“En
el marco de lo que ya ha venido sucediendo, el coronavirus acentuará la
violencia de las dictaduras democráticas que, quizá, dejen la farsa del
componente democrático”.
“En el marco de lo que ya ha venido
sucediendo, el coronavirus acentuará la violencia de las dictaduras
democráticas que, quizá, dejen la farsa del componente democrático”.
En el escenario abierto por la pandemia del Covid-19 a nivel mundial ha surgido un debate entre Slavoj Zizek[1] y Byung-Chul Han.[2]
Mientras el primero señala que la pandemia es un golpe mortal al
capitalismo, el filósofo sur coreano, por su parte, señala que este
mutará y se globalizará la salida asiática: capitalismo digital
autoritario.
Ni uno ni otro. En el marco de la crisis de
acumulación capitalista, quisiera argumentar que lo que la Covid-19
generará en América Latina es simplemente la aceleración de lo que ya
venía sucediendo en la región. Esto es, se profundizarán: (1) en el
plano político, las dictaduras electorales/democráticas; (2) en el plano
económico, el autoritarismo neoliberal; y, (3) en el campo popular, las
movilizaciones sociales.
Lo señalado resultará –en buena parte de
la región- una bomba de tiempo en el marco de la crisis de acumulación
que experimenta el sistema capitalista, lo que puede conducir -con altas
probabilidades- a que la resolución del conflicto social sea por la vía
violenta. Si es por la vía conservadora, será a través de golpes de
Estado (como en Bolivia o la fallida aventura rocambolesca en Venezuela)
y dictaduras (democráticas/electorales); si es por la vía social, será a
través de movilizaciones populares nada pacíficas (como en Chile la
demanda del referendo o la oposición al plan del FMI en Ecuador). De
suceder lo segundo, podría generarse en el mediano plazo el germen de
nuevas formas de organización social y productiva que sean alternativas
al sistema vigente, las cuales podrán ser emancipadoras, pero también
podrán tomar rumbos distópicos.
El contexto: crisis de acumulación capitalista
Cualquier análisis de la situación de la región debe tomar en cuenta que:
- a) En el marco de la financiariación de la economía, vivimos una transición en el capitalismo en donde el componente inmaterial adquiere relevancia (conocimiento, innovación, etc.) y que genera un retorno en el capitalismo contemporáneo de la vieja forma de ganancias por transferencia rentista (financiarización del “extractivismo infocognitivo”) que adquiere peso sobre el componente que genera “valor genuino” (trabajo[3]); b) vivimos en uno de los picos de mayor concentración de la riqueza y de los ingresos (incremento de la desigualdad) en los últimos 100 años, y; c) continúa sistemáticamente decreciendo la tasa de ganancia del capital.
- A nivel regional, se suman los siguientes fenómenos: a) América Latina vive un estancamiento de su matriz productiva en donde se deprime el consumo global de sus bienes primarios y se acentúa la dependencia del componente secundario-importador de bienes industriales e importador de bienes terciarios, con un amplio resguardo de las élites económicas de la posesión de divisas en paraísos fiscales; y, b) la región no ha dejado de tener un mercado laboral altamente segmentado, con altos niveles de informalidad (casi el 50% de la fuerza laboral) y vulnerabilidad hacia los shocks externos, en donde sus trabajadores dependen de la venta diaria ininterrumpida de su fuerza de trabajo para garantizar la supervivencia mayoritaria de sus familias.
Sobre el oxímoron “dictaduras democráticas”
La
Ciencia Política se ocupó deliberadamente de estudiar, a partir de las
dictaduras vividas en los sesenta y setenta del siglo pasado, las
“transiciones a las democracias”. El oxímoron del título de este escrito
propone que es necesario empezar a estudiar las “transiciones hacia
nuevas formas de dictaduras”.
Desde la perspectiva democrática,
este aparente absurdo simplemente se refiere a que la democracia actual,
como régimen político, sería una farsa. No nos referimos aquí ni
siquiera a la democracia sustantiva, sino a lo que Adam Przeworki llama
“democracia mínima”; es decir, la garantía de la libre competencia
electoral. En las “dictaduras democráticas” se usan las instituciones
democráticas –concretamente, los sistemas de justicia o los órganos
electorales- y los generadores masivos de opinión pública (medios de
comunicación) para proscribir o anular la participación de los que
afectan los intereses de acumulación de los grupos económicos
tradicionales de cada nación, quienes suelen buscar el poder del Estado
para recomponer la velocidad de la tasa de ganancia perdida en los
gobiernos denominados “progresistas” de la región.
Ahora bien, no
debemos olvidar que si bien parecía cosa del pasado que las fuerzas
armadas vuelvan a ser dirimentes explícitos en las democracias de la
región, en los últimos meses -luego de las movilizaciones populares de
finales del 2019- vivimos claramente su retorno a la arena política.
Bolivia es, quizá, el caso paradigmático en donde claramente se perpetró
un golpe de Estado al conocido estilo del siglo XX. No extrañaría que
se contagie la región con esta práctica.
Sobre los “autoritarismos neoliberales”
Todo
neoliberalismo es autoritario, pero durante casi tres décadas este
convivió con democracias representativas. Lo que vive la región no es un
neoliberalismo autoritario sino un autoritarismo neoliberal. Hoy en
día, el espíritu que ronda la región es el de no respeto a la democracia
mínima, porque es la única forma de recomponer la tasa de ganancia del
capital. En este marco, el autoritarismo neoliberal es un subproducto de
la crisis de acumulación capitalista
El neoliberalismo que
retorna en la región no es igual al de los noventa del siglo pasado.
Aquel sucedía en la disputa por la transición y consolidación de las
democracias, luego de las dictaduras sucedidas en la región. El que
estamos viviendo a fines de la segunda década del nuevo milenio sucede
en la transición hacia nuevas formas de autoritarismo o, siendo
optimista, hacia nuevas modalidades de regímenes políticos que aún no
han sido estudiados a cabalidad, y menos aún identificados y
formalizados todos sus componentes. En este sentido, lo que caracteriza
principalmente a la época que vivimos es la idea de un autoritarismo de
nuevo cuño o al menos aggiornado, regresando a los orígenes de
la praxis neoliberal. No obstante, no debemos olvidar que, si bien
parecía cosa del pasado que las fuerzas armadas vuelvan a ser dirimentes
explícitos en las democracias de la región, en los últimos meses, luego
de las movilizaciones populares de finales del 2019, vivimos claramente
el retorno de su rol protagónico.
Frente a la crisis de
acumulación mundial, la actual ganancia por transferencias parece no
compatible con sistemas democráticos; peor aún en economías como las
latinoamericanas, caracterizadas por ser históricamente rentistas. En
momentos de expansión y crecimiento económico, tal situación puede pasar
desapercibida. No es el caso de lo que sucede actualmente en la región.
Sobre las rebeliones populares del 2019
Los
cambios producidos durante la “década de la igualdad” habían generado
dos efectos que se juntaban y que, a pesar de ser contradictorios,
luchaban contra las políticas de concentración de riqueza (Ramírez y
Minteguiaga, 2019). En efecto, por un lado, una década de
democratización de derechos permitió una arista de cambio estructural en
las sociedades que ha sido muy poco discutido y menos aún analizado:
los estratos bajos y medios bajos rompieron el umbral que se habían
(auto)construido en el proceso de adaptación de sus deseos a la
precarizada situación en la que vivieron durante casi un cuarto de
siglo. Experimentaron el acceso a derechos y condiciones de vida dignas.
En el otro lado de la moneda, parece ser que los proyectos denominados
progresistas generaron una paradoja en las clases medias altas. Estos
estratos, a pesar de haber salido de la pobreza, no ser pobres y/o haber
mejorado sistemáticamente sus condiciones de vida y de consumo,
desarrollaron expectativas de pertenecer a los percentiles más altos de
la escala social y económica, razón por la cual subjetivamente empezaron
a sentirse más pobres en términos relativos, fenómeno que hemos
denominado “la paradoja del bienestar objetivo, malestar subjetivo”
(Ramírez, 2016).
El despojo producido en pocos años de políticas
neoliberales de gobiernos como el de Macri en Argentina, Moreno en
Ecuador, Áñez en Bolivia, hizo que se generen movilizaciones de aquellos
sectores trabajadores, de clases pobres o medias pauperizadas que -por
un lado- reclamaban vivir decentemente, en tanto que -por el otro lado-
una buena parte de los mejores posicionados en la escala social
demandaron que no se les “roben” ni se les “frenen” sus sueños de
prosperidad sin fin. En el caso de países como Chile y quizá Colombia,
la razón que impulsó a la gente a salir a las calles fue el no
cumplimiento de la promesa especulativa de bienestar que el
neoliberalismo había ofrecido durante décadas (ej. Educación o sistemas
de seguridad social). Los hijos habían visto cómo frustraron los sueños
de sus padres y madres, y no estaban dispuestos a ser estafados
nuevamente. Las rebeliones son producto de una búsqueda de justicia
intergeneracional.
Si bien lo narrado describe lo sucedido
pre-Covid-19, hoy en día, en pleno Covid-19, las movilizaciones
continúan. No “respetan” ni el miedo a los Estados de excepción ni
tampoco el miedo al contagio y a la muerte. ¡Entre morir por coronavirus
o morir de hambre, el pueblo parece preferir morir luchando!
Covid-19: ¿dictadura o revolución?
La
llegada del Covid-19 resultó ser un catalizador de las contradicciones
que vive el mundo y la región. A las transformaciones las hacen los
pueblos, no los virus.
El Covid-19 produce un cortocircuito. La
pandemia del coronavirus saca a la luz y rompe con el sueño de la
acumulación “virtual”. Justo cuando se creía que se podía superar la
crisis de acumulación a través de la digitalización de la economía
(transitar del capitalismo industrial al capitalismo cognitivo), el
coronavirus nos recuerda que, por más inteligencia artificial que haya,
por más big data, por más algoritmos, el corazón de la economía sigue
siendo el ser humano. En efecto, el neoliberalismo ha querido prescindir
del ser humano para su acumulación. Siempre antepuso el capital sobre
el ser humano. Más allá de ciertos ganadores del capitalismo, de
plataformas como Zoom o Amazon, la pandemia de coronavirus le recuerda
al mundo que sin ser humano no hay ganancia del capital: el capitalista
no puede explotar al trabajador, pero tampoco se realiza la dinámica de
acumulación del capital porque no hay quién consuma.
Resulta
irónico que, justo cuando el coronavirus nos recuerda la necesidad de
separar lo vital de lo superfluo, se use el confinamiento como
estrategia para profundizar la violencia social, la violencia en contra
de las mujeres. Otros países con gobiernos conservadores, profundizan y
se apalancan en los estados de excepción para poder avanzar en la
implementación de un (dictaduras democráticas(?)) autoritarismo
neoliberal recargado. Ecuador, Brasil, Chile son ejemplos claros de tal
audacia inmoral. No es casualidad que Ecuador y Brasil sean los países
con mayores muertes por millón de habitantes de la región.
En
efecto, en el marco de lo que ya ha venido sucediendo, el coronavirus
acentuará la violencia de las dictaduras democráticas que, quizá, dejen
la farsa del componente democrático, lo cual permitiría una acumulación
más violenta. No es casual que, a nombre del coronavirus, Bolivia
posponga una salida democrática; que militares brasileños impongan su
agenda con los “terraplanistas”, anticiencia y evangélicos en Brasil
mientras miles de ciudadanos mueren en las favelas o en la Amazonía; que
Perú lleve tanques de guerra a la frontera con Ecuador para que no
exista un flujo migratorio del país con mayor número de contagiados y
muertos de Suramérica; que Estados Unidos busque invadir Venezuela; o
que en Ecuador se creen fosas comunes y que el municipio de Guayaquil
done ataúdes de cartón para que los fallecidos por coronavirus gocen de
una muerte “digna”, luego de haber permanecido algunos días sus cuerpos
botados en las calles sin tener quién los recoja por la completa
inacción del Gobierno estatal nacional y del local. También seguramente
el “lawfare” se agudizará. El objetivo es que en ningún país suceda lo
acontecido en Argentina donde, luego de un retorno brutal del
neoliberalismo con el Gobierno de Mauricio Macri, vuelva al poder del
Estado un Gobierno progresista. Quizá es necesario repensar sobre la
“banalidad del mal” de Hannah Arendt.
Por el lado contrario, la
situación no resulta pacífica tampoco. El 2019 será recordado en América
Latina y quizá en el mundo como un año de movilizaciones sociales
masivas. Los gobiernos conservadores llegaron a desmantelar la
materialidad conseguida por las poblaciones tanto en términos objetivos
como subjetivos. No es casual que, en Argentina con Macri, en Ecuador
con Moreno o en Brasil con Bolsonaro se hayan incrementado la pobreza,
la desigualdad, el desempleo, y el sentimiento de malestar social. En
muy poco tiempo, hubo reacción en las calles para frenar las recientes
recomposiciones neoliberales, que han sido y siguen siendo reprimidas
violentamente por las fuerzas armadas y las policías, especialmente en
Ecuador, Colombia, Chile y Bolivia. La indignación puede acrecentarse
con la política de “quédate en casa” en un mercado laboral
cuentapropista, informal y subempleado que vive del trabajo diario. La
gran mayoría de la población económicamente activa en la región vive de
su trabajo a destajo, en circunstancias de informalidad y sin acceso a
salud pública.
La región tendrá tasas de decrecimiento que oscilan
entre 5% y 7%. Esto implicará una caída de la demanda que agudizará la
lucha por la vida, ya no únicamente como consecuencia de la pandemia. A
dicho escenario se debe sumar lo inescrupuloso que resulta cómo han
atendido la problemática de los muertos ciertos gobiernos que buscan la
profundización de la agenda neoliberal. Los fallecidos cada vez son más,
especialmente de las clases bajas. El virus circuló primeramente a
través de las clases medias altas y altas que son las que viajan y
circulan por el mundo; pero la mayoría de los fallecidos son los pobres.
La imposibilidad de garantizar la “sobrevivencia” o incluso una muerte
digna, el deterioro de la calidad de vida que venía sucediendo antes del
Covid-19, el malestar económico que se sufre por la caída de ventas,
despidos, la reducción de ingresos por el decrecimiento económico que
habrá en la región producto de la pandemia, la falta de credibilidad en
instituciones democráticas, más los muertos -que son “mis muertos” (mis
familiares, amigos o conocidos)- por ausencia de un Estado social que
garantice derechos básicos, puede ocasionar un coctel que produzca una
guerra civil a nivel local, nacional o regional (escenario Joker). En el
mejor de los casos, será un cambio radical (¿revolución?) a favor de
las vidas (humanas y no humanas) pero que puede también tomar tintes
distópicos. Todo parece que el “in” y “pos” Covid-19 será igual al pre-Covid-19, pero recargado, repotenciado.
Debe
quedar claro que lo que también demuestra la crisis sanitaria es que
los países que mejor responden a la emergencia sanitaria son aquellos
que reivindican dos dimensiones muy materiales de la soberanía: mayor
autosuficiencia productiva (industria nacional, soberanía alimentaria y
sistemas sólidos de ciencia y tecnología) y mayores capacidades
estatales en protección social, sistemas sanitarios, regulaciones del
mercado laboral. El discurso y praxis del Estado mínimo ha muerto. Así,
de no existir una intervención estructural y profunda que apague la
bomba explosiva que se está generando en la sociedad, seguramente los
muertos no serán por la pandemia sino por un enfrentamiento social
producto del autoritarismo neoliberal.
En América Latina, la
pandemia del Covid-19 no dará nacimiento a nada nuevo. El Covid-19 solo
es un recordatorio del mundo poco humano en que vivimos. A la historia
la cambian los pueblos, y en América Latina la semilla de la
transformación se sembró hace ya algunos lustros, y será a través de la
resistencia creativa de la unión de movimientos sociales y políticos, y
de la ciudadanía en general que se viabilizará el disfrute social de sus
logros emancipatorios. Solo el pueblo salva al pueblo. No me cabe duda
de que nos salvaremos y volveremos a abrazarnos; volveremos a besarnos;
y, esta vez, será sin miedo al contagio. ¡Será una fiesta, será el
“baile de los que ahora sobran”, y será hermoso!
Notas
[2]https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html.
[3]
Este capitalismo híbrido en términos de trabajo vive viejas formas de
explotación (p. e. la informalidad y la producción a destajo, etc.) y
nuevas formas (p. e. la auto-explotación de la propia subjetividad,
trabajadores de plataformas).
René Ramírez Gallegos
Doctor en Sociología Económica por el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra (Portugal).
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