Marcos Roitman Rosenmann
La versatilidad del capitalismo
no tiene límite, salvo la extinción de la especie y el colapso del
planeta. Pero mientras esto sucede, sus cambios se aceleran en busca de
una mayor tasa de explotación e incremento de beneficios. Si la lucha
por la apropiación del plusvalor es una de las características de la
contradicción capital-trabajo, hoy nos enfrentamos a una reinvención de
las formas de dominación, enajenación del excedente y construcción de
hegemonía. El capitalismo digital se pone al día utilizando las nuevas
tecnologías bajo la pandemia del Covid-19. Si hacemos historia, es un
proceso similar al sufrido por el capitalismo histórico entre los siglos
XVI y XVIII, donde la proto-industrialización y los descubrimientos
científicos aceleraron el proceso de acumulación de capital y la
revolución industrial. Sus fases van desde el capitalismo colonial, la
esclavitud hasta el imperialismo y la consolidación de la dependencia
industrial, tecnológica y financiera. Sin embargo, su evolución ha
tenido reveses. Los proyectos emancipadores anticapitalistas han
trastocado sus planes, aunque sea de forma momentánea. Las luchas de
resistencia, los procesos revolucionarios y los movimientos populares
han alterado su itinerario, obligándolo a retroceder. El siglo XX ha
dejado una huella difícil de borrar en su desarrollo. Fueron dos guerras
mundiales, seguido del holocausto nuclear no exento de conspiraciones,
golpes de estado y procesos desestabilizadores cuyos efectos los
reconocemos en un crecimiento exponencial de la desigualdad, el hambre,
la miseria y la sobrexplotación de un tercio de la población mundial. En
este recorrido, el fascismo, eje de la modernidad, se proyecta en el
siglo XXI. El neoliberalismo asume sus principios y los gobernantes
adoptan sus proclamas bajo un llamado a la xenofobia, el racismo y el
discurso anticomunista. Como señaló George Mosse en su ensayo La nacionalización de las masas,
Hitler y el nazismo se explican bajo un simbolismo, una liturgia y una
estética que atrapó a la población bajo el culto al pueblo.
Una nueva política que atrajo no sólo a los nacionalsocialistas, también a miembros de otros movimientos que encontraban su estilo atractivo y útil para sus propios propósitos. Léase Trump, Bolsonaro, Piñera o Duque.
En pleno siglo XXI, asistimos a tiempos convulsos. El capitalismo
busca su reacomodo. Hacer frente a los problemas de organización, costos
de explotación y reajustar la función del gobierno en la gestión
privada de lo público. Igualmente debe pensar en una nueva división
internacional de los mercados, la producción y el consumo. La
digitalización, el big-data, la robotización y las tecnociencias se
subsumen para responder a las lógicas del capital. Asimismo, la dinámica
de la complejidad aplicada al proceso productivo fija pautas en la
especialización flexible, la deslocalización y el proceso de toma de
decisiones. La realidad aumentada acelera la concentración de las
decisiones y el acceso inmediato a los datos modifica las lógicas de un
poder que se hace más arbitrario, violento y omnímodo. El traslado del
mando real del proceso de decisiones a una zona gris, de difícil acceso,
facilita eludir las responsabilidades políticas o bien las oculta bajo
el manto de la post-verdad o las mentiras en red.
La transición del capitalismo analógico al digital es ya una
realidad. Algunos ejemplos nos dan pistas. Basta ver el mensaje lanzado
por Inditex en España. El dueño de Zara, benefactor de la sanidad
pública, hará desaparecer más de mil 200 tiendas en todo el mundo, bajo
la necesidad de estar en sincronía con las nuevas formas de compra-venta
on line. Así, realizará una inversión de mil millones de euros
en su reconversión digital en dos años (2020-2022), destinando mil 700
millones para trasformar sus locales al concepto de tienda integrada. Un
servicio permanente al cliente allá donde se encuentre. En otras
palabras, tendrá en su dispositivo portátil una aplicación de Zara. En
esta versión digital del capitalismo, otro de los cambios que llega para
quedarse es el
teletrabajoo trabajo en casa. Una vuelta de tuerca a la sobrexplotación. Los horarios, la disciplina y el control lo ejerce el trabajador sobre sí, lo cual supone un elevado nivel de estrés y jornadas ilimitadas. En cuanto a la educación, sólo en las universidades se baraja la idea de articular clases en las aulas con lecciones virtuales. Las lecciones presenciales irán perdiendo peso, hasta desdibujar el sentido que las vio nacer, forjar ciudadanía y aprender el valor de la crítica colectiva. La universidad se reducirá a expedir títulos donde el aprendizaje muta en autodidactismo.
El capitalismo post-pandemia acelera el cambio del mundo cotidiano.
Las firmas digitales, las videoconferencias, el control biométrico, los
diagnósticos por ordenador, son algunos de los cambios que terminarán
generando una modificación antropobiológica del ser humano. Y tal vez en
este sentido, la lenta sustitución del dinero en efectivo, por el pago
con tarjetas será fuente no sólo de mayor control social y poder de la
banca, supondrá una mayor exclusión social. Quiénes tendrán y quiénes no
tendrán tarjetas de crédito o débito. Suecia anuncia que el papel
moneda se extinguirá dentro de la siguiente década. Más pobres, más
esclavos de los bancos. Ese es el futuro incierto del capitalismo que
viene tras la pandemia.
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