Entrevista al filósofo Darío Sztajnszrajber
Fuentes: Página 12
El filósofo observa el aislamiento social, preventivo y
obligatorio provocado por el coronavirus en términos de riesgos y
oportunidades a futuro. Los temores y la incertidumbre frente a lo
desconocido, el barbijo de la pospandemia y la ocasión para repensarse.
Darío Sztajnszrajber es licenciado en filosofía, ensayista y docente.
Su modo es cercano y claro, y entonces la filosofía se vuelve más
terrenal, más accesible. A continuación, el hombre del apellido
impronunciable analiza las modificaciones en las relaciones
interpersonales que trajo aparejado el confinamiento y en ese sentido
advierte sobre el peligro de que se instale cierto “espíritu de delación
como una manera de vínculo social”. Al mismo tiempo, y con un tinte más
esperanzador, cree que “van a volver a tener peso las
fronteras nacionales porque hay algo del Estado nacional que volvió a
tener una soberanía que estaba desdibujada”. Esto último, subraya,
“siempre tiene que ver con la redistribución y entonces con la
posibilidad como mínimo de una tendencia hacia cierta justicia social”.
–¿Cómo está percibiendo el transcurrir de la cuarentena?
–Creo que la cuarentena no puede ser analizada en sí misma porque no
se termina de definir su extensión. Entonces la falta de definición hace
que todo lo que digamos sobre el proceso esté siempre abierto al
cambio. Una cosa es que la cuarentena dure una semana más, y entonces
uno va a pensándose a sí mismo en función de dos meses de confinamiento;
otra cosa es saber que puede durar seis meses y uno de algún modo se
prepara en función de eso. Pero hay algo de la pérdida de los límites
que tiene que ver con la incertidumbre de su final. O sea que no solo no
sabemos cuándo va a terminar sino que estamos cada vez más convencidos
de que va a quedar en términos espectrales, que hay algo de ese
confinamiento que va a quedar de alguna manera impregnando mucho de
nuestros lazos sociales. Esa sensación de incertidumbre hacia el futuro
genera lo que es típico de las angustias existenciales. No nos olvidemos
que una angustia es siempre angustia frente a una nada inasible, hacia
la indeterminación. Creo que algo de eso nos pasa.
–En este contexto, ¿qué lugar pasó a ocupar el tiempo?
–Hay un viejo texto de Giorgio Agamben, Infancia e historia,
donde dice que cualquier revolución tiene que empezar por una
revolución en nuestra concepción del tiempo. Suscribo porque creo que
uno de los lugares donde se construye el sentido común hegemónico es en
la idea de tiempo lineal y productivo. Ese tiempo lineal y productivo
está colapsado, está desquiciado. En el texto de William Shakespeare,
cuando ve el fantasma de su padre muerto, Hamlet dice que el tiempo está
fuera de quicio. Es muy fuerte la idea de algo desquiciado para hablar
del tiempo porque no solo tiene que ver con su desanclaje de los lugares
en los que estamos acostumbrados a percibir y vivir la temporalidad
sino que también hay una sensación de deriva, de que no podemos terminar
de ordenarnos. Frente a este texto, Jacques Derrida escribe Espectros de Marx,
tomando justamente la idea del tiempo desquiciado; de algún modo Marx
nunca muere, sino que se volvió un fantasma que nos asedia todo el
tiempo. Creo que el tiempo desquiciado nos coloca en la figura del
fantasma. O sea, nos volvimos medio fantasmas.
–¿Fantasmas en qué sentido?
–En el sentido de que aquellos lugares en los que estábamos
acostumbrados a vivir desde ese orden normalizado y cotidiano de algún
modo está en crisis. Entonces no entendemos bien la diferencia entre el
afuera y el adentro, entre el trabajo y el ocio, no entendemos bien la
diferencia, ni hablar, entre el amor y la necesidad. Algo de esas líneas
divisorias muy propias de la sociedad normalizada de alguna manera
empiezan a perder sus límites. No nos olvidemos de que un fantasma es
justamente el que rompe la línea divisoria más fundamental, que es entre
la vida y la muerte. En ese sentido hay algo de ese tiempo productivo
que está detenido y que entonces nos genera dos opciones: o nos
entregamos a otra versión del tiempo con lo que de angustia,
incertidumbre, pero también de oportunidad esto trae, o uno se resiste a
esta idea y lo que hace es querer volver productiva la vida en
cuarentena como inoculando esa productividad propia del sistema en un
paréntesis que realmente nos permitiría movernos en otra dimensión.
Dadas las resistencias que la situación suscita muchas veces uno sigue
poniéndose el despertador cuando no lo necesita, sigue comiendo en los
horarios consabidos cuando el cotidiano cambió totalmente de esquema y
sobre todo quiere hacer de su paso por el confinamiento un
acontecimiento productivo cuando me parece que lo más interesante de lo
que sucede es que se pone en jaque la idea de productividad.
–¿A qué le parece que le tememos más, al virus, a lo que pasa
dentro de nuestras casas y en nosotros mismos en soledad, a no volver a
esa normalidad conocida?
–En realidad la pandemia y la cuarentena son dos acontecimientos
completamente distintos. En todos los análisis en los que nos
enganchamos lo tomamos como un acontecimiento único. La cuarentena es la
forma en que se decidió reaccionar y tomar decisiones preventivas en
función de la cuestión médica o biológica, la pandemia. El hecho de la
pandemia nos genera obviamente un montón de interrogantes que analizamos
desde el punto de vista médico e, incluso, desde el punto de vista
filosófico, acerca de lo que son los límites del individuo. Ahora, la
cuarentena excede esto porque tiene que ver además con formatos de
ordenamiento sociopolítico que variaron en distintas sociedades y donde
se ve la diferencia es en lo siguiente: yo creo que en algún momento la
pandemia va terminar pero el confinamiento va a continuar. Va a
continuar simbólicamente en sus distintas formas y en el modo en que va a
terminar impregnando nuestra subjetividad.
–¿En términos de mirar al otro con temor y recelo?
–En el sentido de que en algún momento la pandemia va a terminar pero
por ejemplo la construcción del otro como agente de contagio permanente
e inminente va a quedar. Y va a quedar durante mucho tiempo. La
pandemia va a terminar pero el barbijo va a quedar. Y va a quedar no
solo porque lo necesitemos realmente sino porque va a resignificarse en
nuestra relación con un otro que se volvió en la pandemia, y desde antes
diría, un agente peligroso. ¿Entonces qué me da más miedo a mí? Me da
miedo todo, obvio, pero más allá de la pandemia visualizo también, y me
da más miedo, estas consecuencias o derivaciones sociales que van a
permanecer más allá de la pandemia. Me preocupa que este estado de
acuarentenamiento exceda la misma pandemia y se vuelva un formato
posible. De alguna forma los que apostamos siempre a la prioridad del
otro vemos como que de algún modo estamos perdiendo ahí una batalla.
–Decía recién que cierto aislamiento precede a este momento.
En este sentido la tecnología, así como conecta y acerca, también
desconecta y aleja.
–Si lo tomamos en términos conceptuales, una concepción
individualista de alguna manera ya parte de un aislamiento en términos
conceptuales, porque la idea primigenia de que todo descansa en última
instancia y como fundamento primero de todo en la idea de individuo
supone el encerramiento del sujeto sobre sí mismo. La misma idea de
individuo es una idea de aislamiento social que de algún modo pone las
relaciones con los otros en un lugar secundario, es decir, todos los
otros se vuelven medios a disposición para que uno en términos
individuales decida sobre uno y sobre los otros. Muy diferentes es
pensarnos en términos comunitarios, donde en realidad el individuo es
más bien un efecto, un producto, y donde hay un otro que te está
constituyendo todo el tiempo. Por eso digo que hay una idea de
aislamiento que está en nosotros desde que nos pensamos en términos
individualistas, no en términos individuales. El tema es cuando uno lo
coloca o lo endiosa como fundamento primero de todo. En una sociedad,
que a mí me gusta llamar neoindividualista, porque tiene estas
características nuevas, la tecnología y las distintas situaciones del
cotidiano contemporáneo ayudan mucho a esta sensación permanente de
estar de algún modo en ciertos confinamientos. Trabajé en algunos libros
esta idea del amor mismo que, en lugar de ser una apertura y una
entrega al otro, termina siendo siempre la proyección que uno hace de sí
mismo en el otro. Y en ese sentido también hablamos de aislamiento, en
términos existenciales.
–¿Qué le preocupa más de los vínculos pospandemia?
–Hacia el futuro me preocupa esta especie de espíritu de delación,
que es policíaco, es de vigilancia, y de construir sentido en el acto de
delatar cuando se supone que el otro transgrede y uno se vuelve juez de
las prácticas del vecino. Es decir, que se instale ya ese espíritu de
delación como una manera de vínculo social. Una cosa es el Estado
teniendo que cumplir un rol de ordenamiento y de cuidado del
cumplimiento de la cuarentena y otra cosa son las fuerzas de seguridad
copando la vía pública y generando un empoderamiento tal que
permanentemente está en la frontera del desbordamiento de sus propias
funciones. Una cosa es entender lo que sucede con el coronavirus desde
la narrativa militar, y otra cosa es que vuelva a circular en nuestra
sociedad la metáfora del enemigo invisible, que la conocemos hace
décadas en nuestro país y que realmente no es muy democrática. Por eso
creo que una cosa es cuidarse con el barbijo y estar a más de un metro
de distancia, y otra cosa es que el barbijo se te vuelva un barbijo
mental. Entonces cualquier cosa que pienses en relación con el otro
parte de esa idea tan fuerte que expresó Paul Preciado, que dijo que la
nueva frontera se ha vuelto el barbijo. Es muy fuerte la idea de que hoy
la frontera dejó de ser la frontera nacional y pasó a ser, primero, la
frontera de tu casa, y después, la mascarilla.
–¿Cuánto ayudan las narrativas en situaciones como las actuales?
–Creo que los acontecimientos que van sucediendo los terminamos
acomodando en las narrativas necesarias para que las cosas nos cierren.
No es casual que hoy tengan tanta fuerza las narrativas militares para
hablar de la pandemia, o la narrativa religiosa. La narrativa religiosa
en el sentido de que esto no lo podemos vivir sino como un apocalipsis o
una pandemia de dimensiones bíblicas. Las narrativas se las añadimos
nosotros a los hechos. Se produce esa interacción entre el hecho y la
interpretación que da esa narrativa que de algún modo por algo surge,
para algo vamos por ese lado, algo nos calma y algo nos tranquiliza.
–¿Hay una mayor presencia de este espíritu de delación que describe que de actitudes de solidaridad auténticas?
–En términos generales, yo no he visto hasta ahora una reacción
social que implicase una nueva idea de solidaridad o una especie de
conversión “evangélica” donde el ser humano frente a todos los
acontecimientos de la pandemia se haya vuelto más amoroso o más
consciente de las desigualdades y por lo tanto con una práctica
proactiva de altruismo generalizado. Esto no significa que no haya
compromisos fuertes de mucha militancia y mucho movimiento social que de
algún modo sigue haciendo el trabajo que venía haciendo antes. La gente
que está ayudando al otro es la gente que ya venía ayudando al otro.
Creo que en la mayoría de los casos se respeta la cuarentena más
pensando en que no me contagien a mí que en el bien común. En ese
sentido creo que en términos de ordenamiento social vivimos en esto que
decía antes del neoindividualismo. Hay un cumplimiento de la cuarentena
por un cumplimiento de la normativa, además de un convencimiento que
tiene que ver con que es un cuidado para uno. Entonces me cuesta que de
esa actitud primigenia que tiene que ver con cuidarse uno podamos
encontrar la fórmula para poder pensar en una revolución social y en la
prioridad del semejante. Esto no quita que, en una hipótesis si se
quiere absolutamente temeraria, podamos pensar hacia el futuro inmediato
no en un capitalismo que se termine, para nada, pero sí en un
capitalismo de algún modo más moderado.
–¿Cómo sería un capitalismo más moderado?
–Cuando digo moderado pienso en lo siguiente: calculo que ninguna
sociedad hoy se está pensando a sí misma sin una inversión de acá a los
próximos cinco años en salud pública más elevada de lo que había sido
hasta ahora. En ese sentido creo que hay lugares de la presencia del
Estado, que si se quiere estaban más en conflicto o en polémica, que hoy
ganaron su derecho a plasmarse. Entonces me parece que se viene un
capitalismo con una presencia del Estado más fuerte, que eso siempre
tiene que ver con la redistribución y entonces con la posibilidad como
mínimo de una tendencia hacia cierta justicia social. Ahora, no creo que
el objetivo o que el propósito de esta presencia del Estado, como
mínimo en salud, ni hablar en ciencia, tenga que ver con motivaciones
altruistas o de solidaridad sino que en una sociedad capitalista incluso
a los sectores hegemónicos les conviene hoy que no les explote el
mundo. También creo que van a volver a tener peso las fronteras
nacionales porque hay algo del Estado nacional que volvió a tener una
soberanía que estaba desdibujada. Es decir que hay algunos cambios que
lejos están del fin del capitalismo pero sí de una nueva mutación.
–¿Cómo evalúa este momento desde lo pedagógico, y en paralelo, cómo imagina la escuela venidera?
–Con respecto a lo que vendrá hay una incertidumbre primigenia que
hace que uno tampoco pueda planificar porque no se sabe para qué lado
va. La presencia inminente del coronavirus obviamente va a generar un
tipo de lazo donde va a tener consecuencias directas al interior de la
escuela. Ahora, si de acá a unos meses ya hay una vacuna contra el
coronavirus entonces la cosa cambia, porque todos se vacunan y a la
escuela, se terminó el problema. Lo que me parece es que no se puede
pretender que un chico emule y reproduzca en su casa, frente a una
pantalla, el tipo de productividad que se le exige en la escuela y menos
el tipo de normalidad que se le exige en la escuela. Esto implica
también una posibilidad de reinventarse a uno en relación al
aprendizaje. También puede ser una oportunidad para recuperar algo que
se vino perdiendo hace tiempo en la escuela, que es el deseo. De algún
modo la situación ayuda a ese deseo por el saber, que es la base del
conocimiento. Por otro lado me preocupan los docentes, sobre todo
aquellos que cumplen ese doble rol a los que se le sigue exigiendo un
trabajo similar al de la vida pre cuarentena pero que al mismo tiempo
están en sus hogares teniendo que hacerse cargo ahora de la vida
cotidiana. Ni hablar del lugar de la mujer en toda esta trama, y ni
hablar del lugar de la mujer docente. No es que ya vivimos en una
sociedad pospatriarcal o posproductiva.
–¿Qué otras oportunidades nos da el contexto?
–Creo que nos da oportunidades porque son situaciones límites, que
son aquellas que te golpean contra una realidad enajenada y entonces hay
como una especie de corrimiento de las formas en que uno se viene
pensando a sí mismo. Ahí pueden presentarse oportunidades. Creo que la
cuarentena más que la pandemia tiene esta dualidad: en términos de
confinamiento proyectivamente para mí despierta una posibilidad muy
negativa que tiene que ver con la continuidad del aislamiento social y
la negación del otro; pero en términos existenciales nos movió. Se
resquebrajó algo de la solidez de ese muro en el que estamos de algún
modo adentrados. Tal vez sea un caso donde se den muchas más
transformaciones en lo micro que en lo macro. Son tiempos para la
introspección; son tiempos para repensarnos. Probablemente muchos
cambiemos en la expectativa que tenemos de nuestro cotidiano y eso ya es
un montón; eso también es algo revolucionario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario