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Fuentes: Rebelión - Foto de Bruno Federico
La petición de abolir la policía hasta hace poco tiempo
parecía imposible, pero hoy se discute gracias a la presión popular.
Las premisas de dicho movimiento pueden ser igual de válidas para todos
aquellos territorios que se atrevan a soñar con otras formas de
garantizar la seguridad de la gente.
El asesinato del afroamericano George Floyd ha visibilizado una
discusión que hace décadas mantienen personas y grupos en Estados
Unidos: la imposibilidad de la reforma a la brutalidad policial y, por
lo tanto, la necesidad de acabar con la policía. Dichas discusiones se
han dado ya hace varias décadas, reactivándose recientemente luego de
motines populares provocados por sucesivos asesinatos de afroamericanos.
Intentando apagar la rabia, el Estado ha construido un discurso de
revisar la actuación de sus servidores, sin embargo, pasa el tiempo y
las intenciones gubernamentales poco cambian la realidad.
No extraña que sean justamente las y los afroamericanos quienes
hayan liderado estas discusiones y que el legado de la esclavitud en
el país del norte defina fuertemente la política actual; ya Angela
Davis ha planteado que si la pena de muerte existe aún en el siglo
XXI es por la naturalización del asesinato de esclavos que buscaron
liberarse siglos atrás. Así mismo, las ideas abolicionistas vienen
del movimiento que buscó acabar de raíz con esa condición de
propiedad de hombres blancos sobre negros. Por eso, entre otras
cosas, es que los y las descendientes del pueblo esclavizado
recuperan la misma noción de abolir, porque ya saben que hay
momentos de la humanidad en que hay que empezar de nuevo para
respetar la vida.
Buena parte del movimiento abolicionista actual justifica sus ideas
en que desde hace años se dieron una tras otra comisión de
investigación con resultados insuficientes para frenar los
asesinatos causados por policías; sucesivamente se determinó
promover reeducación incluyendo políticas antisegregacionistas,
incluir cámaras corporales en procedimientos, alentar al ingreso de
afroamericanos a las unidades e integrar el cuerpo policial con las
comunidades. Todo eso se intentó hace años en Minneapolis, donde
asesinaron a Floyd, y a pesar de ello la impunidad se mantuvo. Los
policías asesinos saben que en los juzgados tienen pocas opciones de
perder, y en parte porque su figura de autoridad es respaldada por
una opinión mayoritaria que justifica la necesidad de ellos, con el
fin de garantizar la seguridad; gran sofisma sobre el que se
justifica la violencia institucional.
Sin embargo, organizaciones como el proyecto NIA
plantean dejar de usar a la policía para enfrentar la inseguridad,
volviéndola obsoleta con otras medidas: trasladar los recursos que
se pierden en ese cuerpo armado, reinvirtiéndolos en salud,
educación, vivienda y en general bienestar social. De hacerse esto
cada vez habrá menos necesidad de policía y por lo tanto a largo
plazo será obsoleta. Pero no solo allí está la apuesta; muchos
discuten la necesidad de contratar en cambio a trabajadores del
cuidado que reciban los salarios que ahora tienen asesinos
policiales, de tal forma que puedan no solo intervenir cuando sea
necesario sino prevenir al identificar problemas dentro de las
comunidades.
Resultado de este activismo por años ha logrado que en las
manifestaciones de las recientes semanas se visibilice el lema “Defund
the police” que justamente recoge una de las propuestas del movimiento
abolicionista: desfinanciar a la policía. Parte de este llamado viene
del interior del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras
importan), quienes denuncian que el incremento del presupuesto a la
policía lo único que ha garantizado es más represión y asesinatos por
parte de este cuerpo armado. Solo para entender esto, hay que reconocer
como en los Estados Unidos hay días que la policía mata a más personas
que las que en un año son asesinadas por estos cuerpos en otros países;
por ejemplo, en los primeros 24 días del 2015 la policía de ese país
mató a más personas que las asesinadas por la policía en Inglaterra y
Gales en 25 años.
El llamado a la desfinanciación también ha sido hecho por otras
comunidades; la American Friends Service Committee
(Comité de servicios de los amigos americanos), organización
religiosa que promueve la no violencia en ese país, lideró una
petición a la que se unieron más de 5000 personas con este
propósito. Su secretaria general afirmó que: «Esta no es una
cuestión política. Esta no es una pregunta presupuestaria. Esta es
una pregunta moral… el alma de nuestra nación está profundamente
herida, y este momento nos ruega que tomemos medidas valientes…
Nuestra fe nos llama a decir la verdad al poder y desafiar a las
instituciones culpables hasta que las vidas de nuestros hermanas y
hermanos negros, marrones e indígenas sean igualmente valorados”.
Mientras cientos de activistas en las calles de
Chicago, Seattle, Boston o Nueva York siguen proponiendo que el
problema no es transformar la policía sino acabar con la idea de
vigilancia, y con ello acabar la necesidad de policía, ya en
Minneapolis el consejo de la ciudad tomó la decisión de desmantelar
y abolir la policía a largo plazo. Aun no es nítido cuáles son
los pasos que tomarán para seguir esta decisión, pero se asegura
que buscarán un modelo de seguridad distinta y que esto se discutirá
con la comunidad. Frente a esto, el presidente Trump twitteó: “La
ley y el orden, no desfinanciar ni abolir la policía. Los radicales
izquierdistas demócratas se han vuelto locos”.
El tiempo dirá si dicho desmantelamiento en Minneapolis se hace
realidad; por ahora, es suficiente con documentar que una petición que
hasta hace pocas décadas parecía imposible hoy se discute gracias a la
presión popular. Las premisas de dicho movimiento pueden ser igual de
válidas para aquellos territorios que se atrevan a soñar con otras
formas de garantizar la seguridad: desarmar, desmontar, abolir…
solidarizarse.
Publicado originalmente en el periódico argentino Virginia Bolten.
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