clara contracción, y esta situación
ha ido acompañada de una nueva era de austeridad generalizada, ya sea
administrada por gobiernos que supuestamente son de izquierda o por
gobiernos que son claramente de derecha. Este es el telón de fondo
material del “fin del ciclo" de la marea rosa: una inestabilidad cada
vez mayor, la insurgencia de la derecha y nuevas oleadas de protesta.
Incluso economistas de la corriente dominante reconocen ahora que
estamos en medio de un nuevo período de estancamiento a escala mundial,
atravesado por el recrudecimiento del conflicto geopolítico entre China y
Estados Unidos, y los incendios literales en todo el mundo vinculados
al actual desastre ecológico. Hay que entender el actual escenario
latinoamericano en este contexto más amplio.
Del mismo modo que
cada uno de los pronósticos económicos mundiales para 2019 publicado por
el Fondo Monetario Internacional ha tenido que rebajar sus expectativas
para la economía mundial en comparación con pronósticos anteriores, el
último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
de la ONU predice una tasa de crecimiento agregado anual para 2019 de
solo el 0,5 % para toda América Latina y el Caribe, frente al 0,9 % en
2018. También están disminuyendo las inversiones, las exportaciones, el
gasto público y el consumo privado. Y en toda la región este fenómeno es
mucho más generalizado que en el pasado reciente, ya que hay 21 de 33
países en desaceleración (si se excluye el Caribe, se prevé que 17 de 20
países latinoamericanos pierdan fuerza este año).
Obviamente,
es difícil hablar de todas estas luchas que han surgido al tiempo que
esta desaceleración económica. Pero, ¿cuáles son algunas de sus
características comunes? ¿Cuál es su composición de clase y social?
Puede que lo mejor sea tratar de ofrecer unos comentarios relativamente
detallados y contextualizados acerca de solo tres de los casos que ha
mencionado, Argentina, Ecuador y Chile. Cada uno tiene sus dinámicas
particulares pero también hay algunos aspectos cuya importancia se puede
generalizar.
A diferencia de Ecuador y Chile lo dominante
últimamente en Argentina ha sido la temporalidad de las elecciones en
vez de los ritmos de la lucha callejera. Por supuesto, lo primero que
debemos señalar es la victoria de Alberto Fernández en las elecciones
del mes pasado. Se presentó por los peronistas junto con la expresidenta
Cristina Fernández de Kirchner (CFK) como su vicepresidenta.
Fernández, un conocido peronista moderado de centro, ejerció como
funcionario de alto nivel entre bastidores en el gobierno de Néstor
Kirchner (2003-2007). Néstor Kirchner era el difunto esposo de CFK que,
en vez de postularse a sí misma, ungió a Fernández como candidato
presidencial del peronismo a principios de este año en un intento de
unificar lo que se había convertido en un fragmentado campo peronista.
Este paso también supuso un giro al centro del tipo de peronismo de
izquierda populista que había representado CFK si se hubiera presentado
ella misma.
Fernández ganó las elecciones con el 48 % del voto
popular frente a Mauricio Macri, el actual candidato del partido
gobernante de centro-derecha Cambiemos, que obtuvo el 40 % del apoyo del
electorado, un logro político nada desdeñable teniendo en cuenta el
contexto de un desastre socioeconómico sin paliativos sobre el que Macri
presidió como presidente.
¿Qué opina de la respuesta de la
izquierda internacional a la victoria peronista? ¿Es correcto
considerarlo, como han argumentado algunas personas, un cambio de rumbo
del declive de la “marea rosa”?
Parte de la izquierda
internacional han saludado la vuelta del peronismo al gobierno en
Argentina como una prueba de que nunca hubo realmente un fin del ciclo
de la “marea rosa”, como habíamos afirmado varios de nosotros. Afirman
que no cabe duda de que los buenos tiempos han vuelto después de lo que
ellos consideran una breve pausa.
Por supuesto, la realidad es
mucho más ambigua, tanto por los límites del proyecto kirchnerista
original que oculta esta respuesta optimista como, especialmente, por
las tensiones que van a sacudir al nuevo gobierno mientras navega por
las traicioneras aguas de un feroz colapso económico, la oposición de
una clase capitalista nacional descontenta y la disciplina del Fondo
Monetario Internacional (FMI).
La derrota electoral de Macri era
absolutamente necesaria y la lista electoral de Fernández-CFK era el
único camino viable para lograr dicha derrota. Al menos en el presente
inmediato la derrota de Macri significa un revés para las muchas fuerzas
de derecha que operan en la región: el FMI, Donald Trump, Jair
Bolsonaro en Brasil y Sebastián Piñera en Chile, etc.
Todo esto
es para bien. En cierto modo, también es una victoria popular en la
medida en que es probable que la clase trabajadora argentina salga de
estas elecciones con unas expectativas sociales y una confianza más
elevadas de las que habría tenido si Macri hubiera permanecido en el
cargo. Ahora se ha hecho responsable a Macri de su papel en la crisis
socioeconómica.
Así, como afirma Martín Mosquera, la elección de
Fernández es una expresión refractada del ciclo de movilizaciones
sociales forjadas durante gran parte del gobierno de Macri. Pero es una
victoria popular muy contradictoria y ambigua que se podría transformar
rápidamente en una derrota popular si no se vuelve de forma inmediata y
generalizada a la lucha social desde abajo.
¿En que sentido la victoria de Fernández es una victoria con dos caras?
Si la victoria de Fernández es una expresión del ciclo de
movilizaciones anti-Macri, también es, como señala Mosquera, un indicio
de las debilidades de dicho ciclo. A falta de victorias sociales
importantes en forma la derrota del programa de austeridad de Macri por
medio de la protesta extraparlamentaria y a falta de un proyecto
político independiente de las clases populares con un programa radical
(el trotskista FIT-Unidad fue marginado electoralmente y debilitado
tanto por el sectarismo como por las controversias internas de algunas
de las organizaciones que lo conforman), el generalizado sentimiento
anti-Macri se acabó encauzando, en un sentido distorsionado, hacia una
agenda electoral definida por el peronismo centrista.
Por
consiguiente, aunque es cierto que es probable que la conciencia popular
de la clase trabajadora gane más confianza tras la victoria de
Fernández que si Macri hubiera permanecido en el poder, la conciencia de
la clase trabajadora siempre está mezclada, nunca se mueve en una sola
dirección. Por consiguiente, también es cierto que lo que Mosquera
denomina el “realismo minimalista” del programa de Fernández ya contiene
hasta cierto punto esa conciencia.
También es importante el
hecho de que el partido de Macri, Cambiemos, que obtuvo el 40 % de los
votos, retuviera su base pequeñoburguesa y de clase media clave, por lo
que el fracaso electoral del hombre no se debe equiparar a la derrota
del más amplio fenómeno popular del macrismo y los sentimientos
reaccionarios que dicho movimiento aglutina cada vez más. Los seguidores
de Macri no han perdido la fe e insisten en pedir que se responda a la
crisis restaurando el orden por medio de la represión estatal del crimen
y de la protesta social.
Esta situación es muy distinta del
escenario que había inmediatamente después de 2001 (el último período
explosivo de crisis económica y de movilización popular en Argentina),
cuando la clase media se radicalizó y se movió hacia la izquierda
abandonando su hogar político tradicional en el partido de la Unión
Cívica Radical (UCR). La derecha, pues, sigue siendo un peligro
inmediato y presente.
Teniendo todo esto en cuenta, ¿qué prevé acerca del futuro inmediato de la política argentina?
Para entender las direcciones que podría seguir la política argentina
en el escenario postelectoral conviene reflexionar brevemente acerca de
los modelos de movilización social desarrollados bajo Macri. Como han
afirmado Adrián Piva y Martín Mosquera, Macri llegó al poder en un
contexto que no era obviamente favorable a una ofensiva capitalista
contra el trabajo.
El proyecto kirchnerista saliente no había
implosionado en ningún sentido profundo ni había habido una derrota
social a gran escala de las clases populares y su capacidad
organizativa. El equilibrio de fuerzas sociales reinante seguía estando
muy determinado por el resultado de las insurrecciones sociales
posteriores a 2001 y su contención e institucionalización parciales en
el modelo peronista de Kirchner.
Así, desde el inicio de su
gobierno en 2015 se recibió a Macri con amplias movilizaciones contra la
austeridad, lo que explica el llamado enfoque gradualista de la
reestructuración económica que adoptó el régimen en el periodo
2016-2017. Tras las elecciones de medio mandato de octubre de 2017 en
las que Cambiemos obtuvo la victoria con el 40 % de los votos debido en
parte a la enorme fragmentación del peronismo, el gobierno trató de
cambiar hacia un programa de austeridad permanente y a una ofensiva
legislativa contra la clase trabajadora.
Pero el enorme nivel de
resistencia contribuyó a retrasar la planeada reforma laboral y, en
particular, la reforma de las pensiones, que fue recibida con unas
protestas multitudinarias en la plaza situada frente al Congreso y con
batallas con las fuerzas de seguridad en las calles en diciembre de
2017. Esta resistencia provocó una pérdida constante del apoyo a Macri,
el aislamiento cada vez mayor del presidente y la paralización parcial
de las medidas de reforma.
Con todo, en 2018 hubo un descenso
relativo de los movimientos sociales, un modelo que continuó hasta 2019
como indica parcialmente la disminución de los días perdidos por huelgas
en comparación con 2017 a pesar de que caían los ingresos reales, más
trabajadores perdían su trabajo en el sector privado y se aceleraban los
recortes al gasto público. En efecto, como sugieren Piva y Mosquera,
esas características de la crisis económica unidas al rápido aumento de
la inflación en realidad habían intensificado los efectos disciplinarios
sobre la resistencia de la clase trabajadora.
Estos elementos
económicos funcionaron conjuntamente con un giro cada vez mayor de la
política hacia el terreno electoral y el llamamiento de los
kirchneristas a que sus bases en los movimientos sociales y sindicatos
se desmovilizaran para no poner en peligro el éxito peronista en las
elecciones de octubre de 2019. En una potencial señal de en qué se va a
convertir el comportamiento del movimiento bajo el gobierno de
Fernández, la mayor parte por las organizaciones sociales y de los
sindicatos peronistas respondieron a ese llamamiento a la calma.
¿Hubo alguna tendencia contraria a la desmovilización social?
Sí, el movimiento feminista argentino. Desafió el modelo de relativa
desmovilización social que se había fijado para 2018. Es con mucho el
elemento más importante de la lucha popular en el país desde 2015,
cuando estallaron las primeras movilizaciones masivas del movimiento Ni
Una Menos contra la violencia de género.
En 2018 el movimiento
feminista fue responsable de una de las mayores movilizaciones de la
historia argentina (aproximadamente dos millones de personas solo en
Buenos Aires) con motivo del debate en el Congreso de una ley sobre un
aborto legal, seguro y gratuito. Este año [2019], a pesar de una fuerte
disminución de la lucha social en el período previo a las elecciones, la
participación argentina en la Huelga Feminista Internacional del 8 de
marzo fue masiva, lo mismo que la quinta marcha de Ni Una Menos el 3 de
junio.
Desde 1986 se celebra en Buenos Aires un foro denominado
Encuentro Nacional de Mujeres. Otra señal de la profundidad y
radicalización del movimiento feminista en los últimos años ha sido el
hecho de que estos encuentros reúnen ahora anualmente a 50.000 mujeres,
lesbianas, travestis, trans, transexuales y personas no binarias.
También ha habido un cambio en el nombre de estos encuentros nacionales
que refleja una apertura hacia identidades más feministas y se vincula
con las luchas indígenas y con el internacionalismo. Ahora se llama el
Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis y no
Binaries.
Como han destacado Gabi Mitidieri y Cami Baron, es un
movimiento feminista transversal, que reúne miles de elementos de lucha
y que presagia un obstáculo de resistencia a la implementación del
programa económico de Macri. Por transversal entienden que se trata de
un feminismo que reúne a sindicatos, activismo estudiantil, personas
trabajadoras informales y una enorme variedad de colectivos de personas
activistas partidistas y no partidistas.
Ideológica y
políticamente este movimiento ha unido diferentes componentes de la
crisis multidimensional a la que se enfrenta la sociedad argentina:
económica, ecológica, política, cultural, sexual y afectiva. A la hora
de movilizar a las masas su cuadro organizativo incluye a trotskistas
del FIT-Unidad, activistas kirchneristas que trabajan dentro y fuera de
las instituciones estatales, y anticapitalistas autónomos.
Este
movimiento feminista que resurge con fuerza ha visibilizado a personas
trabajadoras que durante mucho tiempo han estado ausentes de las
concepciones obreras tradicionales de la clase trabajadora: mujeres,
trans, queers, trabajadoras domésticas no remuneradas, personas
trabajadoras informales y personas trabajadoras precarias racializadas y
feminizadas. Mitidieri y Barón afirman que con todas las alianzas y
redes entroncadas en sus luchas el nuevo feminismo argentino es hoy en
día el hilo conductor central de la lucha de clases en el país.
Es el vector más probable a través del cual se podría consolidar una
conciencia anticapitalista, una conciencia lo suficientemente capaz de
hacer frente a la crisis multidimensional de la sociedad, la ecología y
la política. De todos los movimientos de masas activos hoy en día en el
país el movimiento feminista es tanto el más plural, horizontal,
participativo y democrático, como el más radical y con mayor alcance en
su desafío a los sistemas políticos tradicionales de representación, al
movimiento sindical oficial, a la estigmatización de determinados
trabajos desempeñados por personas trabajadoras feminizadas y al poder
de la Iglesia Católica en el Estado y la sociedad argentinos, entre
otras cuestiones y ámbitos.
¿Qué perspectivas tiene el
movimiento popular argentino en el próximo periodo con la toma de poder
oficial de Fernández a primeros de diciembre?
El contexto
económico es importante. Existe un paro de dos dígitos y la inflación
más alta en casi 30 años. Tras una disminución del PIB del 2.1 % en 2016
y una ligera recuperación del crecimiento del 2,7 % en positivo en
2017, el año 2018 fue testigo de una disminución aún mayor del 2,5 %.
En 2018 Macri aceptó un préstamo del FMI de 57.000 millones de dólares,
el mayor préstamo concedido a cualquier país en la historia de la
institución. El FMI y el gobierno de Trump hicieron una fuerte apuesta
para mantener a la derecha en el poder y en este sentido han perdido
mucho. Pero como sugería un reciente artículo de opinión del Financial Times,
“Alberto Fernández ya ha prometido respetar todos los contratos y hacer
un esfuerzo para pagar todas las obligaciones de Argentina. No parece
apropiado caracterizar al nuevo gobierno de irresponsable”. Según
algunos informes, Argentina debe pagar 30.000 millones de dólares de su
deuda a finales de este año, es decir, cuando Fernández sólo lleve un
mes en el gobierno, y otros 50.000 millones de dólares más a lo largo de
2020.
La característica más clara del intencionadamente opaco
programa de campaña de Fernández fue la propuesta de un "pacto social"
según el cual se pide a cada parte de la relación capital-trabajo que
sea razonable. Los sindicatos no deben exigir más de lo que sea posible y
los capitalistas no deben esperar más de lo que se pueda dar
razonablemente dada la difícil situación político-económica a la que se
enfrenta el nuevo gobierno. Fernández parece querer esperar que en el
futuro inmediato haya los menores contratiempos posibles y contener las
expectativas populares mientras renegocia la deuda con el FMI con la
esperanza de que llegue pronto un nuevo ciclo de expansión, lo que
parece poco posible. Final del formulario
¿Cuáles son las trayectorias posibles de los movimientos sociales y de la izquierda en esta situación?
Piva y Mosquera sugieren dos, cada una con unas probabilidades
razonables de hacerse realidad. En el primer y peor escenario hipotético
el gobierno peronista entrante introduciría por medio de un proceso de
pacificación social apoyándose sobre todo en la integración peronista
tradicional y en la cooperación de la burocracia sindical una versión
modificada y negociada de las reformas estructurales que Macri no pudo
introducir. Si empeorara la crisis económica, en particular su
componente hiperinflacionista, mejorarían las posibilidades de esta vía
"mínimamente realista" de la crisis actual.
En un segundo
escenario, que es preferible, el nuevo gobierno peronista sería incapaz
de contener el descontento social debido a una combinación de demandas
excesivamente austeras por parte de las clases dominantes y del FMI que
no podrían obtener legitimidad política, y/o porque la derrota de Macri
habría generado un nuevo clima político en el que las expectativas
socioeconómicas y políticas de las clases populares se habrían vuelto lo
suficiente altas como para militar en contra de las tendencias hacia la
integración y la pacificación y presionar por una nueva movilización
social. De nuevo, el hecho de que el movimiento feminista se haya
convertido en un vector transversal de la lucha de clases contra la
austeridad, de que siga movilizado y siendo relativamente libre de la
institucionalización tradicional significa que será un componente
fundamental de todos los esfuerzos para que el segundo escenario se
convierta en realidad en los próximos meses.
Las grandes crisis
de la historia reciente de la economía argentina (1975, 1981-82, 1989,
2001-02 y la actual) han puesto de manifiesto en un grado u otro
características comunes de devaluaciones extremas, alta inflación,
colapso de los salarios de las personas trabajadoras y deterioro de las
condiciones laborales. Cada una de ellas también se caracterizó por unas
situaciones de crisis política muy inciertas e inestables cuyo
resultado final fue todo menos planificado previamente.
Como
indica Mosquera, las luchas populares de 1975 derrotaron un programa
reaccionario solo para ser derribadas un año después por la instauración
de una criminal dictadura militar. De forma similar 2001 empezó con un
nuevo ciclo de luchas que en parte impidió que se realizaran los
intereses y planes de las clases dominantes. La crisis de 1989-1991, en
cambio, marcó el inicio de una década de contrarreforma neoliberal en la
forma del peronismo de derecha de Carlos Menem.
Como las
anteriores la crisis actual es tá llena de fluctuaciones y de una
incertidumbre política y económica radical . Para que la segunda salida
hipotética a la crisis llegue a buen término los movimientos sociales y
los sindicatos tendrán que proteger su independencia y autonomía de
clase, y resistir a l a s previsibles declaraciones de Fernández de que
se necesita la pacificación social y la cooperación sindical con las
reformas austeras para garantizar la "gobernabilidad" de un "gobierno
popular" en un contexto de inestabilidad económica. A l os argentinos
les podría ir aún peor en caso de repetir lo ocurrido recientemente en E
cua dor y C hile si Fernández intentara un programa de austeridad
propio, por muy diluido que estuviera en comparación con el de Macri.
¿Cuál es la situación en Ecuador y Chile?
Empecemos por Ecuador. El pasado mes de marzo el Fondo Monetario
Internacional accedió a prestar a Ecuador 4.200 millones de dólares como
parte de un amplio paquete de 10.200 millones de dólares en el que el
Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) también soltó 1.800 millones
de dólares, el Banco Mundial 1.700 millones de dólares y el Banco
Interamericano de Desarrollo 1.700 millones de dólares, mientras que
varias organizaciones multilaterales más pequeñas cubrieron el resto.
Como suele ocurrir en estos acuerdos, los préstamos iba estaban
condicionados a la aplicación de unas "reformas estructurales" centradas
principalmente en reducir el déficit fiscal, la reforma laboral,
aumentar las reservas de divisas y crear las condiciones para hacer aún
más atractiva la inversión corporativa transnacional en los sectores
extractivos de la economía ecuatoriana. Aunque el FMI se ha centrado en
el déficit, en el sentido más inmediato el verdadero problema es la
dolarización de la economía ecuatoriana, que ha privado al país de toda
capacidad normal de política monetaria y que ha hecho que las
importaciones sean exageradamente baratas y la producción de bienes
industriales para la exportación sea imposiblemente cara de sostener.
Aunque Ecuador solo produce el 0.5 % de la producción mundial de
petróleo, su economía depende fuertemente de este producto de
exportación para obtener divisas. El desplome de los precios del
petróleo a mediados de 2014 fue el mecanismo clave a través del cual
llegó a Ecuador la crisis económica mundial. El PIB creció a un nivel
regional relativamente alto para la media regional, al 3,5, 7,9, 5,6 y
4,9 % en 2010, 2011, 2012 y 2013 respectivamente, antes de desacelerarse
drásticamente al 3,8 (2014), 0,1 (2015), -1,2 (2016), 2,4 (2017) y 1,4
(2018). Además del petróleo los ingresos de exportación de los sectores
de la banana, las gambas y el cacao también se vieron afectados por el
fin del auge de los productos básicos.
Por consiguiente, la
primera mitad de la década de la presidencia de Rafael Correa
(2007-2017) se caracterizó por un crecimiento casi frenético según los
parámetros ecuatorianos, con unas rentas petroleras que permitieron
importantes aumentos en el gasto público y social. Al mismo tiempo la
intensificación del capitalismo extractivo en los sectores minero y
petrolero, bajo el control del capital multinacional, supuso una
confrontación cada vez mayor entre Correa y los movimientos indígenas y
socioecológicos. Simultáneamente Correa se opuso brutalmente a los
sindicatos y luchó ferozmente contra el movimiento laboral en el sector
público en sus dos legislaturas.
Por lo tanto, la era de Correa
se caracterizó por un proyecto extractivo de modernización capitalista,
una orientación exagerada hacia la gobernanza tecnocrática de arriba
hacia abajo, la distribución dirigida de parte de la renta petrolera a
capas de las clases populares y una actitud desmovilizadora, cada vez
más represiva y criminalizadora respecto a las luchas socioecológicas,
el movimiento trabajador organizado y el movimiento indígena,
especialmente su organización principal, la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Una vez que el componente
distributivo de la base de desarrollo de Correa comenzó a decaer en el
contexto del estancamiento económico, los siempre presentes elementos
reaccionarios de su régimen se endurecieron aún más y la popularidad de
Correa empezó a flaquear.
Lenín Moreno, que había sido
vicepresidente de Correa entre 2007 y 2013, fue su sucesor como
candidato del partido Alianza País en las elecciones de 2017. Moreno
ganó la segunda vuelta en aquellas elecciones en abril y asumió la
presidencia en mayo. Casi inmediatamente Moreno se volvió claramente
contra su predecesor al abrir una investigación por corrupción contra
Correa relacionada con el proceso judicial de “Lava Jato” en Brasil y
los tristemente célebres escándalos asociados a la empresa brasileña de
ingeniería y construcción Odebrecht en varios países de la región,
incluido Ecuador.
El proceso anticorrupción también implicó
rápidamente a Jorge Glas, vicepresidente de Moreno, que también había
sido vicepresidente de Correa entre 2013 y 2017. Moreno separó a Glas de
la vicepresidencia en agosto de 2017 y posteriormente Glas fue
condenado a seis años de prisión por aceptar 13,5 millones de dólares en
sobornos relacionados con el escándalo de Odebrecht.
Con la
gran rivalidad geopolítica entre China y Estados Unidos Moreno también
se apartó de los vínculos relativamente estrechos de Correa con China y
dejó clara su lealtad a Estados Unidos. Puso fin al asilo de Julian
Assange en la embajada de Ecuador en Londres, volvió a abrir Ecuador
para las tropas estadounidenses (al norte y en las islas Galápagos) y
apoyó la iniciativa de integración regional respaldada por Estados
Unidos (el Foro para el Progreso de América del Sur, Prosur) creada para
sustituir a la más independiente Unión de Naciones Sudamericanas
(UNASUR), de la que están excluidos Canadá y Estados Unidos.
En
resumen, el régimen de Moreno se puede definir clara e inéquivocamente
como de derecha independientemente del papel que desempeñó en el primer
gobierno de Correa y de cómo caractericemos en última instancia el más
complicado periodo de Correa. Una figura presidencial en cierto modo
comparable a la de Moreno podría ser la de Daniel Ortega en Nicaragua.
A diferencia de Correa, Moreno cuenta con la aprobación incondicional
de la televisión privada y medios impresos dominantes. Tanto los
círculos oficiales del gobierno como los de los medios de comunicación
privados se habían aislado tan eficazmente de cualquier conciencia de
las realidades y sentimientos cotidianos de la mayoría de la población
que llegaron a confundir su propia unanimidad respecto a la necesidad de
una reestructuración neoliberal y de un acuerdo con el FMI con un
consenso social más amplio. Cuando se produjo un levantamiento popular
instantáneo en respuesta al paquete de medidas de ajuste de Moreno, que
se anunció el 1 de octubre, estaban genuinamente desconcertados y en
desventaja.
¿Qué medidas desencadenaron esta revuelta?
El catalizador inmediato fue una reducción de los subsidios de la
gasolina y el diésel, lo que provocó un fuerte aumento de precio de la
gasolina y dobló el precio del diésel de la noche a la mañana, lo que
causó el mayor malestar social en el país desde finales de la década de
1990 y principios de la década de 2000 (un período en el se derrocó a
varios gobiernos).
Como suele ocurrir en el caso de las
cuestiones políticas y económicas del Ecuador, el mejor análisis de
coyuntura hasta ahora ha sido el del sociólogo Pablo Ospina Peralta.
Señala que los propios datos del gobierno afirman que los recortes de
los subsidios de la gasolina y al petróleo generarán 1.500 millones de
dólares de los 2.000 millones de dólares en ahorros anuales que espera
lograr con todo el paquete de reestructuración. Tanto los vehículos de
transporte pesado encargados de llevar las mercancías a los mercados
como por los vehículos de transporte público son los que suelen utilizar
diésel.
Según el programa del gobierno, los recortes de los
subsidios del diésel generarán 1.170 millones de dólares de los 1.500
millones de dólares de ahorros en el sector de la energía subvencionada.
A diferencia de diésel, en este país la gasolina la utilizan los dueños
de coches particulares, aproximadamente el 25 % de la población. Los
recortes de los subsidios de la gasolina generarán los 330 millones de
dólares restantes de ahorros.
Como señala Peralta, dado que la
subida del diésel provocará tanto un aumento de la tarifa del transporte
público como un aumento de los precios de los productos básicos en los
mercados puesto que el aumento del coste de transporte se carga a los
consumidores, el 75 % más pobre de la población asumirá el 78 % del
costo del recorte de los subsidios, mientras que el 25 % más rico de los
propietarios de automóviles asumirá la carga restante del 22 %. Al
margen de la cuestión de la racionalidad de los propios recortes, la
formulación política específica de su ejecución supone una guerra de
clases manifiesta contra las personas pobres.
Las protestas que
se produjeron en todo el país durante 11 días a partir del 3 de octubre
sacaron a la luz el carácter represivo, débil e inepto del régimen de
Moreno. Aunque fueron los transportistas quienes hicieron el llamamiento
inicial, una CONAIE rejuvenecida asumió el liderazgo de las protestas,
lo que supone un acontecimiento emocionante para las perspectivas de las
luchas indígenas de izquierda en otras partes de la región dada la
postura ejemplar de la CONAIE en esa ámbito desde la década de 1960.
Varias marchas militantes indígenas convergieron en Quito desde algunas
de las provincias más empobrecidas y más indígenas, como Esmeraldas,
Napo, Chimborazo y Morona, lo que no es casual. Como ocurre con las
feministas en Argentina, las militantes indígenas ataviadas con ponchos
se han convertido una vez más en el hilo conductor transversal de la
lucha de clases en Ecuador. Lo reflejaba bien una de las pancartas
populares de las marchas indígenas: “IMF fuera de Ecuador.”
A
las protestas indígenas que se dirigían a la capital, Quito, desde
diferentes partes del país se unieron personas estudiantes,
desempleadas, trabajadoras precarias y activistas laborales que se
enfrentaron con las fuerzas armadas y la policía. Los siguientes días
Quito se llenó de barricadas y coches quemados. Hubo que desplazar
temporalmente la sede del gobierno a la ciudad costera de Guayaquil.
Moreno declaró el estado de emergencia que suspendía los derechos
constitucionales de movimiento y asociación, y con 30 minutos de
anticipación se declaró un toque de queda en Quito a las 3 de la tarde.
Al menos cinco personas murieron y 2.000 fueron detenidas.
La
ONU y la Iglesia Católica facilitaron las negociaciones entre los
líderes indígenas y el gobierno que terminaron con la retirada de los
recortes de los subsidios del diésel y el gas. Lo que es más importante
es que la militancia de los movimientos indígenas y sus aliados del
sector popular han demostrado una vez más ser un enemigo poderoso de la
austeridad, el dominio de clase, la devastación ecológica, el racismo y
la arrogancia imperialista del FMI. En la década de 1990 y principios de
la de 2000 Ecuador, junto con Bolivia, había asumido una posición de
vanguardia en América Latina debido a la profundidad y difusión de las
variadas formas de movimientos radicales desde abajo autoorganizados y
estrechamente conectados en red. El pueblo de Ecuador ha asumido una vez
más su responsabilidad.
¿Qué nos puede decir del
levantamiento en Chile que probablemente sea el acontecimiento más
importante? ¿Qué lo desencadenó y cómo se está desarrollando en estos
momentos?
La historia y la dinámica de la rebelión en
Chile son diferentes de las de los otros países. Chile no estuvo en
sintonía con las tendencias regionales de radicalización popular de
finales de la década de 1990 y principios de la de 2000. En parte se
debe a que la dictadura militar de Augusto Pinochet desde 1973 hasta
1990 aniquiló a gran parte de la izquierda organizada de modo que la
élite se enfrentó a una muy mermada oposición a su transición controlada
a la democracia liberal, que mantuvo la base neoliberal de la economía
introducida por primera vez por Pinochet con la ayuda de los Chicago
Boys a mediados de la década de 1970.
Todos los gobiernos entre
1990 y 2010 estuvieron formados por una coalición de centro izquierda
llamada Concertación [de Partidos por la Democracia] que incluía al
Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata
Cristiano. El reinado de Concertación terminó con la formación en 2010
del gobierno de Sebastián Piñera perteneciente al partido Chile Vamos,
una coalición de partidos de centro derecha y derecha. La coalición que
sucedió a Concertación, Nueva Mayoría, regresó después al poder con la
segunda presidencia de Michelle Bachelet (2014-2018), a la que siguió la
vuelta de Piñera a la presidencia en marzo de este año.
Durante todo el período posterior a la dictadura Chile fue considerado
en un modelo de crecimiento neoliberal y de estabilidad política. Aunque
con varias enmiendas, continúa vigente la constitución promulgada en
1980 bajo la dictadura. En los años inmediatamente posteriores a la
crisis mundial de 2008 el producto interior bruto creció a unos niveles
razonablemente altos según los criterios regionales (5,8 en 2010, 6,1 en
2011, 5,3 en 2012 y 4,0 en 2013) antes de disminuir tras el final del
auge de los productos básicos y llegar a unas tasas de crecimiento del
1,8, 2,3, 1,7 y 1,3 % entre 2014 y 2017. Con todo, la acumulación se
recuperó en 2018 con un crecimiento del PIB del 4,0 %, aunque en 2019
está disminuyendo de nuevo a medida que se deteriora la economía
mundial.
La ideología dominante, que comparten tanto el centro
izquierda como el centro derecha, se ha basado en el aislamiento
tecnocrático de los políticos y la despolitización de la sociedad, de
modo que la tiranía impersonal del mercado puede actuar libremente como
árbitro supremo del conflicto social. Aunque el crecimiento ha sido
comparativamente estable, la pobreza en Chile es escandalosa. Diez
multimillonarios chilenos se jactan de que la suma de sus activos
equivale al 16 % del PIB.
La columna Bello de la revista conservadora británica The Economist ofrecía
esta semana una observación reveladora: "Hace algunos años su
columnista asistió a una fiesta de unas 60 personas en Santiago. Un
amigo le susurró al oído: '¿Te das cuenta de que la mitad del PIB de
Chile está en esta habitación?’”.
Mientras tanto, las clases
trabajadora y media viven del crédito, se endeudan para pagar los
enormes costos de la vida debidos a la privatización de la educación, la
salud, las pensiones, las carreteras y los servicios de agua, y a los
draconianos impuestos ocultos que se imponen a las personas pobres, como
los altos precios del transporte público. La deuda de los hogares en
Chile es la más alta de América Latina, un 45,4 % del PIB; como es
sabido, el endeudamiento personal de la clase trabajadora es un enorme
látigo disciplinario en manos del capital, un látigo que obliga a las
personas trabajador a s a trabaj ar cada vez más para mantenerse a flote
. Una de las amargas ironías de la situación actual es que Piñera hizo
gran parte de su riqueza, que se calcula en 2.800 millones de dólares,
introduciendo la deuda de las tarjetas de crédito entre las clases
populares chilenas.
La desigualdad también llega al sistema
jurídico, en el que es un secreto a voces que todos los principales
partidos políticos actúan en connivencia ilegal con los grandes
oligopolios del país. Incluso en los raros casos en que salen a la luz y
son acusados legalmente de culpabilidad, no se envía a los peces gordos
a la cárcel, sino que se les imponen pequeñas multas que ni siquiera
pretenden cubrir los beneficios obtenidos con sus transacciones
corruptas.
Mientras tanto, los guardias de seguridad privados (y
en los barrios más pobres, la policía armada) vigilan a los usuarios de
la clase trabajadora de las rutas de microbuses de las principales
ciudades para detener a quienes no paguen el billete. Las multas pueden
ser enormes, el equivalente a varios cientos de dólares e incuso la
cárcel. Como sin duda veremos en esta entrevista, los sentimientos
solidarios de clase implican una simpatía generalizada por quienes no
pagan el billete y una antipatía igualmente enorme por los evasores de
impuestos corporativos y sus aliados políticos.
¿Cómo se ha cuestionado en las últimas semanas esta austeridad neoliberal?
En una entrevista publicada en Financial Times el 17 de octubre y que puede que le atormente, Piñera reflejó el ethos
del modelo chileno visto desde la perspectiva de la clase dirigente:
“Mire América Latina”, afirmó Piñera. “Argentina y Paraguay están en
recesión, México y Brasil estancados, Perú y Ecuador en una profunda
crisis política y en este contexto Chile parece un oasis porque tenemos
una democracia estable, la economía está creciendo, estamos creando
empleos, estamos mejorando los salarios y estamos manteniendo un
equilibrio macroeconómico. […] ¿es fácil? No, no lo es. Pero merece la
pena luchar por ello”.
Al día siguiente el país explotó y el
"oasis" se convirtió en un “meme” popular que ridiculizaba a Piñera. Si
el desencadenante en Ecuador había sido el aumento de los precios del
diésel y la gasolina, en Chile fue el aumento de las tarifas del metro
público de Santiago. Esta ciudad tiene uno de los sistemas de transporte
público más caros del mundo, que tiene una subida acumulada de las
tarifas del 40 % entre 2010 y 2015.
El primer actor que se movió
fue el movimiento estudiantil que organizó una manifestación de
"evasión masiva" en el metro en la que no se pagó el billete en un acto
colectivo de resistencia. La policía respondió con una represión estatal
gratuita que alimentó la ira popular y el apoyo a la acción de no pagar
el billete.
Las fuerzas de seguridad del Estado emplearon aún
más violencia, el presidente declaró rápidamente un estado de emergencia
que suspendía varios derechos constitucionales, imponía el toque de
queda primero en Santiago y después en muchas ciudades del país, y por
primera vez desde 1990 enviaba a los militares a las calles con
vehículos fuertemente blindados. En otro guiño a la oscura era de
Pinochet, Piñera anunció que el régimen estaba "en guerra" con un
poderoso enemigo interno.
Se disparó el sentimiento
antidictatorial mayoritario y la población cobró vida, violó el toque de
queda y los draconianos intentos del estado de emergencia de acabar con
los derechos de reunión y movimiento. Una heterogénea amalgama de
clases populares y de la clase media endeudada de forma generalizada y
en descenso social estalló al unísono. Una dialéctica de masificación
del movimiento y represión estatal barrió el país durante dos semanas.
Se organizó un movimiento que trascendía con creces la subida de 30
pesos del precio del billete. Como dice una consigna viral, ¡no es por
30 pesos, sino por 30 años!.
Todo el modelo posterior a la
dictadura de opresión neoliberal se ha puesto en tela de juicio.
Prácticamente ninguna institución política o estatal del país tiene
credibilidad alguna para la población. Ha quedad expuesto el orden
socioeconómico realmente existente del neoliberalismo chileno, todo el
edificio se basa ahora abiertamente en la coerción militar y policial de
la vasta mayorí.
Quienes leyeron las encuestas elaboradas por
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo sobre los
sentimientos de la ciudadanía acerca de las instituciones estatales en
los últimos años deberían haber tenido la sensación de que era inminente
una implosión. En varios momentos entre 2017 y 2019, del 80 % al 95 %
de las personas encuestadas sugirieron que no tenían confianza en el
Estado, los partidos políticos o los políticos. La crisis de
representación había llegado a ser total.
Las manifestaciones
masivas y las caceroladas van de la mano de una insurrección
desenfrenada sin precedentes en la historia reciente de Chile. El
objetivo de una lógica de clase eran las estaciones de metro, los
supermercados, los centros comerciales, los puntos de venta de objetos
de lujo y las sedes de compañías de energía para saquearlos y quemarlos,
mientras que las tiendas pequeñas se protegieron.
En las
ciudades se levantaron barricadas y las refriegas con las fuerzas de
seguridad sacaron a la luz una profunda ira desde abajo que contradecía
la imagen oficialista de Chile. Se calcula que 1,2 millones de personas
se manifestaron en Santiago en la que quizás fue la mayor manifestación
de la historia del país y en todo el territorio nacional la sorprendente
cantidad de dos millones de una población total de 18 millones de
personas acudió a las manifestaciones.
Fueron detenidas unas
3.000 personas y hubo denuncias generalizadas de tortura, violaciones y
agresiones sexuales a las personas detenidas por parte de la policía y
el ejército. Las autoridades estatales afirman que la cantidad de
personas muertas es de 20, pero basándose en videos compartidos en las
redes sociales y que muestran imágenes de una represión y unos crímenes
estatales inmensos, las personas activistas del movimiento social
calculan que la cifra real de personas muertas se cuenta por varias
docenas y que la cantidad de personas heridas graves es muy alta debido
al uso indiscriminado de balas de goma.
El director
democristiano de l Instituto Nacional de Derechos Humanos ( INDH ) , la
institución estatal responsable de supervisar los compromisos del Estado
en materia de derechos humanos, ha sido criticado por no cumplir
intencionadamente con sus obligaciones . La violencia estatal coercitiva
parece haber sido mayor y más feroz en los barrios periféricos urbanos
habitados por personas pobres, como los barrios trabajadores de Puente
Alto y La Florida en Santiago, en los que viven un millón de personas
trabajador a s, así como en Maipú, al oeste de la ciudad, donde viven
otras 500.000 personas.
¿Cómo están las cosas en estos momentos a raíz de la presente oleada de protestas y represión?
Parece
que el polvo va asentándose, al menos en esta ronda de revueltas.
Piñera -cuyo índice de aprobación es ahora del 14 %, el más bajo que ha
tenido un presidente desde que se restableció la democracia liberal- ha
suspendido el estado de emergencia y los toques de queda y ha retirado
el aumento de tarifas. En vergonzosa contradicción con la proyección
internacional de Chile como paraíso neoliberal, el gobierno se vio
obligado a cancelar la cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico
(APEC), que estaba programada para noviembre, así como la Conferencia
sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, COP25, que tendría lugar
en diciembre.
Piñera ha sacrificado a dos de sus aliados más
cercanos en el gabinete, el ministro de Finanzas, Felipe Larraín, y el
ministro del Interior, Andrés Chadwick, cuyas manifestaciones públicas
de desprecio por el pueblo chileno en las últimas dos semanas hicieron
insostenible que permanecieran. Han sido reemplazados por Ignacio
Briones y Gonzalo Blumel, respectivamente, dos caras más centristas y
moderadas del régimen.
El presidente también ha anunciado un
paquete social de 1.200 millones de dólares, dirigido a calmar el
descontento popular. El Congreso también discutirá la reforma progresiva
de las pensiones y los salarios, y el presidente ha prometido que se
introducirán impuestos más altos a los ricos y que los precios de
innumerables servicios sociales privados se fijarán a tasas más
asequibles. También se debe tener en cuenta que la legislación
respaldada por el Partido Comunista para reducir la semana laboral
chilena a 40 horas se aprobó en la cámara baja del Congreso el 24 de
octubre, en clara expresión del poder popular en las calles.
¿Qué
organizaciones se involucraron en el levantamiento? ¿Cuánto tuvo de
espontáneo? ¿Qué ideas y demandas políticas prevalecieron sobre otras en
estos días de la ira?
Un recuento exacto requerirá de un
estudio mucho más exhaustivo en los próximos meses. Pero puede
arriesgarse una valoración preliminar. Primero, las infraestructuras
construidas del movimiento estudiantil en los últimos años fueron
obviamente un elemento clave para su inicio. Hubo ya movimientos
iniciales en 2001, con 50.000 estudiantes de secundaria en Santiago
tomando las calles.
En 2006 la llamada revuelta de los pingüinos
-en referencia a los uniformes blancos y negros de los estudiantes de
secundaria- involucró a 1,4 millones de estudiantes en todo el país y
constituyó la mayor de las manifestaciones desde las movilizaciones a
favor de la democracia en los últimos años de la dictadura. En 2011 las
movilizaciones de estudiantes universitarios se hicieron aún más
numerosas y se vincularon de diferentes maneras a las acciones
incipientes de los trabajadores, las luchas de liberación de los
mapuches y otros indígenas y los movimientos socioecológicos.
Las
formas asambleístas de la democracia de masas fueron reintroduciéndose
en la cultura política chilena, y las mujeres y los jóvenes estuvieron a
la vanguardia de un movimiento de masas que tenía un enorme apoyo
popular en la sociedad en general. Debe recordarse que Piñera estaba en
el poder en aquel momento. Su índice de aprobación en el apogeo de las
protestas cayó al 26 % -casi el doble de lo que es ahora- y marcó un
mínimo desde la dictadura.
Cuando dejó el cargo de presidente en 2014, los miembros de su gabinete le regalaron el libro de Charles Tilly, Los movimientos sociales, 1768-2012,
para que pudiera entender por qué su tiempo en el poder había sido tan
miserable. Hasta la fecha parece que no ha tenido la oportunidad de leer
el libro. Los estudiantes organizaron la acción inicial de evasión y el
edificio de la Federación de Estudiantes en Santiago se convirtió en
una de las sedes de coordinación de movilizaciones en la capital en los
días y semanas siguientes.
Segundo, al igual que en Argentina, ha
surgido recientemente en Chile un movimiento feminista de izquierdas
militante, masivo y heterogéneo. Y hay claras coincidencias con la
radicalización estudiantil y las infraestructuras organizativas de los
últimos años. Inspirados por los acontecimientos en la vecina Argentina
en 2016 y 2017, hacia finales de 2017 las militantes estudiantiles
chilenas comenzaron a organizarse con otros grupos para el contingente
de su país en la prevista huelga internacional feminista del 8 de marzo
de 2018. Activistas feministas involucradas en agroecología, vivienda,
territorios, educación, salud, trabajo, pensiones, lucha contra la
violencia de género y a favor del aborto convergieron en la organización
de la huelga feminista del 8 de marzo de 2018, asegurando la
participación de 28 ciudades chilenas y de 100.000 personas en la vía
pública principal de Santiago.
A raíz de ese éxito empezaron de
inmediato a organizarse para la huelga del 8 de marzo de 2019. En
palabras de Alondra Carrillo Vidal, “decidimos darnos un año para
prepararla, y desarrollar tres objetivos en el proceso: transversalizar
el feminismo dentro del movimiento social, es decir, expandir una
perspectiva feminista en la actividad de las organizaciones sociales y
así ampliar el significado mismo del movimiento feminista; dinamizar las
articulaciones entre organizaciones distintas y plantear una agenda
común de movilizaciones contra la precarización de la vida. Decidimos,
para que nadie pudiera decirnos por qué estábamos luchando, redactar un
programa y hacerlo en una Reunión Plurinacional de Mujeres en Lucha”.
En
mayo de 2018 se había formado la organización paraguas 8M Coordinadora
Feminista. En el evento la huelga feminista del 8 de mayo de 2019 en
Chile fue una de las mayores manifestaciones en la historia chilena, al
menos hasta la ola de actividad casi insurreccional de las últimas
semanas.
En medio de las últimas luchas la Coordinadora Feminista
de 8M fue la primera organización en convocar una huelga general,
secundada por los sindicatos militantes de trabajadores portuarios,
junto con algunos sindicatos de las minas del cobre. Los trabajadores
portuarios acaban de poner fin a una exitosa huelga seccional de los
puertos chilenos en noviembre-diciembre de 2018. Los trabajadores
portuarios aseguraron que se disponían a cerrar 20 puertos.
Federaciones
de estudiantes en todos los niveles garantizarían que las escuelas y
universidades estuvieran cerradas. Bajo presión las confederaciones
sindicales centrales más moderadas, lideradas principalmente por el
Partido Comunista, se vieron obligadas a respaldar la huelga. Así pues,
el 23 de octubre cerraron bancos y empresas, se suspendieron las clases y
se paralizaron 20 puertos, cerró el 75 % del sector industrial y otras
secciones de la industria funcionan solo a la mitad de su capacidad.
La
Coordinadora Feminista del 8M, según una de sus líderes, Karina
Nohales, también estableció una comisión de investigación en un intento
por descubrir el número real de muertos, desaparecidos y heridos, así
como para exponer el alcance de la violación y el asalto sexual a las
mujeres detenidas por parte de militares y policías, sobre lo cual los
medios de comunicación han guardado silencio.
Tercero, los
partidos políticos fueron marginales en el desarrollo de la
cuasi-insurrección de Chile en octubre, incluidos los partidos de la
izquierda. Los únicos dos partidos de izquierda con alguna credibilidad
entre las clases populares son el tradicional Partido Comunista y la
coalición del Frente Amplio, mucho más nueva, que agrupa a varias
corrientes de la nueva izquierda de Chile; el Frente es en sí mismo el
resultado del proceso de movilización de 2011 iniciado por los
estudiantes universitarios. Si bien los militantes de estos partidos
estaban muy involucrados en los disturbios en sí, el sentimiento
antipartidista de las masas parecía extenderse también a ellos, aunque
en menor grado, lo que imposibilitaba que cualquiera de ellos
proporcionara liderazgo y coordinación.
El mito del oasis
neoliberal de Chile ha quedado roto. Si bien las movilizaciones parecen
haberse calmado por el momento, enormes capas de la sociedad popular han
perdido el miedo a la violencia estatal junto al respeto que tenían por
la autoridad estatal. Y ha quedado claramente expuesta la violencia
detrás del discurso tecnocrático de mercado de los principales políticos
chilenos. Existe una disposición a favor de la lucha de clases
militantes por parte de la heterogénea clase trabajadora chilena, y las
clases medias precariamente endeudadas se han radicalizado y están
moviéndose hacia la izquierda.
Pero la política en las calles
carece de claridad y está cambiando constantemente. La política de calle
en una atmósfera de clases múltiples y sentimientos indiscriminados
“antipolítica” puede cambiar rápidamente. Mientras los trabajadores
precarizados de la clase trabajadora con una política de izquierdas
contra los aumentos de las tarifas dominaron las calles en junio de 2013
en Brasil, dos años después una política pequeño-burguesa de extrema
derecha de anticorrupción, seguridad y restauración del orden tomó el
control de la calles y se convirtió en la base masiva extraparlamentaria
dominante de Bolsonaro.
Queda por ver si las mejores corrientes
dentro del Frente Amplio podrán alejar a los partidos en su conjunto del
énfasis en la política parlamentaria y a favor de una realineación
radical con los sentimientos antisistema de la calle. Existe la
posibilidad de que el Frente, junto con organizaciones sociales clave
como la Coordinadora Feminista de 8M, se convierta en un laboratorio a
través del cual una política anticapitalista radical, más sistematizada y
más coherente, pueda cohesionar una especie de “buen sentido” gramsciano entre las capas de la clase trabajadora que participaron en este ciclo cuasi-insurreccional.
Como
Noal Titelman ha señalado, pocos de los que están en las calles en las
últimas semanas son miembros de sindicatos y mucho menos de partidos
políticos. Muchos de los activistas son muy jóvenes y muchos son
mujeres. Puede perderse una gran oportunidad para el futuro de la
izquierda chilena y sería peligroso en un escenario político cuyo
resultado es todavía increíblemente indeterminado.
La última
ronda de revueltas en la década de 1990 y principios de 2000 llevó al
poder en toda la región a una oleada de gobiernos reformistas, desde
Venezuela hasta Bolivia. ¿Qué hicieron en realidad estos llamados
gobiernos de la marea rosa cuando estaban en el poder y cuáles son las
lecciones de esta experiencia?
Por supuesto, hay muchas
diferencias importantes entre los casos, por lo que hay límites
estrictos para cualquier declaración general. Pero creo que la noción de
un “Estado compensatorio” desarrollada por el ecólogo político uruguayo
Eduardo Gudynas evoca las experiencias de muchos países de la marea
rosa y sus amplios parámetros político-económicos.
Los
movimientos sociales masivos estallaron a finales de la década de 1990 y
principios de la década de 2000 en medio de una crisis económica
regional muy aguda del neoliberalismo en gran parte de América del Sur.
Por el contrario, cuando los partidos de centro-izquierda y de izquierda
de lo que se conoce como marea rosa llegaron al poder alrededor de 2003
a espaldas de esos movimientos sociales, se había restablecido el
dinamismo capitalista en la mayor parte de América del Sur a través del
boom de productos impulsado por los chinos.
Importantes
contradicciones de clase subyacentes a los nuevos gobiernos quedaron
temporalmente ocultas solo para estallar más tarde. Las rentas de
recursos disponibles por la bonanza de los productos básicos
proporcionaron las bases materiales para los “Estados compensatorios”,
que ganaron legitimidad política al lubricar programas redistributivos
específicos con parte de las rentas captadas por el Estado a través de
mayores impuestos y regalías, junto con proyectos de infraestructura,
extensión del crédito a las clases populares y esquemas de creación de
empleo. Niveles relativamente más altos de gasto social, junto con el
crecimiento económico inducido por los productos básicos, ayudaron a
reducir la pobreza en varios países, a veces a un nivel espectacular,
como fue el caso, temporalmente, en Venezuela, y como todavía sucede
(por ahora) en Bolivia.
Sin embargo, los programas
político-económicos generales de estos Estados compensatorios no
desafiaron las relaciones de propiedad social o las matrices productivas
de las economías que heredaron de sus predecesores neoliberales
ortodoxos. No se inició ninguna transición fuera de la inserción
subordinada de estos países en la división internacional del trabajo
como fuentes de materias primas y mano de obra barata. Las bases
estructurales de la economía neoliberal se mantuvieron intactas en
muchos sentidos, pero iban creciendo más rápidamente.
Las
premisas ecológicas de los programas de desarrollo alineados con el
capital multinacional y enraizados en la extracción intensificada de
minerales, la producción agroindustrial de monocultivos, y la
explotación de gas natural y petróleo son obviamente insostenibles, por
decirlo de manera extremadamente ligera. Los extraordinarios incendios
en la Amazonía de este verano no son más que una expresión elocuente de
este hecho. Las lógicas extractivistas tendieron también a poner a los
Estados gobernados por partidos de izquierda y centro-izquierda en una
trayectoria de colisión con los movimientos indígenas, campesinos y
ecológicos que se habían situado entre sus territorios y el capital
extractor multinacional.
En términos políticos e ideológicos,
caso tras caso, hubo un estatismo excesivo, una idolatría del Estado
desarrollista y sus poderes mágicos. Fueron los nuevos partidos
gobernantes quienes alentaron esto, tendiendo a fusionar sus propios
partidos con los aparatos estatales que llegaron a ocupar. Los partidos
tendían a considerar las actividades independientes y autónomas de los
movimientos sociales y los sindicatos como sospechosas, incluso
criminales o funcionales a los intereses de la derecha, e imperialistas
cuando los intereses de los movimientos sociales y los sindicatos
entraban en conflicto con los intereses del desarrollo capitalista
liderado por el Estado, según definición de los administradores
estatales.
Cuando la crisis global hizo su postergada llegada a
América del Sur a través de la caída de las materias primas, las
contradicciones de clase de los gobiernos de centro-izquierda y de
izquierda que habían estado parcialmente ocultas salieron a la
superficie. Estos gobiernos tendieron a moverse hacia la derecha,
imponiendo mecanismos disfrazados de austeridad en diversos grados, y al
hacerlo minaron sus bases de apoyo en las clases populares. Al mismo
tiempo, el capital que había aprendido a vivir con estos regímenes en
tiempos de rentabilidad neta volvió a su hogar político natural en los
movimientos políticos expresamente de derecha, antiguos o recién
configurados.
El estancamiento inestable y fluctuante que resultó
del agotamiento de los proyectos de la marea rosa y el resurgimiento
simultáneo de iniciativas derechistas seguras pero en última instancia
sin rumbo, continúan definiendo el momento actual. Todo esto, recuerden,
en medio de una nueva era de estancamiento secular en el mercado
mundial y crisis ecológicas en desarrollo vertiginoso.
El
gobierno de Evo Morales en Bolivia fue quizás el ejemplo paradigmático
de la marea rosa. Pero también ha entrado en una crisis política. ¿Qué
está pasando y por qué?
Las recientes elecciones
presidenciales son un síntoma del estancamiento en el que se encuentra
el gobierno de Morales. Los bolivianos acudieron a las urnas el domingo
20 de octubre de 2019. Según el sistema electoral del país, para evitar
una segunda vuelta en las elecciones presidenciales, el candidato
principal debe asegurarse más del 50 % de los votos, o más del 40 % de
los votos y una ventaja del 10 % sobre el candidato que aparece en
segundo lugar.
Con el 83.8 % de los votos escrutados en un
recuento rápido, el sitio web del Tribunal Supremo Electoral (TSE)
indicó que Evo Morales, del Movimiento al Socialismo (MAS) iba
liderándolo con el 45,3 %; mientras que Carlos Mesa, centro-derecha de
la Comunidad Ciudadana, iba en segundo lugar con el 38,2 %. Parecía que
tendría que haber una segunda ronda. En este punto, el TSE
inexplicablemente cerró la transmisión en vivo de la tabulación de
recuento rápido de las papeletas electorales después del recuento del 83
% de los votos. En los días siguientes hubo cuatro explicaciones
distintas y contradictorias para el cierre impuesto por los
representantes del TSE, y para empeorar las cosas, dimitió Antonio
Costas, vicepresidente de TSE, diciendo que no le habían consultado el
cierre de la transmisión y que había sido una mala decisión, aunque
enfatizó que creía que no se había producido un recuento fraudulento.
Veintidós
horas más tarde, el lunes por la noche, se reinició la transmisión de
los resultados de recuento rápido, y el sitio web indicaba en esta
ocasión el 95,63 % de los votos escrutados. La distancia entre Morales,
el favorito, y Mesa, el segundo, había crecido significativamente
durante el período intermedio. Ahora se decía que la diferencia que
separaba a los dos candidatos era del 10,12 % según el recuento rápido, y
esto después de que Morales anunciara que una vez que se contabilizaran
los votos rurales, estaba seguro de que no habría necesidad de una
segunda vuelta.
Las protestas de la oposición impugnando los
resultados comenzaron ese lunes por la tarde en todo el país, incluida
la quema de varias oficinas departamentales del Tribunal Electoral,
justo cuando los simpatizantes del MAS salían a las calles a celebrarlo.
El recuento oficial de votos se concluyó varios días después, con los
resultados de un 47,08 % para Morales y un 36,51 % para Carlos Mesa, es
decir, una diferencia de 10,54 %, lo que lo convierte en una victoria en
primera vuelta para Morales.
La oposición, que inmediatamente
tildó de fraude ese resultado en lugar de pedir un recuento para
determinar si se había producido o no tal fraude, no ha aceptado los
resultados y ha promovido una campaña intensificada de sus partidarios
en las calles para destituir a Morales de la presidencia. El gobierno de
Morales ha ofrecido permitir que la Organización de Estados Americanos
(OEA) lleve a cabo una auditoría y un recuento, lo que la OEA ha
aceptado pero la oposición ha rechazado. Una auditoría es claramente una
posibilidad, ya que los votos figuran con fotos adjuntas en el archivo
de Internet. Y la OEA difícilmente puede enmarcarse como institución que
pueda ser parcial con Morales en contra de la oposición.
Sin
embargo, la situación de Morales no se ve favorecida por el hecho de que
perdió una considerable legitimidad en febrero de 2016, cuando
simplemente ignoró los resultados negativos de un referéndum sobre si
debería o no poder postularse para otro mandato. Tampoco la situación se
ve favorecida por el comportamiento extraño de los funcionarios del
TSE, aunque no se haya demostrado el fraude. Una radicalización de la
derecha y un endurecimiento de la autoridad del Estado bajo Morales son
los posibles acontecimientos en el futuro cercano.
Teniendo en cuenta esta experiencia, ¿cómo deberíamos evaluar al gobierno de Morales?
Debajo
de este drama procesal e institucional, lo que se ha perdido en los
debates de la izquierda internacional es cualquier reflexión o
evaluación sostenida del proyecto del Movimiento al Socialismo (MAS) de
Morales desde 2006. Especialmente desde 2010, ha sido cada vez más
evidente que se trata de un proyecto de modernización capitalista
dirigido por el Estado desde arriba: las nociones de “éxito socialista”
que circulan en partes de la izquierda anglófona son puras fantasías.
Su
estrategia económica ha dependido de acuerdos con el capital
multinacional de hidrocarburos y el capital agroindustrial extranjero y
nacional en las tierras bajas orientales. Y su base social central, con
el paso del tiempo, se ha convertido en una capa indígena pequeño
burguesa de vendedores ambulantes, pequeños extractivistas, productores
industriales a pequeña escala y productores industriales involucrados a
mediana escala implicados en la agricultura comercial para la
exportación, una capa que creció de manera expansiva durante el primer
período de Morales en el contexto del auge de las materias primas,
modificando así la composición de clase de su base popular central.
La
lógica del capital extranjero a gran escala en los sectores extractivos
va de la mano del poder legitimador de una pequeña capa de la burguesía
indígena. Además de este núcleo, por supuesto, hay una capa más amplia
de partidarios electorales pasivos de las clases dominadas. Por debajo
del máximo reciente del 6,8 % del PIB en 2013, la economía ha alcanzado
un crecimiento promedio del 4,2 % en los últimos tres años. Los efectos
del subsidio a las rentas extractivas distribuidos en diferentes
circuitos del capital en otros sectores de la economía, el desempleo
relativamente bajo y las transferencias de efectivo dirigidas a los más
pobres, han implicado mejoras muy significativas en los niveles de
pobreza. Todo esto es importante para explicar la duradera popularidad
de Morales, así como el hecho de que es el primer presidente indígena en
un país mayoritariamente indígena desde la fundación de la república en
1825.
Al mismo tiempo, la economía boliviana apenas es inmune a
las tendencias más amplias del mercado mundial, y ha estado agotando sus
ahorros en divisas y adquiriendo deuda en un esfuerzo por sostener el
gasto público y disfrazar esta realidad en el último año, más o menos,
de preparativos electorales. Es muy probable que el propio Morales, si
sobrevive a la actual agitación en el cargo, como sospecho que sea el
caso, implemente un paquete propio de austeridad. [*]
Política
e ideológicamente, es importante señalar que, bajo Morales, los
movimientos sociales independientes y los sindicatos han sido
decapitados y absorbidos por el aparato estatal, o difamados como
agentes de la derecha, por lo tanto, actualmente son increíblemente
débiles. Para una economía cada vez más extractiva, las condiciones del
decreciente mercado no implican una desaceleración de la actividad
extractiva, sino más bien una carrera para mejorar las condiciones
rentables del capital multinacional extractivo, como indicaron las
prisas del gobierno de Morales respecto al derecho a una significativa
consulta a las comunidades indígenas con anterioridad a los proyectos de
desarrollo extractivo en sus territorios.
Asimismo, va a
intensificarse la devastación socioecológica con el impulso actual de
modernización capitalista. Los incendios tropicales de este verano no se
limitaron al Brasil de Bolsonaro, sino que incluyeron 500.000 hectáreas
de territorio boliviano. Mientras los lazos del gobierno con la
agroindustria en el este permanezcan intactos, las llamas continuarán
extendiéndose.
En términos electorales inmediatos, una victoria
de Morales era el más atractivo de los posibles resultados poco
atractivos, pero restringir la política a este terreno institucional del
Estado es una receta para una realpolitik conservadora, no para
la emancipación socialista e indígena. No deberían abrigarse ilusiones
sobre la profundidad de las contradicciones bajo el gobierno de Morales
en una nueva era de austeridad y estancamiento, y la necesidad de
reconstruir movimientos populares independientes y sus articulaciones
políticas radicales en los próximos años es una prioridad, considerando
sobre todo la distancia a la que han retrocedido desde los niveles de la
época 2000-2005 de las llamadas Guerras del Agua y Guerras del Gas.
Tampoco deberíamos apartar los ojos del crecimiento de un movimiento
evangélico de extrema derecha que se puso seriamente de manifiesto por
primera vez en la arena electoral, con casi el 9 % del electorado
respaldando al doctor coreano-boliviano Chi Hyun Chung del Partido
Demócrata Cristiano. En una contienda que finalmente se polarizó en
torno a Morales y Mesa, ese 9 % probablemente subestima la creciente
fuerza sociopolítica del evangelismo de derechas en el país. La política
brasileña bajo Bolsonaro es un buen recordatorio de por qué debemos
temer un mayor ascenso de esa fuerza.
Al otro lado del espectro político, ¿cómo se ha aprovechado la derecha del impasse impuesto por estos gobiernos reformistas y qué han hecho en el poder? ¿Cómo ha reaccionado el establishment político de la región y sus partidos tradicionales ante esta polarización?
La
implosión de los 14 años de experimentación del neodesarrollismo
centrista bajo el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil y el
ascenso del extremista de extrema derecha Jair Bolsonaro a la
presidencia es seguramente el acontecimiento más aterrador y peligroso.
La
dinámica brasileña refleja mucho de lo que he dicho anteriormente.
Después de años de crecimiento y reducción de la pobreza, junto con
beneficios sin precedentes para el sector financiero, la crisis global
volvió a Brasil con mucha determinación. Consideren el patrón de alta
aceleración a través del estancamiento y la contracción directa, y luego
vuelvan al estancamiento en la tasa de PIB del país durante los últimos
años: 7,5 (2010), 4,0 (2011), 1,9 (2012), 3,0 (2013), 0,5 (2014), -3,5
(2015), -3,3 (2016), 1,1 (2017), 1,1 (2018).
En la política de
calle la promesa de una rebelión del movimiento social de izquierdas en
las revueltas de junio de 2013, que al igual que en Chile estalló el mes
pasado por las subidas de las tarifas del metro, se eclipsó durante
varios años a medida que cambiaban el maquillaje sociológico y el
liderazgo ideológico de las protestas callejeras en 2015, 2016 y 2017,
formando una base militante pequeñoburguesa para el ascenso y
consolidación de Bolsonaro. El gobierno del PT de Dilma Rousseff
respondió a las protestas de 2013 con desdén, incluso cuando la
obligaron a organizar una campaña presidencial de izquierdas a fines de
ese año. Luego, al asumir el cargo en 2014 para su segundo mandato,
Rousseff introdujo un paquete de austeridad e intentó dar señales de
credibilidad para financiar el capital nombrando al economista
neoliberal Joaquim Levy, hasta entonces presidente de una división de
Bradesco, el segundo banco privado más grande de Brasil, como jefe del
ministerio de Hacienda.
En los años siguientes, bajo una bandera
ideológica de anticorrupción y utilizando las fuerzas dentro del poder
judicial que aún controlaba, la derecha brasileña impugnó ilegalmente a
Rousseff en 2016 a través de un golpe parlamentario, instalando la
presidencia interina de Michel Temer hasta 2018, cuando fue elegido
Bolsonaro tras el encarcelamiento de Lula, que había liderado las
encuestas decisivamente como candidato presidencial para el PT. Nadie
remotamente serio puede considerar a Lula como algo más que un preso
político.
Sin entrar en detalles, Bolsonaro se asienta sobre un
régimen de extrema derecha débil y dividido internamente, escindido
entre lo que he llamado autoritarios culturales, militaristas y
tecnócratas neoliberales. Los índices de aprobación han ido bajando
constantemente desde que asumió el cargo en enero de este año. Si bien
el capital respaldó a Bolsonaro como candidato externo en el último
minuto para salir de la crisis y evitar una victoria del PT, hasta hace
muy poco el régimen no había cumplido sus promesas de una profunda
reestructuración económica y los mercados están perdiendo la fe. Pero el
Congreso acaba de aprobar una reforma de pensiones muy odiada,
considerada muy importante por el capital nacional e internacional como
la cuña a través de la cual podría iniciarse una comercialización de la
sociedad mucho más amplia.
No obstante, el gobierno sigue sin
timón y es cada vez más impopular. Hace unos meses se llevó a cabo una
huelga general y ha habido grandes manifestaciones en respuesta al papel
del gobierno en la tragedia de la Amazonía de este verano (invierno en
Brasil).
Lo que no quiere decir que el régimen no sea peligroso.
Todo lo contrario. Si la fuerza más prometedora en la izquierda
latinoamericana en los últimos años ha sido el surgimiento del feminismo
de masas de izquierda, la furiosa guerra de Bolsonaro contra la
“ideología de género” ha dado luz verde a las tensiones existentes de
violencia de género en la sociedad brasileña, con alrededor de 175
violaciones por día, el doble que hace cinco años.
En relación
con lo anterior, el país mantiene su posición como el lugar más letal
para las personas homosexuales de cualquier parte del mundo, con 455
asesinatos de odio de este tipo en 2017 y 50 ataques durante las
elecciones presidenciales directamente vinculados con los partidarios de
Bolsonaro. Entre esos 50 ataques, dos asesinatos de mujeres trans
fueron perpetrados por hombres que invocaron el nombre de Bolsonaro.
La
brutalidad racista desde hace mucho tiempo de la policía ha empeorado
aún más con Bolsonaro. Según el Informe Anual de Seguridad Pública de
Brasil, en 2017, las fuerzas policiales brasileñas mataron a 14 personas
al día, 5.144 en el transcurso del año. En 2018, con las favelas de Río
de Janeiro bajo intervención militar a instancias de Temer, hubo 1.532
asesinatos registrados oficialmente a manos de la policía. En 2019 las
cifras han sido igualmente impresionantes: 170 muertos solo en enero.
Esto constituye una ejecución estatal y paramilitar racializada,
principalmente de afrobrasileños de una intensidad espectacular.
Uno podría seguir fácilmente.
Creo
que hay algunas características generalizables de la derecha brasileña a
pesar de sus particularidades. La primera es que la derecha
latinoamericana no tiene un programa ideológico positivo como tenía en
la década de 1990 -neoliberalismo, globalización, etc.- alrededor del
cual sus bases podrían cohesionarse con entusiasmo, con una confianza de
esperanza en el futuro. Esto se debe a que la derecha no sabe cómo
salir localmente del estancamiento actual del capitalismo neoliberal a
escala mundial. Los conservadores latinoamericanos no son los únicos en
tal sentido.
La segunda, y como resultado del primer factor,
cuando la derecha llega al poder tiene que administrar economías
estancadas e introduce una impopular austeridad, lo que desanima el
apoyo entre la población, al tiempo que depende cada vez más de la
represión. Podemos ver esto en la ferocidad de las reacciones de Piñera
ante los recientes levantamientos, la peor represión desde Pinochet en
ese país. Podemos verlo en el estado de emergencia y en los toques de
queda de Moreno en Ecuador. Podemos verlo en la deriva del acuerdo de
paz en Colombia, en la dictadura bajo la apariencia de democracia en
Honduras, en lo que algunos argentinos llamaron la “bolsonarización” del
equipo de Macri en los últimos meses de la campaña electoral de este
año, y así sucesivamente.
Tercero, el rencor de la derecha
refuerza una cierta nostalgia por las configuraciones de
centro-izquierda del pasado de la marea rosa. Piensen en el renacimiento
de la popularidad de Lula en Brasil y en el regreso del peronismo en
Argentina. Pero, como he sugerido, esta nostalgia, aunque es
comprensible, tiende a influir en contra de un ajuste de cuentas con las
formas en que las contradicciones de esos proyectos reformistas
sentaron las bases para el resurgimiento de la derecha, por un lado, y
el hecho de que si estas fuerzas políticas fueran a volver al poder,
como harán en Argentina a principios de diciembre, se enfrentarían a
enormes presiones internas y externas para desplazarse a la derecha en
lugar de a la izquierda en un intento de gestionar el estancamiento
capitalista, en el mejor de los casos, o la crisis en el peor.
¿Qué posición han tomado las potencias imperiales, particularmente Estados Unidos, Canadá y China, en esta volátil situación?
En
aras al espacio, permítanme dejar a un lado a Canadá por el momento y
dirigir a los lectores hacia el libro que Todd Gordon y yo escribimos
sobre el tema, Blood of Extraction: Canadian Imperialism in Latin America.
Una
de las características más importantes de la fase neoliberal del
imperialismo es el papel de la inversión extranjera directa (IED), de
los agentes detrás de dicha inversión, de las corporaciones
multinacionales y del apoyo prestado a las multinacionales por los
Estados que albergan sus sedes. Como tal, el seguimiento de los flujos
de la inversión extranjera directa es un lugar razonable para comenzar
cualquier discusión sobre el imperialismo contemporáneo. Si se incluyen
fusiones y adquisiciones, Estados Unidos continúa liderando la IED en
América Latina, seguido de la Unión Europea formando bloque, con Canadá
en tercer lugar y China en cuarto.
Estados Unidos se ha
congratulado del “fin del ciclo” de la marea rosa con descarado deleite y
ha utilizado la aparición de nuevos aliados de derechas para tratar de
rehabilitar organismos regionales como la Organización de Estados
Americanos (OEA), en la que tiene un asiento e influencia decisiva entre
bambalinas para reemplazar a las organizaciones formadas durante la era
de la marea rosa, por ejemplo, la Comunidad de Naciones de América
Latina y el Caribe (CELAC), de la que estuvo excluido. Como se mencionó
anteriormente, este patrón puede verse también en la promoción de Prosur
sobre UNASUR. La reanimación del FMI, del Banco Mundial y el Banco
Interamericano de Desarrollo en la región también es una expresión
indirecta del poder de Estados Unidos.
La guerra contra las
drogas de Estados Unidos continúa siendo una plataforma flexible a
través de la cual el ejército, los servicios de inteligencia, el cuerpo
diplomático y la policía de Estados Unidos pueden proyectar su poder,
especialmente en México, el Caribe, América Central y Colombia. Las
bases militares y la presencia de tropas continúan expandiéndose allá
donde sea posible.
En el frente de la migración Trump ha logrado
utilizar la tremenda asimetría de poder entre Estados Unidos y México
para convencer u obligar al nuevo presidente populista de
centro-izquierda de ese país, Andrés Manuel López Obrador, a llevar a
cabo la labor policial sobre los migrantes de Centroamérica en México en
nombre del régimen fronterizo estadounidense.
Bajo Trump
Venezuela, en particular, ha sido de especial importancia para los
cálculos del imperio estadounidense en América Latina, como se puso de
manifiesto en el reconocimiento liderado por Estados Unidos de la
autodeclaración de Juan Guaidó como “presidente interino” de Venezuela
en enero de 2019 y el apoyo directo de Estados Unidos al intento
golpista espectacularmente mal concebido de este opositor político
conservador a finales de abril de 2019. Las sanciones estadounidenses
impuestas a Venezuela por decreto presidencial en agosto de 2017 y enero
de 2019 siguen vigentes, al igual que las restricciones económicas de
facto que enfrenta la administración de Nicolás Maduro a raíz del
reconocimiento por parte de Estados Unidos de un gobierno paralelo
dirigido por Guaidó.
Estados Unidos se ha apoderado también de
los activos extranjeros de Venezuela por valor de miles de millones de
dólares, como ha sucedido con la mayor empresa estatal de refinería y
transporte de petróleo CITGO, con sede en Estados Unidos. Con la ayuda
de instituciones aliadas como el Banco de Inglaterra, la iniciativa de
Estados Unidos también ha conseguido congelar gran cantidad de las
reservas extranjeras de 9.000 millones de dólares de Venezuela, que se
mantienen parcialmente en oro.
Ahora le toca a China. La IED
china entre 2005 y 2016 alcanzó la modesta cifra de 90.000 millones de
dólares, que representa aproximadamente el 5 % de la IED que fluye hacia
la región durante ese período. Sin embargo, hubo un aumento en 2017 y
las cifras estimadas para ese año llegaron a 25.000 millones de dólares,
alrededor del 15 % del total. La IED china se concentra en los recursos
naturales y en unos pocos países, con el 81 % de la inversión del país
fluyendo hacia Brasil, Perú y Argentina, con Brasil a la cabeza por un
amplio margen del 55 % del total.
Junto con la IED el poder
imperial emergente de China en la región se basa en su papel de
acreedor. Los compromisos totales de préstamos a los gobiernos de
América Latina y el Caribe entre 2005 y 2016 superaron los 141.000
millones de dólares, más que las cifras totales de préstamos de
cualquiera de las principales instituciones financieras de Estados
Unidos en el mismo período. La mayoría de estos préstamos están
vinculados a los hidrocarburos (sector de gas natural y petróleo), con
una fuerte concentración en Venezuela, pero también con importantes
préstamos de este tipo en Brasil, Ecuador y Argentina.
Algunos
son “préstamos especiales para petróleo” diseñados para ser pagados en
especie, es decir, a través de envíos directos garantizados de petróleo a
China. Muchos préstamos chinos están vinculados a proyectos de
infraestructura, que a su vez están vinculados a contratos de
construcción. Por lo tanto, los bancos de desarrollo chinos obtienen
préstamos para proyectos de infraestructura que se reciclan a través de
contratos de construcción otorgados a empresas chinas, que por lo
general utilizan mano obra china, más fácil de controlar para estas
empresas. Estos contratos de construcción tienden a localizarse en el
sector energético, especialmente en la hidroelectricidad, así como en el
transporte.
Todavía no tiene sentido hablar de China como rival
político-militar de Estados Unidos en América Latina. Sin embargo, en
términos de IED, de contratos de préstamos, proyectos de infraestructura
y flujos de energía garantizados a China, resulta obvio que hay una
trayectoria ascendente hacia otros elementos de su poder imperial en la
región. En el primer Foro de CELAC y China en 2015 China proyectó que el
comercio con la región alcanzaría los 500.000 millones de dólares para
2025, mientras que los flujos de IED chinos ascenderían a 250.000
millones de dólares ese mismo año. Obviamente, estas son proyecciones y a
menudo las proyecciones chinas de este tipo no se han cumplido. Con
todo, está indicando una estrategia.
¿Algún comentario final?
Solo
reiterar que debemos posicionar los elementos coyunturales recientes
del momento presente dentro de patrones más prolongados del
contradictorio desarrollo capitalista en la región durante las últimas
décadas y en cómo han interactuado con los ritmos del mercado mundial.
En particular, la relación específica de la región en la crisis global
que comenzó en 2008 se ha tratado en muchos de los relatos tan solo de
forma superficial.
Frente a ese contexto general, y dentro del
mismo, hemos cubierto algunas dinámicas políticas centrales del
estancamiento de la región: una marea rosa oficial, agotada y
conservadora, que incluso cuando está en el poder, o al volver a él, se
muestra ya dispuesta a gestionar la austeridad, aunque sea a través de
la negociación y pacificación social en vez de la fuerza bruta estatal
absoluta.
El centro-derecha y la extrema derecha están en el
poder o alcanzándolo en otros países, pero no tienen una estrella que
los guíe, como sí tuvieron en la década neoliberal de 1990, y por lo
general pierden apoyo popular rápidamente una vez en el gobierno, ya que
el dinamismo capitalista fracasa al volver a estar bajo su mandato. Y
cada vez se limitan más a gobernar mediante la represión estatal
agresiva, como atestiguan Chile, Brasil, Honduras, etc. Los movimientos
de extrema derecha, vinculados e inspirados por la extrema derecha
internacional y poderosamente protagonizados por pastiches ideológicos
de odio racial y de género, de antipatía hacia el “marxismo cultural”, y
los hilos culturalmente conservadores e infraestructuras organizativas
de un creciente evangelismo de derecha en la región son fenómenos que
deben seguirse muy de cerca para resistir frente a ellos.
Están
cristalizando nuevas formas de lucha popular: sobre todo el movimiento
feminista popular de izquierdas, que incluye importantes corrientes
anticapitalistas. El movimiento indígena está recuperando coherencia y
militancia en diferentes partes de la región. Y la resistencia ecológica
y anticapitalista frente al capital extractivo continuará siendo una
primera línea de la lucha de clases y el antagonismo sociopolítico.
Es
probable que surjan en otros lugares más momentos explosivos como los
debatidos, aunque sería absurdo predecir exactamente dónde. Es probable
que chispas como el aumento del diésel/gasolina en Ecuador y el aumento
de las tarifas del metro en Chile hagan que más sociedades se inflamen a
medida que los gobiernos introducen paquetes de austeridad en medio del
estancamiento secular del capitalismo global. La dinámica en Ecuador y
Chile, como he tratado de argumentar, está llena de potencial aunque sus
resultados siguen siendo muy indeterminados. No debe sobrestimarse la
importancia de una intervención abierta y audaz en el crecimiento y el
desarrollo político de estos levantamientos por parte del movimiento
social radical y los partidos de izquierda. Si bien las elecciones son
ciertamente momentos de lucha de clases en las que debe actuarse, la
determinación decisiva de las posibilidades de emancipación en el corto y
medio plazo será el equilibrio de fuerzas que se establezca a raíz de
batallas extraparlamentarias campales como las que se llevan a cabo en
Chile y Ecuador en las últimas semanas.
[*] Este artículo se
publicó el 6 de noviembre, el 10 de noviembre se produjo el golpe de
Estado, la dimisión de Evo Morales y su exilio en México (N. de las T.).
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