Leer a Kafka durante la pandemia
Fuentes: 3:AM Magazine
Traducido del inglés para Rebelión por Juan-Francisco Silvente
I
Los
que somos tan afortunados como para poder aislarnos durante esta
pandemia encontramos en la literatura un modo de aprovechar el
tiempo. Así, La peste de Albert Camus se está volviendo a
leer ampliamente y los más aventajados han abandonado el barco —tal
y como lo haría una plaga de ratas— para dirigirse hacia otro
texto: Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. De
pronto, estos tiempos sin precedentes parecen tener unos claros
precedentes. Estas historias y la nuestra convergen: al principio
somos incrédulos y luego nos concienciamos de que estamos
condenados. Los ricos abandonan las ciudades y se llevan la epidemia
a los pueblos, y los pobres mueren en masa en las calles atestadas.
Los agoreros de ayer son los profetas de mañana. Finalmente
desaparece; ninguna pandemia nos ha barrido aún de la faz de la
tierra. Una vez pasada la catástrofe se publica la siguiente gran
obra o relato literario sobre la epidemia y dentro de uno o cuatro
siglos la humanidad volverá a interesarse de nuevo por esos tomos
olvidados, que parecerán contener sabiduría y recomendaciones sin
límites para hacer frente al cataclismo.
El
interés por lo ficticio revela un intento de comprender nuestro
momento presente. Aunque se pueda leer por placer, leer es en sí
mismo un acto de iluminación. En La peste reconocemos nuestro
intrínsecamente asqueroso comportamiento humano, a medida que nos
enfrentamos los unos a los otros a pesar de la crisis, y Diario
del año de la peste nos cuenta una historia que nos resulta
familiar, incluida una en la que el tiempo mismo se dilata y se
distorsiona mientras nos vemos inmersos en un periodo de una intensa
espera angustiosa.
Los
esfuerzos por comprender nuestro momento presente han dado lugar a un
estado anímico dominante. Estos tiempos comportan un registro
emocional. ¿En qué consiste ese registro emocional? Scott Berinato
comentaba recientemente en The Harvard Business Review que
este sentimiento es la aflicción. Nos sentimos afligidos por la
pérdida del mundo que una vez conocimos, al tiempo que intentamos
amoldarnos al súbito y sustancial cambio en nuestras vidas
colectivas. En última instancia, se trata de un nombre para esta
extraña combinación de vacío y temor. Estamos esperando a que
aparezca el nuevo mundo y no tenemos ni idea de qué aspecto tendrá.
Mientras tanto, el viejo mundo ha muerto y se le ha enterrado en el
patio trasero sin ninguna ceremonia.
Tal
vez, más que aflicción, deberíamos hablar de duelo. Este pequeño
giro lingüístico podría arrojar cierta luz sobre los términos que
describen mejor nuestro presente y nuestras costumbres colectivas. En
el momento en que la tasa global de defunciones por el coronavirus
alcanza los 370.000 casos —con más de 100.000 defunciones tan solo
en los Estados Unidos—, no debemos perder de vista que dichas
cifras están repartidas de forma desigual.
El
duelo y la aflicción enfatizan la inclusividad: todos estamos igual,
afligidos por la misma pérdida, y es sabido que Sigmund Freud
contrasta el duelo con la melancolía. El duelo es el proceso natural
de hacer frente a la pérdida, un proceso que esperamos superar más
adelante. La melancolía es la absorción de la pérdida por parte
del ego, del yo. Se diferencia del duelo en que es más
profunda y permanente. Como veremos, Franz Kafka le dio forma
literaria. Incluso más que el duelo, la melancolía conlleva una
imaginería de exclusión. Freud argumenta que la melancolía
arrastra con ella un desprecio hacia la valía del sujeto que la
padece. En ello vemos algo de su carácter exclusivista: se trata de
algo que me ocurre a mí, en la melancolía me distancio de un
mundo que contrasta con mi estado depresivo. Podemos estar de duelo
colectivamente, pero no estoy tan seguro de que podamos experimentar
una melancolía colectiva.
II
No
debo de ser el único que piensa en las obras de Kafka en estos
tiempos inciertos. Es fácil reconocer, en medio de una acechante
amenaza desconocida modelada por la voluntad de nuestros eruditos por
lanzarnos a los pies de una economía invisible, aunque espantada
—cuyas reglas siguen siendo incomprensibles para nosotros—, el
mundo de El proceso o El castillo. En nuestro
aislamiento y malestar vemos el mundo de La metamorfosis, en
nuestro temor del mundo exterior oímos los ecos de La obra.
¿Por
qué Kafka? Nosotros, como escritores y lectores, tenemos la
responsabilidad de reflexionar cuidadosamente a través de esta
incertidumbre. La invocación de Berinato sobre la aflicción es
plausible, pero crea un falso sentido de que verdaderamente estamos
todos en el mismo caso.
Si
bien todos corremos el mismo riesgo de morir, este riesgo no es
uniforme. La guadaña de la pandemia no siega de modo parejo. En
nuestras apresuradas e irresponsables generalizaciones, podríamos
ignorar este hecho. El tiempo transcurre de forma extraña para
aquellos que vivimos encerrados en nuestras viviendas leyendo a Defoe
o Camus, pero la esencia de ese tiempo es diferente para aquellos que
se ven forzados a ir al trabajo, para aquellos que esperan noticias
de los arrendadores y los cobradores de impuestos, para aquellos que
están en lo que se conoce como primera línea.
Al
recurrir a Kafka como fuente de reflexión sobre la actual pandemia,
debemos mirar más allá de los evidentes sentimientos universales:
miedo, oscuridad y temor. Debemos pensar en cómo está construido el
mundo de Kafka. En el epicentro de El proceso y El castillo
está el tema de la exclusión. Podríamos decir, para acercarlo a
nuestro presente, que el tema es el de quedarse fuera. En el Libro
de los pasajes, Walter Benjamin captura este tema de uno modo
perspicaz cuando escribe:
“¿Por qué la mirada que se
dirige a ventanas ajenas da siempre con una familia comiendo, o con
un hombre solitario frente a una mesa, ocupado en enigmáticas
nimiedades bajo la lámpara del techo? Una mirada así es el núcleo
originario de la obra de Kafka.”
Nótese
que el punto crítico es la mirada en sí misma. En este breve
pasaje Benjamin ya realza el sentido de exclusión elaborado en las
novelas de Kafka. Hay dos mundos, aislados el uno del otro. En la
figura de quien mira hacia dentro podemos identificar al
«protagonista» del mundo de Kafka. En El castillo, K.
pretende desesperadamente entrar en el castillo, pero se le deniega a
cada intento. Su incapacidad para acceder al castillo parece derivar
de su exclusión de las normas sociales de la aldea que se halla a
los pies de la colina del castillo. Los aldeanos parecen saber algo
que K. ignora. No se le excluye tan solo del castillo, sino del mundo
de los aldeanos. El ostracismo de K. se convierte en el tema
dominante.
Para
que algo sea exclusivo debe aplicarse a unos pero no a otros. Así
pues, el horripilante carácter del mundo de Kafka no queda
distribuido de modo uniforme, aunque esté completamente
generalizado. Esto se puede comprobar en una de las primeras escenas
de El castillo en la que K. intenta subir al castillo mientras
batalla con la nieve:
“Se
quedó asombrado por la longitud del pueblo que no conocía fin, una
y otra vez se sucedían las casuchas con las ventanas cubiertas de
hielo, la nieve y la soledad; finalmente se apartó de esa calle y
le acogió una callejuela estrecha, con una capa de nieve aún más
profunda, donde sólo podía avanzar con gran esfuerzo al hundírsele
los pies en el manto blanco; el sudor comenzó a correr por su
frente; de repente se detuvo y ya no pudo seguir.”
Poco
después, K. se encuentra con Artur y Jeremías, los infames
ayudantes. En exactamente el mismo contexto nevado en el que K. había
estado luchando, Kafka describe a los ayudantes de este modo: «Para
la condición en que se hallaba la calle avanzaban sorprendentemente
deprisa, dando grandes zancadas rítmicas con sus piernas delgadas.
[…] Sólo se podía hablar con ellos a gritos, tan rápido
caminaban y no se detenían». Las condiciones materiales no han
cambiado. La calle sigue obstruida por la nieve. Sin embargo, de
algún modo los ayudantes consiguen desplazarse con soltura.
Pertenecen al pueblo y al castillo, pero K. no; son habitantes de ese
mundo. El hecho de que K. sea ajeno al mundo en el que se encuentra
es la fuente de todos sus problemas. En su ensayo sobre Kafka
Benjamin identifica a los ayudantes como aquellos para quienes existe
la esperanza en el mundo de Kafka. En cierto modo, Benjamin articula
una consecuencia lógica del carácter exclusivista de ese mundo —hay
quienes se mueven por él fácilmente, otros jamás lo conseguirán.
Si K. es la figura que mira a través de la ventana, los ayudantes
representan a la familia que está cenando y al hombre que vive en su
oscuridad. Dentro y fuera del peligro. Ellos están encerrados y a
salvo.
III
En
un pasaje llamativamente similar al de Benjamin, Péter Nádas
intenta definir la esencia de la melancolía. Dice:
“O imagine que se encuentra
en una calle que le resulta extraña por hallarse en medio de una
ciudad extranjera, completamente cubierta de nieve, y de pronto una
ventana iluminada le obliga a parar; las finas cortinas están medio
abiertas, y dentro, al calor, bajo la suave luz de una lámpara de
pantalla, alguien está sentado en una habitación exquisitamente
amueblada; no podría imaginarme una vida más perfecta en ningún
otro lugar.”
Aquí
Nádas sugiere que en el corazón de la melancolía también descansa
un sentimiento de exclusión. De este modo coincide con el mundo de
Kafka. Aunque la melancolía se suele asociar con una incapacidad
para actuar, con una pérdida que no se consigue sobrellevar, también
se le ha de sumar una cualidad exclusivista. Quizá en este sentido
la exclusión converja con la pérdida: la exclusión del mundo es
una pérdida del mundo. Así, leer a Kafka en tiempos de pandemia es
percatarse del carácter exclusivista de nuestro momento actual, ver
cómo modela el sentimiento dominante de nuestro tiempo.
Volviendo
a Berinato y su invocación de la aflicción, deberíamos ser
conscientes de que no consigue reconocer esta importante cualidad
definitoria. Sugerir, como lo hace, que todos estamos de duelo
significa implicar que esta situación pasará para todos nosotros.
Para los que ya han fallecido, para los que forman parte de los
registros y se ven forzados a protegerse con equipos de protección
no adecuados, no se puede afirmar que esto pasará. Lo mismo se puede
decir de aquellos repartidos por todo el mundo quienes, por
injusticia social, política o económica, son susceptibles de
padecer una inestabilidad permanente aunque sobrevivan al virus.
Crece la sensación de que existe «un mundo» del que muchos se han
visto excluidos y seguirán excluidos debido a oscuras y misteriosas
razones. Si un mundo así tiene algún registro o carácter
emocional, se trata de uno melancólico. Al contemplar en el interior
las vidas seguras y tranquilas de aquellos que son capaces de
liberarse de la carga de estos tiempos, los «de fuera» seguirán
luchando, esperando alcanzar un regreso a la normalidad, a un tiempo
donde formaban parte del mundo que conocían. Sin embargo, ese mundo
ya está perdido para ellos.
Muchos
de nosotros saldremos de esta pandemia más o menos intactos. Podemos
disfrutar de unos hogares seguros donde podemos trabajar o estudiar,
o tal vez ya hayamos regresado a casa de nuestros padres, o nos
hayamos retirado al campo con la familia, ignorando que llevamos la
plaga con nosotros. Leemos a Camus y Defoe y pensamos que esto
también pasará. Sentimos una pérdida, pero la superaremos. Estamos
de duelo. Creemos ser el protagonista; nos sentimos como K. sin
acceso al castillo. En realidad, somos los ayudantes, pisando la
nieve que se amontona en nuestro camino con relativamente poca
dificultad mientras algunos pobres desgraciados, más allá de
nuestro campo de visión, luchan contra un mundo que atravesamos sin
esfuerzo. Quizá, si levantáramos la vista de nuestra mesa y
echáramos un vistazo al otro lado de la ventana, podríamos ver esas
figuras y dejarlas entrar, y pedirles que se unieran a nuestro mundo.
Aunque las cosas no son tan simples: alguna ley misteriosa y oscura
evita que hagamos precisamente eso. Estamos seguros y calientes en el
interior. Mientras tanto, fuera el día llega a su fin y con cada
minuto crecen la oscuridad y el frío.
Duncan
Stuart es un escritor australiano residente en Nueva York. Sus
textos aparecen en 3:AM Magazine, Overland, Demos Journal y The
Cleveland Review of Books. Puedes encontrarlo en twitter
@DuncanAStuart.
Fuente:
https://www.3ammagazine.com/3am/melancholy-and-exclusion-on-reading-kafka-during-the-pandemic/
Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar
su integridad y mencionar al
autor, al
traductor y Rebelión como fuente de la traducción.
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