“La más extrema necesidad es lo que siempre consigue crear el espectáculo incomparable de la unidad en la Tierra.” Stefan Zweig
La
Organización Mundial de la Salud (OMS) estuvo omnipresente como
principal referencia de las políticas sanitarias durante los primeros
tres meses de pandemia. Como consecuencia de esta exposición pública, la
OMS está ahora en el foco de los debates internacionales. Hay consenso
en la necesidad de revisar las recomendaciones que fue dando a la
población mundial y debatir la pertinencia de sus intervenciones.
Una
primera pregunta para abordar la cuestión es de oportunidad política.
¿Es legítimo criticar el rumbo de la organización cuando su propia
existencia está siendo cuestionada por países como Estados Unidos y
Brasil?
Donald Trump y Jair Bolsonaro, los máximos
exponentes de la ultraderecha americana, que amenazan con abandonar el
organismo, coinciden en su recelo hacia la OMS por interferir en sus
decisiones de priorizar la economía sobre la salud de la población.
Acusan a la organización de inspirar las políticas de confinamiento que
adoptaron los gobernadores de varios estados de sus respectivos países,
lo que a juicio de ambos mandatarios perjudica la reactivación
económica. Pero los argumentos en los que se escudan para batallar
contra la OMS responden a sus respectivas obsesiones ideológicas.
Donald
Trump descarga su responsabilidad por la mala gestión de la crisis
sanitaria interna culpando a la OMS y a China. Estados Unidos es el
mayor contribuyente al presupuesto de la organización (15 %) y su
actitud no pasa desapercibida. Trump acusa a la OMS de ocultación de la
responsabilidad que él atribuye a China en esta crisis sanitaria. A
mediados de abril culpó a la organización de haber actuado como comparsa
del régimen chino. En ese estilo escabroso y primario que caracteriza a
su escritura a golpe de impulsos, tuiteó: “El silencio de la OMS ante
la desaparición de investigadores y doctores y las nuevas restricciones a
la información sobre la investigación de los orígenes de la Covid-19
[en China] es profundamente preocupante”.
Es preciso
revisar sus argumentos después de casi dos meses, con más de 110.000
muertes en Estados Unidos y dos millones de contagios. Por ejemplo su
afirmación de que los consejos de la OMS anteponían “la corrección
política” (= no injerencia en asuntos de otros países) “a la salvación
de vidas”. También dijo que la OMS era una organización “chinocéntrica”.
Y antes de anunciar la congelación de fondos para el organismo en plena
pandemia, dictaminó: “La OMS ha fracasado en su deber más básico y debe
rendir cuentas”.
Curiosamente, cuando el coronavirus aún
era un peligro muy lejano, el 24 de enero (tres días después de
detectarse el primer contagio en el país) el presidente más maleable de
la historia de Estados Unidos escribió en su cuenta de Twitter: “China
ha estado trabajando muy duro para contener el coronavirus. Estados
Unidos agradece enormemente sus esfuerzos y transparencia.”
El
cambio de actitud de Trump se produce en el marco de la disputa por la
primacía de su país en el desarrollo de una vacuna contra la covid19,
que Estados Unidos pretende comercializar en todo el mundo, mientras que
China y la OMS promueven un desarrollo sin finalidad comercial. Además,
desfinanciar a la OMS, mientras no sea una institución permeable a sus
intereses, sigue la estela de una actitud característica de este
gobierno estadounidense: retirarse de las instituciones internacionales
que no puede controlar, una estrategia que empezó hace años con la
salida de la UNESCO.
Muchos dirigentes políticos de todo
el mundo rechazaron la actitud de Trump. El ministro alemán de
relaciones exteriores, Heixo Maas, expresó en un tuit: "Tenemos que
trabajar estrechamente contra la Covid-19. Una de las mejores
inversiones es fortalecer a las Naciones Unidas, en particular a la OMS,
que no cuenta con fondos suficientes, por ejemplo, para el desarrollo y
la distribución de pruebas y vacunas”.
Las actitudes
primarias y las fobias ideológicas predominan también en la reacción de
Bolsonaro en Brasil. A fines de abril, en un comentario escrito en su
cuenta de Facebook, que luego fue eliminado, acusó a la OMS de alentar
la homosexualidad y la masturbación entre los niños. Los desafortunados
exabruptos de Bolsonaro se basaban en frases entresacadas de una guía
formativa para padres publicada en el año 2010 en Alemania.
También
usó los mismos argumentos de Trump, acusando a la OMS de tener un sesgo
“pro-chino”, hasta que fue recentrando sus críticas en lo único que
importa a sus adeptos, evitar la paralización de la economía a causa del
confinamiento. El 11 de junio insinuó que “hay algo detrás del respaldo
a la cuarentena” por parte de la OMS, pretendiendo que la organización
“quiere quebrar a los países”. Con este mensaje incitaba una vez más a
sus seguidores a manifestarse contra los gobernadores que siguen
“ciegamente” las recomendaciones de la OMS y rechazan priorizar la
reapertura económica.
Estas “desviaciones” políticas
consiguen socavar el vínculo del país con el organismo internacional.
Estas descalificaciones de la OMS carecen de fundamento racional, su
única base es el prejuicio y la intoxicación informativa (infodemia,
para decirlo con un término acuñado en los últimos tiempos por la OMS).
Actúan como fake news para caracterizar a un organismo de la ONU como expresión del mal absoluto, tal como se hizo con la UNESCO.
Es
necesario defender sin matices la existencia y la financiación de la
OMS. Es la única instancia multilateral de supervisión de los sistemas
de salud en tiempos de pandemia. Esto no significa legitimar sus
políticas ni aceptar a ciegas sus recomendaciones. Por el contrario,
dado el papel rector de la OMS como correa de transmisión hacia los
estados de las políticas epidemiológicas, es fundamental evaluar la
eficacia y validez científica de sus acciones. Hay que abrir un debate
público sobre los mecanismos de toma de decisiones en asuntos que
impactan de manera tan decisiva a la salud pública mundial.
Las
dos cuestiones más polémicas respecto del manejo de la OMS desde el
comienzo de la pandemia se podrían resumir en dos palabras, cada una de
ellas con un fuerte trasfondo: mascarillas y cloroquina.
La
recomendación de usar mascarilla o barbijo en cualquier contexto donde
no se pueda mantener la distancia física fue tan tardía que cuando la
OMS por fin la realizó, la mayor parte de los países ya habían adoptado
este elemento de prevención / contención del coronavirus por su cuenta,
en muchos casos (como España) después de resistirse mucho tiempo a
adoptarlo argumentando el protocolo de la OMS.
Por su
parte, el enfoque de los ensayos clínicos con medicamentos devela la
dependencia de una organización pública mundial como la OMS de
publicaciones poco contrastadas en revistas científicas controladas por
compañías multinacionales que pueden falsear los resultados al servicio
de intereses privados. Esto ocurrió en el fraude ya conocido como
#Lancegate.
Hay otras cuestiones en las que la OMS podría
haber colaborado más estrechamente con los países afectados. Una muy
importante es la reorganización del sistema hospitalario al comienzo de
la epidemia. Ante el potencial riesgo de colapso, cada país tuvo que
improvisar por su cuenta la forma en que se distribuía el exceso de
pacientes de Covid-19. Muchos hospitales, en algunos países casi todos,
cambiaron completamente su estructura edilicia y utilizaron zonas de
consultorios y quirófanos para atender a pacientes de coronavirus. Se
cancelaron las visitas y se cerraron agendas de consultorios, y se puso
toda la estructura hospitalaria y de atención primaria en función de la
emergencia.
Esto tuvo repercusiones en la desatención de
pacientes crónicos o con otras patologías, que en el mejor de los casos
solo pudieron acceder por consulta telefónica. En general no hubo
hospitales libres de coronavirus para realizar otra clase de
intervenciones médicas con garantías de no contagio, lo que supuso un
abandono de los pacientes crónicos o pendientes de cirugía. En algunos
países, en los que se pudo contener mejor la epidemia por un temprano
confinamiento, como es el caso de Argentina, ocurre que muchos centros
de atención primaria han dejado de atender consultas durante los últimos
tres meses incluso en aquellos distritos en los que no existe ningún
caso de Covid-19.
Una alternativa a la dedicación casi
exclusiva de todos los hospitales a los enfermos de covid19 hubiera sido
reservar, al menos en las grandes ciudades, un conjunto de hospitales y
centros de salud para pacientes de otras patologías. ¿Podría haber
contribuido la OMS, con su dilatada experiencia en epidemias, a orientar
las políticas sanitarias en esta u otra dirección para evitar la
colonización de todo el sistema de salud por el coronavirus?
Un
tema polémico fue la directriz que dio la OMS a mediados de marzo de
aislar durante otros 15 días a las personas curadas porque aún podrían
contagiar, una orientación contraria a las prácticas habituales en
sistemas de salud como el español, donde se considera que cuando el
paciente da negativo en la prueba ya no existe posibilidad de contagio.
Sólo se establece aislamiento de 14 días cuando no hay posibilidad
material de hacer la prueba, como ocurrió en muchos casos por falta de
test PCR.[1]
En
el lado positivo de la balanza, hay que decir que la OMS resaltó
siempre el papel central de los test para afrontar la crisis. Su
director, Tedros Adhanom, instó a los países afectados a realizar "un
test por cada caso sospechoso", recalcando que esa era "la columna
vertebral" de la respuesta contra la Covid-19. Por desgracia, los test
ya escaseaban en la mayor parte de los países y la OMS no articuló
ningún mecanismo para favorecer su producción local, aunque sí hizo
donaciones de carácter limitado a determinados países (por ejemplo,
envió 3.000 test a Argentina al comienzo de la crisis sanitaria).
Y al final se puso mascarilla...
El
pasado 5 de junio, a casi tres meses de la declaración de la pandemia,
la OMS recomienda ¡por primera vez! el uso de mascarillas “de tela” en
lugares con transmisión generalizada del coronavirus, siempre que sea
imposible mantener una distancia de dos metros y en lugares cerrados. En
su anterior guía del 6 de abril, la OMS solo recomendaba el uso de
protección facial al personal sanitario -especialmente al que trabajaba
con pacientes de covid19- y a personas que hubieran contraído el virus o
con sospecha de estar contagiadas.
La directora del
Departamento de Emergencias Sanitarias de la OMS deja entrever el
trasfondo de por qué hasta ahora no se había indicado su uso: “¿por qué
de tela? -se pregunta- Porque las mascarillas quirúrgicas deben
guardarse para uso del personal sanitario”. Aclarado esto, la OMS brinda
una serie de recomendaciones para la confección de mascarillas caseras.
Las mascarillas ideales deberían tener tres capas, una de algodón por
dentro y, por fuera, el material que mejor pueda repeler el agua. Como
filtro se podría utilizar polipropileno, el material empleado en
mascarillas quirúrgicas. Sugiere también que se trataría de mascarillas
lavables y reutilizables.
Otro cambio de criterio
importante es recomendar ahora el uso de mascarillas “médicas” a los
mayores de 60 años y a los pacientes con enfermedades crónicas. Estas
mascarillas “médicas” serían en principio barbijos quirúrgicos, ya que
las mascarillas filtrantes (ffp2 y ffp3) deben quedar siempre
reservadas, a criterio de la OMS, para el personal sanitario que trabaja
con enfermos de covid19.
La lentitud con la que avanzó la
Organización Mundial de la Salud hasta recomendar el uso de mascarilla
como forma de protección general es el capítulo menos honroso de su
actuación en esta crisis. El ejemplo asiático estaba a la vista de
todos, también de este organismo, que hizo oídos sordos a las
recomendaciones de expertos chinos que viajaron como asesores por Europa
y se horrorizaron de que la gente saliera sin mascarilla a la calle con
el nivel de contagio que existía en abril.
Aunque se
defienda la necesidad de un organismo multilateral en la gestión de esta
crisis sanitaria, no hay porqué ocultar que en algunos aspectos resulta
poco transparente su comunicación con la opinión pública. El caso más
confuso es el del trayecto que llevó a la OMS del rechazo a la
recomendación de usar mascarillas.
El problema más grave
es que las recomendaciones de la OMS no están exentas de consecuencias,
de hecho modelan y articulan las decisiones de los países como respuesta
a la crisis sanitaria. El hecho de que la OMS no recomendase el uso de
mascarilla fue argumentado en España y otros países de Europa para
retrasar su implantación, en parte por creer que había una base
científica que sustentaba este argumento, pero sobre todo por la
dificultad de conseguir las mascarillas necesarias para proteger a toda
la población. Un problema de logística real, que no se puede enmendar
con su ocultación.
Esta actitud basada en el (auto)engaño
es injustificable. La organización que se ocupa de la salud mundial y
que inspira las líneas de actuación de los ministerios de Sanidad se
comportó con mucho menor sentido común que los ciudadanos, que empezamos
a fabricar mascarillas caseras de tela, de tres capas como las que
ahora recomienda la OMS, desde el día 0 del inicio de la pandemia. Se
informa incorrectamente porque se presupone que al no haber suficiente
material de protección para todos (¿todo un país?, ¿un continente?, ¿la
humanidad?), no se debe dar la indicación pública de un uso general.
Todos o ninguno. Pero el argumento explícito fue su ineficacia como
medida preventiva de protección, sumado a la supuesta torpeza de los
usuarios que no sabrían colocarse correctamente las mascarillas. Dicho
esto por epidemiólogos muy serios y a lo largo de casi tres meses.
Afortunadamente,
existieron otras fuentes de información más fidedignas. Pero la campaña
que hizo la OMS contraindicando el uso de mascarilla, contra el sentido
común de mucha gente, caló sin embargo en otras personas y buena parte
de la población sale ahora sin mascarilla en pleno desconfinamiento.
Aunque en muchos países esta ya sea obligatoria cuando la distancia es
inferior a dos metros o en lugares cerrados.
La controversia del #Lancegate (y su influencia sobre los ensayos clínicos)
La
cloroquina como medicamento contra el coronavirus vuelve a centrar los
debates internacionales. Hace algunas semanas, un estudio muy
documentado publicado en la revista de medicina The Lancet[2]
concluía que el uso de ella era contraproducente y lo asociaba a un
mayor riesgo de muerte. Esto modificó las apreciaciones de la OMS y de
varios gobiernos al respecto, hasta esta semana, cuando tres de los
cuatro autores del estudio se retractaron de sus resultados al no poder
garantizar la fiabilidad de la fuente de los datos aportados. El cuarto y
último autor, Stepan Dasai, es el director de la empresa estadounidense
Surgisphere, que aportó los datos primarios cuya veracidad sus colegas
de investigación ahora ponen en entredicho.
Los estudios
publicados en revistas científicas, que se supone son verificados por
prestigiosos comités de expertos, inspiran las directrices mundiales
para enfrentar la pandemia. La OMS interrumpió los ensayos clínicos con
ese medicamento a causa del artículo y después decidió reanudarlos
cuando los autores se retractaron. El escándalo alcanza dimensiones
mayores, porque los datos suministrados por Surgisphere se han empleado
también en otras investigaciones recientes, por ejemplo en otro trabajo
de los mismos autores sobre mortalidad de pacientes de covid19 asociada a
enfermedades cardiovasculares, publicado en The New England Journal of Medecine (NEJM).[3]
Algunos de los autores solicitaron que se retirase el artículo por no
haber podido acceder a los datos brutos: “No podemos validar las
principales fuentes de datos”, indicaron.
Muy inquietante.
Más aun cuando es sabido que muchas revistas científicas, incluidas por
supuesto las médicas, perciben una importante retribución por parte de
los autores a cambio de publicar sus textos. Hace tiempo que no son los
autores los que tienen derecho a una retribución por su trabajo. Los
cambios tecnológicos y de hábitos de consumo en la industria cultural
afectan desde finales del pasado siglo a las formas de negocio
tradicionales de las editoras de publicaciones científicas, que dejaron
de ser soporte impreso de la publicidad de los laboratorios para
convertirse en medios digitales, y en esta nueva economía se fueron
imponiendo formas de ingresos no convencionales.
The Lancet pertenece
al grupo Elsevier, la mayor editorial de medicina y publicaciones
científicas del mundo, con sede en Amsterdam, que publica principalmente
en inglés y cuenta con subsidiarias en muchos países, incluyendo Gran
Bretaña, Estados Unidos, Brasil, México y España. El control oligopólico
de centenares de revistas científicas confiere a este grupo una
posición de fuerza para imponer condiciones draconianas a las
universidades para que puedan acceder a su enorme fondo editorial, de
casi medio millón de artículos publicados cada año en 2.500 revistas. En
2019, todas las universidades de Alemania y Suecia cancelaron sus
suscripciones con Elsevier al no llegar a un acuerdo que pudieran
considerar equilibrado. Por su parte, la Universidad de California
decidió el año pasado no firmar un nuevo contrato con Elsevier, ya que
la empresa le exigía pagar varios millones de dólares más de los que ya
cobraba por mantener el acceso abierto a una parte de la producción
científica de sus propios académicos.
Entonces llega la
pregunta inevitable: ¿quién está al volante de la pandemia? Si la
institución que debería suministrar las evidencias científicas en las
que sustentar las políticas sanitarias se retracta de sus afirmaciones
poniendo al descubierto su impericia, y sobre ella planea la sospecha de
que es permeable a construir resultados a partir de las opacas usinas
del big data, ¿qué o quién la reemplazará como brújula en la
lucha mundial contra la pandemia? Me refiero, claro, a una institución
endiosada por la propia OMS: la llamada comunidad científica,
representada en este caso por los comités científicos de compañías
editoriales que deberían validar mejor la metodología de las
investigaciones que publican. Ellos por ahora siguen dando volantazos
poco tranquilizadores.
La decisión de la OMS de retomar
los ensayos con cloroquina no tuvo en cuenta los resultados de otro
importante estudio publicado casi simultáneamente en Gran Bretaña que
concluye que el tratamiento con hidroxicloroquina fue “inútil” para
pacientes de covid19.[4] Es el balance final del macroestudio RECOVERY,[5]
basado en más de 1.500 pacientes de covid19 tratados con ese fármaco,
en paralelo a más de 3.100 pacientes que no tomaron la droga. El estudio
revela que no existe una diferencia significativa en las tasas de
mortalidad después de 28 días, o en la duración de la estadía en el
hospital ni en otros aspectos. La noticia de su ineficacia fue difundida
por Reuters en base a declaraciones de Martin Landray, un profesor de
la Universidad de Oxford que codirigió el ensayo clínico: “No es un
tratamiento para la covid19. No funciona. Estos resultados deberían
cambiar las prácticas médicas en todo el mundo. Ahora podemos dejar de
utilizar un fármaco que es inútil.”
Hacia una profilaxis de la OMS
El chasco del artículo pseudocientífico publicado en The Lancet tuvo
y tendrá graves repercusiones. En las redes sociales se produjeron
grandes controversias sobre la ética de la revista científica en todo
este proceso, con la etiqueta #Lancetgate. The Lancet
está en primera línea de fuego en el debate global sobre la pandemia. Su
director, Richard Horton, calificó en abril la decisión de Trump de
suspender la financiación a la OMS de “crimen contra la humanidad” y
convocó a los científicos, trabajadores sanitarios y ciudadanos en
general a “protestar y rebelarse contra esta demoledora traición a la
solidaridad global”. Es importante rescatar este antecedente para evitar
un enfoque sesgado al analizar la cuestión.
El
controvertido artículo se publicó el 22 de mayo. A los pocos días,
varios investigadores cuestionaban la validez de la metodología
empleada, afirmando que el uso indiscriminado de big data no
siempre conduce a un mejor resultado, por muy impresionantes que sean
las cifras que se manejen y el área geográfica que se pueda alcanzar.
Los críticos advirtieron que la ocultación de los datos brutos no
permitía la reproducibilidad ni la trazabilidad del estudio. El 4 de
junio, tres de los autores se retractaron, se disculparon y pidieron la
retirada del artículo.
Las conclusiones de un estudio
modificaron dos veces la posición de la OMS respecto de los ensayos
clínicos con cloroquina, primero frenando su realización por los
resultados negativos del estudio, y luego reanudándola cuando los
autores se retractaron del mismo. Aunque otras investigaciones -en China
y Gran Bretaña- demostraron la ineficacia de este fármaco para tratar
el coronavirus, los cambios de criterio de la OMS se produjeron de forma
inmediata y reactiva cuando ese estudio fue publicado y retirado de The Lancet.
El lado más enojoso de todo esto es que la OMS subordine sus decisiones de investigación a lo que publica The Lancet o
cualquier otra revista médica. Esto indicaría que la OMS no tiene
criterios propios para evaluar cuestiones de tanta trascendencia, y que
actúa de forma reactiva y reverencial a lo que publican las revistas
científicas anglosajonas homologadas como máximos exponentes de la
ciencia universal.
Ahora bien, incluso The Lancet
sabe que la OMS se equivoca en rendirle tanta pleitesía, y dos días
después de la retractación, el 6 de junio, la revista publica en lugar
destacado de su página web un artículo titulado “La OMS que queremos”.[6]
Los autores de este “manifiesto” hacen varias sugerencias a tener en cuenta:
“Hacemos
un llamamiento a favor de una OMS cuya autoridad técnica sea plenamente
reconocida por los estados miembros, fuera de consideraciones
políticas, y cuya financiación no dependa de la voluntad poco fiable de
aportaciones voluntarias (...). Hacemos un llamamiento a favor de una
OMS con total legitimidad como institución líder para la salud mundial,
con una autoridad reforzada para hacer cumplir sus normas y estándares y
coordinar la acción global.”
“Se debería garantizar que
la OMS tuviera plena autoridad para trabajar por la transparencia de los
datos vinculados a la salud, enviando observadores independientes a los
países, para coordinar las emergencias globales de salud.”
“La
OMS no recuperará una autoridad plena si los estados miembros no
delegan parte de sus prerrogativas nacionales en beneficio de la salud
pública global.”
Sin embargo, para que la autoridad
técnica de la OMS sea reconocida por los estados miembros, como aquí se
sugiere, esta organización no puede depender de publicaciones que están
fuera de su control y que actúan con criterios de rigor científico
defectuosos.
Los investigadores que publican en revistas
médicas son a menudo juez y parte. El famoso protagonista del
#LancetGate, Sapan Desai (fundador de Surgisphere), no solo encarga,
patrocina y publica estudios “científicos” con datos que nadie más puede
ver; también es uno de los firmantes de un artículo publicado en 2013
de recomendaciones contra el fraude en los estudios médicos: "El fraude
en las publicaciones médicas […] ha llevado a retractar estudios en
revistas prominentes. […] Existe una obligación ética y legal de hacer
un examen crítico y cuidadoso de lo que publican. [No hacerlo] puede
destruir la integridad de la revista, pero más importante es proteger la
confianza en los médicos".[7]
Una misma persona es legislador, juez y parte
La
OMS debe revisar a fondo sus actuaciones desde el comienzo de la
pandemia. La propia organización ha decidido hacer una investigación
interna, lo cual quizás resulte insuficiente, pero la regeneración
podría comenzar con una saludable autocrítica.
Al mismo
tiempo, no hay que perder de vista que la OMS es el blanco de ataques
inconcebibles. Si los presidentes de importantes países se empeñan en
difamarla, ¿por qué no lo harían los empresarios deshonestos y los
especuladores? Todos buscan sacar partido a su costa. El caso más
indigno es el del bufete de un abogado argentino con sede en Miami y
Nordelta (Buenos Aires), que anunció la presentación de una denuncia
contra la OMS y China por “un delito de genocidio”. Este individuo
invita a contactar con él a cualquier persona del mundo que “haya tenido
algún síntoma y tenga el diagnóstico” de Covid-19. Asegura que la
demanda ya cuenta con un millar de afectados y advierte que quien no se
sume ahora, después no tendrá derecho a percibir compensaciones.
Es
impensable que este bufete pueda obtener un resultado favorable a su
denuncia “colectiva” contra la OMS por “violación de los derechos
humanos”, y por tanto un beneficio económico directo, a menos que la
estafa consista en cobrar por adelantado a los afectados; pero es dudoso
que consiga así cantidades significativas como para mantener viva esta
farsa. Otra posibilidad sería que todo fuera una sofisticada maniobra
propagandística de los gobiernos contrarios a la OMS. En efecto, podría
ser una operación de relaciones públicas para cimentar las burdas
acusaciones de Trump contra China y la OMS, precisamente cuando el
presidente de Estados Unidos acaba de confirmar que su país abandonará
esta organización internacional.
Hay que defender a la OMS
de estas conductas cuasi-delictivas que solo sirven para especular con
el dolor de la gente prometiendo ilusorias recompensas, y que muy
probablemente actúen con una agenda oculta al servicio de políticos que
desean destruirla. Hay que defender su centralidad como organismo
internacional en caso de pandemia.
Y por la misma causa,
hay que criticar en profundidad la actuación de la OMS, hay que seguir
evaluando su papel en esta crisis sanitaria y dotarla del personal y los
recursos suficientes para que pueda superar sus actuales limitaciones.
@eduardogior
[1]
La escasez de insumos modificó de hecho el protocolo en España, ya que
al principio se daba el alta a los pacientes con dos pruebas negativas
consecutivas, con intervalo de 48 horas, y luego, por falta de test PCR,
se empezó a dar el alta con una sola prueba.
[2]
“Hidroxichloroquine or chloroquine with or without a macrolide for
treatment of Covid-19: a multinational registry analiysis”, The Lancet, 22/05/2020.
[3] “Cardiovascular Desease, Drug Therapy, and Mortality in Covid-19, The New England Journal of Medecine, 01/05/2020. (Retractado el 04/06/2020).
[4] “No clinical benefit from use of hydroxychloroquine in hospitalised patients with Covid-19”, NEJM , 05/06/2020.
[5] RECOVERY: Randomised Evaluation of Covid-19 Therapy. Universidad de Oxford.
[6] "The WHO we want": Olivier Nay, Marie-Paule Kieny, Lelio Marmora, Michel Kazatchkine. The Lancet, 05/06/2020.
https://www.alainet.org/es/articulo/207387
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