Ángel Guerra Cabrera
El asesinato de George Floyd
por la policía de Minneapolis ha desencadenado masivas protestas en más
de 75 ciudades de Estados Unidos, respondidas con una salvaje represión
de los cuerpos policiales y de la Guardia Nacional. Las manifestaciones
son iguales o mayores que las históricas de 1968, año de gigantescas
marchas por los derechos civiles, contra la discriminación racial, la
guerra de Vietnam y el asesinato de Martin Luther King, líder muy
querido por la comunidad afroestadunidense. La nutrida presencia en
ellas de jóvenes latinos, blancos y asiáticos, además de los negros, es
un hecho solidario muy importante. ¿Por qué se produce tamaña explosión
social en este momento?, cuando la muerte injustificada de negros,
latinos y pobres por la policía es un hecho cotidiano.
Aunque no existen datos exactos, una investigación en la Oficina de
Estadísticas de Justicia encontró mil 348 muertes potenciales
relaciondas con arrestos en sólo 10 meses, de junio de 2015 a marzo de
2016, un promedio de 135 mensuales o casi cuatro por día, muy por encima
de las estadísticas de otros países desarrollados. Pero esta cuenta
deja fuera a las víctimas de cuerpos federales.
El racismo y la violencia policial contra los afroestadunidenses
tienen ondas raíces cuatro siglos atrás con el inicio de la esclavitud
negrera y el genocidio de los pueblos originarios en las entonces 13
colonias de Inglaterra. La esclavitud terminó formalmente con el fin de
la guerra civil, pero las leyes Jim Crow mantuvieron una bochornosa
segregación en el sur hasta avanzados los años 60 del siglo XX. Prohibía
a los negros ocupar los mismos espacios que los blancos en escuelas,
iglesias, hoteles, trasportes públicos, restaurantes, baños y
urbanizaciones. No obstante, la potencia del norte, aunque más
sutilmente, sigue segregando hasta hoy.
Autores señalan al racismo como un complemento básico del
neoliberalismo en Estados Unidos. Argumentan que para suprimir los
impuestos a las grandes fortunas y corporaciones se hizo creer a la
clase media blanca que los fondos recaudados estaban dirigidos a los
programas sociales para negros.
Las circunstancias que enmarcan el homicidio de Floyd lo hacen un
hecho particularmente deleznable, pero detrás del desencadenamiento de
este estallido social hay otros agravios, también muy profundos, que ya
se han vuelto intolerables. Uno de ellos, el más importante, es la
hiriente y creciente desigualdad social, expresada de manera bárbara en
algunos de los más recientes datos económicos. Mientras más de uno de
cada cuatro trabajadores, casi 43 millones en total, ha solicitado por
primera vez subsidios de desempleo durante la pandemia y hacen colas de
horas para recibir comida, en el mismo periodo de tiempo los billonarios
han aumentado su fortuna en 665 mil millones de dólares, según un
estudio publicado la semana pasada por el Instituto de Estudios
Políticos. La riqueza de los billonarios suma ahora 3.5 billones (en
español), 19 por ciento más que al inicio de la pandemia. Y es que
paralelo al grave deterioro social en Estados Unidos, la bolsa de
valores alcanza alturas de vértigo recordándonos que ahí no se produce
verdadera riqueza material, ni menos espiritual, pero sí se captura la
riqueza a quienes verdaderamente la crean con su trabajo. En estas
condiciones, las actuales protestas, que ya se han convertido en un
pujante movimiento de masas, podrían presionar a potentados y
corporaciones para que cedan algunos de sus privilegios en favor de la
salud pública y la educación gratuitas, la renta básica universal,
programas de infraestructura para crear millones de empleos, el
verdadero derecho al voto –crecientemente escamoteado mediante chicanas–
y formas de democracia participativa. Son las demandas de Bernie
Sanders, que seguramente gozan del apoyo de muchos de los jóvenes que
protestan, pues el apoyo principal del senador por Vermont es
eminentemente juvenil.
Por ahora, el movimiento se concentra en exigir el fin de la
impunidad y de la violencia policiaca, no sólo en el caso de George
Floyd, sino de muchos anteriores, y pide también una profunda
restructuración de los departamentos de policía sobre bases democráticas
y comunitarias y la reorientación a la salud y la educación de parte
del astronómico presupuesto de estas corporaciones. Por sí solas estas
demandas son muy radicales frente a un trumpismo cada vez más
fascistoide y es alentador ver cómo ya las legislaturas de varias
ciudades y estados analizan la prohibición legal de maniobras letales
como la utilizada para asesinar a Floyd y antes a otros
afroestadunidenses.
Pero este movimiento gravitará sobre la elección del 3 de noviembre,
cuando puede convertirse en decisivo para exigir que, de ganar el
demócrata Joe Biden, aplique el programa de Sanders, seguramente
enriquecido. Enfrente estará un Trump, apaleado hoy en las encuestas,
redoblando su actuación fascistoide, a la Nixon, para llevarse el voto
más conservador y reaccionario.
Twitter: @aguerraguerra
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