Fuentes: La Tizza        
Conclusiones del libro «Repensar la economía desde lo popular. Aprendizajes colectivos desde América Latina» [1].
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Desde
 sus orígenes la historia del capitalismo es a su vez la historia de las
 resistencias a este sistema de dominación. También la búsqueda de 
alternativas, que engloban desde los grandes proyectos revolucionarios 
hasta las resistencias cotidianas para hacer frente al despojo y la 
precariedad directamente vinculadas al proceso de acumulación.
Las
 experiencias analizadas en este libro demuestran el potencial que 
tienen los proyectos construidos desde la base; proyectos capaces de 
aterrizar la teoría en prácticas de resistencia y construcción de 
alternativas que, además de plantear una disputa al sistema capitalista,
 pueden generar posibilidades de trabajo y vida digna para sus 
comunidades. A continuación destacamos algunos de los aprendizajes más 
significativos derivados de las alternativas analizadas.
En
 primer lugar, destacaríamos la capacidad de adaptarse en un contexto 
adverso. Obviamente la construcción de alternativas al sistema 
capitalista nunca ha sido un camino fácil, pero el contexto actual en 
América Latina plantea condiciones aún más complejas para la mayor parte
 de experiencias analizadas. A la crisis económica, la volatilidad de 
precios y tipos de cambio y las dificultades para acceder a crédito, se 
le suman las dificultades políticas, especialmente en Brasil y 
Argentina, donde los cambios de gobierno han puesto en peligro las 
conquistas conseguidas, al mismo tiempo que se generan muchas más trabas
 para los nuevos procesos.
En este contexto, como decíamos, la construcción de alternativas no es solo un proyecto político, sino también una estrategia para sobrevivir.
De
 este modo, frente al despojo y la pérdida de derechos, la economía 
popular, las cooperativas, la recuperación de empresas o la ocupación de
 tierras se convierten en vías para acceder a condiciones de vida 
dignas.
En
 segundo lugar, más allá del marco político de cada una de ellas, 
encontramos una tendencia común que refleja la importancia del diálogo y
 la construcción de espacios de articulación entre diversas corrientes. 
Así vemos como, en mayor o menor medida según el proceso analizado, 
todas ellas beben de un análisis marxista, contagiado de y abierto a un 
enfoque comunitario y de autogestión, así como a una mirada feminista y 
ecologista. Además, es interesante ver cómo en cada contexto estos 
bagajes políticos se articulan con la propia historia de las luchas 
locales; y, en su conjunto, conforman una construcción colectiva del 
sujeto que, a pesar de compartir la identidad de clase trabajadora, 
tiene elementos diferenciados en cada experiencia.
En
 el caso del MST de Brasil, juega un papel central la identidad de 
«trabajadores y trabajadoras rurales» y «trabajadores y trabajadoras sin
 tierra», mientras que en Venezuela se habla de comunas y comuneros, en 
Argentina de empresas recuperadas y de «trabajadores y trabajadoras de 
la economía popular», y en Cuba fundamentalmente de cooperativistas. El 
concepto de «Economía Social y Solidaria» quedaría, por tanto, en un 
plano más teórico, ya que desde las propias prácticas alternativas no se
 utiliza como forma de autodenominarse, aunque se comparten principios, 
como el de la cooperación, comunidad, autogestión y solidaridad. Al 
mismo tiempo, hay un sentimiento común de estar construyendo «otra 
economía», y surge recurrentemente la idea de «trabajo sin patrón» y de 
democratización económica, como elementos compartidos en todas las 
experiencias.
En
 tercer lugar, en lo referente a los modelos de gestión, se percibe cómo
 el marco legal y político establecido en cada país es un elemento 
importante a la hora de entender el desarrollo formal de los proyectos. 
Como demuestran los casos de Venezuela y Cuba, el impulso a las 
cooperativas o las comunas es clave para entender su surgimiento y 
desarrollo. No obstante, tal y como se desprende de los testimonios de 
estas experiencias, este apoyo público es solo un estimulador que 
necesariamente precisa de un compromiso fuerte por parte de sus 
integrantes, que asumen la gestión y el desarrollo de los proyectos más 
allá del impulso inicial.
Al
 mismo tiempo, el ejemplo de las empresas recuperadas y de los 
asentamientos en Argentina y Brasil, respectivamente, demuestran la 
idoneidad de aprovechar las brechas legales del sistema para construir 
alternativas, así como la importancia que tiene la organización para 
sostener la lucha hasta conseguir el reconocimiento legal. Más 
concretamente, respecto a las estructuras internas, es interesante 
recuperar las estrategias seguidas para garantizar la democracia interna
 en los asentamientos del MST y de las comunas venezolanas. Se trata de 
ejemplos muy interesantes debido a las estructuras de las que se han 
dotado para garantizar la democracia interna a pesar de su gran tamaño, 
combinando mecanismos de representación con órganos de participación 
directa como asambleas, núcleos de base o consejos comunales.
Además,
 trascendiendo las estructuras formales, existe una voluntad de 
democratizar las prácticas de gestión, buscando formas de fomentar la 
participación y garantizando que los cargos y las responsabilidades 
roten. En este sentido, uno de los retos que surge en las diferentes 
experiencias es el de fortalecer el compromiso y transformar las lógicas
 de trabajo; para ello, en todos los casos la formación política y los 
procesos de educación popular asumen un lugar central, como vía 
imprescindible para «tomar conciencia», desaprender las formas de 
trabajo capitalista y superar las dificultades del trabajo colectivo. Al
 mismo tiempo se pone especial atención en la importancia de fortalecer 
la comunidad, generando espacios de ocio y trabajando el compromiso 
colectivo.
Los
 modelos de liderazgo también son un elemento clave para este objetivo, 
ya que aún partiendo de la premisa de que los liderazgos son 
imprescindibles para cohesionar y fortalecer las luchas, su carácter 
también definirá los procesos. Se observa cómo en algunos casos los 
liderazgos de carácter «carismático» han sido importantes, aunque en 
general no podríamos entender el desarrollo de las experiencias 
analizadas sin la presencia de líderes y lideresas «de servicio». 
Además, en la mayoría de casos, estos liderazgos son paritarios, 
ocupados tanto por hombres como mujeres. En este sentido también aparece
 la necesidad de plantearse la militancia desde la integralidad; como 
afirmaban en Traslasierra (Argentina), el reto es conseguir que la 
militancia no te haga dejar todo lo demás de lado, sino que sea «parte 
de la vida».
En
 cuarto lugar, desde la perspectiva de la sostenibilidad de la vida 
planteamos el análisis de lo productivo y lo reproductivo de forma 
conjunta, entendiendo que se trata de procesos indivisibles y que no se 
pueden comprender separadamente. Partiendo de esta premisa constatamos 
que el debate sobre «qué producir» varía según la trayectoria y la 
capacidad de decisión de cada experiencia. Mientras en las comunas y en 
los asentamientos se ha podido dirigir parte de la producción a las 
necesidades de la comunidad, en otras cooperativas o empresas 
recuperadas esta decisión depende más de la inercia o de la 
disponibilidad de infraestructura, así como del acceso al mercado. 
Además, en todos los casos existe un debate, más o menos explícito, 
sobre «cómo producir», en el que se tienen en cuenta criterios 
ecológicos y de cooperación con otros proyectos autogestionados. De 
cualquier manera, a menudo surge la imposibilidad o dificultad para 
superar ciertas lógicas, por ejemplo dejando de comprar soja de 
monocultivos o produciendo completamente sin agrotóxicos.
A
 su vez, un elemento central en todos los casos es el de conseguir unas 
condiciones de trabajo dignas, entendiendo estas como algo que va mucho 
más allá del salario o de la estabilidad laboral. Algunos de los 
elementos que destacan las personas entrevistadas como características 
propias del trabajo sin patrón, son la autonomía, la capacidad de 
decisión, la flexibilidad horaria, un ambiente de trabajo agradable, la 
solidaridad, etc. Sin embargo, algunos de los retos detectados, como la 
sobrecarga de trabajo o las dificultades financieras, plantean el 
desafío de conseguir la sostenibilidad de los proyectos en un sentido 
amplio, es decir, conseguir una sostenibilidad productiva, humana, 
económica y con el entorno. En este sentido, vemos cómo, a pesar de que 
en la mayoría de casos se han tomado medidas para facilitar la 
conciliación entre las tareas y los tiempos productivos y reproductivos,
 o para conseguir construir una mirada integral hacia lo productivo y lo
 reproductivo, lo colectivo y lo individual, sigue siendo un reto 
estratégico ir deshaciendo las estructuras patriarcales.
De
 este modo vemos cómo en los proyectos en los que el enfoque comunitario
 está muy presente, las prácticas cotidianas tensionan la división entre
 lo productivo y lo reproductivo, así como la división sexual del 
trabajo, además de producir dinámicas desmonetarizadas. Además, en 
muchos casos, el impulso de proyectos productivos va de la mano del 
desarrollo de proyectos para colectivizar las tareas reproductivas o 
facilitarlas. Al mismo tiempo, en los casos en los que la división entre
 lo productivo y lo reproductivo es menos categórica — como el caso de 
la CTO en Argentina — , o en aquellos que los proyectos productivos se 
entienden como un elemento más para garantizar el desarrollo de la 
comunidad — como en las comunas — , las mujeres tienen un protagonismo 
mayor y se produce una transformación de subjetividades gracias al rol 
que ocupan dentro de los proyectos.
De
 esta manera son recurrentes los testimonios de mujeres que explican que
 organizarse les cambió la vida. Sin embargo, a pesar de que en la 
mayoría de los casos se ha avanzado en la reducción de las desigualdades
 internas, no ha sido suficiente para producir un cambio más profundo en
 su rol asignado. Por ello, en algunas experiencias se ha planteado la 
necesidad de seguir trabajando para politizar lo cotidiano, para llevar 
los procesos de transformación más allá de la cooperativa y transformar 
la comunidad desde una visión integral.
En
 quinto lugar, un elemento que se repite en todos los casos es la 
importancia de las redes de solidaridad y la articulación con otras 
experiencias. Estas redes se entienden como un elemento fundamental en 
el desarrollo de los objetivos políticos de cada experiencia, lo que 
demuestra que se trata de proyectos transformadores que buscan provocar 
cambios no solo en sus formas de trabajar o de conseguir una renta, sino
 en alcanzar bienestar para toda la comunidad o para el colectivo del 
que forman parte. En este sentido, las alianzas que se tejen pueden 
tener un carácter más amplio, como en el caso del MST y de las comunas, 
en los que hay una estrategia política de carácter nacional e 
internacional. Y/o estar más centradas en las alianzas con 
organizaciones cercanas y con otros actores de la comunidad.
Por
 otra parte, la mayoría de testimonios mencionan la articulación con 
otras organizaciones y la solidaridad recibida como un elemento 
fundamental para explicar el surgimiento y resistencia de las luchas. Al
 mismo tiempo, subrayan que las estrategias para hacer sostenibles los 
proyectos pasan, en todos los casos, por estrategias de cooperación o de
 unión de luchas con otras organizaciones.
Por
 último, en cuanto a la interacción con el Estado, hemos estudiado 
experiencias con relaciones muy dispares con las instituciones públicas,
 desde la cooperativa Model, en Cuba, impulsada por el propio Estado, 
hasta la empresa recuperada Globito, que sigue peleando para que el 
Estado le otorgue el reconocimiento legal. Además, el análisis del papel
 que debería jugar el Estado en relación a las experiencias de economía 
alternativa varía en cada contexto. De cualquier manera, en todos los 
casos vemos cómo el apoyo público es un elemento muy importante para 
poder sacar adelante los proyectos.
En
 este sentido, es interesante una reflexión repetida por varios 
testimonios, en la que plantean que los subsidios o apoyos públicos son 
necesarios para poder partir de unas condiciones mínimas, ya que si no 
la economía popular nunca podría despegar, al no contar con el capital 
suficiente para hacer las inversiones necesarias.
De  esta forma se entiende el apoyo 
estatal como una forma de compensar  esta desigualdad de partida, al 
mismo tiempo que se da importancia a la  autonomía de los procesos, 
poniendo de manifiesto la relevancia de  garantizar la viabilidad de las
 cooperativas, minimizando las  dependencias. A su vez, se reivindica el
 carácter político de estas  experiencias, ya que como hemos mencionado,
 no son solo iniciativas  productivas, sino también proyectos que buscan
 una transformación  radical social y política. Y un elemento importante
 en este sentido es  que, como afirman desde el MST, sin conflicto con 
el Estado, con los  terratenientes y los patrones, no se avanza.
Júlia  Martí Comas. Doctora en Estudios de Desarrollo por la 
Universidad del  País Vasco (UPV/EHU). Investigadora del Observatorio de
 Multinacionales  en América Latina (OMAL). Militante del movimiento 
feminista de Euskal  Herria. Su ámbito de estudio es el poder 
corporativo, los impactos de  las empresas transnacionales y la 
construcción de resistencias y  alternativas.
Notas:
[1] Este fragmento del libro Repensar la economía desde lo popular. Aprendizajes colectivos desde América Latina.
 Uharte, Luis Miguel & Martí Comas, Julia (coords.).Editorial  
Icaria. Barcelona. 2019 se republica bajo el amparo de la Licencia  
CreativeCommons de Reconocimiento-No Comercial-Compartir Igual 2.5  
España.
 

 
 
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