León Bendesky
La caída del muro
de Berlín fue un momento emblemático del profundo cambio en la
estructura del poder a escala mundial. Treinta años después, las
repercusiones son todavía notorias.
Entre agosto de 1961 y noviembre de 1989, el muro representó la pugna
entre dos sistemas opuestos de organización social emanados de periodos
revolucionarios y dos guerras mundiales. El muro expresó, de modo
literalmente concreto, el significado histórico de lo que se llamó la guerra fría.
El muro cruzaba primero Berlín y fue extendiéndose hasta conformar un
sistema de fortificaciones que, a lo largo de 45 kilómetros, separó las
dos partes de la ciudad y más tarde rodeó la parte occidental, por 120
kilómetros, convirtiéndola en un enclave en el territorio de Alemania
oriental.
Antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, Churchill pronunció un
famoso discurso, el 5 de marzo de 1946, en Fulton, Misuri, adonde
asistió con el presidente Truman.
El discurso se titulaba
Los tendones de la paz, y ahí reconocía la primacía que había adquirido Estados Unidos.
Churchill describió así la nueva configuración de Europa:
De Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, una cortina de hierro ha descendido a lo largo del continente.
Con esto se considera que empezaba la guerra fría entre los
dos grandes bloques políticos. Así se entendió, en buena medida, tanto
política como popularmente, la historia de las siguientes cuatro
décadas. Era un mundo bipolar.
Una de las imágenes literarias perdurables de ese periodo la proporcionó la notable novela de John le Carré: El espía que salió del frío,
publicada en 1963, en la cual el agente británico Alec Leamas es
enviado a Berlín oriental para averiguar acerca del poderoso sistema de
seguridad del Estado.
La fuerte pugna entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) ordenaba las coordenadas de lo que sucedía
en gran parte del mundo. En la región que habitamos hubo sucesos muy
relevantes. Uno de ellos, muy tempranamente, fue el derrocamiento del
gobierno de Arbenz en Guatemala. Otro fue la crisis cubana de los
misiles, en 1962, que exhibió la abierta confrontación entre las dos
potencias y fue uno de los episodios más relevantes de la guerra fría.
En 1990, John J. Mearsheimer publicó un artículo titulado “Por qué pronto extrañaremos la guerra fría”, en el cual apuntaba a la configuración de un mundo unipolar surgido de la debacle de la URSS.
En todo caso, el escenario se armaba para el diseño e implementación
de la fase actual del proceso de globalización económica y financiera.
Una de las expresiones más influyentes de este modelo de acumulación,
que se imponía con gran decisión, fue la elaboración del Consenso de
Washington, presentado por John Williamson en 1990 y alentado sin
cortapisas por los organismos financieros internacionales. Todo corría
muy de prisa.
Para ubicar los principios de dicho armazón de políticas públicas,
aplicado de modo generalizado en las llamadas economías en desarrollo,
conviene recordar el decálogo que lo constituía: reducir la deuda del
gobierno; eliminar los subsidios públicos; aplicar reformas tributarias;
determinar tasas de interés mediante mecanismos del mercado; fijar
tipos de cambio flexibles; adoptar políticas de libre comercio; relajar
las reglas de la inversión extranjera directa; privatizar empresas
públicas; erradicar las regulaciones que limitan la competencia, y
ampliar los derechos de propiedad.
Ese esquema es el que tres décadas después está sumido en una
profunda crisis económica, expuesta principalmente por la financiera de
2008 y sus secuelas. Además, generadora de una honda crisis social, de
la que hoy no faltan ejemplos en América Latina. Uno de los casos más
manidos de este modelo y expuesto como éxito de las políticas
neoliberales es el chileno, que tiene desde hace semanas a la gente en
la calle protestando sus onerosas consecuencias sociales.
Los acontecimientos históricos de mayor relevancia, como la caída del
muro de Berlín, provocan una serie de interrelaciones complejas y
distinto calado. El impacto de ese hecho ha sido realmente global.
Alexander Herzen escribió en su texto Desde la otra orilla
acerca de la viuda preñada, con lo que aludía a la situación en la que
el viejo orden ha sucumbido, pero aún no ha nacido uno nuevo. En 1989,
el nuevo orden sucedió al viejo orden de manera casi súbita y global. En
tres décadas de predominio se ha desgastado.
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