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jueves, 18 de junio de 2020

China e India: alarma mundial

Editorial La Jornada


El lunes por la noche se registró un enfrentamiento entre soldados indios y chinos en la zona fronteriza del valle del Galwan, ubicada entre el territorio indio de Ladakh y la región en disputa de Aksai Chin, administrada por China. Según Nueva Delhi, al menos 20 de sus soldados murieron en la refriega, que también habría dejado muertos y heridos graves en el bando chino, bajas que hasta ahora Pekín no ha confirmado.
Los sucesos, que suponen el primer choque con saldo mortal entre las fuerzas indias y chinas desde 1975, se produjo luego de más de un mes de tensiones e incremento de la presencia de tropas a ambos lados de la denominada línea actual de control, una escalada que se produjo de manera silenciosa antes de llegar a los reportes de prensa.
Si bien el antecedente inmediato de la confrontación parece encontrarse en el rechazo de Pekín al levantamiento de diversas infraestructuras del lado indio, el desencuentro de estas potencias en torno de su frontera común debe remontarse a la época del Raj, la administración imperial de la corona británica sobre el subcontinente indio. A la fecha persiste el sinsentido por el cual 885 kilómetros de frontera compartida corresponden a la Línea McMahon, una división creada en 1914 por los administradores coloniales británicos a espaldas de China y sin ningún fundamento en la historia o la situación política efectiva de las regiones asignadas a cada lado de la línea.
El episodio del lunes, además de lamentable en sí mismo, debe disparar las alarmas mundiales y llamar a la comunidad internacional a concentrarse en desactivar cualquier posible desarrollo bélico. A diferencia de la guerra relámpago que entablaron en 1962, con un saldo mortal limitado y una contundente victoria para Pekín que llevó a un rápido armisticio, hoy ambas partes son potencias nucleares y su arsenal atómico no sólo es un peligro de mutua destrucción, sino de daños irreversibles al resto del planeta.
Además, se trata de las naciones con las dos mayores poblaciones –entre ambas suman un tercio de la humanidad–, así como de la primera y la sexta mayores economías del mundo. Como factor de complicación adicional, el poder de veto de China en el seno del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas cierra la posibilidad de dirimir el conflicto bilateral por dicha vía, que debiera ser la idónea en el contexto de la legalidad internacional. De esta suerte, la región y el mundo se encuentran a la expectativa de los buenos oficios que puedan desplegar los mandos militares designados por ambos bandos para aclarar lo ocurrido y desactivar la peligrosa escalada.
Cabe desear que las conversaciones bilaterales se vean coronadas por el éxito y, más allá de lo coyuntural, den pie a negociaciones generosas y sensatas con el fin de resolver de una vez por todas las rencillas sembradas por la irresponsabilidad colonial británica.
La comunidad internacional debe acompañar este proceso sin injerencias, favoritismos o intereses geoestratégicos inconfesables, sino con plena conciencia de que una guerra entre estas potencias resultaría desastrosa en cualquier escenario, pero más cuando el mundo se encuentra lidiando con la doble emergencia sanitaria y económica, una crisis que exige completa cooperación global.

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