David Brooks
La Jornada
▲ El magnate Michael Bloomberg –en imagen de archivo– se está preparando
para ingresar a la concurrida carrera para convertirse en el candidato
demócrata rumbo a las elecciones presidenciales de 2020, informaron los
medios estadunidenses.Foto Afp
En los últimos días uno de
los hombres más ricos del mundo anunció que está contemplando ingresar a
la contienda presidencial para retar a otro multimillonario que ahora
encabeza el régimen estadunidense, dejando abierta la posibilidad de que
la pugna por la Casa Blanca sea entre un multimillonario contra otro
multimillonario, ambos afirmando que representan los mejores intereses
del
pueblo.
La pregunta ya no es si Estados Unidos es una democracia, sino más bien si es una plutocracia o una oligarquía.
Michael Bloomberg, con una fortuna personal de unos 53 mil millones
de dólares, está tomando pasos preliminares para postularse como
precandidato demócrata, aparentemente porque cree que el elenco actual
de aspirantes no logrará derrotar a Donald Trump, con una fortuna de 3
mil millones de dólares (aunque insiste que tiene más de 10 mil
millones, pero rechaza comprobarlo).
Antes, casi todos los ricos estaban felices en influir, y en muchos
casos controlar, el proceso electoral desde las tinieblas, a través de
sus donaciones a candidatos de su preferencia. Todos saben que para ser
un aspirante presidencial viable se requiere de cientos de millones de
dólares; que el monto recaudado por un candidato determina en gran
medida si ganará o no; que hay millones de dólares que son canalizados
sin tener que revelar cuánto ni quién está detrás, a políticos quienes
por supuesto saben quién los está apoyando y a quién le deben su chamba.
La cúpula económica tiene hoy día tal vez más influencia sobre la
cúpula política que en cualquier momento en el último siglo.
De hecho, las personalidades más ricas del país, como Jeff Bezos, de
Amazon; Mark Zuckerberg, de Facebook; Bill Gates, de Microsoft; los
Walton, de Walmart (su fortuna personal se incrementa por 4 millones
cada hora); los hermanos Koch, de Koch Industries, y el propio
Bloomberg, entre otros, han ejercido enorme influencia en el juego
político y electoral del país. Su lana, dándoles mucho más poder que los votos y opiniones de millones de ciudadanos.
Hace unos 4 años el ex presidente Jimmy Carter comentó que Estados Unidos ya no es una democracia, sino
sólo una oligarquía, con soborno político ilimitado. Hay múltiples investigaciones serias que comprueban esta afirmación.
Pero mientras la oligarquía juega con volverse plutocracia
(definición: gobierno por los ricos), todo esto sucede justo cuando el
gran tema político es la desigualdad económica con la mayor
concentración de riqueza desde justo antes de la Gran Depresión, y donde
el tema que impulsó el movimiento Ocupa Wall Street, el uno por ciento
más rico frente al 99 por ciento de los demás, ahora ocupa el centro del
debate politico. Hoy día, el uno por ciento controla casi 40 por ciento
de la riqueza; uno por ciento tiene más riqueza que el total de 99 por
ciento de la población.
La clase multimillonaria ya no goza de admiración, sino de desprecio y
sospecha. Crearon con su economía de mafia, un gobierno mafioso, como
indicaba el historiador económico Karl Polanyi, y la ilusión que
impulsaron (de libres mercados/libre comercio=
libertad), deja de funcionar, sobre todo entre jóvenes.
De hecho, el candidato que está interrumpiendo la fiesta de los
oligarcas, primero en 2016, y otra vez hoy día, es Bernie Sanders (y en
menor grado, Elizabeth Warren), quien ha demostrado que no sólo puede
competir (por ahora es el que más fondos ha recaudado entre los
precandidatos demócratas), sino ganar sin el apoyo de ningún
multimillonario, incluso definiendo su campaña como una lucha
contra la clase multimillonaria.
Una integrante socialista del concilio de Seattle, Kshama Sawant,
acaba de triunfar en su relección, a pesar de que el dueño de Amazon,
Bezos –el hombre más rico del planeta– invirtió más de un millón y medio
para derrotarla. De repente, el gran dinero se enfrenta a fuerzas
democráticas, algo que asusta, y no poco, a los oligarcas.
Por ahora, esta sigue siendo la mejor democracia que el dinero puede
comprar. Pero hay indicios de una rebelión que enfrenta a los oligarcas y
sus sueños plutocráticos y recuperar la democracia que tanto se ha
prometido aquí.
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