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domingo, 3 de noviembre de 2019

Los peligros de Jair Bolsonaro



La escalada contra los que son considerados por el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro y su clan como enemigos, experimentó una aceleración muy fuerte en días recientes. A tal punto, que llegó a rozar los límites de los soportes básicos de la democracia.
Vale recordar que para el presidente y su trío de hijos, el senador Flavio, el diputado Eduardo y Carlos, concejal por Río, no existen adversarios: lo que existe son enemigos que deben ser abatidos.
Cada vez que se sienten presionados por algo, refuerzan su furia contra instituciones comenzando por el Supremo Tribunal Federal), partidos políticos, inclusive el suyo, organizaciones sociales, medios de comunicación, mandatarios extranjeros y el mundo en general.
¿Qué habrá despertado ahora en el clan la urgencia de avanzar contra enemigos dentro y fuera del país? ¿Cómo contener semejante explosión de furia?
¿No será que todo esto es una cortina de humo para desviar la atención de algo que ocurrió, pero aún no ha emergido? ¿Será una anticipación de defensa frente a alguna novedad grave relacionada a la cercanía del clan, presidente incluído, con los asesinos de Marielle Franco, concejala de Río?
Hace rato está confirmado que tanto el presidente Bolsonaro como Flavio, Eduardo y Carlos desconocen límites. Desde siempre, incluso antes de la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones del año pasado, han sido groseros, al borde del desequilibrio emocional, mintiendo de manera compulsiva y disparando amenazas por doquier.
También son harto conocidas sus vinculaciones con las milicias, grupos paramilitares que disputan áreas controladas por narcotraficantes en Río de Janeiro.
No que las integren, las respaldan y sobran pruebas de eso, para empezar están los pronunciamientos del entonces diputado Jair Bolsonaro.
La llegada del clan familiar al poder reforzó esas características y arrojó sobre el país una marea de odio que supera la que emanó entre 1964 y 1985. Aunque en aquel periodo, al menos, había una realidad indiscutible: el país vivía bajo una feroz dictadura militar.
Se supone que ahora vive bajo democracia: el Congreso funciona y ningún magistrado de la Corte Suprema fue defenestrado, ningún parlamentario perdió su mandato o vio suspendidos sus derechos civiles.
Tampoco fueron rotas las relaciones diplomáticas con alguna nación, no hay censura oficial ni exilios forzosos o tropas ocupando las calles.
No existen presos políticos, la tortura, la desaparición forzada y el asesinato de adversarios políticos no fueron institucionalizados: el ambiente es muy distinto al que se vivía luego de que se decretara, en diciembre de 1968, el AI-5 (léase: Acta Institucional número 5, el golpe dentro del golpe ocurrido cuatro años antes, y que desató una ola de represión sin freno).
Pero para que las cosas sigan como están, habrá que ponerle un alto al clan: en la tarde del jueves, Eduardo, que el padre presidente quería contemplar para la embajada en Washington, dijo que si sucede en Brasil lo que ocurrió en Ecuador y ahora en Chile habrá que buscar respuestas. Y agregó: una de las posibilidades sería reditar el AI-5.
La reacción vino de todas partes, para empezar por los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado.
Hasta en el partido de los Bolsonaro las críticas fueron duras, y la oposición propuso abrir un proceso para suspender el mandato de diputado al hijo del presidente.
En una primera reacción, Jair Bolsonaro dijo que su hijo había sido malinterpretado. No es cierto, pese a las muy duras reacciones iniciales, Eduardo reincidió en la amenaza en redes sociales. Luego, presionado por el padre, se excusó por la desafortunada expresión.
Hay que recordar la reacción del presidente frente a las manifestaciones populares chilenas: durante su viaje por Asia y Medio Oriente, manifestó que había llamado a su ministro de Defensa instruyéndole para que se preparara para sacar tropas a las calles en caso de que surgiera algo parecido en Brasil.
Acorde con el clan ultraderechista, estaría en marcha una conspiración de la izquierda para crear el caos en Améri-ca del Sur y abrir espacio para el retorno del comunismo en la región. Ecuador y Chile fueron sólo el inicio.
Todas las amenazas pueden sonar a delirio de una pandilla de mentecatos, y lo son, pero también son, y eso sí es grave, una secuencia de presiones contra las reglas básicas de la democracia.
El gran peligro está en que esos brotes de furia de Jair Bolsonaro escapen al control y el clan busque efectivamente una ruptura.
De momento, los militares que lo cercan están callados, con excepción del jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, Augusto Heleno, general retirado.
Los que realmente importan, los que están en activo, aunque no se hayan pronunciado expresamente, dejaron claro su malestar.
Su gran preocupación es que la imagen de las fuerzas armadas se contamine de toda esa demencial escalada de autoritarismo.
Mientras tanto, no queda otro camino que esperar para ver qué motivó todo eso efectivamente.
Y claro, habrá que esperar para ver quién pondrá freno a toda esa locura, peligrosa locura.

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