Rosa Miriam Elizalde
Redacto estas líneas desde uno
de los centros de aislamiento para quienes han estado en contacto con
casos de Covid-19 que no presentan síntomas de la enfermedad. La prueba
rápida ha dado negativa, pero aún así debo permanecer 14 días en
cuarentena hasta que pase el PCR, examen que detecta y cuantifica el
virus.
El balcón de la casa da al mar de la costa oeste de La Habana, con
sus profundidades azules y la fresca brisa matinal que sopla, incluso,
en los días más calurosos de estío sobre las colinas que rodean la
ciudad. El lugar es espacioso y limpio. Somos 10 los albergados, entre
ellos dos niños, atendidos por un grupo minúsculo de trabajadores que
vive la cuarentena con nosotros y hace malabares para que brillen los
suelos, se cambie regularmente la ropa y las mascarillas, y para que el
arroz y los frijoles de cada día parezcan diferentes. No hay lujos, pero
no falta lo imprescindible y eso incluye a un médico y a un enfermero
intensivista que viven en el segundo piso de la casa y están pendientes,
varias veces al día, de nuestra temperatura y presión arterial. Al más
mínimo signo de alarma, se traslada al
sospechosoa un hospital, algo que, afortunadamente, no ha ocurrido en nuestra casa con vista al mar.
Sólo en La Habana hay 26 centros de aislamiento como éste para
aquellos que han tenido contacto directo con personas infectadas o han
regresado al país en vuelos humanitarios, que se han mantenido, pese al
cierre de las fronteras.
Aunque la OMS ha señalado que América Latina es el nuevo centro de la
pandemia, los casos en la isla van en caída libre y en los últimos 12
días no se reportan fallecidos.
Los cubanos tienen ahora 24 veces menos probabilidades de contraer el virus que los dominicanos, 27 veces menos que los mexicanos y más de 70 veces menos que los brasileños, reseñó esta semana el diario británico The Guardian.
Para Rubén González Duany, el médico que nos atiende y a quien sólo
le he visto los ojos desde que estoy en cuarentena, el resultado no es
obra de un milagro. Se debe a la detección temprana de los portadores,
la hospitalización y la aplicación de tratamientos experimentales, la
mayoría desarrollados por el propio sector biotecnológico de la nación.
Ha funcionado la conjunción del método científico, la inversión durante
décadas en un potente sistema de salud pública y el viejo remedio de la
cuarentena social. Sin vacuna inmediata, el objetivo es regular de la
mejor manera posible la tasa de variación de casos.
Podríamos estar acercándonos al final de la pandemia y entrando en la fase de recuperación de Covid-19, aseguró el presidente Miguel Díaz-Canel el pasado fin de semana, poco después de las declaraciones de Mike Pompeo. El secretario de Estado, fiel a su estilo de generar distracción internacional cada vez que Donald Trump se ve envuelto en un megaescándalo, anunció nuevas sanciones contra empresas cubanas, entre ellas Fincimex. Las tarjetas emitidas por esta casa financiera son utilizadas para hacer remesas a Cuba y otros servicios, como el pago a la plataforma online Airbnb, que emplean como forma de cobro muchos de los que rentan sus viviendas en la isla.
Ayer, Richard Scott, senador por Florida, ha instado a revisar a
fondo no una, sino todas las empresas de EU que tienen algún tipo de
relación con Cuba para revocar de inmediato sus licencias operativas.
Que los aprieten, hasta que se les salgan los ojos. Ahora sí vamos a acabar con el comunismo, reacciona a las palabras de Pompeo un migrante de Miami en Facebook y le siguen la rima decenas de vecinos de esa ciudad, que quizá tienen la mitad de su familia en Cuba y la otra en Florida, donde mueren cada dos horas más personas por el Covid-19 que en toda la isla durante tres meses de pandemia.
¿Cómo llegan al poder los desequilibrados como Trump y Pompeo? Con el
voto de los chiflados que el sistema multiplica con la repetición de
las mentiras, el odio y la cizaña. En eso se basan las expectativas
electorales del Partido Republicano en Florida: en que un grupo de
cubanos de la península justifique el sufrimiento de sus padres,
hermanos, abuelos, hijos y primos que viven a 90 millas, y que se genere
la falsa percepción de que esa es la voluntad de todos los migrantes.
La Casa Blanca necesita que los sociópatas se reproduzcan, que los
irracionales aumenten, que al miedo lo remplace el odio, para extraer de
ahí alguna loca idea de
libertad.
Escribo, como dije al principio, en un lugar de La Habana que media
entre la línea del mar y el doctor Rubén enfundado en su bata, su gorro y
su mascarilla verde. Sólo se ven sus ojos que en este mismo instante
miran normales, serenos, como cualquiera que sienta que no hay por qué
preocuparse.
Estamos a punto de cantar victoria, dice.
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