Los
 67 millones de personas que viven en pobreza extrema en la región 
deberían recibir un bono contra el hambre, por el equivalente a 47 
dólares mensuales, para comprar alimentos. Es la primera de 10 
recomendaciones para sostener la seguridad alimentaria ante el impacto 
de la pandemia covid-19. Foto: PMA
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 Un bono de 47 dólares mensuales durante seis meses deberían recibir los
 67 millones de latinoamericanos y caribeños que viven en pobreza 
extrema, para que puedan adquirir alimentos en el marco de la actual 
pandemia, propusieron este martes 16 las autoridades de la Cepal y la 
FAO.
En la región “podemos tener un retroceso histórico y perder en un par
 de meses lo que logramos en 15 años. Millones de personas pueden caer 
en el hambre”, opinó Julio Berdegué, representante regional de la FAO 
(Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la 
Agricultura).
Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal (Comisión Económica 
para América Latina y el Caribe), dijo que “proponemos la entrega de un 
bono contra el hambre porque la gran tarea que tenemos por delante es 
impedir que la crisis sanitaria se transforme en una crisis 
alimentaria”.
El “bono contra el hambre” puede entregarse con transferencias 
monetarias, canastas, o cupones de alimentos, por el equivalente a 47 
dólares mensuales, que representan 70 por ciento del ingreso marcador de
 la línea de pobreza extrema en la región.
Si el beneficio se entrega solo a los mayores de 65 años en pobreza 
extrema, su costo equivaldría a 0,06 por ciento del producto bruto 
regional, pero si le otorga a todos los 67 millones de habitantes en esa
 condición costaría 0,45 por ciento del producto interno bruto (PIB).
FAO y Cepal favorecen esta segunda opción, con un costo global de 23 
500 millones de dólares y como parte de un ingreso básico de emergencia,
 que también proponen, para que los más pobres de la región obtengan 
durante un semestre el equivalente a 140 dólares mensuales.
Ambos organismos elaboraron un decálogo de acciones urgentes que 
deben tomarse, en primer lugar para atender a los 53,7 millones de 
personas que ya antes de la covid-19 estaban en situación de inseguridad
 alimentaria, y ante el riesgo de que otros 16 millones de habitantes de
 la región caigan en la pobreza extrema.
Al bono contra el hambre sigue la propuesta de sostener programas de 
alimentación escolar para garantizar alimentos a los niños, niñas y 
adolescentes, y apoyar las iniciativas de asistencia alimentaria de las 
organizaciones de la sociedad civil.
Berdegué recordó que el cierre de las escuelas en la región privó de 
recibir alimentos en esos espacios a 84 millones de alumnos, de los 
cuales 10 millones tenían esa comida como la fundamental de cada día.
Luego, proporcionar apoyo financiero -crédito y subsidios- a las 
empresas agropecuarias, orientado principalmente a las unidades 
productivas de agricultura familiar, de las que hay 17 millones en 
América Latina.
Consideran que la banca multilateral y de desarrollo debería elevar 
en al menos 20 por ciento este año la cartera de créditos blandos 
destinados a los productores de alimentos, es decir, agregar 5500 
millones de dólares, para sostener sus empresas.
También piden ajustar los protocolos de sanidad y salud en la 
producción y el transporte de alimentos y en los mercados mayoristas y 
minoristas. En particular, se deben mantener las fronteras abiertas al 
comercio agrícola y evitar medidas proteccionistas que aumenten el 
precio de los alimentos.
Las autoridades deben impedir que los mercados mayoristas y 
minoristas y las agroindustrias se cierren o disminuyan sus operaciones.
 Berdegué abogó por que se tomen medidas contra su posible 
contaminación, como ya ha ocurrido en importantes mercados de México y 
Perú, según recordó.
Los programas de apoyo al autoconsumo deben reforzarse, especialmente
 porque uno de cada cuatro latinoamericanos en pobreza extrema vive en 
áreas rurales.
Se insiste en asegurar el financiamiento, la asistencia técnica, el 
acceso a insumos y la mano de obra de agricultores y pescadores 
artesanales, a la vez que en compensar la informalidad y falta de 
protección social en que se encuentran 80 por ciento de las personas que
 trabajan en el sistema alimentario.
Cierra el decálogo el pedido de que se establezcan “mecanismos ágiles
 de consulta y coordinación público-privada entre todos los actores del 
sistema alimentario”.
Bárcena y Berdegué comentaron que, con la crisis de ingresos, 
millones de familias migrarán al consumo de alimentos más baratos y de 
menor calidad, agravando los cuadros de desnutrición y malnutrición que 
inciden sobre las enfermedades que a su vez aumentan la vulnerabilidad 
de las personas ante pandemias como la covid-19.
A-E/HM
 
 
 
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