En
las primeras semanas de la pandemia, cuando ésta empezaba a golpear con
fuerza a las sociedades europeas, decíamos que era momento de atender a
la preocupación por nuestras personas más cercanas, pero sin olvidar
que esta crisis lo era también a nivel mundial. Insistíamos, desde la
solidaridad, en que los graves efectos que sentíamos tan cerca se
podían, ya en esos primeros momentos, estar multiplicando en otros
continentes. Argumentábamos para ello que, a la pandemia sanitaria, en
América Latina o en África, se le sumaría la pandemia social y política
causada por la injusticia e inequidad. Precisamente el primer continente
es conocido en las últimas décadas como el de la desigualdad. Tierra
donde ésta se multiplica día a día y donde la brecha entre las minorías
enriquecidas y las grandes mayorías, cada vez más empobrecidas, podía
convertirse en terreno abonado para el crecimiento sin freno de los
efectos más catastróficos de la pandemia en la vida de estos países.
Señalarán
algunos que estamos ante una crisis sanitaria y que ésta se solventa
con medidas de la misma índole más la famosa distancia social hasta que
dispongamos de la vacuna prometida. Defenderán también, en el marco del
sistema neoliberal, la urgente reactivación de la economía local y
mundial a cualquier precio, incluso por encima de la vida, sin querer
aceptar que éstos (sistema y economía neoliberales) han sido
cuestionados en sus pilares fundamentales por la propia pandemia y que,
por ello, requieren una profunda revisión y consiguiente transformación
radical.
Es fácil de
entender, si se quiere ver, que la crisis que atraviesa el planeta se ve
cruzada por otras variables que son determinantes, además de la
climática, en su profundización y que yendo más allá del estricto campo
de la salud definen la misma viabilidad de ésta última y del modelo de
desarrollo construido. Así se comprenderá mejor, -insistimos, si se
quiere- por qué el coronavirus ha golpeado con más dureza los barrios
populares de Madrid y menos a los más ricos. Se interpretará con mayor
acierto también el alto porcentaje de afección entre la población
afroamericana o latina en Estados Unidos, muy por encima de la blanca, o
cómo las muertes se redoblan en las barriadas populares de Sao Paulo,
Manaos, Santiago o Guayaquil.
Por
eso se puede afirmar que la verdadera pandemia en, por ejemplo, América
Latina, no es solo el coronavirus sino las políticas neoliberales que
ahogan un continente en la desigualdad y la injusticia social. No hace
falta un repaso pormenorizado de la situación de América Latina para
reconocer esta realidad. Es una constante muy real el acceso sin
problemas a la sanidad privada de determinados sectores minoritarios de
la población, frente a la práctica inexistencia de un sistema público
que garantice la cobertura a las mayorías; la cierta seguridad en los
condominios y villas residenciales donde habitan las élites frente al
hacinamiento en enormes barriadas sin suministro de agua potable y otros
servicios básicos; o el acceso a la información, a medios y a las
recomendaciones sanitarias (distancia social) en los ámbitos urbanos más
favorecidos frente al abandono y desatención por parte de los estados,
con ausencia total de coberturas sociales, en los rurales y populares.
Son
los anteriores algunos ejemplos de las realidades que la pandemia está
poniendo en evidencia a lo largo del continente. Incluso subrayamos que
hay sectores poblacionales doblemente castigados, donde los efectos y
consecuencias se incrementan. Es el caso de los territorios indígenas y
campesinos donde, por ejemplo, la misma capacidad inmunológica ante los
nuevos virus es notablemente pequeña y el abandono de los gobiernos es
inversamente mayor.
Dicho
de forma muy breve, la realidad económica de la región hoy, responsable
en gran medida del plus de gravedad, se caracteriza por una vuelta a
postulados neoliberales que están haciendo retroceder importantes
avances sociales alcanzados en las últimas décadas con gobiernos
progresistas, ahondando nuevamente en la brecha de la desigualdad. En lo
político, precisamente la mayoría de los actuales gobiernos se definen
por su poca o nula legitimidad social e importantes niveles de
corrupción, con políticas sanitarias erráticas que van desde la negación
de la propia pandemia hasta múltiples medidas contradictorias que
anulan cualquier posibilidad de éxito a la hora de garantizar la vida y
la salud de los pueblos. Y no olvidemos las coyunturas que
caracterizaban los últimos meses previos a la extensión de la pandemia
con golpes de estado como en Bolivia o levantamientos populares en
defensa de mayores cotas de bienestar social y contra las políticas
neoliberales en países como Ecuador, Chile, Perú o Colombia.
Pero,
como decíamos antes, hay agravantes aún mayores, causados por algunas
de las medidas tomadas y que están teniendo una afectación más directa,
si cabe, sobre comunidades indígenas, campesinas, mujeres o determinados
liderazgos sociales. Toques de queda y confinamientos que imposibilitan
salir a la búsqueda diaria de algún recurso para la sobrevivencia en
sociedades atravesadas por altos porcentajes de economía informal.
Incluso la imposibilidad de comerciar los escasos excedentes o de
producir alimentos esenciales, lo que está disparando las cifras de
personas ya en situación de hambruna. Por otra parte, comunidades
confinadas con liderazgos que ahora son más fáciles de ubicar por parte
de los diversos actores armados, oficiales y paramilitares, con un
aumento de los asesinatos de personas defensoras de los derechos
humanos, así como un crecimiento de los procesos de criminalización
contra las legítimas protestas y reivindicaciones sociales. Igualmente,
miles de mujeres que el confinamiento las coloca en una situación de
dependencia más absoluta si cabe respecto de sus maltratadores, con un
aumento ostensible de los feminicidios.
Y
ante estos escenarios, ahora que Europa acelera la anunciada y deseada
desescalada es importante no olvidar que millones de personas aún están
inmersas en procesos de escalada de la pandemia del coronavirus, pero
también, de la desigualdad y la injusticia social que, evidentemente,
agravan los efectos de la primera. Esta pandemia nos ha servido para
revalorizar la importancia de las políticas por lo público, por lo más
cercano, por lo comunitario. Nos ha enseñado también que años de medidas
neoliberales en manos de transnacionales, mercados y de sus intereses
exclusivamente económicos son los que han agravado las consecuencias de
la misma al no poder, por ejemplo, disponer de elementos tan sencillos
como mascarillas, respiradores o equipos de protección porque alguien
había decidido que eso no se podía producir aquí y le era más
beneficioso para su cuenta de resultados hacerlo a miles de kilómetros.
Y
nos ha hecho revalorizar la importancia de la solidaridad entre las
personas y los pueblos. Por todo ello, pasados quizá los meses más duros
y ante la posibilidad de futuros nuevos rebrotes, tanto en nuestro
entorno más cercano como en aquellos otros que requieren atravesar mares
y océanos para llegar a ellos, debemos hacer que la solidaridad y la
lucha contra la desigualdad al lado de nuestros vecindarios de aquí y de
allá sea ya una costumbre tan insuperable como las ganas de seguir
dignamente vivos y vivas.
2020/06/22
Jesús González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe
https://www.alainet.org/es/articulo/207409
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